La telemática renueva y exacerba los riesgos de la independencia. Sin
duda, esto último reside en la salud económica y el consenso social.
Algunos países prósperos están satisfechos con esto. Otros - más
preocupados por su estabilidad, más nostálgicos del antiguo poder o más
deseosos de preservar su influencia y su libertad - intentan
salvaguardar su autonomía en ciertos sectores clave. Es desde esta
perspectiva que los puntos de inflexión del procesamiento de datos (el
desarrollo de redes y la creación de bancos de datos) exigen nuevas
acciones.
Un nuevo imperativo industrial
Las políticas de antaño
Desde la aparición de las primeras computadoras, el procesamiento de
datos se ha convertido en un sector estratégico en la mayoría de los
países; Conscientes del carácter específico de su materia prima (la
información), los gobiernos rápidamente se interesaron en esta
industria. De hecho, desde 1945, pocas áreas - a excepción del átomo -
han recibido un escrutinio gubernamental tan estricto; esta vigilancia
era una expresión del deseo de limitar la dominación estadounidense, más
fuerte aquí que en cualquier otra zona. Los gobiernos dedicaron
importantes medios a este fin, siguiendo cada uno una estrategia
conforme a su propio temperamento.
Japón se propuso reunir el conocimiento tecnológico necesario para la
fabricación de computadoras. Luego se cerró a toda intromisión externa,
estableciendo un proteccionismo draconiano. Para garantizar salidas a su
industria informática, basó su crecimiento y su capacidad exportadora en
la producción en masa.
Alemania, por su parte, aceptó el predominio estadounidense desde el
principio. Poco a poco, una vez adquirida la tecnología básica, procedió
a "germanizar" los productos: política que ha seguido en otros ámbitos,
como por ejemplo la energía nuclear. Pudo así forjar una industria
sólida, situada en las almenas de las exportaciones.
Gran Bretaña ha seguido una política diversificada: la decisión de
apoyar a un fabricante nacional formaba parte de un plan de acción
global en el que el desarrollo de aplicaciones, la formación de los
usuarios y los vínculos con las telecomunicaciones ocupaban puestos
importantes.
Francia ha llevado a cabo una política colbertista. El deseo de
construir los ordenadores necesarios para la force de frappe (fuerzas de
disuación nuclear) hizo aún más relevante su carácter voluntario. Este
esfuerzo se concentró en una sola empresa, situada en el ámbito
administrativo, impulsada por un deseo de independencia tecnológica y
gestionada según mecanismos que entrelazaban estrechamente objetivos
industriales y limitaciones gubernamentales.
Estrategias tan diversas como éstas tuvieron que producir resultados
desiguales. La informatización acelerada que experimentaron todos estos
países dejó una decil más o menos grande a los productos extranjeros. En
1975, las empresas estadounidenses suministraban el 45 por ciento del
parque informático del Japón, el 60,5 por ciento de Gran Bretaña, el 75
por ciento de Alemania, el 83,5 por ciento de Francia (después de la
fusión con CTT Honeywell Bull, 75 por ciento). Estos datos generales
ocultan fenómenos disímiles: potencial técnico más o menos desarrollado,
capacidades exportadoras desiguales y repercusiones diferenciadas en
otros sectores de procesamiento de datos. Las ironías de la historia han
hecho que la industria de servicios francesa sea la segunda del mundo,
cuando al principio éste no era su objetivo principal.
Estas situaciones contrastantes muestran que la batalla para reducir la
posición de la industria estadounidense ya ha terminado, una batalla
dirigida ante todo a IBM debido a su dominio en la fabricación de
computadoras. Hoy el desafío es diferente: IBM va más allá del
procesamiento de datos y lo que está en juego, el campo de batalla y la
naturaleza de la competencia han cambiado.
Transformación del desafío IBM
Para hacer frente a IBM es necesario comprender las razones de su
dinamismo, medir el peso de su éxito e intentar anticipar su dirección
futura.
Esta empresa ha jugado el juego multinacional de forma más inteligente
que ninguna otra. Apoyado en el mercado americano, el primero del mundo,
ha sabido invadir los mercados de otros países. Descentraliza su
actividad industrial y comercial pero conserva el control sobre sus
estrategias esenciales en investigación, inversión y marketing. Domina
el sector que se espera que experimente el mayor desarrollo en las
próximas décadas: los datos seguirán expandiéndose en la sociedad del
mañana, y el procesamiento de datos (y más tarde la telemática) lo
acompañarán. IBM está atrincherada, si no aislada, al menos con tales
reservas de poder que no puede verse seriamente amenazada. A diferencia
de los grupos petroleros, no se ve amenazado ni por proveedores que
podrían apuñalarla por la espalda, ni por socios de carteles cuya
solidaridad no excluye la rivalidad, ni por las incertidumbres y
obstáculos que experimentan todos los conglomerados.
Su lugar (entre el 60 y el 70 por ciento) en el mercado mundial de la
informática revela sus capacidades técnicas y comerciales y explica su
solidez financiera, que respalda una política que tiene todas las bazas
para penetrar en el mercado de la informática desde arriba y desde
abajo. Ni empresa ni gobierno ha dominado perfectamente la cadena que va
del componente al satélite.
Hasta ahora, la fuente del éxito de IBM ha sido su dinamismo comercial.
Se ha sometido rigurosamente al juego del mercado, guiándolo pero
cediendo a él. Para IBM, como para todos los fabricantes de
procesamiento de datos, el futuro exigirá un tipo de actividad
diferente. IBM ha seguido los vericuetos del nuevo procesamiento de
datos tanto como lo ha dado origen.
IBM, el principal usuario de componentes del mundo, también ha buscado
ser el principal fabricante. Lo ha logrado con una velocidad y
eficiencia impresionantes. A partir de ahora la empresa concederá una
importancia excepcional a las telecomunicaciones. Así lo demostró su
determinación de obtener del gobierno estadounidense el derecho a lanzar
un satélite. Pero en adelante las comunicaciones serán demasiado
superpuestas y los satélites demasiado importantes para que IBM se
contente con dedicarse al teleprocesamiento.
Una vez que se haya comprometido a transmitir voces, imágenes y datos,
se verá obligada a competir con los organismos de telecomunicaciones en
su ámbito tradicional de actividad. Cualquier gobierno o empresa privada
que intentara responder a esta estrategia concentrándose exclusivamente
en la fabricación de computadoras se estaría oponiendo a la IBM de ayer,
no a la de hoy, y menos aún a la de mañana.
La respuesta industrial (volveremos sobre esto más adelante) afecta a
todos los aspectos de la profesión del procesamiento de datos:
componentes, fabricación de equipos mini y paracomputadores,
procesamiento de datos a gran escala y empresas de servicios. Pero lo
que está en juego en la soberanía se ha desplazado hacia el control de
las redes, que condicionan tanto el control de las comunicaciones como
la dirección del mercado informático.
Paradójicamente, el éxito de IBM y el campo de su nuevo desarrollo
brindan a los gobiernos la oportunidad de ocupar su lugar como
intermediarios de la empresa en un área en la que no están tan
indefensos. IBM fabricaba y vendía máquinas y tenía clientes y algunos
rivales. Como controladora de redes, la empresa adquiriría una dimensión
que iría más allá del ámbito estrictamente industrial: participaría,
quisiera o no, en el gobierno del planeta.
En efecto, ¿tiene todo lo necesario para convertirse en uno de los
grandes sistemas regulatorios mundiales? Algunas organizaciones han sido
o son portadoras de una escatología que intenta incesantemente reordenar
su maquinaria operativa: por ejemplo, la Iglesia Católica o la
Internacional Comunista. Hoy cada uno de ellos ve o experimenta las
dificultades que presenta este alboroto constante. Partiendo de la
situación inversa, IBM tiene la vocación de convertirse a su vez en uno
de los grandes actores del escenario mundial. En este mismo momento
cuenta con el equipamiento. Puede que esté intentando acelerar las
perspectivas comerciales de tal desarrollo; indudablemente no está
midiendo las limitaciones políticas. La magnitud de su éxito obligará
tarde o temprano a IBM a adoptar una nueva visión de su entorno; esto
ofrecerá a los gobiernos nacionales la oportunidad de abrir un diálogo
renovado con la empresa.
La mayoría de ellos están mal preparados para esta contienda. Necesitan
tomar conciencia de su carácter novedoso y fortalecer su posición
negociadora con un sólido dominio de sus medios de comunicación. La
dificultad radica aún más en el hecho de que ningún país puede
desempeñar ese papel por sí solo.
Los estados se formaron para establecer dentro de sus fronteras un
equilibrio aceptable entre las grandes rivalidades económicas y
sociales. Pero la internacionalización de lo que está en juego significa
que hoy ningún galicanismo económico es suficiente para mantener a Roma
fuera de Armonk.
La independencia sería vana y tan fácil de flanquear como una inútil
Línea Maginot si no estuviera respaldada por una alianza internacional
que tuviera los mismos objetivos. Una política así no es fácil; tampoco
está fuera de nuestro alcance, como veremos. Naturalmente, redundaría en
beneficio de todos los participantes en el juego del procesamiento de
datos, ya sean públicos o privados. De este modo, cada nación
conservaría la libertad de perseguir sus propios proyectos sociales.
Por otro lado, la falta de acción gubernamental creó un vacío que
rápidamente fue llenado por el dinamismo de IBM. Si IBM fuera ahora
“absorbida” por problemas sociales con connotaciones políticas que no
forman parte de la lógica de su desarrollo industrial y comercial, se
distraería de su vocación. Al extender su dominio a sectores bajo
control público, corre el riesgo de provocar resistencia y socavar su
eficacia comercial.
IBM debería intentar lograr negociaciones que definan claramente los
límites entre las prerrogativas gubernamentales y el mercado. Es de
esperar que los portavoces implicados sean lo suficientemente poderosos
como para que IBM no los designe ni ocupe su lugar. Corresponderá pues
al Estado, y en lo que a nosotros respecta a Francia, crear este frente
de portavoces del interés público.
Soberanía de la red
El desarrollo de sistemas de redes renueva el viejo problema de las
relaciones entre el Estado y los medios de comunicación. Esto no es un
simple reflejo de la autoridad que quiere utilizar la telemática para
apuntalar sus prerrogativas. La multiplicidad de agentes económicos que
pone en contacto, su capacidad para facilitar los intercambios de
información y su papel como instrumento de poder explican su
importancia. Sin control, el Estado no podrá superar los efectos de la
dominación de la red ni preservar suficiente libertad para cada uno de
los participantes. La informatización estaría entonces sujeta a la
influencia de los administradores de los medios de comunicación,
quienes, por razones legítimas de rentabilidad, buscarían básicamente
retener a sus clientes.
Si varios fabricantes de importancia comparable compartieran esta tarea,
es posible que, a pesar del riesgo de un cártel, se neutralizaran entre
sí. Pero la omnipotencia de IBM desequilibra el juego: IBM determinaría
el modo, el ritmo y los atributos de la informatización.
Controlar el sistema de red es, por tanto, un objetivo esencial. Esto
requiere que su marco esté diseñado para servir al pueblo. Pero también
es necesario que el Estado defina estándares de acceso; en caso
contrario lo harán los fabricantes, utilizando las rutas disponibles
pero sometiéndolas a sus propios protocolos. Para mantener las ventajas
que les reportará esta política, las autoridades públicas deben empezar
inmediatamente a prepararse para la fase satélite. Desde esta doble
perspectiva, encontrarán aliados potenciales en la “internacional de las
telecomunicaciones”.
El poder de la estandarización
El objetivo es garantizar intercambios abiertos permitiendo a los
usuarios conversar entre ellos independientemente de su equipo. De lo
contrario, no podrán utilizar el hardware o los servicios de otro
fabricante. De hecho, garantizar las conexiones - a pesar de la
heterogeneidad tanto del hardware como del software - requiere, en
primer lugar, definir reglas comunes para el manejo de los mensajes, una
forma de estandarización que involucra la función de las
telecomunicaciones. Pero también es necesario unificar la forma en la
que se difunden y encontrar algún tipo de lenguaje y sintaxis común.
Esto implica especificaciones que invaden el dominio de los fabricantes.
El nivel de estandarización cambiará así la frontera entre los
fabricantes y las organizaciones de telecomunicaciones: será una lucha
enconada, ya que se desarrollará a partir de un juego recíproco de
influencia. Pero el objetivo del control popular indica la estrategia a
seguir: aumentar la presión a favor de la normalización.
Sin embargo, tal línea de acción supone dos condiciones previas. La
primera es la estandarización de protocolos. Una ausencia total de
normas sería mejor que normas puramente nacionales. Esto aislaría a los
agentes económicos franceses, privándolos de conexiones y servicios
extranjeros y debilitando su capacidad de competir. Además, los
fabricantes franceses no podrían exportar sus equipos.
La segunda condición previa es la capacidad de lograr que todos los
participantes acepten estas limitaciones. La estandarización constituye
una jaula. Si IBM no entraba, cerrar a cualquiera de sus competidores
más flexibles o más dependientes equivaldría a una penalización.
Sin duda, la elección de tal política puede desacelerar el ritmo del
progreso técnico: crear un conjunto duradero de reglas unificadoras
frente a un proceso de desarrollo rápido y casi incontrolado implica un
delicado equilibrio. Sin embargo, una política ambiciosa de
normalización no obstaculizaría excesivamente la innovación, dada la
vitalidad dinámica de los fabricantes y las probables reticencias de
algunos organismos de telecomunicaciones. Más allá de esto, en cualquier
caso es importante prepararse para la etapa fundamental del satélite.
Satélites
Concebidos como eje de las comunicaciones, eslabón esencial en el
desarrollo de los sistemas de redes y destinados a facilitar el aumento
de las transmisiones superpuestas, los satélites están en el corazón de
la telemática. Eliminadas de la carrera de los satélites, las naciones
europeas perderían un elemento de soberanía respecto a la NASA - que
gestiona los lanzamientos - y respecto a las empresas especializadas en
gestionarlos, especialmente IBM.
Por el contrario, si fueran capaces de lanzarlos, construirlos y
gestionarlos, las mismas naciones estarían en una posición de poder.
Esto supone un marco de acción fuera del alcance de cualquier país.
La construcción de satélites es un requisito previo. La industria
europea hoy puede producir satélites débiles; de ahora en adelante,
necesita prepararse para la próxima generación, que alterará los modos
de transmisión. Estos satélites no deben constituir simples "espejos"
que reflejen datos de un punto a otro, sin reglas para el manejo y
transmisión de mensajes. De lo contrario, los fabricantes de sistemas de
red ya no estarían obligados a respetar los principios del libre acceso.
Por lo tanto, corresponde a los distintos países implementar protocolos,
desempeñando un papel análogo al del X.25 para las redes terrestres.
Este esfuerzo tropezará con los obstáculos tradicionales. Los costes
excesivos que estas normas impondrán a las líneas abiertas, el riesgo de
ver frustrando el progreso técnico, y las dificultades de implementación
son otros tantos contraargumentos.
Sin embargo, sin satélites, los gobiernos nacionales ya no participarían
en el desarrollo de la telemática. Sin embargo, sin protocolos, los
satélites que podrían construir equivaldrían a coartadas vanas.
No basta con diseñar y construir plataformas: todavía hay que lanzar los
satélites. Al depender de los cohetes estadounidenses, los países
europeos se beneficiarían de una ayuda tanto menos justificada en
proporción a la capacidad de sus satélites para reforzar un elemento
nada despreciable de soberanía. Sin ceder a la obsesión por las
conspiraciones, es necesario estar atentos a posibles convergencias de
intereses e impedir que se desarrolle la dependencia en un área crucial
(los lanzadores coheteriles), mientras se intenta limitarla en otras (en
las redes telemáticas). El programa Ariane parece ir en la dirección
correcta, pero no está dentro del alcance de este informe juzgar si
podrá poner en órbita satélites potentes durante los años 1985-1990.
En cualquier caso, tal política sólo puede concebirse dentro de un marco
internacional. Es demasiado costoso para un solo país - mientras que la
definición de protocolos a nivel satelital requiere un amplio acuerd -
al igual que cualquier medida de estandarización. Aquí también, como
ocurre con las redes terrestres, se necesita una política vigorosa para
que Francia encuentre aliados.
Aliados potenciales
La multiplicación de las transmisiones internacionales ha requerido la
cooperación permanente de los organismos de telecomunicaciones. Las
inversiones concertadas, la definición de normas y procedimientos y el
aumento de la interdependencia financiera dan lugar a un enfoque común.
Ciertas instancias especializadas (CEPT a nivel europeo, CCITT a escala
mundial) forman el marco tradicional en el que se expresa esta
“internacional” de las telecomunicaciones.
Esta sin duda ha experimentado tensiones y divisiones. La administración
alemana de telecomunicaciones parece inquieta ante la idea de elaborar
una política europea de satélites: perdería así los derechos de tránsito
que le garantiza su posición geográfica en el corazón de Europa.
Asimismo, la adopción de "técnicas de conmutación de paquetes" para la
transmisión de datos no ha sido unánime: Gran Bretaña, Holanda y España
se han unido a ella o están en proceso de hacerlo, mientras que los
países nórdicos siguen siendo partidarios de la "conmutación de
circuitos". Estos conflictos seguirán siendo agudos mientras los
problemas que reflejan formen parte del mundo de las telecomunicaciones.
Frente a rivales potenciales, la internacional se está reformando. Esto
quedó demostrado con la adopción del protocolo X.25 para la
estandarización de la transmisión de datos: el acuerdo se concluyó a
pesar de la presión de los fabricantes de ordenadores. La solidaridad
mínima es aquella que crearía una asociación entre las naciones
europeas. Tendría más peso en la medida en que recibiera apoyo de AT&T.
Hoy esto parece posible debido a la creciente competencia que IBM
ejercerá sobre este "imperio".
En definitiva, la soberanía nacional europea puede verse reforzada al
unirse a una empresa de telecomunicaciones estadounidense cuya situación
la acerque - en términos de estructura e intereses - a las
administraciones europeas. Por supuesto, sigue existiendo el riesgo de
que AT&T pueda llegar a un acuerdo con IBM respecto de los mercados
estadounidense y mundial, o incluso un acuerdo para compartir el poder
sólo en el mercado mundial, a pesar de la viva competencia que podrían
darse entre sí en Estados Unidos. En tal hipótesis, las administraciones
europeas quedarían debilitadas. Pero esto no es muy probable. Los
intereses de estos gigantes son divergentes; sus estructuras y sus
historias pasadas los hacen extraños entre sí.
Independencia a través del Control de la Información:
La aparición de los sistemas en red ha dado lugar al desarrollo de los
bancos de datos, los cuales se están multiplicando, especialmente en
Canadá y Estados Unidos. Mientras tanto, Francia está empezando a
quedarse muy atrás en este ámbito. Las autoridades públicas deben
emprender acciones enérgicas; no hacerlo puede crear una dependencia que
puede tener graves consecuencias.
Un riesgo de alienación
Los bancos de datos cambian las condiciones de recopilación y
conservación de estadísticas: amplían infinitamente la capacidad de
almacenar datos, ya se trate de conservar datos brutos o referencias
bibliográficas. Modifican los requisitos de acceso y hacen posibles
exámenes remotos, siempre que puedan conectarse a una red.
Este fenómeno golpea de lleno al conjunto de la actividad económica,
técnica, científica y académica. Lo mismo se aplica a la pequeña empresa
(que en adelante podrá acudir a un banco especializado para encontrar
tal o cual proceso de fabricación), y a la sección de previsión de una
gran empresa (que tendrá a su disposición todos los datos sobre las
perspectivas de economía). Todos estos datos existían antes de la
instalación de los bancos de datos, pero la mayor parte del tiempo
estaban dispersos, eran inmanejables y difíciles de utilizar. Es la
facilidad de acceso lo que crea la necesidad. Dos usuarios, uno de los
cuales hace un uso inteligente de los bancos de datos y el otro se
contenta con la escasa información tradicional, ven modificadas sus
posiciones en el juego económico. Lo mismo ocurre con el trabajo
académico o la búsqueda de lagunas comerciales por parte de una gran
empresa.
Los bancos de datos son a menudo internacionales y el desarrollo de las
transmisiones permite acceder a ellos sin penalizaciones arancelarias
excesivas desde cualquier punto del planeta. De ahí la tentación en
algunos países de utilizar bancos de datos estadounidenses sin crear los
suyos propios.
La indiferencia ante este fenómeno se basa en la creencia de que esta
dependencia no será más fuerte ni más perturbadora que la de cualquier
otro tipo de suministro. Pero el riesgo tiene un carácter diferente. La
información es inseparable de su organización y su modo de
almacenamiento. A largo plazo, no se trata sólo de la ventaja que puede
conferir la familiaridad con tal o cual conjunto de datos. El
conocimiento acabará siendo moldeado, como siempre lo ha sido, por el
acervo de información disponible.
Dejar a otros –es decir, a los bancos de datos estadounidenses– la
responsabilidad de organizar esta "memoria colectiva" y contentarse con
sondearla es aceptar una forma de alienación cultural. Instalar bancos
de datos es un imperativo de soberanía nacional.
Un plan de banco de datos
Los bancos de datos no son todos iguales. Algunas pueden seguir siendo
propiedad de grupos cerrados y de profesiones cuyos miembros no sean muy
numerosos, mientras que otros deben ser accesibles a todos, so pena de
afectar el equilibrio de poder. Los primeros están destinados a unos
pocos, mientras que los segundos apoyan, por ejemplo, la previsión y la
planificación nacionales. Los primeros se desarrollan únicamente por
iniciativa de los futuros usuarios, mientras que los segundos requieren
una fuerte participación de las autoridades públicas.
La creación, difusión y regulación del acceso a estos bancos de datos
esconde un problema de carácter político. Este informe no puede abordar
todas las cuestiones jurídicas y éticas que plantea este rápido
desarrollo. Sólo su orientación general merece ser subrayada: no está
claro que todos los principales departamentos del gobierno (las
universidades, el INSEE, los ministerios técnicos) hayan percibido la
importancia estratégica de los bancos de datos. Véase, por ejemplo, el
poco uso que las grandes instituciones económicas francesas hacen de los
bancos internacionales, aunque parecerían ser la base sobre la que
construir un equivalente nacional. En estas condiciones, es
responsabilidad del gobierno tomar la iniciativa y dar apoyo legal y
financiero a las entidades competentes para llevar a cabo esta tarea.
Esta acción ganaría en amplitud y eficacia si las autoridades públicas
desarrollaran un plan de banco de datos, verificando las instituciones
que se crearán, evitando controles cruzados inútiles y determinando los
responsables de su implementación. Ésta es la política seguida en
particular por la República Federal Alemana.