Capítulo 8. Rebelión en 2100
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La primera terminal pública del proyecto Memoria Comunitaria era una fea
máquina en un vestíbulo desordenado en el segundo piso de un edificio
destartalado en la ciudad más espaciosa de los Estados Unidos de
América: Berkeley, California. Era inevitable que las computadoras
llegaran a "el Pueblo" de Berkeley. Todo lo demás lo hizo, desde la
comida gourmet hasta el gobierno local. Y si, en agosto de 1973, las
computadoras eran generalmente consideradas inhumanas, inflexibles,
belicistas y no orgánicas, la imposición de una terminal conectada a uno
de esos monstruos orwellianos en una zona normalmente de buenas
vibraciones como el vestíbulo exterior de Leopold's Records de la Durant
Avenue no era necesariamente una amenaza para el bienestar de nadie. Era
otro tipo de ambiente con el que seguir.
En cierto sentido, escandaloso. Una especie de piano aplastado, de la
altura de un Fender Rhodes, con un teclado de máquina de escribir en
lugar de uno musical. El teclado estaba protegido por una caja de cartón
con una placa de vidrio al frente. Para tocar los botones, había que
introducir las manos por pequeños agujeros, como si uno se ofreciera a
ser encarcelado en una prisión electrónica. Pero las personas que
estaban junto a la terminal eran tipos comunes de Berkeley, con el pelo
largo y enmarañado, vaqueros, camisetas y un brillo demente en los ojos
que si no las conocía bien uno podría confundir con una reacción a
estupefacientes. Los que sí los conocían bien se dieron cuenta de que el
grupo estaba puesto, con la tecnología. Se estaban divirtiendo como
nunca antes, vendiendo el sueño hacker como si fuera la variedad más
potente de la sinsemilla del Área de la Bahía.
El nombre del grupo era Community Memory y, según un folleto que
distribuyeron, la terminal era "un sistema de comunicación que permite a
las personas ponerse en contacto entre sí sobre la base de intereses
expresados mutuamente, sin tener que ceder a juicio a terceros". La idea
era acelerar el flujo de información en un sistema descentralizado y no
burocrático. Una idea nacida de las computadoras, una idea ejecutable
sólo por computadoras, en este caso una computadora central XDS-940 de
tiempo compartido en el sótano de un almacén en San Francisco. Al abrir
un centro de cómputo práctico para permitir que las personas se
comuniquen entre sí, se crearía una metáfora viviente, un testimonio de
la forma en que la tecnología informática podría usarse como arma en la
guerra de guerrillas para el Pueblo contra las burocracias.
Irónicamente, el área pública del segundo piso de Leopold's, la tienda
de discos de más onda en East Bay, también era el hogar de la Cartelera
de los Músicos, un tablón pared completamente cubierta de anuncios de
cantantes vegetarianos que buscaban conciertos, bandas de country jug
que buscaban guitarristas dobro, flautistas de Jethro Tull que buscaban
compositores con fijaciones similares. El viejo estilo de
emparejamiento. La Community Memory alentaba lo nuevo. Podías colocar tu
anuncio en la computadora y esperar a que la persona que más lo
necesitaba accediera a él de manera instantánea y precisa. Pero los
habitantes de Berkeley no tardaron mucho en encontrar otros usos para la
terminal:
DAR CON 1984, DICES JE, JE, JE... QUÉDATE POR AQUÍ DURANTE OTROS DIEZ
AÑOS ESCUCHA A ALVIN LEE RÉGATE EL PELO DE OTRA MANERA TÓMATE UNA
ASPIRINA HAGAMOS UN ESFUERZO CONJUNTO ALÉJATE MANTEN LA NARIZ LIMPIA EN
CASA (EN EL CAMPO DE APLICACIÓN) DEJA DE PATEAR TUS CORAZONES, MÍRAME,
SIENTEME EE. UU., LÁRGATE DE WASHINGTON LIBERA LA CARRERA 500 DE
INDIANÁPOLIS LEVÁNTATE Y ALEJATE QUEDATE EN EL CAMINO VOLTEATE ENDEREZCA
DEJE QUE UNA SONRISA SEA SU PARAGUAS . . . Y . . . ANTES DE QUE TE DES
CUENTA {}{}{}{}{}{}{}{}{}{} 1984 TE ENCONTRARÁ! Y SERÁ JUSTO . . .
PALABRAS CLAVE: 1894 BENWAY TLALCLATLAN INTERZONE 20-2-74
Fue una explosión, una revolución, un demencial piña contra el
establishment, encabezado por un usuario demente (el usuarísimo, ligado
al Pueblo) que se hacía llamar Doctor Benway en homenaje a un personaje
sádicamente pervertido de Naked Lunch de Burroughs. Este tipo, Benway,
estaba llevando las cosas más al límite de lo que incluso los más
radicalizados informáticos de Community Memory habían sospechado que
irían, y los radicales informáticos estaban encantados.
Nadie estaba más feliz que Lee Felsenstein. Fue uno de los fundadores de
Community Memory y, aunque no era necesariamente su miembro más
influyente, era un símbolo del movimiento que estaba llevando la ética
hacker a las calles. En la década siguiente, Lee Felsenstein promovería
una versión del sueño hacker que - de haberlo sabido - horrorizaría a
Greenblatt y a los trabajadores de IA de Tech Square con su ingenuidad
tecnológica, su base política y su voluntad de difundir el evangelio de
la informática a través - nada menos - que el mercado. Pero Lee
Felsenstein sentía que no debía nada a esa primera generación de
hackers. Era una nueva raza, un hacker del hardware y combatiente del
pueblo. Su objetivo era sacar a los ordenadores de las marfilescas
torres protegidas del IA, sacarlos de las profundas mazmorras de los
departamentos de contabilidad empresarial, y permitir que el Pueblo
cobrara autoconeciencia mediante el Imperativo de la Manos a la Obra. A
él en esta lucha se le unirían otros, que simplemente hackeaban hardware
- no con propósito político alguno, sino por el mero placer de la
militancia en sí misma; estas personas desarrollarían las máquinas y los
accesorios a través de los cuales se llevaría a cabo la práctica. El uso
de la informática militante se generalizaría tanto que el concepto mismo
de la misma cambiaría: sería más fácil para todos sentir la magia. Lee
Felsenstein estaría tan cerca como nadie de ser un comandante para estas
tropas rabiosamente anarquistas; pero ahora, como miembro de Community
Memory, formaba parte de la lucha colectivo para dar los primeros pasos
en una batalla trascendental que los hackers del MIT nunca habían
considerado que valiera la pena librar: difundir la ética hacker
llevando las computadoras al Pueblo.
Era la visión de Lee Felsenstein del sueño hacker, y sentía que había
pagado sus cuotas al adquirirla.
* * * * * * *
La infancia de Lee Felsenstein bien podría haberlo calificado para un
puesto entre la élite hacker en el noveno piso del Tech Square. Se
trataba de la misma fijación con la electrónica, algo que se apoderó de
él de forma tan extraña que desafiaba toda explicación racional. Sin
embargo, Lee Felsenstein intentaría más tarde dar una explicación
racional a su amor por la electrónica. En sus reconstrucciones de sus
primeros años - reconstrucciones moldeadas por años de terapia -,
atribuiría su fascinación por la tecnología a una compleja amalgama de
impulsos psicológicos, emocionales y de supervivencia, así como al
simple y llano Imperativo del Manos a la Obra. Y sus peculiares
circunstancias garantizaron que se convertiría en un hacker de un tipo
diferente al de Kotok, Silver, Gosper o Greenblatt.
Nacido en 1945, Lee creció en el barrio Strawberry Mansion de
Filadelfia, un barrio de casas adosadas habitado por inmigrantes judíos
de primera y segunda generación. Su madre era hija de un ingeniero que
había inventado un importante inyector de combustible diésel, y su padre
- un artista comercial - había trabajado en una fábrica de locomotoras.
Más tarde - en una semblanza autobiográfica inédita - Lee escribiría que
su padre Jake "era un modernista que creía en la ‘perfectibilidad’ del
hombre y la máquina como modelo de la sociedad humana. Cuando jugaba con
sus hijos, solía imitar una locomotora de vapor, como otros hombres
imitaban a los animales".
La vida familiar de Lee no era feliz. La tensión familiar era muy alta;
había guerras entre hermanos entre Lee, su hermano Joe (tres años mayor)
y una prima de la edad de Lee que fue adoptada como hermana de los
chicos. Las aventuras políticas de su padre Jake como miembro del
Partido Comunista habían terminado a mediados de los años cincuenta,
cuando las luchas internas llevaron a Jake a perder su puesto como
puntero del distrito, pero la política era central para la familia. Lee
participó en marchas en Washington, D.C. a la edad de doce y trece años,
y una vez hizo un piquete en Woolworth’s en una de las primeras
manifestaciones por los derechos civiles. Pero cuando las cosas en casa
se pusieron demasiado intensas para él, se retiraba a un taller en el
sótano lleno de piezas electrónicas de televisores y radios abandonados.
Más tarde, Felsenstein llamaría a ese taller su Monasterio, un refugio
donde hizo votos de lealtad a la tecnología.
Era un lugar donde la ineludible superioridad física y académica de su
hermano no se extendía. Lee Felsenstein despuntaba una habilidad con la
electrónica que le permitió superar a su hermano por primera vez. Era un
poder que casi temía desplegar: construía cosas pero nunca se atrevía a
encenderlas, temiendo un fallo que confirmara la afirmación de su
hermano de que "esas cosas nunca van a funcionar". Así que construía
otra cosa en su lugar.
Le encantaba la idea de la electrónica. Llenó la tapa de su cuaderno de
sexto grado con diagramas eléctricos. Iba a la sucursal de su barrio de
la Biblioteca Libre de Filadelfia y hojeaba las páginas del Manual del
Radioaficionado. Lo que más le emocionaba era un manual de instrucciones
de la Compañía Heath para construir un receptor de onda corta. La
Compañía Heath se especializaba en proyectos electrónicos para hacer uno
mismo, y este manual en particular tenía diagramas muy detallados de
cables y conexiones. Al comparar las piezas reales de ese proyecto de
cinco tubos con el diagrama perfecto, con sus octógonos conectados a
otros octógonos, Lee vio la conexión... esta línea del esquema
representaba ese pin en el zócalo del tubo. Le produjo una emoción casi
sensual, esta conexión de su mundo de fantasía electrónica con la
realidad. Llevaba el manual a todas partes; un peregrino que lleva un
libro de oraciones. Pronto estaba completando proyectos y se vio
reivindicado cuando a los trece años ganó un premio por su modelo de
satélite espacial, cuyo nombre era un homenaje a la Madre Rusia, el
Felsnik.
Pero aunque se estaba dando cuenta de sí mismo de una manera que nunca
antes lo había hecho, cada uno de los nuevos productos de Lee era una
aventura de paranoia, ya que temía no poder conseguir la pieza que lo
hiciera funcionar. "Siempre veía estos artículos [de Popular Mechanics]
que decían: 'Caramba, si tienes este transistor podrías hacer una radio
normal que siempre quisiste, y hablar con tus amigos y hacer nuevos
amigos'... pero nunca pude conseguir ese componente y realmente no sabía
cómo conseguirlo, o no podía conseguir el dinero para obtenerlo". Se
imaginó la voz burlona de su hermano, etiquetándolo de fracasado.
Cuando Lee era estudiante de primer año en Central High, la escuela
secundaria académica especial para varones de Filadelfia, su hermano
Joe, un estudiante de último año, recultó a Lee para convertirlo en el
ingeniero jefe del incipiente Club de Computación de la escuela, le
mostró a Lee un diagrama de unos circuitos flip-flops obsoletas y
desafió a su hermano menor a construirlos. Lee estaba demasiado
aterrorizado para decir que no, e intentó sin éxito completar el
proyecto. El esfuerzo lo hizo desconfiar de las computadoras durante una
década después.
Pero la escuela secundaria elevó a Lee: participó en grupos políticos,
trabajó un poco en el ciclotrón de la escuela y leyó algunas cosas
importantes, en particular algunas novelas de Robert Heinlein.
El adolescente judío de complexión delgada y anteojos se identificó de
alguna manera con los protagonistas futuristas, en particular con el
joven soldado virginal de Revolt in 2100. El escenario de la novela es
una dictadura del siglo XXI, donde una fuerza devota e idealista en la
clandestinidad devota e idealista conspira para luchar contra las
fuerzas de El Profeta, un matón orwelliano omnipotente apoyado por masas
irreflexivas que lo adoran. El protagonista se topa con pruebas de la
hipocresía del Profeta y - obligado a elegir entre el bien y el mal -
toma la drástica decisión de unirse a la Cábala Revolucionaria, que le
proporciona las enseñanzas necesarias para estimular su imaginación.
Por primera vez en mi vida leía cosas que no habían sido aprobadas por
los censores del Profeta, y el impacto en mi mente fue devastador. A
veces miraba por encima del hombro para ver quién me observaba, asustado
a pesar de mí mismo. Empecé a sentir vagamente que "el secreto es la
piedra angular de toda tiranía". (de Rebelión en 2100)
Al leer esa novela, y más tarde Extraño en tierra extraña, en la que el
protagonista extraterrestre de Heinlein se convierte en líder de un
grupo espiritual que tiene un profundo efecto en la sociedad, Lee
Felsenstein comenzó a ver su propia vida como algo parecido a una novela
de ciencia ficción. Los libros - afirmaría más tarde - le dieron coraje
para soñar en grande, probar proyectos arriesgados y superar sus propios
conflictos emocionales. La gran lucha no era tanto interna como amplia:
era la elección entre el bien y el mal. Lee, que se tomó a pecho esa
idea romántica, se veía a sí mismo como la persona común y corriente con
potencial que - presa de las circunstancias - elige el difícil camino de
ponerse del lado del bien y se embarca en una larga odisea para derrocar
al mal.
No pasó mucho tiempo antes de que Lee pudiera aplicar esta metáfora en
la realidad. Después de graduarse, fue a la Universidad de California en
Berkeley para matricularse en Ingeniería Eléctrica. No pudo obtener una
beca. Su primer año en la universidad no fue comparable al de un hacker
típico del MIT: más o menos siguió la línea, y no logró calificar para
una beca por una fracción de punto de calificación. Pero consiguió lo
que parecía ser igual de bueno: una asignación de estudio y trabajo en
el Centro de Investigación de Vuelo de la NASA en la Base Aérea Edwards,
al borde del desierto de Mojave. Para Lee, era la entrada al Paraíso: el
idioma que hablaban allí era la electrónica, la electrónica de cohetes,
y los esquemas que había estudiado ahora se transfigurarían en material
de ciencia ficción hecho realidad. Se deleitaba con la hermandad de los
ingenieros, le encantaba llevar corbata, salir de una oficina y ver
hileras ordenadas de otras oficinas y dispensadores de agua. Heinlein
quedó olvidado: Lee se conformaba, era un ingeniero hecho con un molde.
Delirantemente feliz al servicio del Profeta.
Luego, después de dos meses de ese "séptimo cielo", como lo llamó más
tarde, fue convocado a una reunión con un oficial de seguridad. El
oficial parecía incómodo. Estaba acompañado por un testigo de
procedimientos. El oficial tomó notas e hizo que Lee firmara cada página
a medida que la terminaba. También tenía el formulario que Lee había
llenado al ingresar a Edwards, el Formulario de Seguridad 398. El
oficial le preguntaba constantemente a Lee si conocía a alguien que
fuera miembro del Partido Comunista. Y Lee seguía diciendo que no.
Finalmente, preguntó, con voz suave: "¿No entiendes que tus padres eran
comunistas?". Lee nunca se lo había dicho. Había asumido que "comunista"
era solo un término –anticomunista– que la gente lanzaba a los liberales
activistas como sus padres. Su hermano lo sabía (¡su hermano se llamaba
Stalin!), pero a Lee no se lo habían dicho. Había sido perfectamente
honesto cuando rellenó el Formulario 398 con un claro "no" en la línea
que preguntaba si conocía a algún comunista conocido.
"Así que allí estaba yo, expulsado del Paraíso", diría Lee más tarde, "y
el jefe de seguridad me dijo: ‘Mantén tu nariz limpia durante un par de
años más, no tendrás ningún problema para volver a entrar’. Ahora bien,
siempre me había estado preparando para que me abandonaran, siempre
había esperado que me abandonaran. De repente, me abandonaron.
Literalmente, me arrojaron al desierto. ¡Ahí está el desierto de Mojave,
por el amor de Dios!".
La noche del 14 de octubre de 1964, Lee Felsenstein, el ingeniero
fracasado, tomó un tren de regreso a Berkeley. Lee había oído informes
de radio sobre manifestaciones estudiantiles que habían comenzado allí
dos semanas antes; las había descartado como una versión moderna de las
legendarias redadas de bragas que habían ocurrido en 1952. Pero a su
regreso encontró a toda la comunidad ardorosamente viva con el
Movimiento de la Libertad de Expresión. "El secreto es la piedra angular
de toda tiranía", decía el protagonista de Rebelion en 2100 de Heinlein,
siendo ya no sólo grito de la revolución de Berkeley, sino también el de
la ética hacker. Lee Felsenstein dio el salto: se unió a la Cábala. Pero
fusionaría su fervor con su propio talento particular. Utilizaría la
tecnología para sobrealimentar la revuelta.
Como poseía una grabadora, fue a Press Central - el centro de medios del
movimiento - y ofreció sus talentos como técnico de audio. Hizo un poco
de todo: mimeografió, hizo trabajos de mierda. Se inspiró en la
estructura descentralizada del Movimiento por la Libertad de Expresión.
El 2 de diciembre, cuando más de ochocientos estudiantes ocuparon el
Sproul Hall, Lee estaba allí con su grabadora. Fue arrestado, por
supuesto, pero la administración dio marcha atrás en los temas. La
batalla estaba ganada, pero la guerra apenas comenzaba.
Durante los siguientes años, Lee equilibró las existencias aparentemente
incompatibles de un activista social y un ingeniero socialmente
solitario. No muchos en el movimiento tenían tanta inclinación técnica;
la tecnología y especialmente las computadoras eran percibidas como
fuerzas malignas. Lee trabajó furiosamente para organizar a la gente en
su dormitorio cooperativo, el Oxford Hall, el más militante de todo el
campus. Editó el órgano del dormitorio. Pero también estaba aprendiendo
más sobre electrónica, jugando con circuitos, sumergiéndose en el
hermandad lógica de capacitores y diodos. En la medida de lo posible,
fusionó ambas actividades: diseñó, por caso, una herramienta que era una
combinación de megáfono y garrote para defenderse de los policías. Pero
a diferencia de muchos en el movimiento que también estaban
profundamente involucrados en la actividad social desenfrenadamente
radicalizada de Berkeley, Lee rehuía el contacto humano cercano,
especialmente con las mujeres. Lee, una figura sucia con ropa de
trabajo, vivía conscientemente a la altura del estereotipo del ingeniero
mugroso. No se bañaba con regularidad y se lavaba el pelo corto, poco de
moda, quizás una vez al mes. No se drogaba. No practicaba sexo, y mucho
menos el sexo libre que acompañaba la libertad de expresión. "Tenía
miedo de las mujeres y no tenía forma de tratar con ellas", explicó más
tarde. "Tenía una especie de prohibición en mi personalidad contra la
diversión. No se me permitía divertirme. La diversión estaba en mi
trabajo... Era como si mi manera de afirmar mi potencia fuera poder
construir cosas que funcionaran y que gustaran a otras personas".
Lee abandonó Berkeley en 1967 y comenzó a alternar entre trabajos de
electrónica y trabajo en el movimiento. En 1968, se unió al periódico
clandestino Berkeley Barb como "editor militante". Uniéndose a otros
escritores como Sergeant Pepper y Jefferson Fuck Poland, Lee escribió
una serie de artículos evaluando las manifestaciones, no sobre la base
de consignas, sino de organización, estructura, conformación a un
sistema elegante. En uno de sus primeros artículos, en marzo de 1968,
Lee habló de una próxima manifestación para la Semana del
Stop-the-Draft, señalando el resultado probable de una planificación
insuficiente y disputas entre los organizadores: "La actividad será a
medias, caótica y como todas las demás manifestaciones. Los burócratas
del movimiento parecen no darse cuenta de que en el mundo real la acción
se lleva a cabo no en virtud de sutilezas ideológicas, sino con tiempo y
recursos físicos. . . es mi responsabilidad como técnico no sólo
criticar sino hacer sugerencias. . ."
Y sí hizo sugerencias. Insistió en que las manifestaciones debían
ejecutarse con tanta limpieza como los circuitos lógicos definidos por
los esquemas precisos que todavía veneraba. Elogió a los manifestantes
cuando destrozaron "las correctas ventanas" (bancos, no pequeñas
empresas). Abogó por el ataque sólo para atraer al enemigo. Calificó de
"refrescante" el bombardeo de una oficina de reclutamiento. Su columna
titulada "Consejos domésticos del editor militante" aconsejaba:
"Recuerde girar la gelinita almacenada cada dos semanas cuando hace
calor. Esto evitará que los nitrogliceratos se peguen".
El protagonista de Heinlein en Rebelión en 2100 dijo: "La revolución no
va acompañada de un puñado de conspiradores susurrando alrededor de una
vela que se apaga en una ruina desierta. Requiere innumerables
suministros, maquinaria moderna y armas modernas. . . y debe haber
lealtad. . . y una organización de personal superlativa". En 1968, Lee
Felsenstein escribió: "La revolución es mucho más que una pelea
callejera al azar. Hace falta organización, dinero, determinación tenaz
y voluntad de aceptar y construir sobre los desastres pasados".
Felsenstein tuvo su efecto. Durante el juicio de los Siete de Oakland,
el abogado defensor Malcolm Burnstein dijo: "No deberíamos tener a estos
acusados aquí... debería haber sido Lee Felsenstein".
* * * * * * * *
En el verano de 1968, Lee Felsenstein puso un anuncio en el Barb. El
anuncio en sí era poco explícito: "hombre del Renacimiento, ingeniero y
revolucionario, buscando conversación". No mucho después, una mujer
llamada Jude Milhon encontró el anuncio. En comparación con otros
comentarios insinuantes de las últimas páginas del Barb ("¡SOLO CHICAS!
Anhelo tus pies"), parecía que provenía de un hombre decente, pensó. Era
lo que Jude necesitaba en ese año tumultuoso: una veterana del
movimiento por los derechos civiles y una activista de larga
trayectoria, había quedado aturdida por los acontecimientos políticos y
sociales del ‘68. El mundo parecía desmoronarse.
Jude no era sólo una activista, sino también una programadora de
ordenadores. Había sido amiga íntima de un hombre llamado Efrem Lipkin,
que también estaba en el movimiento, y era un mago de la informática que
le enviaba acertijos para entretenerse; ella no dormía hasta que los
resolvía. Aprendió a programar y le pareció una delicia, aunque nunca
entendió por qué los hackers lo encontraban obsesivamente absorbente.
Efrem iba a venir del Este para reunirse con ella en la Costa en unos
meses, pero mientras tanto se sentía lo bastante sola como para ponerse
en contacto con el hombre que escribió el anuncio en el Barb.
Jude, una mujer rubia, delgada y valiente, de ojos azules firmes,
inmediatamente consideró a Lee como un "tecnorraro por excelencia", pero
sólo por su propia creación. Casi sin darse cuenta, gracias a su
compañía, y en particular a su constante franqueza, perfeccionada en
incontables sesiones de autoevaluación en varios colectivos, Jude
comenzó el largo proceso de extraer la personalidad de Lee Felsenstein.
Su amistad era más profunda que una relación de noviazgo y continuó
mucho después de que su amiga Efrem llegara de la Costa Este. Lee se
hizo amigo de Efrem, que no solo era activista sino también hacker
informático. Efrem no compartía la creencia de Lee de que la tecnología
podía ayudar al mundo; sin embargo, la cautela de Lee durante una década
sobre las computadoras estaba llegando a su fin. Porque, en 1971, Lee
tenía una nueva compañera de habitación: una computadora XDS-940.
Pertenecía a un grupo llamado Resource One, parte del Proyecto Uno, un
grupo de superficie del Área de la Bahía que fomentaba el activismo
comunitario y los programas humanísticos. "One" había sido iniciado por
un arquitecto-ingeniero que quería dar a los profesionales desempleados
algo útil que hacer con sus habilidades, ayudar a la comunidad y
comenzar a disipar el "aura de elitismo, e incluso misticismo, que rodea
al mundo de la tecnología". Entre los proyectos que se desarrollaban en
el almacén de cinco pisos de color amarillo mostaza de One, en una zona
industrial de San Francisco, se encontraba el colectivo Resource One,
formado por personas "que creen que las herramientas tecnológicas pueden
ser herramientas de cambio social cuando las controla el Pueblo". La
gente de Resource One había convencido a la Corporación Transamerica
para que prestara al grupo un ordenador XDS-940 de tiempo compartido sin
uso, de modo que One pudiera empezar a reunir listas de correo
alternativas y a poner en marcha su programa de educación informática,
proyectos de investigación económica y "desmitificación para el público
en general".
El ordenador era un gigante descomunal, una máquina de 800.000 dólares
que ya estaba obsoleta. Ocupaba una habitación y requería una unidad de
aire acondicionado de veintitrés toneladas. Necesitaba un encargado de
sistemas a tiempo completo para ponerla en marcha. Resource One
necesitaba un hacker, y Lee Felsenstein parecía una elección lógica.
El software de sistemas lo instaló un hacker de Xerox PARC (Palo Alto
Research Center) que había escrito el sistema de tiempo compartido
original para el 940 en Berkeley. Era un tal Peter Deutsch de pelo largo
y barba, el mismo Peter Deutsch que doce años antes y a los doce años
había mirado por encima de la consola del TX-0. Graduado de Berkeley,
había logrado combinar el estilo de vida californiano de toda la Tierra
con el intenso trabajo de hackers en PARC.
Pero era Lee quien era el cuidador de la máquina. En su continua
mitificación de su vida como novela de ciencia ficción, consideró este
período como una reinmersión en el papel asocial de una persona cuyo
mejor amigo era una máquina, un esteta tecnológico que se sacrificaba al
servicio de la Cábala. El monasterio esta vez sería el sótano del
almacén de Resource One; por treinta dólares al mes alquilaba una
habitación. Estaba por debajo del nivel del alcantarillado, no tenía
agua corriente, estaba sucio. Para Lee era perfecto: "Iba a ser un
siervo invisible. Parte de esta máquina".
Pero Resource One le quedó chico a Lee, que estaba muy por delante del
grupo al darse cuenta de que los usos sociales de la tecnología
dependerían del ejercicio de algo parecido a la ética hacker. Los demás
miembros del grupo no crecieron ansiando la tecnología práctica... su
conexión con ella no era visceral sino intelectual. Como resultado,
discutían sobre cómo se debería utilizar la máquina en lugar de armarla
y usarla. Eso volvía loco a Lee.
Lee explicó más tarde: "Éramos mojigatos, éramos estetas intolerables.
Cualquiera que quisiera utilizar la máquina tenía que venir a exponer su
caso ante nuestra reunión. Parecía que había que implorar para poder
usarla". Lee quería cambiar la perspectiva del grupo a una más abierta,
más parecida a la de los hackers, pero no tenía el coraje para hacer el
esfuerzo social: su autoestima había llegado a su punto más bajo. Rara
vez tenía el coraje de aventurarse a salir del edificio para enfrentarse
al mundo; cuando lo hacía, observaba con tristeza que los vagabundos del
distrito Tenderloin parecían más limpios, más prósperos que él. Otras
personas del colectivo intentaron abrirlo; Una vez, durante una reunión,
pidieron prestada una cámara de televisión a un colectivo de vídeos que
había en el piso de arriba y, cada vez que se oían risas en el grupo,
enfocaban a Lee, invariablemente con cara de póquer. Al mirar la cinta
después, pudo ver en qué se estaba convirtiendo: en un desalmado. "Sentí
que no podía permitirme tener corazón", dijo. "Yo ya veía que esto iba a
pasar, pero los estaba alejando".
Después de esa experiencia, trató de volverse más activo en influenciar
al grupo. Se enfrentó a un fanático de Goldbricker que se pasaba la
mayor parte del día bebiendo café lentamente. "¿Qué has estado
haciendo?", le preguntó Felsenstein. El tipo empezó a hablar de ideas
vagas y Lee dijo: "No te estoy preguntando qué quieres hacer, te estoy
preguntando qué has hecho". Pero pronto se dio cuenta de que llamar la
atención a la gente por sus tonterías era inútil: como una máquina
ineficiente, la arquitectura del grupo en sí misma era defectuosa. Era
una burocracia. Y el hacker que había en Lee no podía soportar eso.
Afortunadamente, en esa época, en la primavera de 1973, Efrem Lipkin
llegó a Resource One para rescatar a Lee Felsenstein y hacer despegar
Community Memory.
Efrem Lipkin era el tipo de persona que podía mirarte con los ojos
entornados y una cara alargada y semítica, y sin decir una palabra,
hacerte saber que el mundo tenía lamentables defectos y que tú no eras
la excepción. Era el aire de un purista que nunca podría cumplir con sus
propios estándares exigentes. Efrem acababa de regresar de Boston, donde
había estado en la nómina de una empresa de consultoría informática. La
empresa se había enfrascado en contratos relacionados con el ejército, y
Efrem había dejado de ir a trabajar. El programador idealista no informó
a su empleador; simplemente dejó de trabajar, con la esperanza de que el
proyecto se detuviera por su falta de participación. Después de nueve
meses, durante los cuales la empresa asumió que estaba trabajando duro,
quedó claro que no había programa alguno, y el presidente de la empresa
fue a su apartamento infestado de cucarachas de Cambridge y le preguntó:
"¿Por qué hiciste esto?". Le dijo a Efrem que había creado la empresa
después de que Martin Luther King muriera, para hacer el bien. Insistió
en que los proyectos que asumiera mantendrían al país fuerte contra la
amenaza tecnológica japonesa. Efrem sólo vio que la empresa con la que
tenían contrato había estado involucrada en armas antipersonales durante
la guerra. ¿Cómo podía trabajar para esa empresa? ¿Cómo se podía esperar
que hiciera algún trabajo informático, teniendo en cuenta que sus usos
con demasiada frecuencia son perjudiciales?
Era una pregunta que había atormentado a Efrem Lipkin durante años.
Efrem Lipkin había sido un hacker desde la escuela secundaria. Su
afinidad por la máquina fue instantánea y consideraba que la
programación era "la actividad incorpórea definitiva: me olvidaba de
hablar inglés. Mi mente trabaja en formas informáticas". Pero - a
diferencia de algunos de sus compañeros en un programa especial para
informáticos de la ciudad de Nueva York - Efrem también consideraba que
su asombroso talento para la computadora era una maldición. Al igual que
Lee, provenía de una familia de política virulentamente izquierdista y,
además de deslumbrar a sus profesores de matemáticas, lo habían
expulsado de clase de Historia por no saludar a la bandera y por llamar
mentiroso al profesor. A diferencia de Lee, que buscaba combinar la
tecnología y la política, Efrem las veía como opuestas, una actitud que
lo mantenía en constante agitación.
"Amo las computadoras y odio lo que las computadoras pueden hacer",
diría más tarde. Cuando iba al instituto, consideraba que las
aplicaciones comerciales de los grandes mainframes (enviar facturas y
cosas así) eran simplemente poco interesantes. Pero cuando comenzó la
guerra de Vietnam, comenzó a ver sus juguetes favoritos como
instrumentos de destrucción. Vivió en Cambridge durante un tiempo y un
día se aventuró a subir al noveno piso de Tech Square. Vio el PDP-6, vio
la pequeña cabeza de playa perfecta de la ética hacker que se había
establecido allí, vio el virtuosismo y la pasión concentrados, pero solo
podía pensar en la fuente de financiación y las aplicaciones finales de
esta magia desenfrenada. "Me enojé tanto que comencé a llorar", dijo más
tarde. "Porque esta gente me había robado la profesión. Hicieron
imposible ser un informático. Se vendieron. Se vendieron a los usos
militares, los usos malignos, de la tecnología. Eran una subsidiaria de
propiedad absoluta del Departamento de Defensa".
Así que Efrem se fue a California, luego de nuevo a la Costa Este, y
luego de nuevo a California. Le llevó un tiempo ver cómo se podían usar
las computadoras para el bien social, y cada vez que vislumbraba las
posibilidades sospechaba que había una traición. Un proyecto interesante
en el que había participado era el juego del Mundo. Un grupo de
programadores, filósofos e ingenieros de California construyeron una
simulación del mundo. Se basaba en una idea de Buckminster Fuller, donde
se podían probar todo tipo de cambios y ver su efecto en el mundo.
Durante días, la gente iba de un lado a otro sugiriendo cosas y
ejecutando el juego en la computadora. No se obtuvieron muchas
sugerencias sobre cómo manejar el mundo, pero mucha gente conoció a
otras personas con puntos de vista similares.
Poco después, Efrem se topó con Resource One, con Lee sumido en sus
entrañas. Pensó que era una tontería. Estaba esta gran instalación con
una computadora y un poco de software para bases de datos comunitarias y
una centralita, pero el grupo no estaba haciendo todo lo que podía. ¿Por
qué no llevar esa gran infraestructura a las calles? Efrem empezó a
entusiasmarse con la idea y, quizás por primera vez en su vida, vio cómo
las computadoras realmente podrían ser propicias para el bien social.
Hizo que Lee se lo pensara y trajo a otras personas que había conocido
en el juego World.
La idea era formar un brazo de Resource One denominado Community Memory.
Computadoras sueltas en nuestras calles, liberando al Pueblo para que
hicieran sus propias conexiones. Felsenstein presionó a la gente de
Resource One para que pagaran una oficina en Berkeley que también podría
ser su apartamento. Entonces la facción Community Memory se mudó al otro
lado de la bahía, a Berkeley, para poner en marcha el sistema. Y Lee se
sintió liberado de su institucionalización autoimpuesta. Formaba parte
de un grupo imbuido del espíritu hacker, dispuesto a hacer algo con las
computadoras, todos entusiasmados con la idea de que el acceso a las
terminales uniría a las personas con una eficiencia inaudita y, en
última instancia, cambiaría el mundo.
* * * * * * *
Community Memory no era el único intento en curso de llevar las
computadoras a la gente. En toda la zona de la Bahía, los ingenieros y
programadores que amaban las computadoras y se habían politizado durante
el movimiento contra la guerra de Vietnam, estaban pensando en combinar
sus dos actividades. Un lugar en particular parecía combinar una
irreverencia contracultural relajada con un impulso evangélico para
exponer al Pueblo, especialmente a los niños, a las computadoras. Se
trataba de la People’s Computer Company. Fiel al estilo caprichoso de su
fundador, la People’s Computer Company no era realmente una compañía. La
orga, con nombre inapropiado si alguna vez existió uno, publicó un
órgano con ese nombre, pero lo único que realmente produjo fue un
intenso sentimiento por la computación por sí misma. Lee Felsenstein
asistía con frecuencia a las cenas compartidas de los miércoles por la
noche de la PCC, que proporcionaban un punto de encuentro común para los
contraculturistas informáticos de la zona de la Bahía, así como la
oportunidad de ver a Bob Albrecht intentar - por enésima vez - enseñar a
todo el mundo la danza folclórica griega.
Bob Albrecht era el visionario detrás de la People’s Computer Company.
Era un hombre - diría más tarde Lee Felsenstein - para quien «acercar a
un niño a una computadora era como abusar de un niño». Como abusar de un
niño, es decir, para un pederasta obsesivo.
En la primavera de 1962, Bob Albrecht había entrado en un aula y había
tenido una experiencia que cambiaría su vida. A Albrecht - que entonces
trabajaba para la Control Data Company como analista de aplicaciones
senior - le habían pedido que hablara en el club de matemáticas de la
escuela secundaria George Washington de Denver, un grupo de judíos
triunfadores, aunque bien educados. Albrecht, un hombre grande con
corbata de clip, nariz carnosa y ojos azul marino que podían brillar con
fuerza creativa o caer como los de un basset detrás de sus lentes de
montura cuadrada, dio su pequeña charla sobre computadoras y preguntó
casualmente si alguno de los treinta y dos estudiantes querría aprender
a programar una computadora. Treinta y dos manos se agitaron en el aire.
Albrecht nunca había visto una respuesta como esa cuando enseñaba
FORTRAN correctivo, su "curso de un día para gente que había ido a la
escuela de IBM y no había aprendido nada", como dijo más tarde. Albrecht
no podía entender cómo IBM podía haber dado clases a esa gente y no
haberles dejado hacer nada. Ya entonces sabía que el juego se basaba en
la práctica, como siempre había sido desde que empezó con los
ordenadores en 1955 en la división aeronáutica de Honeywell. A lo largo
de una sucesión de empleos, se había sentido constantemente frustrado
por las burocracias. Bob Albrecht prefería un entorno flexible; era un
estudioso de la serendipia en cuanto a estilo de vida y perspectivas.
Llevaba el pelo corto, llevaba la camisa abotonada y su perfil familiar
(esposa, tres hijos, un perro) no tenía nada de excepcional. Sin
embargo, en el fondo, Bob Albrecht era un bailarín griego, ansioso por
sacar a relucir el ouzo y el bouzouki. Baile griego, licor y mainframes:
esos eran los elementos para Bob Albrecht. Y se sorprendió al descubrir
cuán ansiosos estaban los estudiantes de secundaria por entregarse a
este último placer, el más seductor de los tres.
Comenzó a dar clases nocturnas para los estudiantes de la oficina de
Control Data. Albrecht descubrió que el deleite de los jóvenes al
aprender a tomar el control de la computadora Control Data 160A era
intenso, adictivo, visceral. Estaba mostrando una nueva forma de vida a
los niños. Estaba trasvasando poder.
Albrecht no se dio cuenta entonces, pero estaba difundiendo el evangelio
de la ética hacker, ya que los estudiantes intercambiaban programas y
compartían técnicas. Comenzó a imaginar un mundo donde las computadoras
abrirían el camino hacia un nuevo estilo de vida liberador. Si tan solo
estuvieran al alcance... Poco a poco, comenzó a ver la misión de su
vida: difundir esta magia por todo el terrunio.
Albrecht contrató a cuatro de sus mejores estudiantes para que
programaran por alrededor de un dólar la hora. Se sentaban allí en sus
escritorios, escribiendo alegremente programas para resolver funciones
cuadráticas. La máquina aceptaba sus tarajetas y las masticaba mientras
ellos observaban felices. Luego, Albrecht les pidió a estos estudiantes
destacados que enseñaran a sus compañeros. "Su idea era hacer que nos
multiplicáramos lo más rápido posible", dijo más tarde uno de los
integrantes del grupo, un chico pelirrojo llamado Bob Kahn.
Albrecht usó a los cuatro como "pregoneros" para un "programa de
medicina" en su escuela secundaria. Los estudiantes estaban
completamente a cargo. Veinte clases de matemáticas participaron en el
programa, para el cual Albrecht había convencido a sus empleadores de
desprenderse de la 160A y una Flexowriter durante una semana. Después de
mostrarles a las clases algunos trucos de matemáticas, le preguntaron a
Kahn si la computadora podía hacer los ejercicios que estaban al final
de un texto de matemáticas, y procedió a hacer la tarea del día, usando
la Flexowriter para cortar un formulario mimeografiado para que cada
estudiante tuviera una copia. Sesenta estudiantes se sintieron motivados
por el programa de medicina para inscribirse en clases de computación; y
cuando Albrecht llevó el programa de medicina a otras escuelas
secundarias, la respuesta fue igualmente entusiasta. Pronto Albrecht
presentó triunfalmente su programa de medicina en la Conferencia
Nacional de Computación, donde sus jóvenes prodigio asombraron a los
sumos sacerdotes de la industria. Nosotros no hacemos eso, le dijeron a
Albrecht.
Él se sacudió de alegría. Lo haría. Convenció a Control Data para que le
permitiera llevar el programa de medicina a todo el país y trasladó su
base a la sede de CDC en Minnesota. Fue allí donde alguien le mostró
BASIC, el lenguaje de programación desarrollado por John Kemeny de
Dartmouth para dar cabida, escribió Kemeny, "a la posibilidad de que
millones de personas escribieran sus propios programas informáticos...
Aprovechando años de experiencia con FORTRAN, diseñamos un nuevo
lenguaje que era especialmente fácil de aprender para el profano [y] que
facilitaba la comunicación entre el hombre y la máquina". Albrecht
decidió inmediatamente que BASIC era lo que buscaba y que FORTRAN estaba
muerto. BASIC era interactivo, de modo que la gente ávida de usar la
computadora obtendría una respuesta instantánea de la máquina (FORTRAN
estaba orientado al procesamiento por lotes). Utilizaba palabras
similares al inglés como INPUT, THEN y GOTO, de modo que era más fácil
de aprender. Y tenía un generador de números aleatorios incorporado, de
modo que los niños podían usarlo para escribir juegos rápidamente.
Albrecht sabía incluso entonces que los juegos proporcionarían el aroma
seductor que atraería a los niños a la programación y al hackerismo.
Albrecht se convirtió en un profeta de BASIC y finalmente cofundó un
grupo llamado SHAFT (Sociedad para ayudar a abolir la enseñanza de
FORTRAN).
A medida que se fue involucrando más en los aspectos misioneros de su
trabajo, finalmente salió a la superficie el Bob Albrecht que bullía
bajo su apariencia formal. Cuando los años sesenta estaban en pleno
apogeo, Albrecht se fue a California, divorciado, con el pelo largo,
ojos brillantes y una cabeza llena de ideas radicales sobre cómo exponer
a los niños a las computadoras. Vivía en la cima de Lombard Street (la
colina más alta y sinuosa de San Francisco) y mendigaba o pedía
prestadas computadoras para su práctica evangelizadora. Los martes por
la noche abría su apartamento para sesiones que combinaban cata de
vinos, baile griego y programación de computadoras. Estuvo involucrado
en la influyente Universidad Libre de Midpeninsula, una encarnación de
la actitud de "haz lo que quieras" de la zona, que atraía a personas
como Baba Ram Dass, Timothy Leary y el ex sabio de la inteligencia
artificial del MIT, "el tío" John McCarthy. Albrecht participó en la
creación de la "división de educación informática" de la fundación sin
fines de lucro llamada Instituto Portola, que más tarde engendró el
Catálogo de la Tierra Entera. Conoció a un profesor de la escuela
secundaria Woodside de la península, llamado LeRoy Finkel, que compartía
su entusiasmo por enseñar informática a los niños; con Finkel fundó una
empresa de publicación de libros de informática llamada Dymax, en honor
a la palabra registrada de Buckminster Fuller, "dymaxion", que combinaba
dinamismo y máximo. La empresa con ánimo de lucro se financió con las
importantes acciones de Albrecht (había tenido la suerte de entrar en la
primera oferta pública de acciones de DEC) y pronto la empresa obtuvo un
contrato para escribir una serie de libros instructivos sobre BASIC.
Albrecht y el grupo de Dymax se hicieron con una minicomputadora DEC
PDP-8. Para albergar esta maravillosa máquina, trasladaron la empresa a
una nueva sede en Menlo Park. Según su acuerdo con DEC, Bob recibiría
una computadora y un par de terminales a cambio de escribir un libro
para DEC llamado My Computer Likes Me, quedándose astutamente con los
derechos de autor (vendería más de un cuarto de millón de copias). El
equipo fue embalado en un autobús VW, y Bob revivió los días de la feria
de medicina, llevando su gira de presentaciones del PDP-8 a las
escuelas. Llegó más equipo, y en 1971 Dymax se convirtió en un lugar de
reunión popular para jóvenes informáticos, hackers en ciernes,
aspirantes a gurús de la educación informática y descontentos
tecnosociales. Bob, mientras tanto, se había mudado a un queche de
catorce metros atracado en Beach Harbor, a unos treinta kilómetros al
sur de la ciudad. "Nunca había navegado en mi vida. Simplemente había
decidido que era hora de vivir en un barco", dijo más tarde.
Albrecht era criticado a menudo por la multitud moderna de Palo Alto -
que creía que la tecnología es el mal - por promover las computadoras.
Por este motivo su método de adoctrinar al Pueblo en el mundo de la
informática se volvió sutil, un enfoque astuto de traficante de drogas:
"Simplemente dale una pitada a este juego... se siente bien, ¿no?...
Puedes programar esta cosa, ¿sabes?" Más tarde explicó: "Éramos
encubiertos. Sin quererlo, estábamos adoptando una visión a largo plazo,
alentando a cualquiera que quisiera usar computadoras, escribiendo
libros que la gente pudiera aprender a programar.
"Pero en Dymax había mucha contracultura. El lugar estaba lleno de
fanáticos populistas de la informática, de pelo largo, muchos de ellos
en edad de ir al instituto. Bob Albrecht hacía el papel de gurú barbudo,
soltando ideas y conceptos más rápido de lo que nadie podría llevarlos a
cabo. Algunas de sus ideas eran brillantes, otras basura, pero todas
estaban impregnadas del carisma de su personalidad, que a menudo era
encantadora pero también podía ser autoritaria. Albrecht llevaba al
equipo de excursión a bares de piano locales donde acababa con el
micrófono en la mano, dirigiendo al grupo en festivales de canciones.
Acondicionó parte de las oficinas de Dymax como una taberna griega, con
luces navideñas parpadeantes, para sus clases de baile los viernes por
la noche. Sin embargo, sus ideas más demoníacas implicaban la
popularización de las computadoras.
Albrecht pensó que algún tipo de publicación debería registrar este
movimiento, ser un pararrayos para nuevos desarrollos. Así que el grupo
comenzó una publicación sumamnete sensacionalista llamada People’s
Computer Company, en honor al grupo de rock de Janis Joplin, Big Brother
and the Holding Company. En la portada del primer número, fechado en
octubre de 1972, había un dibujo ondulado de un barco de aparejo
cuadrado navegando hacia el atardecer, que de alguna manera simbolizaba
la era dorada en la que la gente estaba entrando, y la siguiente leyenda
escrita a mano:
LAS COMPUTADORAS SE UTILIZAN PRINCIPALMENTE CONTRA EL PUEBLO EN LUGAR DE
A FAVOR DEL PUEBLO SE UTILIZAN PARA CONTROLAR AL PUEBLO EN LUGAR DE
LIBERARLO ES HORA DE CAMBIAR TODO ESO... NECESITAMOS UNA... COMPAÑÍA DE
COMPUTADORAS DEL PUEBLO
El periódico tenía un estilo similar al del Whole Earth Catalog, solo
que más improvisado y descuidado. Podía haber cuatro o cinco tipografías
diferentes en una página, y a menudo los mensajes se garabateaban
directamente en las páginas, demasiado urgentes para esperar al
tipógrafo. Era una expresión perfecta del estilo apresurado y abarcador
de Albrecht. Los lectores tenían la impresión de que no había tiempo que
perder en la misión de difundir la informática entre la gente, y
ciertamente no perdían el tiempo en tareas aleatorias como enderezar
márgenes, diseñar historias con prolijidad o planificar con demasiada
antelación. Cada número estaba repleto de noticias sobre personas
imbuidas de la religión informática, algunas de las cuales iniciaban
operaciones similares en diferentes partes del país. Esta información se
presentaba en misivas caprichosas, despachos desde las primeras líneas
de la revolución del cómputo popular, con gran conocimiento de la
informática. Hubo poca respuesta de las torres de marfil de la academia
o de las instituciones de investigación de cielo azul. Los hackers como
los del MIT ni siquiera pestañeaban ante el PCC, que, después de todo,
imprimía listados de programas en BASIC, por el amor de Dios, no en su
amado lenguaje ensamblador. Pero la nueva generación de hackers de
hardware, los del tipo Lee Felsenstein que intentaban encontrar formas
de conseguir más acceso a las computadoras para ellos mismos y quizás
para otros, descubrieron el tabloide y escribían para ofrecer listados
de programación, sugerencias sobre cómo comprar componentes de
computadoras o simplemente dar ánimos. Felsenstein, de hecho, escribió
una columna sobre hardware para PCC.
El éxito del periódico llevó a Dymax a escindir la operación en una
empresa sin fines de lucro llamada PCC, que incluiría no solo la
publicación, sino también la operación del floreciente centro de cómputo
en sí, que impartía clases y ofrecía computación en las calles por
cincuenta centavos la hora a cualquiera que quisiera usarlo.
PCC y Dymax estaban ubicados en un pequeño centro comercial en Menalto
Avenue, en el espacio que antes ocupaba una farmacia de la esquina. El
lugar estaba equipado con cabinas estilo cafetería. "Siempre que alguien
quería hablar con nosotros, salíamos y comprábamos un paquete de seis
cervezas y hablábamos en nuestras cabinas", recordó Albrecht más tarde.
En la zona de máquinas de al lado estaba el PDP-8, que parecía un
receptor estéreo gigante con luces intermitentes en lugar de un dial de
FM y una fila de interruptores en el frente. La mayoría de los muebles,-
salvo algunas sillas delante de los terminales grises de estilo teletipo
- consistían en grandes almohadas que la gente usaba como cojines para
sentarse, camas o armas para arrojarse. Una alfombra verde descolorida
cubría la zona, y contra una pared había una estantería maltratada llena
de una de las mejores y más activas colecciones de ciencia ficción de
bolsillo de la zona.
El aire solía estar lleno del ruido de los terminales, uno conectado al
PDP-8, otro conectado a las líneas telefónicas, a través de las cuales
podía acceder a un ordenador de Hewlett-Packard, que había donado tiempo
libre al PCC. Lo más probable era que alguien estuviera jugando a uno de
los juegos que había escrito el creciente grupo de hackers del PCC. A
veces, las amas de casa traían a sus hijos, probaban las computadoras
ellas mismas y se enganchaban, programando tanto que los maridos temían
que las leales matriarcas estuvieran abandonando a los niños y la cocina
por los placeres del BASIC. Algunos hombres de negocios intentaron
programar la computadora para predecir los precios de las acciones y
dedicaron cantidades infinitas de tiempo a esa quimera. Cuando se tenía
un centro de computación con la puerta abierta de par en par, cualquier
cosa podía pasar. Albrecht fue citado en la Saturday Review diciendo:
"Nosotros queremos crear centros informáticos amigables en el
vecindario, donde la gente pueda entrar como si fuera un salón de bolos
o una sala de juegos y descubrir cómo divertirse con las computadoras".
Parecía que estaba funcionando. Como muestra de lo cautivadoras que
podían ser las máquinas, un reportero que estaba haciendo un reportaje
sobre PCC llegó alrededor de las cinco y media un día, y los
trabajadores lo sentaron frente a una terminal de teletipo que estaba
ejecutando un juego llamado Star Trek. "Lo siguiente que recuerdo",
escribió el reportero en una carta a PCC, "es que alguien me tocó el
hombro a las 12:30 a.m. de la mañana siguiente y me dijo que era hora de
irme a casa". Después de un par de días de pasar tiempo en PCC, el
reportero concluyó: "Todavía no tengo nada que decirle a un editor más
allá de que pasé un total de veintiocho horas hasta ahora simplemente
jugando juegos en estas seductoras máquinas". Todos los miércoles por la
noche, PCC tenía sus cenas compartidas. Después de una reunión de
personal del PCC típicamente desorganizada (Bob, con ideas que le
llegaban a la cabeza como torpedos de Spacewar, no podía seguir
fácilmente una agenda), se cubrían largas mesas con manteles y, poco a
poco, la sala se llenaba con un virtual quién es quién de la informática
alternativa en el norte de California.
De los distinguidos visitantes que llegaban, ninguno era tan bienvenido
como Ted Nelson. Nelson era el autor autoeditado del Computer Lib, la
epopeya de la revolución informática, la biblia del sueño hacker. Fue lo
suficientemente terco como para publicarlo cuando nadie más parecía
pensar que era una buena idea.
Ted Nelson tenía una dolencia autodiagnosticada de estar años adelantado
a su tiempo. Hijo de la actriz Celeste Holm y el director Ralph Nelson
(Lilies of the Field), producto de escuelas privadas, estudiante en
elegantes universidades de artes liberales, Nelson era un
perfeccionista, sin duda irascible, su principal talento era el de un
"innovador". Escribió un musical de rock en 1957. Trabajó para John
Lilly en el proyecto Dolphin e hizo algunos trabajos cinematográficos.
Pero su cabeza, como explicó más tarde, estaba "nadando en ideas" sin
remedio hasta que entró en contacto con un mainframe y aprendió algo de
programación.
Eso fue en 1960. Durante los catorce años siguientes, pasó de un trabajo
a otro. Salía de su oficina en un puesto en una corporación de alta
tecnología y veía "la increíble desolación del lugar en esos pasillos".
Empezó a ver cómo la mentalidad de proceso por lotes de IBM había cegado
a la gente ante las magníficas posibilidades de los ordenadores. Sus
observaciones al respecto fueron universalmente desatendidas. ¿Nadie le
escucharía?
Finalmente, por la ira y la desesperación, decidió escribir un "libro de
contracultura informática". Ningún editor estaba interesado, ciertamente
no con sus exigencias sobre el formato: un diseño similar al Whole Earth
Catalog o el PCC, pero aún más libre, con páginas de gran tamaño
cargadas de letra tan pequeña que apenas se podía leer, junto con
anotaciones garabateadas y dibujos maníacamente amateurs. El libro
estaba dividido en dos partes: una se llamaba "Computer Lib", el mundo
informático según Ted Nelson; y el otro, "Dream Machines", el futuro
informático según Ted Nelson. Tras desembolsar dos mil dólares de su
bolsillo —"mucho para mí", diría más tarde— imprimió unos cientos de
copias de lo que era un manual virtual sobre la ética hacker. Las
primeras páginas gritaban con urgencia, mientras lamentaba la mala
imagen general de las computadoras (culpaba de ello a las mentiras que
los poderosos decían sobre ellas, mentiras que él llamaba
"cibermierdas") y proclamaba en letras mayúsculas que EL PÚBLICO NO
TIENE QUE TOMAR LO QUE SE LES DICE. Se declaró descaradamente un
fanático de las computadoras y dijo:
Tengo un problema. Quiero ver computadoras útiles para las personas, y
cuanto antes mejor, sin que se requieran complicaciones ni servilismo
humano. Cualquiera que esté de acuerdo con estos principios está de mi
lado. Y cualquiera que no esté de acuerdo, no lo está.
ESTE LIBRO ES POR LA LIBERTAD PERSONAL. Y CONTRA LA RESTRICCIÓN Y LA
COERCIÓN... Un cántico que puede llevar a las calles: ¡PODER INFORMÁTICO
PARA EL PUEBLO! ¡ABAJO LA CIBERMIERDA!
"Las computadoras son lo que importa", decía el libro de Nelson, y
aunque se vendió lentamente, se vendió, y finalmente pasó por varias
reimpresiones. Mas importante, tuvo un seguimiento de culto. En el PCC,
Computer Lib era una razón más para creer que pronto no sería ningún
secreto que los ordenadores eran mágicos. Y a Ted Nelson lo trataban
como a un rey en las cenas informales.
Pero la gente no iba a las cenas informales para ver a los magos de la
revolución informática: estaban allí porque estaban interesados en los
mainframes. Algunos eran hackers de hardware de mediana edad, algunos
eran niños de primaria que habían sido atraídos por los ordenadores,
algunos eran adolescentes de pelo largo a los que les gustaba hackear el
PCC PDP-8, algunos eran educadores, algunos eran simplemente hackers.
Como siempre, los planificadores como Bob Albrecht hablaban de los
problemas de la informática, mientras que los hackers se concentraban en
intercambiar datos técnicos o se quejaban de la predilección de Albrecht
por el BASIC, al que los hackers consideraban un lenguaje "fascista"
pues su estructura limitada no fomentaba el máximo acceso a la máquina y
reducía el poder de un programador. No se necesitarían muchas horas
antes de que los hackers se escabulleran hacia las ruidosas terminales,
dejando a los activistas enfrascados en acaloradas discusiones sobre
este o aquel desarrollo. Y siempre, allí estaría Bob Albrecht.
Resplandeciente en el rápido progreso del gran sueño informático,
estaría en el fondo de la sala, moviéndose con las iteraciones
culminantes de la danza folclórica griega, hubiera música o no.
* * * * * * * *
En esa atmósfera cargada de propósito mesiánico, la gente de Community
Memory se lanzó sin reservas a poner en línea su proyecto. Efrem Lipkin
revisó un gran programa que sería la interfaz básica con los usuarios, y
Lee se dedicó a reparar una teletipo Modelo 33 donado por la Tymshare
Company. Había sido utilizado durante miles de horas y se lo había
entregado a CM como basura. Debido a su fragilidad, alguien tendría que
cuidarlo constantemente; A menudo se atascaba, o el regulador se ponía
pegajoso, o no pulsaba el retorno de carro antes de imprimir la
siguiente línea. Más adelante en el experimento, CM conseguiría un
terminal Hazeltine 1500 con un CRT que era un poco más fiable, pero
alguien del colectivo tenía que estar allí en caso de que hubiera un
problema. La idea era que Lee desarrollara con el tiempo un nuevo tipo
de terminal para mantener el proyecto en marcha, y ya estaba empezando a
idear ideas para ese proyecto de hardware.
Pero eso era para más adelante. Primero tenían que llevar a CM a las
calles. Después de semanas de actividad, Efrem, Lee y los demás
instalaron la teletipo Modelo 33 y su carcasa de caja de cartón (que
protegía contra los derrames de café y las cenizas de marihuana) en
Leopold's Records. Habían dibujado carteles que instruían a la gente
sobre cómo utilizar el sistema, pegatinas de papel glacé de colores
brillantes con conejos psicodélicos y líneas onduladas. Se imaginaban a
la gente haciendo conexiones difíciles para cosas como trabajos, lugares
para vivir, viajes y trueques. Era tan simple que cualquiera podía
usarlo: solo había que usar los comandos ADD o FIND. El sistema era una
variación cariñosa del sueño de los hackers, y encontraron un
sentimiento similar en un poema que los inspiró a otorgarle un nombre
especial a la empresa matriz de Community Memory: "Loving Grace
Cybernetics". El poema era de Richard Brautigan:
Me gusta pensar (¡y cuanto antes mejor!) en un prado cibernético donde
mamíferos y computadoras viven juntos en armonía de programación mutua
como agua pura tocando el cielo claro Me gusta pensar (¡ahora mismo, por
favor!) en un bosque cibernético lleno de pinos y dispositivos
electrónicos donde los ciervos pasean pacíficamente frente a las
computadoras como si fueran flores con capullos que giran. Me gusta
pensar (¡tiene que serlo!) en una ecología cibernética donde seamos
libres de nuestro trabajo y nos unamos de nuevo a la naturaleza,
devueltos a nuestros hermanos y hermanas mamíferos, y todos vigilados
por máquinas de gracia amorosa.
—TODOS VIGILADOS POR MÁQUINAS DE GRACIA AMOROSA
Eso no era una simple terminal en Leopold's, ¡era un instrumento de
Gracia Amorosa! Era para pastorear al rebaño ignorante hacia un prado
fertilizado por la benévola Ética Hacker, protegido de las ínfulas
sofocantes de la burocracia. Pero algunos dentro de Community Memory
tenían dudas. Aún mayor que las persistentes dudas de Lee sobre la
durabilidad del terminal era su temor de que la gente reaccionara con
hostilidad ante la idea de que un ordenador invadiera el espacio sagrado
de una tienda de discos de Berkeley; sus peores temores hicieron que los
"pregoneros" de Community Memory que atendían el terminal se vieran
obligados a proteger físicamente el hardware contra una turba de luditas
hippies.
Temores infundados. Desde el primer día del experimento, la gente
reaccionó con calidez ante la terminal. Tenían curiosidad por probarla y
se devanaban los sesos para pensar en algo que poner en el sistema. En
el Berkeley Barb una semana después de que comenzara el experimento, Lee
escribió que durante los primeros cinco días de la terminal teletipo
Modelo 33 en Leopold's, estuvo en uso 1.434 minutos, aceptando 151
elementos nuevos e imprimiendo 188 sesiones, el treinta y dos por ciento
de las cuales representaban búsquedas exitosas. Y el nivel de violencia
fue inexistente: Lee informó de "cien por ciento de sonrisas".
Se corrió la voz y pronto la gente empezó a buscar contactos
importantes. Si escribías, por ejemplo, BUSCAR CLÍNICAS DE SALUD,
obtenías información sobre cualquiera de ocho, desde la Clínica de
Investigación Médica de Haight-Ashbury hasta la Clínica Popular Gratuita
George Jackson. Una solicitud de BAGELS (alguien que preguntaba dónde en
el Área de la Bahía se podían encontrar buenos bagels al estilo
neoyorquino) obtenía cuatro respuestas: tres de ellas mencionaban puntos
de venta minoristas, otra de una persona llamada Michael que daba su
número de teléfono y se ofrecía a mostrarle al consultante cómo hacer
sus propios bagels. La gente encontraba compañeros de ajedrez,
compañeros de estudio y compañeros sexuales para boas constrictoras.
Pasaban consejos sobre restaurantes y álbumes de discos. Ofrecían
servicios como cuidado de niños, transporte, mecanografía, lectura del
tarot, plomería, pantomima y fotografía ("TIPO TRANQUILO BUSCA PERSONAS
QUE SE DEDIQUEN A LA FOTOGRAFÍA/MODELO/AMBOS NO EXPLOTABLES... OM
SHANTI").
Se produjo un fenómeno extraño. A medida que avanzaba el proyecto, los
usuarios comenzaron a aventurarse en aplicaciones inexploradas. Mientras
la gente de la Memoria Comunitaria observaba entre las novedades del
día, encontraron algunos artículos que no encajaban en ninguna
categoría... Incluso las palabras clave introducidas al final del
artículo eran desconcertantes. Había mensajes como: "TÚ ERES TU MEJOR
AMIGA", seguido de las palabras clave AMIGA, AMANTE, PERRA, TÚ,
NOSOTRAS, NOSOTROS, GRACIAS. Había mensajes como: "ALIENÍGENA DE OTRO
PLANETA NECESITA FÍSICO COMPETENTE PARA COMPLETAR LAS REPARACIONES EN LA
NAVE ESPACIAL. AQUELLOS QUE NO TIENEN CONOCIMIENTOS DE INDUCCIÓN
GEOMAGNÉTICA NO DEBEN SOLICITARLO". Había mensajes como: "DIOS MÍO, ¿POR
QUÉ ME HAS ABANDONADO?". Había mensajes que incluían citas crípticas de
Ginsberg, The Grateful Dead, Arlo Guthrie y Shakespeare. Y había
mensajes del Doctor Benway y la misteriosa Interzona. El doctor Benway,
el personaje de El almuerzo desnudo, era «un manipulador y coordinador
de sistemas de símbolos, un experto en todas las fases de
interrogatorio, lavado de cerebro y control». No importaba. Quienquiera
que fuese este usuario demente, empezó a organizar los bits del núcleo
dentro del XDS-940 en diatribas deshilachadas, comentarios superficiales
de la época aderezados con visiones inefables, llamamientos a la lucha
armada y predicciones funestas de gran hermandad, predicciones que se
presentaban irónicamente mediante el uso de tecnología informática al
estilo de 1984 de una manera radical y creativa. «Benway aquí», se
anunciaba en una entrada típica, «sólo un excursionista en las arenas de
esta fecunda base de datos». Benway no era el único que adoptaba
personajes extraños: como ya habían descubierto los hackers, el
ordenador era una extensión ilimitada de la propia imaginación, un
espejo sin prejuicios en el que se podía enmarcar cualquier tipo de
autorretrato que se deseara. No importaba lo que escribieras, las únicas
huellas digitales que tenía tu mensaje eran las de tu imaginación. El
hecho de que a los no hackers les gustaran estas ideas indicaba que la
mera presencia de ordenadores en lugares accesibles podía ser un
estímulo para el cambio social, una oportunidad de ver las posibilidades
que ofrecía la nueva tecnología.
Lee lo llamaría más tarde "una epifanía, una revelación. Fue como mi
experiencia con el Movimiento de la Libertad de Expresión y el Parque
del Pueblo. ¡Dios mío! ¡No sabía que la gente pudiera hacer esto!".
Jude Milhon desarrolló personalidades en línea, escribió poemas. "Fue
muy divertido", recordaría más tarde. "Tus sueños encarnados". Un
habitual de CM intercambió mensajes electrónicos con Benway,
profundizando en el tema de Naked Lunch para crear una "Interzona"
informática, en honor al decadente mercado de carne del alma creado por
Burroughs. Al principio, los mensajes de Benway indicaban sorpresa por
esta variación; luego, casi como si se diera cuenta de las posibilidades
democráticas del medio, dio su bendición. "Algunos piratas nefastos han
hablado de clonar el logotipo de Benway... adelante... es de dominio
público", escribió.
Jude Milhon conoció a Benway. Era, como ella lo describió, "muy tímido,
pero capaz de funcionar en el mundo de Community Memory".
El grupo floreció durante un año y medio, trasladando la terminal en un
momento dado de Leopold’s a Whole Earth Access Store, y colocando una
segunda terminal en una biblioteca pública en Mission District de San
Francisco. Pero las terminales seguían averiándose, y quedó claro que
era esencial un equipo más confiable. Se necesitaba un sistema
completamente nuevo, ya que CM sólo podía llegar hasta cierto punto con
el enorme gigante XDS-940, y en cualquier caso la relación entre CM y
Resource One (su fuente de financiación) se estaba rompiendo. Pero no
había ningún sistema esperando entre bastidores, y Community Memory,
escaso de fondos y tecnología, y ambos en rápido decline ante la energía
del Pueblo, necesitaba algo pronto.
Finalmente, en 1975, un grupo agotado de idealistas de Community Memory
se sentó para decidir si continuar con el proyecto. Había sido un año
estimulante y agotador. El proyecto "mostró lo que se podía hacer.
"Mostró el camino", afirmaría Lee más tarde. Pero Lee y los demás
consideraron que era "demasiado arriesgado" continuar con el proyecto en
su estado actual. Habían invertido demasiado, tanto técnica como
emocionalmente, para ver cómo el proyecto se desvanecía a través de una
serie de deserciones frustrantes y fallos aleatorios del sistema. El
consenso fue sumergir el experimento en un estado de remisión temporal.
Aun así, fue una decisión traumática. "Estábamos en desarrollo cuando se
interrumpió", dijo Jude Milhon más tarde, "[Nuestra relación con]
Community Memory era como Romeo con Julieta, nuestra otra mitad del
alma. Luego, de repente, CHOP, se acabó. Se cortó en su florecimiento
temprano".
Efrem Lipkin se fue e intentó una vez más pensar en una forma de
abandonar las computadoras. Otros se involucraron en varios otros
proyectos, algunos técnicos, algunos sociales. Pero ninguno, y mucho
menos Lee Felsenstein, abandonó el sueño.