Volviendo al ciberespacio
por Martín Salías


La segunda novela de la serie iniciada con Neuromante nos lleva de
regreso al ciberespacio, esta vez de la mano de un hacker adolescente y
principiante.

Los lectores de la primera hora de Virus Report tal vez recuerden cuando
en el número uno iniciamos esta sección hablando sobre la más famosa
novela de la corriente cyberpunk: Neuromante.

Esta obra causó sensación entre el público de ciencia ficción, y también
sobre la comunidad informática, cautivando especialmente a los hackers
(quienes, en muchos casos, también son aficionados a la cf). Este
interés se debió principalmente a que el mundo creado por su autor,
William Gibson, es una proyección directa del underground digital
actual. Sus historias están protagonizadas, principalmente, por
personajes llamados vaqueros de consola, especies de hackers del futuro,
pero no de un futuro distante por siglos, sino apenas por unos pocos
años.

Si Neuromante fascinaba por las descripción de la matriz (una proyección
global del porvenir de las redes globales, uniendo comunicaciones,
datos, medios y todo el transito electrónico en general), Conde Cero,
que transcurre unos años después de la primera historia, en el mismo
paisaje, no logra despertar el mismo interés casualmente porque carece
de esa cualidad iniciática.

En esta oportunidad, Gibson elige tres puntos de vista protagónicos en
lugar de uno, y va narrando tres historias paralelamente, dedicando un
capítulo a cada una (un recurso difícil que quizás no llega a aprovechar
en su totalidad).

El joven Conde Cero del título (notemos que 'Count Zero' significa
también contar hasta cero) es un vaquero de consola principiante,
envuelto en una compleja intriga entre megacorporaciones, asesinos a
sueldo, guerras de pandillas y devotos del vudú virtual. Turner es un
mercenario, un hombre alquilado por las corporaciones cuya especialidad
es extirpar personal de primera línea de empresas de la competencia.
Esta tarea no es sencilla porque, extremando las luchas actuales por los
cerebros de la organizaciones, las corporaciones mantienen atados a sus
miembros más brillantes mediante contratos perpetuos y dispositivos de
seguridad de altísimo nivel.

Por último, tenemos a Marly Kruskhova, una especialista en arte caída en
desgracia, que será contratada por la fortuna del magnate Josef Virek
para encontrar al autor de una serie de peculiares objetos artísticos.
De los tres protagonistas, Turner es definitivamente el mejor delineado
por Gibson, posiblemente por ser el que más se mantiene dentro de su
estilo. Sus características remiten en cierta forma a varios de los
personajes de Neuromante. Es un samurai de la calle al estilo de Molly,
pero su personalidad escéptica y su parquedad lo acercan también a Case.

Bobby Newmark, el Conde Cero, en cambio, es un tanto patético, con
rasgos demasiado adolescentes y un comportamiento poco simpático,
demasiado diletante, poco seguro. No llega a ser el héroe de la
historia, pero tampoco logra la posición opuesta, el antihéroe
superándose a sí mismo, como en el caso de Case. Todo lo logra por
casualidad, por ayuda de los demás, casi a pesar de él mismo.

Y el caso de Marly es un intento de moldear un personaje maduro, con
conflictos humanos y sentimentales, que queda a mitad de camino.
Definitivamente, no es el tipo de perfil que Gibson maneja con
convicción. Los actores de reparto, en cambio, son en muchos casos más
atractivos. Por ejemplo, Beauvoir y Lucas, especie de yuppies negros que
rinden culto a ciertas presencias en la matriz a las que dan nombres de
dioses y semidioses del vudú. O sus chicas, especialmente Jackie, la
bailarina que hace el papel de niñera de Bobby. También Paco, el
sirviente del todopoderoso Virek, otro personaje surgido de la cruza
entre Molly y el ninja clónico que en Neuromante servía al clan
Tessier-Ashpool. El único personaje que reaparece en esta novela, tal
como en la primera, es el Finlandés, un traficante de tecnología, ya
viejo y mucho más agrio.

La clave del universo Gibsoniano, la matriz, está también más descripta,
más detallada en ciertos aspectos. Uno de ellos, que antes aparecía
apenas esbozado, es su geografía, su espacialidad. Cuando Bobby recorre
la matriz nos enteramos que hay distintos caminos r para viajar de un
lugar a otro. Si en Neuromante Case se acercaba y se alejaba de las
estructuras, daba vueltas alrededor del Hielo (los mecanismos de defensa
informáticos; de ICE: Intrusion Electronic Countermeasures), aquí vemos
una distribución mucho más clara, una topografía específica, y hasta un
tiempo y una velocidad de viaje de un punto a otro. Los operadores
siguen conectándose a las consolas por medio de electrodos, pero la
antes flamante Ono Sendai de Case ya es un arcaísmo, como hoy una XT
para nosotros. Es notorio también que la idea clave que domina la
novela, aunque no queda absolutamente explícita, es consecuencia de los
hechos ocurridos en Neuromante. A través de las expansiones -ilegales-
de las inteligencias artificiales por la matriz, y la segmentación de
éstas en unidades menores, toda la red comienza a actuar como un
organismo autónomo, que todo lo penetra. Quedan incluso entrevistas en
el texto, pistas que Gibson deja picando al lector, impresiones sutiles
de que los poderes que supuestamente dominan en la matriz no son más que
piezas en un juego mayor, donde el verdadero jefe es la matriz misma,
corporizada ahora en un panteón mitológico completo.

Indudablemente, la tarea de W.G. no es sencilla. Debe competir consigo
mismo, y contra una obra que resumió en su momento, como un pararrayos,
todo el ideario, y el entusiasmo de una cultura -o al menos de una gran
subcultura-; además, debe mantener la coherencia consigo mismo y con el
background postulado inicialmente. No puede alterar la mecánica básica
de su ciberespacio, ni el entorno social y político en el que se
desarrolla. Sumemos a todo esto la necesidad, legítima en todo autor, de
superarse narrativa y formalmente, de afilar el estilo y llegar a ganar
cuerpo en la prosa, los diálogos y los personajes. Realmente, no es algo
sencillo. Y Gibson no sale del todo bien parado, quizá porque intenta
cubrir todo los flancos.

Así es que Conde Cero es una muy buena novela, pero no llega a levantar
el vuelo y la tensión de Neuromante. Lo que no es grave. Simplemente
sucede que éste primer libro era demasiado bueno.

Conde Cero
Autor: Willam Gibson
Editorial: Minotauro
Número de páginas: 354
Impreso en: España
Año de edición: 1990
Título original: Count Zero
Primera edición original: 1986

Martín Salías trabajó en Investigación y Desarrollo en una importante empresa nacional, dirigió departamentos de capacitación y soporte, y hoy tiene su propia consultora, Merino Aller & Asociados. Tambien es tesorero del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía (CACyF). Años atrás dirigió la revista de ciencia ficción GURBO, durante 12 números, y posteriormente ha colaborado en Otros Mundos, y otras publicaciones. Puede ser contactado a través de FidoNet en 4:901/303.11 o Internet en [email protected]