Internet, en Argentina, nació en Exactas
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Federico Novick
Licenciado en Comunicación Social (UBA) y miembro del Programa de
Historia. En breve comienza el doctorado en Estudios de la Información
en UCLA.
En unos pocos años, proyectos futuristas vislumbrados en torno a la
interconexión de computadoras fueron superados por la realidad, y
aquellas abstracciones que los expertos intentaban explicar al público
lego son hoy obviedades para los millones de usuarios de la red que
diariamente se nutren y alimentan de datos a la "nube".
En Argentina, esa vertiginosa historia tiene un punto de partida en la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, donde lo que comenzó siendo un
desafío se transformó en la primera red del país.
Federico Novick, el autor de este trabajo aborda, desde una perspectiva
sociotécnica, el desarrollo de las redes teleinformáticas en Argentina y
Latinoamérica.
La historia de la computación en nuestra Facultad cuenta con una fecha
fundacional en su calendario: el 15 de mayo de 1961, cuando se presentó
ante el público Clementina, la legendaria computadora que comenzó a
funcionar en el Instituto de Cálculo, que dirigía Manuel Sadosky. Aunque
resulte poco creíble, tuvieron que pasar más de diez años para que otro
equipo de envergadura volviera a ponerse en marcha. Desde 1971, año en
que se apagó la vida de Clementina, hasta 1982, la comunidad académica
de Exactas no contó con una computadora. Durante el año de la guerra de
Malvinas llegó a la Facultad una flamante minicomputadora marca VAX,
después de permanecer un tiempo en la aduana. La máquina, adquirida
cuando aún estaba en su cargo el último rector de la dictadura, Carlos
Segovia Fernández, fue puesta en funcionamiento en 1983. En ese momento
ingresan también los primeros alumnos a la nueva Licenciatura en
Ciencias de la Computación, que venía a suceder a la carrera de
Computador Científico, inaugurada en 1963. Las nuevas autoridades
democráticas habían nombrado a Gregorio Klimovsky como decano
normalizador. En medio de un clima de notable algarabía y participación
dentro de la Universidad, la Computación como disciplina –tanto en
investigación como en docencia– se encontraba debilitada, con escasos
recursos materiales y humanos. Klimovsky designó a Hugo Scolnik, doctor
en Matemática con gran experiencia en Computación, como director del
Instituto de Cálculo: "Klimovsky me nombró director del Instituto ad
honorem. Había un proyecto para crear una Facultad de Informática, que
Raúl Alfonsín aprobaba, e incluso ofreció un edificio. Pero existían
contras de otras facultades, como la de Económicas fundamentalmente, que
era a la que más le molestaba. Llegamos a la conclusión con Klimovsky y
otra gente que lo que era factible políticamente, era crear un
Departamento de Computación en Exactas. La carrera de Computación
funcionaba en dos cuartitos, cada vez que entraba un mango iba para los
matemáticos, jamás iba para Computación, ni un libro. Eso te demostraba
que ahí no se podía desarrollar, la única manera era con un Departamento
independiente."
En ese Departamento, creado en 1985 como un nuevo espacio académico en
la Facultad, se gestó el grupo de jóvenes estudiantes y docentes que
sentó las bases para la aparición y desarrollo de Internet en nuestro
país. Una decisión inicial y de avanzada fue la adopción del sistema
operativo multiusuario UNIX, casi desconocido hasta ese momento, como
herramienta de trabajo. A partir del estudio, la enseñanza y la
investigación realizados en esa plataforma, y a pesar de los medios
limitados, se pudo progresar a paso firme en el nuevo campo de las
redes. Mauricio Fernández, estudiante de Computación por esos años y uno
de los primeros integrantes del grupo fundacional, recuerda que "el
Departamento de Computación impulsó una materia denominada ‘Lenguaje C y
UNIX’, que buscaba introducir estos nuevos conceptos.
Hay que tener en cuenta que todo el equipamiento que tenía la Facultad
para la carrera de Ciencias de la Computación era una VAX con unas
veinte terminales. Uno tenía que reservar el uso de las terminales como
se reserva una cancha de tenis". Este sistema precisaba de recursos
humanos y tiempo para administrarlo. Aquellos alumnos que empezaron a
trabajar como ayudantes de segunda, tuvieron que hacerse solos: "Nos
tiraron los manuales y algún que otro libro. De a poco fuimos
descubriendo el UNIX, hasta que un buen día vimos que tenía un
utilitario que se llamaba UUCP, que te permitía copiar un archivo de una
máquina a otra. Para la época, eso era como ciencia ficción. Al
principio conectamos dos máquinas UNIX con un cable. Después nos fuimos
animando a conectar ambas máquinas a un módem y hacer que una de las
máquinas disque (era como ver magia que una máquina discaba un numero de
teléfono), la otra atienda y los módems comiencen a emitir todo tipo de
chirridos y chiflidos."
La materia, que era optativa, la dictaba también Julián Dunayevich,
quien el primer día que pisó la Facultad lo hizo a la vez como docente y
como alumno: esa situación por lo menos extraña tiene su raíz en la
escasez de personal para enseñar temas de avanzada. Además de la VAX, el
Departamento recibió otros equipos como parte de una donación de la
empresa Fate Electrónica. Fue en Fate donde el grupo pionero se
consolidó, durante un curso que dictó allí, en julio de 1986, Juan
Carlos Angió, primer graduado como Computador Científico de la Facultad.
Asistieron Dunayevich, que era becario de la empresa, Jorge Amodio,
Carlos Mendioroz y Mauricio Fernández. Al tiempo, Nicolás Baumgarten
también se convirtió en becario de Fate Electrónica. Todos ellos eran
alumnos de la licenciatura en Ciencias de la Computación y trabajaban
bajo la tutela de Hugo Scolnik en el pequeño cuartito del Pabellón I
donde el Departamento había instalado las computadoras.
Llega Alberto Mendelzon
En octubre de 1986 llegó al país Alberto Mendelzon, que había egresado
como Computador Científico a principios de la década del setenta para
continuar su trayectoria académica en Princeton y Toronto. Sus trabajos
de investigación, relacionados con la organización y búsqueda de datos,
contribuyeron a sentar las bases del diseño de lenguajes para realizar
búsquedas en la futura World Wide Web. Durante el año sabático que tomó
hasta 1987, trabajó dentro de un proyecto de Naciones Unidas en el
contexto de la Cancillería argentina.
Al Ministerio de Relaciones Exteriores entraron a trabajar también Jorge
Amodio, Carlos Mendioroz y Mauricio Fernández. Para Mendelzon, resultaba
de vital importancia poder comunicarse con la Universidad de Toronto
mediante el uso del correo electrónico. El grupo, por su lado y desde la
Facultad, comenzó a realizar pruebas de comunicación a través de un
módem, por vía telefónica, e instaló el primer nodo –un punto de
conexión a la red– al que llamó DCFCEN (por Departamento de Computación
de FCEN). Por el lado del Ministerio, y bajo los auspicios del entonces
canciller Dante Caputo, los jóvenes expertos de Exactas se integraron al
proyecto de informatización. El objetivo era transformar los sistemas de
comunicación: todas las dependencias, incluidas las embajadas, debían
incorporar computadoras y mejorar el intercambio de información, que se
hacía a través del Télex y del viejo y no tan confiable correo
tradicional. En ese momento, una red popular era la llamada "red UUCP"
–nacida a partir del programa para UNIX, que quiere decir Copia de Unix
a Unix– que utilizaba la Universidad de Toronto: para vincularse con
esta institución Amodio y Mendioroz crearon en el Ministerio el nodo
ATINA. Así lo recuerda Jorge Amodio: "Contando con ATINA lista para
prestar servicio, informalmente le solicitamos permiso a la coordinación
del proyecto de Informática de Cancillería, para crear una cuenta con el
objeto de establecer una conexión con el Departamento de Computación de
la FCEN, y tomar `prestado´ uno de los módems Hayes y algunos chips de
memoria. Sin analizar en profundidad lo que esta decisión representaría
más tarde, la respuesta por parte de la coordinación del proyecto es
afirmativa. Creo que debe haber sido uno de los viajes más rápidos que
hice desde las oficinas de la Cancillería en Retiro, a la Facultad, con
el módem y los chips de memoria bajo el brazo. Me encuentro con Julián,
que había conseguido una versión `prestada´ de Xenix para 8086.
Previamente habíamos conseguido convencer a las autoridades del
Departamento de Computación que nos asignaran una de las pocas PC que
teníamos en ese momento, y uno de los cuartitos que se encontraban
enfrente al Laboratorio de Microcomputadoras donde disponíamos de una
línea telefónica. Destornillador en mano y pila de diskettes listos para
la instalación, ampliamos la memoria de la PC al máximo de 640K,
conectamos el módem, y Julián comienza la tediosa tarea de instalar
Xenix en esta máquina a la que bautizamos con el nombre de DCFEN (...)
Pese a las limitaciones con las que contaba nuestro proyecto,
empezábamos a darnos cuenta que teníamos en nuestras manos un prototipo
funcional de lo que podía llegar a constituirse en una red académica de
alcance nacional."
Esa red, bautizada como RAN (Red Académica Nacional), con base en la
Facultad y conexión al exterior desde Cancillería, fue la punta de lanza
del uso de correo electrónico en la comunidad académica argentina. En
Exactas, los docentes e investigadores podían acceder a través de las
computadoras del Departamento a sus propias cuentas de correo
electrónico y comunicarse con colegas e instituciones en el exterior,
además de leer trabajos y participar de listas de correo. Con la llegada
de nuevos equipos, módems y líneas telefónicas, el proyecto creció y
rápidamente se incorporaron nodos nuevos, alejados geográficamente
Hacia Afuera
Para noviembre de 1987, Exactas ya tenía su propio nodo, y la red inició
su crecimiento: "Empezamos a mandar y recibir mails. Al ver que
funcionaba, comienza a venir también la gente del Departamento de
Física, del de Matemática y del IAFE, que estaban muy conectados a nivel
personal con el resto del mundo. De repente, y no sé muy bien cómo, de
un día para el otro eran unos cien usuarios. Al principio venían a usar
la máquina, pero eso no duró mucho, ya que se empiezan a armar los nodos
adentro de la Facultad", recuerda Baumgarten, al mismo tiempo que revela
cómo era el día a día de un estudiante, docente, y colaborador Ad
Honorem de la RAN: "Nos llevaba tiempo hacerlo pero era divertido. Todo
esto fue alrededor de 1988 y 1989, cuando empezamos a laburar con Julián
en el Ministerio de Economía, en un proyecto que no formalmente, pero en
realidad fue así, financió nuestro tiempo. Nosotros hacíamos el laburo
en Economía, y la tecnología era la misma que en la Facultad". Ante la
falta de recursos en un proyecto que necesitaba incorporar nuevos
equipos en forma constante, el grupo tuvo que apelar a soluciones
alternativas. Un contribuyente silencioso fue, por esos días, la empresa
Pérez Companc, que necesitaba recibir a través del correo electróncio
unos importantes archivos desde el exterior. No podía pagar por el
servicio, ya que era gratuito, pero tampoco usarlo: estaba destinado
únicamente a fines académicos. El grupo decidió pedirle entonces una
donación de maderas y mano de obra, para poder construir una oficina.
Durante unas semanas, mientras los obreros que enviaba la compañía
trabajaban en un semipiso de la Facultad antes inutilizable, la RAN se
encargaba de mandar, a través de una moto, varios diskettes con
información muy sensible para la empresa.
El crecimiento de la base de usuarios hizo que otras instituciones se
interesaran por la red y muy rápidamente gran parte del mundo académico
quería su conexión. El equipo de la RAN desarrolló una serie de
programas para que resulte más fácil conectarse desde una simple
computadora hogareña.
De repente, si alguien se enteraba de la existencia del servicio, pasaba
por el Pabellón I y se volvía a su casa con un diskette, un número de
teléfono y la posibilidad de conectarse a la red como nuevo usuario.
Absatz, ex compañero de Baumgarten en el Colegio Nacional de Buenos
Aires, tuvo gran responsabilidad en la creación del famoso Chasqui, una
pionera aplicación argentina que aparecía en las pantallas de muchos
usuarios a fines de los ochenta cuando se disponían a conversar con el
exterior.
"Computación, Matemática y Física fueron obviamente los primeros en
conectarse", precisa Absatz. "Me acuerdo que una vez cayó un rayo en un
cable que conectaba a varios departamentos en la Facultad, y quemó una
gran cantidad de computadoras y placas de red. A cualquier docente o
investigador que se nos acercaba, le dábamos una cuenta y se conectaba
para mandar y recibir mails. Originalmente se usaba UUPC, un software de
dominio público, que nosotros agarramos y distribuimos como venía." El
origen del Chasqui estaba en la tesis de licenciatura en Computación de
otros alumnos, Diego Bregman y Sonia Sosa, y fue uno de los primeros
programas argentinos para manejar correo electrónico, que usaba
novísimas "ventanas" y la futurista posibilidad de adjuntar archivos. El
éxito fue instantáneo y la demanda incesante: "En esa época, cuando no
dábamos abasto con la cantidad de gente que quería acceder al e-mail,
recibíamos llamados en la oficina que podían decir ‘Hola, ¿Qué tal?
¿Hablo con internet?’".
CCC: el Centro de Comunicación Científica
Sin demasiado apoyo por afuera de la Facultad, los objetivos centrales
de la Red Académica Argentina quedaron plasmados en el "Proyecto Red
UUCP", un documento interno de la Facultad que fue redactado en 1988 y
firmado por Dunayevich, Amodio, Fernández y Baumgarten, con el aval de
Hugo Scolnik y Juan Carlos Angió como directores. Allí se explicaba a la
comunidad científica los alcances de los servicios –correo electrónico,
búsqueda de información en bases de datos y carteleras electrónicas– así
como los beneficios que traería adoptar el protocolo UUCP. También se
informaba sobre diversos nodos que se vinculaban a la red mediante una
conexión remota: la Escuela Superior Latinoamericana de Informática
(ESLAI), el Programa Argentino-Brasileño, el IAFE, la Fundación
Bariloche, el INGEBI, la Universidad de La Plata y la CNEA, entre otros.
Se constituía de esa manera una red amplia, que vinculaba centros
académicos de diversa naturaleza. Cualquier usuario que quería acceder a
la red, podía utilizarla desde su casa, mediante el software "UUPC",
realizado y mantenido por el grupo. De esta manera, más allá de las
instituciones involucradas, la red creció exponencialmente en cantidad
de usuarios. No sólo lo usaban quienes caminaban los pasillos de la
Facultad: hackers inquietos, fanáticos de la computación y amantes
separados por océanos enteros pudieron comunicarse gracias a la política
de puertas abiertas del grupo.
Para ese momento, quedaba claro que existían dos opciones de
conectividad a redes en el ámbito académico: UUCP y BITNET. La apuesta
del grupo de Exactas era claramente UUCP. La UBA impulsó a BITNET, que
tenía al gigante IBM por detrás. Incluso, se llegó a inaugurar el Centro
de Tecnología y Ciencia de Sistemas (CTCS) en la Facultad de Ciencias
Económicas, como integrante de esta red, aunque nunca tuvo un desarrollo
efectivo y duradero. En un documento redactado por Dunayevich y Juan
Pablo Paz –Consejero por Graduados en ese momento– publicado en
noviembre de 1989 en la revista Mundo Informático se puede observar la
posición firme del grupo de la Facultad al respecto: "En el ámbito
estatal por el momento sólo existe una red que funciona en forma
efectiva, la red UUCP. También existen 3 nodos BITNet en funcionamiento
dentro de la CNEA y varios proyectos en carpeta (...) proponemos que el
país encare decididamente la organización de una RED ACADEMICA NACIONAL
construida sobre la base de la actual red experimental UUCP. Esta
propuesta se fundamenta en la convicción de que dicha red está diseñada
de manera tal que efectivamente puede cumplir el objetivo de servir al
conjunto de los científicos del país." La utilización de la red UUCP
significaba una baja inversión en equipos, una forma de organización
interna que permitía un rápido crecimiento en la cantidad de usuarios
conectados, y era usada por muchos centros académicos en todo el mundo
en ese momento.
En este auge de crecimiento, la Fundación Antorchas, una entidad sin
fines de lucro que financiaba proyectos educativos y culturales, decidió
participar en la creación de una red académica de gran alcance. A través
de Hugo Scolnik contactaron a Baumgarten y Dunayevich, que colaboraron
durante un año en el proyecto. Pero en el momento de ponerlo en marcha,
Antorchas y la Fundación Ciencia Hoy, que publicaba una revista
científica, prefirieron implementar una nueva red, Retina, con la CNEA.
Una decisión que dejaba afuera al grupo de la UBA, lo que significó un
revés personal y profesional muy grande para todos, que habían puesto
muchas esperanzas en el crecimiento de una red con una infraestructura
mucho mayor. Por otro lado, la Universidad seguía sin reconocer el
enorme esfuerzo que significaba mantener el sistema en funcionamiento
con recursos muy escasos y sin cobrar un centavo: cuando una computadora
o una línea se caían, las quejas iban dirigidas directamente a los
administradores de la red, como si se tratara hoy de un centro de
atención al cliente de una empresa de celulares, y no de un servicio
gratuito sostenido por la dedicación de un grupo mínimo de alumnos en
una universidad pública.
En 1989 comienza el proceso de privatización de Entel –la empresa
pública de telefonía– que alteraría el escenario de las
telecomunicaciones locales para siempre. Es el inicio entonces de una
disputa más grande para ver quién se quedaba con la administración de
las redes de uso científico y quién iba a controlarlas. El mapa ya era
más extenso y había muchos más intereses en juego que en los primeros
días.
El 17 de mayo de 1990, Amodio pone en marcha el vínculo permanente de
Cancillería con internet y comienza una nueva era. No sólo se podía
acceder al correo: ahora era posible usar Archie, el buscador de
archivos; Gopher, un "navegador" de texto que es antecesor de la WWW;
conectarse en tiempo real a remotas computadoras del mundo, e incluso
chatear.
La red continuó su crecimiento, y sus creadores asistieron a importantes
reuniones internacionales en Rio de Janeiro, SIRIAC en Santiago de
Chile, e Inet 91 en Copenhague, durante 1991. Allí, el grupo estableció
contactos con colegas de la región y del mundo, que muchas veces se
sorprendían de los avances alcanzados, de manera independiente, por la
RAN.
Recién en 1992 llegó el reconocimiento institucional por parte de la
UBA. El grupo, que había tenido un gran apoyo por parte de Hugo Scolnik
primero y Adolfo Kvitca e Irene Loiseau después –como Directores del
Departamento– no tuvo respaldo desde la Universidad, como dijimos, en su
primera etapa.
Los tiempos cambiaron y Mario Albornoz, que ya estaba hacía tiempo a
cargo de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad, colaboró
activamente con la nueva actitud desde el rectorado hacia el grupo de la
RAN. El 16 de septiembre de 1992, mediante la Resolución Nro. 2899 del
Consejo Superior, se creó el Centro de Comunicación Científica (CCC) y
se estableció como su misión "constituir y mantener en funcionamiento
una red de comunicaciones electrónicas que sirva como soporte a la
investigación y la enseñanza, así como medio para el mejor uso de los
recursos computacionales ya existentes, para toda la Universidad, e
incluso para usuarios externos...". Terminaba así un ciclo plagado de
logros pero también de contratiempos, y se abría un camino nuevo para
las redes académicas en Argentina.
Luego de siete años, y con miles de usuarios conectados, la Red
Académica Nacional era la más grande del país, y una importante puerta
de entrada a internet. Las decisiones que, por intuición o necesidad,
habían tomado sus fundadores resultaron correctas.
El círculo se cerraba en el mismo lugar donde había empezado, para dar
lugar al comienzo de otra historia: la de la red comercial, accesible al
que pudiera pagarla.
El autor agradece a Julián Dunayevich, Nicolás Baumgarten, Mauricio
Fernández, Mariano Absatz, Jorge Amodio, Martín Pérez Irene Loisseau y
Catalina Bartolomé por toda la información compartida y a Raúl Carnota,
Betty Baña, María del Carmen Ríos, Eduardo Díaz de Guijarro y Vicente
Bianchi por la lectura de textos y correcciones sugeridas.
La experiencia del Microsemanario de Exactas
Noticias desde Argentina
Durante casi toda la década de 1990, miles de argentinos residentes en
el exterior se pudieron informar semanalmente sobre lo que pasaba en el
país mediante el MicroSemanario, una publicación, editada desde la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.
(Por GGC y CB) Para entender el impacto de esta experiencia, debe
tomarse nota de los cambios enormes que hubo desde aquella época hasta
nuestros tiempos en materia de acceso a la información. A fines de la
década de 1980, si se recomendaba un artículo publicado en un diario el
mes anterior debía haberse tomado el trabajo de recortarlo y guardarlo.
Pasar música era entregar un objeto físico -disco de vinilo, cassette o
los novedosos CD-, y cruzar los dedos para que lo devuelvan en buenas
condiciones. Si en una charla de amigos no salía el nombre del director
de una película había que seguir apostando a la memoria porque no
podíamos sacar el Smartphone y googlear el nombre de la película. La
información se hacía desear, no estaba al alcance de un click. Los
creadores de Facebook, Whatsapp o Twitter estaban todavía en la escuela.
La telefonía celular empezaba a instalarse en Argentina con unos
aparatos que pesaban alrededor de 1 kg y de valor exorbitante.
Si bien Internet ya venía dando sus primeros pasos en el país (ver nota
principal), todavía era una posibilidad restringida. Sólo en el mundillo
de investigadores, profesores y unos pocos alumnos (los del Pabellón I)
o entre algunos profesionales que trabajaban en firmas muy poderosas
como IBM o que pagaban un servicio privado, se podía acceder a la
maravilla del e-mail.
El mundo de la computación se dividía entre los "mainframes" tipo VAX o
IBM, con los que se trabajaba usando terminales y programando en FORTRAN
77, los "clones" IBM-PC con su pantalla de fondo negro (por esos años
Intel había estrenado el 486 y se discutía si sería posible hacer un
procesador que quebrase la marca de 50 MHz) y las Mac con toda la fuerza
de un sistema operativo gráfico. Pero todas estas máquinas estaban
aisladas, "conectividad" no era una palabra muy utilizada en aquellos
años. La sociedad en general, y la Universidad en particular, intentaba
salir de la tragedia hiperinflacionaria que marcó el fin del gobierno de
Raúl Alfonsín.
Los primeros meses del gobierno de Carlos Menem, iniciado en julio de
1989, no tuvieron mucha gloria: un ministro de economía que se murió a
las pocas semanas de asumir, la promesa de tener una "revolución
productiva" que no llegaba y problemas con los militares "carapintadas".
Fue en aquella situación política, económica y tecnológica que Guillermo
Giménez de Castro, Guigue, asumió como Secretario de Extensión
Universitaria de la FCEN, durante el decanato de Eduardo Recondo. Sería
el mes de octubre de 1990 cuando recaló en las oficinas que compartía
con la secretaría de Asuntos Estudiantiles y donde también se encontraba
el despacho de Prensa al comando de Carlos Borches.
La Oficina de Prensa había comenzado a funcionar en 1987 con la edición
del "Cable", por entonces una publicación mensual de 32 páginas con
noticias de la Facultad. Patricia Olivella, Germán Justo y Diego Hurtado
de Mendoza completaban el equipo de Prensa cuya principal preocupación
era desarrollar canales para mantener comunicada a la comunidad de la
Facultad. En sintonía con los postulados propios de la recuperación de
la democracia, la salud de la institución estaba apoyada en la
participación de sus claustros y la calidad de la participación era
función de la información que circulara. De allí la importancia de
establecer canales que actuasen como cajas de resonancia de todos los
sectores de la comunidad.
En 1989 la hiperinflación había terminado con el "Cable" mensual dando
lugar a una hoja, el Cable semanal que, curiosamente, terminó siendo más
apropiada para la circulación masiva de información en la Facultad.
Recordando aquellos tiempos, Guigue resalta una palabra: Diáspora. Luego
de los primeros tiempos de la recuperación de la democracia, cuando
volvieron decenas de científicos esperanzados por aportar a la
reconstrucción del país, las condiciones económicas comenzaron a generar
una nueva diáspora. Algunos profesores volvieron a los países que los
habían recibido cuando la dictadura y cada vez más jóvenes graduados los
siguieron, ahora en un exilio empujado por los bajos salarios y la falta
de recursos e incentivos a la investigación.
La combinación de una búsqueda por mejorar y explorar canales de
comunicación, de la problemática de la diáspora y de nuevos elementos
tecnológicos se conjugaron para una experiencia novedosa en el "tercer
mundo". "Hagamos una extensión de la Argentina, si eso es posible,
mandemos noticias por medio de la nueva tecnología: el e-mail –recuerda
Guigue sin poder precisar de dónde surgió la idea-. Lo hablé con Carlos
y unas pocas semanas después, a fines de noviembre de 1990, salió en
MicroSemanario". "La idea era fantástica, habíamos conocido a algunos
profesores, como Cora Sadosky, que con mucho entusiasmo regresaron al
país en 1983 pero se desilusionaron en 1987. Se marcharon nuevamente al
exterior acompañados por una importante camada de jóvenes graduados.
Para la Facultad era muy importante que estos graduados sintieran que
eran tenidos en cuenta y una forma de manifestar este interés era
acercándoles noticias de la FCEN que salían en el Cable y noticias
nacionales tomadas de los medios", recuerda Carlos.
Después de haber conseguido una dirección de correo electrónico, y una
versión del "Chasqui", (el programa de e-mail desarrollado en el DC, ver
nota principal), instalado en una PC-AT 286 de 1 MB de memoria RAM (340
kB "extendidas"!), 30 MB de disco rígido, mouse y monitor de 14" de
color ámbar (naranja!) Guigue escribió el anuncio. Un mail breve, hoy
disuelto en el océano de Internet, que envió a una lista de mails de
argentinos en el exterior: el "Café", administrado por Elena "Zonja"
Fraboschi, que trabajaba en la Universidad de Indiana. El mensaje
solicitaba una respuesta por parte de los lectores para saber si el
emprendimiento tendría algún éxito e iba acompañado por la primera
versión del informe semanal que, obviamente, ocupaba más de dos páginas.
La respuesta fue rápida y era un contundente Si! Los administradores de
Chasqui comentaron que nunca habían visto una reacción de aquel tamaño;
decenas de personas al día siguiente, que al cabo de una semana eran
centenas, apoyaban la iniciativa y se comprometían a distribuir entre
amigos y parientes, sin acceso al mail, el informe semanal. Aunque
"centenas" hoy parece una minucia, hay que considerar que manifestarse
electrónicamente era bastante más complicado que apenas apretar el botón
de un mouse para decir "me gusta".
La realidad nacional hizo lo suyo para acompañar el nacimiento del
Micro. Una semana después de su aparición pública, el Micro llevaba el
relato del último alzamiento carapintada, realizado en vivo por Guigue
mientras él veía desde la ventana de su departamento a los cazas de la
FAA sobrevolar el Edificio Libertador en forma amenazante.
Las noticias enviadas por el Micro eran reproducidas en toda la
comunidad de argentinos en el exterior. En los kibutz de Israel, en
centros de residentes en Alemania y de Italia, las páginas del Micro se
imprimían y se hacían circular entre aquellos para los que acceder al
e-mail era todavía algo lejano.
Pronto los lectores de la FCEN pasaron a ser minoría entre más de cinco
mil argentinos que llegó a sumar la lista de suscriptores del Micro. La
comunicación con los lectores era intensa y a aquellas breves secciones
con noticias políticas y de la Facultad, se les sumaron una sección de
Deportes, con la cobertura de los campeonato de Fútbol, una de cultura –
los lectores pedían noticias de Charly García y Spinetta, novedades de
literatura- y otras. El grupo de redactores creció, llegó Enrique
Stroppiana, un auténtico periodista, y Gabriela Bagalá, una de las
primeras redactoras deportivas de la Argentina, en un tiempo en que el
fútbol era cosa de hombres. Luego se fueron acercando otros periodistas
que, gratuitamente, colaboraban con el Micro sólo por compartir una
experiencia comunicacional novedosa.
Incluso, durante algún tiempo, el Micro sirvió de Taller de Redacción
para un grupo de alumnos de un colegio secundario.
En 1995 el Micro conoció un competidor, el Interlink Headline News,
servicio diario de noticias argentinas de autoría de Alejandro
Piscittelli y Raúl Drelichman y que aún, en su versión 2.0 puede ser
encontrado en la Web todavía. La propuesta era algo diferente, porque
además de ser diario, era más opinión, un blog, inventado antes de que
existiera la WWW. A nivel internacional, la embajada de Francia en
Canadá desgrababa el noticiero del mediodía de Radio France
Internacional (RFI) y lo distribuía en forma de mail. Hasta donde llega
nuestro conocimiento estos fueron los primeros servicios informativos de
este género por Internet. No por casualidad entonces llamó la atención
de algunos autores del Primer Mundo, que le dedicaron unas páginas a la
singular experiencia tercermundista del MicroSemanario.
En el segundo lustro de los noventa, los diarios nacionales iniciaron su
incursión en la Web y el Micro comenzó a reformularse. Se especializó en
información de carácter académico y se desdobló en dos publicaciones
MicroSemanario y Educyt, contando con el valioso aporte de Fernando
Demarco, que llegaron a sumar quince mil suscriptores hasta los primeros
años del siglo XXI, cuando estas modalidades de información ya no se
ajustaban a las nuevas formas de lectura.
Proyecto UUCP
El entonces Consejero Directivo por el Claustro de Graduados, Juan Pablo
Paz, junto al Consejero por Estudiantes Adrián Roitberg, impulsaron en
el Consejo la creación y el apoyo financiero a la Red Académica.
A continuación un artículo publicado por Paz en la edición de noviembre
de 1988 de El Cable, la publicación de la FCEN, por entonces mensual
Hoy en día, toda Universidad o instituto de investigaciones científicas
donde se pretenda trabajar seriamente, necesita mantener vínculos
permanentes y fluidos con casi todo el mundo. Claro, pensar que en la
Argentina todavía se puede trabajar seriamente en ciencia puede sonar un
poco osado, teniendo en cuenta los pésimos sueldos y el bajísimo
presupuesto del sector. Sin embargo, queda gente dispuesta a hacerlo y
al mismo tiempo también a luchar para superar los problemas de fondo que
padece nuestro país.
En la Facultad se comenzó a desarrollar desde hace unos años (en el
ámbito del Departamento de Computación dirigido por el Dr. H. Scolnik un
proyecto para generar un prototipo de red Universitaria Nacional, que
cubriera, entre otros servicios, el de correo electrónico nacional e
internacional (ver Cable de septiembre). Este proyecto, si hubiera en
nuestro país una política científica con prioridades claras, debería
haber sido impulsado de lleno desde las más altas esferas
gubernamentales. Eso evidentemente no ocurrió. El grupo de la Facultad
desarrolló en poco tiempo una labor sumamente productiva que le permitió
llegar hoy a estar en condiciones de pasar de una etapa experimental a
otra en la cual todos los investigadores puedan hacer uso de un servicio
que resulta esencial para aquel que trabaje a nivel internacional.
Cabe destacar que los logros alcanzados por el equipo de computación
fueron hechos sobre la base de gente joven, en su mayoría alumnos de los
últimos años.
En agosto de este año presenté un proyecto en el Consejo Directivo por
el cual, dada la importancia del tema, se declaraba de "carácter
prioritario" para la Facultad a la Red Universitaria UUCP. Esta
declaración debía estar acompañada por una priorización en la
distribución de fondos, y en un tratamiento privilegiado en otros temas
(como el otorgamiento de líneas telefónicas, etc.). El tema se trató en
la última sesión del C.D. y fue aprobada una resolución surgida de dicho
proyecto.
Creo que la resolución aprobada es importante, que contribuirá a
afianzar el grupo que viene trabajando en computación y le permitirá
gestionar apoyos externos a la Facultad. Era un resolución necesaria ya
que el C.D. debía interesarse en el tema y actuar en forma positiva
(lamentablemente, algunos Consejeros, al comenzar a discutir el tema, lo
desconocían completamente; varios actuaron positivamente hacia él
mientras que otros pusieron reparos de distinto tipo o permanecieron
indiferentes).
Los Consejeros de Graduados por la mayoría estamos dispuestos a trabajar
para que este proyecto tenga éxito.
Nuestra experiencia en el C.D. nos dice que hay, por lo menos, dos
maneras de estar a favor de un proyecto: la primera consiste en votarlo
favorablemente cuando es tratado en la sesión del Consejo o de la
Comisión; la segunda consiste en trabajar para que este proyecto sea
tratado, para que atraviese la telaraña burocrática y para que después
no quede como una declaración de principios. Nosotros no estamos
dispuestos a que este proyecto muera por asfixia bajo una pila de
expedientes.
--- LA MENSULA - Agosto 2014. Año 8. N°19
La Ménsula es una publicación del Programa de Historia de la FCEyN.
Editor Responsable: Eduardo Díaz de Guijarro. Director: Carlos Borches.
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