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                   En el Principio fue la Linea de Comandos

  Neal Stephenson

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  índice

  Presentación, por M. Vidal

  Prólogo, por P.J. Romero

  Introducción

  Descapotables, tanques y batmóviles

  Lanzador de bits

  Las Interfaces Gráficas de Usuario

  Lucha de clases en el escritorio

  Tarro de miel, pozo de brea, lo que sea

  La tecnosfera

  La cultura de la interfaz

  Morlocks y Eloi al teclado

  El trasquilón metafórico

  Linux

  El «hole hawg» de los sistemas operativos

  La tradición oral

  5 11 15 17

  23 29 37 45 53 59 71 79 83 91 95

  Shock de sistema operativo 99

  Falibilidad, enmienda, redención, confianza... 111

  Memento Morí 123

  La fatiga del «geek» 131

  Etre 135

  Mente compartida 145

  El meñique derecho de Dios 149

  Presentación

  Hace años que los fabricantes de sistemas operativos —como Microsoft o
  Apple— dedican ingentes recursos a ocultar cómo funcionan realmente los
  ordenadores, se supone que con la idea de simplificar su uso. Para
  ello, algunos de sus mejores ingenieros han inventado toda clase de
  metáforas visuales e interfaces gráficas, lo cual ha permitido que
  mucha gente se acerque a los ordenadores personales sin sentir pánico o
  sin provocar grandes gastos de formación de personal a sus empresas.
  Pero, lamentablemente, construir ese muro de metáforas en forma de
  interfaz gráfica entre el ordenador y el usuario (conocida como GUl) ha
  tenido un coste social y cultural muy notable, al contribuir
  decisivamente a que la tecnología que subyace al ordenador se perciba
  como algo mágico, sin conexión alguna entre causas y efectos,
  recubriendo de un formidable manto de ignorancia todo lo que realmente
  sucede. Eso ha propiciado estrategias comerciales basadas en el engaño
  y la trampa,1 cuando no abiertamente delictivas2 y explica que
  productos muy deficientes, como el propio Windoivs, sean consumidos
  masivamente y tolerados por el gran público, que soporta resignadamente
  una mercancía plagada de errores y sin garantía real alguna, que acepta
  las pérdidas de da

  1 «Trampa en el ciberespacio», Roberto Di Cosmo, 1998, http://
  sindominio.net/biblioweb/telemática/trampas.html

  2E1 fallo contra Microsoft del juez tackson, emitido en abril de 2000,
  es absolutamente demoledor: califica su estrategia empresarial como
  «conducta depredadora», la compara con un «pulgar opresor» sobre sus
  competidores y la tilda de «violenta».

  11

  ios, los virus, las vulnerabilidades, el control sobre su intimidad y
  toda clase de errores inesperados como algo natural, inherente al
  propio ordenador, y no al sistema operativo que lo hace funcionar. El
  último —y gravísimo— atropello planificado por parte del principal
  constructor de interfaces amigables tiene el nombre de TCPA/Palladium y
  pretende unlversalizar el software propietario con código malicioso
  incorporado. Hoy son las empresas las que «legislan» defacto mediante
  la tecnología y, de imponerse dicho sistema —una auténtica conspiración
  de Microsoft e Intel contra libertades básicas de las personas—,
  permitiría realmente la censura remota, la intrusión y el control de
  los ordenadores personales por parte de las corporaciones multimedia y
  de los gobiernos, a espaldas del usuario y sin su consentimiento.

  La «cultura de la interfaz» se ha impuesto, pero para llegar a ese
  punto ha hecho falta un largo recorrido salpicado de guerras no
  declaradas, una auténtica «lucha de clases en el escritorio» que nos ha
  llevado desde la línea de comandos hasta las vistosas interfaces
  gráficas actuales. Es precisamente esa historia la que nos narra,
  deforma amena y desenfada, Neal Stephenson, autor por cierto de algunas
  de las mejores novelas de ciencia-ficción de la última década, tales
  como Snow Crash y Criptonomicón.

  Existe una comunidad, una cultura compartida, de programadores expertos
  y gurús de redes, cuya historia se puede rastrear décadas atrás, hasta
  las primeras minicomputadoras de tiempo compartido y los primigenios
  experimentos de Arpanet. Los miembros de esta cultura acuñaron el
  término hacker. Los hackers construyeron la Internet. Los hackers
  hicieron del sistema operativo Unix lo que es en la actualidad. Los
  hackers hacen andar Usenet. Los hackers hacen que funcione la WWW.3

  El heredero de esa cultura es el movimiento del software libre, y su
  buque insignia: GNU/Linux. En ese ámbito sigue muy viva la interfaz de
  línea de comandos de la que nos habla Stephenson. Tal circunstancia no
  responde a ninguna clase de nostalgia o excentricidad, ni se debe solo
  a una decisión técnica, sino política, pues con ello se ha mantenido
  intactos el poder y la capacidad de

  3 «Cómo convertirse en hacker», Eric Raymond, 2001. La traducción
  castellana puede leerse en: http://sindominio.net/biblioweb/

  telemática/hacker-como.html

  decisión del usuario sobre lo que hace su máquina. Es de esta historia,
  no muy conocida fuera del ámbito hacker, sobre la que nos ilustra En el
  principio. .. fue la línea de comandos. La obra que presentamos
  constituye un ensayo sobre el pasado y el futuro de los ordenadores
  personales, un recorrido personal y subjetivo —pero no por ello menos
  preciso— a través de la evolución de los sistemas operativos que el
  autor ha conocido —Windows, MacOS, Linux, BeOS— y de la actitud que han
  representado a lo largo del tiempo cada uno de estos en el uso y el
  tipo de usuario a los que ha dado lugar. No es un libro que trate de
  evaluar o comparar técnicamente las prestaciones de los distintos
  sistemas operativos, ni que aborde la típica (y artificiosa)
  controversia entre usuarios de Mac y de Windows. De hecho, Stephenson
  sitúa correctamente en el mismo plano a Apple y a Microsoft, como dos
  caras de la misma moneda: tal y como no hay diferencia cualitativa
  entre un fabricante deferraris y otro de ladas (por mucho que estética
  e incluso funcionalmente no haya comparación posible), tampoco la hay
  entre Redmond y Cupertino: ambos gigantes representan un modelo basado
  en el código cerrado, en la restricción y la apropiación de las fuentes
  del conocimiento y en la venta de licencias.

  La alternativa al software propietario no es otro software propietario
  que funcione mejor o sea más vistoso, o nos salga gratis, sino un
  modelo de desarrollo y uso del software que devuelva a los usuarios de
  ordenadores el poder y la libertad que han ido perdiendo a lo largo del
  tiempo o, aún más, que permita a los usuarios autoorganizarse para
  ello: ese, y no otro, es el valor del software libre, mucho más que sus
  excelencias técnicas, las cuales, siendo indiscutibles, no dejan de ser
  un hecho circunstancial. ¿Y qué es lo que caracteriza pues al software
  libre? el permiso de copiar, modificar y redistribuir el código
  (incluyendo su venta), con una única restricción que se puede
  sintetizar con el título del himno de Caetano Veloso y del Mayo
  francés: «prohibido prohibir», y que los hackers comprimen aún más
  llamándolo «copyleft». Esto no es una simple utopía de informáticos
  libertarios, sino la columna vertebral de Internet (más del 60 % de los
  servidores web se basan en un software libre llamado Apache), el modelo
  de negocio de numerosas empresas y el sistema que usan ya más de veinte
  millones de personas en sus ordenadores.

  14 En el principio... fue la línea de comandos

  Esta obra sin duda supondrá un punto de vista novedoso para el usuario
  no especializado, pues le descubrirá de modo ameno un mundo que no es
  el que le han contado en las revistas de informática, ni en los
  rutilantes anuncios de las grandes compañías de software propietario,
  que prometen facilidad de uso a cambio de aceptar la entrega ciega e
  incondicional a sus productos. Neal Stephenson muestra que no es oro
  todo lo que reluce debajo de esa metáforas visuales y esos vistosos y
  (se supone) intuitivos escritorios, que se han impuesto a costa de un
  ejercicio tramposo de idealización equivalente a las películas de Walt
  Disney.

  Hay que hacer una pequeña aclaración en cuanto a la excelente
  traducción de Asunción Álvarez. En el texto aparece a menudo «software
  gratis» como traducción castellana de free software. En inglés, el
  término free es polisémico, y puede significar tanto libre como gratis.
  Sin embargo, free software, referido al movimiento que abandera
  GNU/Linux, se emplea siempre en el sentido de libertad, no de precio, y
  debe traducirse como «software libre». Pero Stephenson usa muchas veces
  a lo largo del texto free en un sentido inequívoco que indica gratuidad
  y por supuesto la traductora ha respetado dicho sentido. Cuando el
  autor quiere referirse a «software libre» opta por la denominación open
  source («fuente abierta»). El software libre es libre incluso para ser
  vendido. Que el software se pueda copiar sin restricciones hace que
  tienda a llegar al usuario a coste cero, lo cual es distinto a que no
  haya costado nada producirlo o a que alguien no haya pagado por su
  desarrollo: la gratuidad, cuando se da, es una consecuencia del modelo
  de libre copia, no su razón de ser}

  Para elaborar este libro se ha empleado únicamente software libre, en
  concreto el sistema de composición de textos VfTjjX,5 el

  4 De hecho existe software gratuito que en absoluto es software libre:
  el navegador Explorer de Microsoft es un buen ejemplo de cómo la
  gratuidad puede ser parte de una despiadada estrategia de dumping.

  5 TjX (pronuncíese «tej») fue creado en 1978 por Donald E. Knuth,
  figura sobresaliente en la ciencia de la computación moderna y máxima
  autoridad en el estudio de algoritmos matemáticos. TjtX es sin duda uno
  de los programas libres más perfectos y de los que más orgullosos se
  sienten los amantes del software libre. IATjtX (y su sucesor líTgX le)
  es un lenguaje estructurado construido a partir de TgX, usado por gran
  número de matemáticos, físicos, químicos e ingenieros, si bien se puede
  emplear en

  Presentación, por M. Vidal 1 5

  editor GNU Emacs y el corrector Ispell,6 con los que se ha controlado
  todo el proceso hasta la salida final en un fichero «postcript» para la
  imprenta. Tenemos el empeño explícito por mostrar con hechos que el
  resultado de la maquetación con herramientas libres es incluso superior
  que el que se obtiene con los carísimos programas comerciales que se
  utilizan en la composición de libros en papel. Tampoco se ha usado
  interfaz gráfica: todo el proceso se ha realizado sin efectuar un solo
  click de ratón desde una terminal de línea de comandos (GNU bash). Una
  versión digital de este libro, libremente reproducible para uso
  personal, puede encontrarse en la Biblioweb de sinDominio.7

  Solo nos queda agradecer la cesión de la traducción a Asunción Álvarez
  y ciberpunk.org, en cuyo sitio se encuentra otra versión en línea de
  este ensayo.8 También deseamos que conste nuestro agradecimiento a
  Pedro Jorge Romero, por permitirnos reproducir la reseña que hizo para
  el Archivo de Nessus.9

  Miquel Vidal [email protected]

  cualquier tipo de documento. Aunque Word está haciendo estragos, aún
  muchas revistas de Física y Matemática o, por ejemplo, los libros de la
  editorial Addison-Wesley, se preprocesan utilizando TpX.

  6Ispell es un programa antiquísimo de línea de comandos que también
  trabaja integrado en Emacs. Fue escrito originalmente para una máquina
  PDP-10 en 1971 por R.E. Gorin y reescrito en C por Pace Willisson, del
  MIT. Después de 30 años, sigue siendo el corrector ortográfico estándar
  de los sistemas Unix.

  http://sindominio.net/biblioweb/telemática

  http://www.ciberpunk.com/basicos/neal_stephenson.

  html

  http://www.archivodenessus.com/rese/018 6/

  Prólogo

  Aparte de escribir buenas novelas de ciencia ficción (o cómo se llame
  lo que hace), Neal Stephenson tiene otra faceta más periodística. No
  está tan marcada como la de Bruce Sterling, quien ha dedicado muchos
  esfuerzos a informar desde cinco minutos en el futuro, pero es muy
  interesante, centrándose sobre todo en el mundo de la informática y las
  tecnologías avanzadas de comunicación. Y aquí es donde Neal Stephenson
  gana a muchos de los que tratan esos temas: él realmente entiende el
  fundamento técnico. No es que sus comentarios sean análisis secos de
  posibilidades tecnológicas, más bien todo lo contrario. Son piezas
  llenas de opiniones, subjetivas y claramente escritas por una persona
  en concreto, pero una persona cuya opinión merece tenerse en cuenta
  porque demuestra conocer bien el campo sobre el que escribe.

  Un buen ejemplo es este libro dedicado a los sistemas operativos. EN EL
  PRINCIPIO. . . FUE LA LÍNEA DE COMANDOS es una combinación de historia
  del software, discusión sobre la progresiva ocultación de la realidad
  tras una «interfaz» cada vez más bonita, meditación sobre el sentido de
  la vida, diario de los problemas de enfrentarse a varios sistemas
  operativos diferentes, canto nostálgico a los días en que las cosas se
  hacían como debían hacerse y, un poco, defensa de los muy masculinos
  valores de la potencia y el control.

  17

  18 En el principio... fue la línea de comandos

  Todo empieza con una analogía: los sistemas operativos son como los
  coches. La compañía Microsoft empezó vendiendo bicicletas motorizadas
  (MS-DOS), luego pasó a producir una actualización (el Windows original)
  que permitía a la bicicleta ir más rápido. Y finalmente, produce un
  coche, no demasiado bonito, que pierde mucho aceite pero que la gente
  compra mucho. La otra compañía, Apple, vende unos coches muy cómodos,
  fáciles de usar, pero que vienen herméticamente cerrados de forma que
  es imposible saber qué hay en su interior. BeOS vende coches de alta
  tecnologías, hermosos, con gran estilo y capaces de volar, ir por el
  agua o hacer lo que uno quiera, y más baratos que la competencia. Y por
  último tenemos algo que no es ni siquiera una compañía, sino más bien
  un campamento de refugiados, lleno de voluntarios de gran talento, que
  produce tanques. Sí, tanques. Tan buenos, que nunca se rompen, fáciles
  de maniobrar, que consumen el mismo combustible que un coche, están
  fabricados con la última tecnología y, lo mejor de todo, son gratuitos.
  A medida que uno de esos tanques Linux, ¿no lo habían adivinado?, se
  termina, se deja en la calle y cualquiera puede llevárselo.

  A partir de ahí, Neal Stephenson construye un discurso en el que
  explica el valor real de una compañía de sistemas operativos (ninguno;
  su valor sólo está en la cabeza de los clientes que, como Mulder,
  «quieren creer»), analiza la necesidad de la sociedad americana (y por
  extensión, el resto del mundo) de ocultar la complejidad tras unos
  bonitos botones, y discute los muchos problemas de instalar Linux. Y
  cuando uno sospechaba que está a punto de defender los valores de las
  herramientas para hombres (después de comparar a Linux con un,
  maravilloso en su experiencia, taladro industrial) se descuelga con una
  afirmación sorprendente para un hacker: el mejor sistema operativo
  sería aquel que combinase la potencia con una buena interfaz gráfica.
  Es decir, uno que te dejase la posibilidad de abrir una ventana a la
  línea de comando. Es decir, BeOS.

  Porque la línea de comando es la mejor forma de relacionarse con el
  mundo. La línea de comando es lo que te permite acceder a la realidad
  fundamental. Seguro que dios

  Prólogo, por P.J. Romero 1 9

  cuando creo el universo lo hizo como un hacker delante de la pantalla
  de su ordenador tecleando crípticos comandos para crear universos.

  ¿Son 150 páginas de un discurso laberíntico? Muy posiblemente. ¿Tiene
  razón en lo que dice? En buena parte. ¿Se va por las ramas?
  Ciertamente. ¿Es apasionante de leer? Puedes apostarlo. Porque EN EL
  PRINCIPIO... FUE LA LÍNEA DE COMANDOS está escrito con pasión, y por un
  autor que sabe utilizar atrevidas metáforas y brillantes imágenes, que
  a cada página puede sorprender con una observación inteligente o un
  dato interesante. Cuando terminas, te quedas con el inexplicable deseo
  de instalar BeOS en tu ordenador. Lo que puede resumirse diciendo que
  es otro buen libro de Neal Stephenson.

  Pedro Jorge Romero1

  1Pedro Jorge Romero (Arrecife, 1967) es licenciado en física, pero
  realmente se dedica a traducir, a la programación web y a escribir
  ocasionalmente. Ha traducido los tres volúmenes de la monumental novela
  de N. Stephenson Criptonomicón (Ediciones B, 2002), y está preparando
  la traducción de su esperada «secuela», Azogue (Quicksilver), cuya
  publicación está prevista para octubre de este año. Ediciones B ha
  publicado recientemente su primera novela, El otoño de las estrellas,
  escrita en colaboración con Miquel Barceló.

  Introducción

  HACE UNOS VEINTE AÑOS, a Jobs y Wozniak, los fundadores de Apple, se
  les ocurrió la muy extraña idea de vender máquinas de procesamiento de
  información para uso doméstico. El negocio despegó, sus fundadores
  hicieron un montón de dinero y recibieron el crédito que merecían como
  osados visionarios. Pero en esa misma época, a Bill Gates y Paul Alien
  se les ocurrió una idea todavía más extraña y fantasiosa: vender
  sistemas operativos de ordenador. Esto era mucho más extraño que la
  idea de Jobs y Wozniak. Un ordenador por lo menos tenía cierta realidad
  física. Venía en una caja, podía abrirse y enchufarse y se podía ver
  cómo parpadeaban las luces. Un sistema operativo no tenía ninguna
  encarnación tangible. Venía en un disco, claro, pero el disco no era, a
  todos los efectos, más que la caja que contenía el sistema operativo.
  El producto mismo era una serie muy larga de unos y ceros que, cuando
  se instalaba y se cuidaba bien, te daba la capacidad de manipular otras
  series muy largas de unos y ceros. Incluso los pocos que de hecho
  comprendían qué era un sistema operativo de ordenador posiblemente
  pensaban en ello como un prodigio increíblemente complicado de la
  ingeniería, como un reactor o un avión espía U-2, y no algo que pudiera
  llegar a ser (en la jerga de la alta tecnología) productizado.

  Pero ahora la compañía que fundaron Gates y Alien vende sistemas
  operativos como Gillette vende hojas de afeitar. Se lanzan nuevas
  versiones de sistemas operativos

  21

  como si fueran películas de Hollywood, con el respaldo de celebridades,
  apariciones en talk shows y giras mundiales. Su mercado es lo bastante
  vasto como para que la gente se preocupe de si ha sido monopolizado por
  una compañía. Incluso los menos inclinados a la técnica de nuestra
  sociedad tienen ahora al menos una idea nebulosa de lo que hacen los
  sistemas operativos; lo que es más, tienen opiniones sólidas sobre sus
  méritos relativos. Es ya un conocimiento compartido el que, si tienes
  un programa que funciona en tu Macintosh y lo pasas a una máquina
  Windows, no funciona. Esto sería, de hecho, un error risible e idiota,
  como clavar herraduras en las ruedas de un coche.

  Una persona que entrara en coma antes de la fundación de Microsoft y
  despertara hoy, tomaría el New York Times de esta mañana y no
  entendería nada —o casi:

  ítem: el hombre más rico del mundo hizo su fortuna a partir de ¿qué?
  ¿ferrocarriles? ¿buques? ¿petróleo? No, sistemas operativos.

  ítem: el Departamento de Justicia está investigando el supuesto
  monopolio en sistemas operativos de Microsoft con herramientas legales
  que se inventaron para restringir el poder de los jefes de bandas de
  ladrones del siglo XIX. ítem: una amiga mía me contó recientemente que
  había interrumpido un (hasta entonces) estimulante intercambio de
  e-mails con un joven. «Al principio parecía un tipo tan inteligente e
  interesante —dijo— pero luego empezó a ponerse en plan
  "PC-contra-Mac".»

  ¿Qué diablos está pasando aquí? Y ¿tiene futuro el negocio de los
  sistemas operativos, o sólo pasado? Lo que sigue es mi opinión, que es
  completamente subjetiva; pero, dado que me he pasado bastante tiempo,
  no sólo usando, sino programando en Macintosh, Windows, Linux y BeOS,
  tal vez no sea tan desinformada como para carecer por completo de
  valor. Este es un ensayo subjetivo, más crítica que artículo de
  investigación, y puede parecer injusto o sesgado comparado con lo que
  se puede encontrar en las revistas de PC. Pero, desde que salió el Mac,
  nuestros sistemas operativos están basados en metáforas, y, por lo que
  a mí respecta, es legítimo cuestionar cualquier cosa con metáforas
  dentro.

  Descapotables, tanques y

  batmóviles

  EN LA ÉPOCA EN QUE JOBS, Wozniak, Gates y Alien estaban soñando estos
  planes inverosímiles, yo era un adolescente que vivía en Ames, Iowa. El
  padre de uno de mis amigos tenía un viejo MGB descapotable1 oxidándose
  en el garaje. A veces conseguía que arrancara y cuando lo hacía nos
  llevaba a dar una vuelta por el barrio, con una expresión memorable de
  salvaje entusiasmo juvenil en la cara; para sus preocupados pasajeros
  era un loco, tosiendo y renqueando por Ames, Iowa, y tragándose el
  polvo de oxidados Gremlins y Pintos, pero en su propia imaginación era
  Dustin Hoffman cruzando el Puente de la Bahía con el cabello al viento.

  Mirando atrás, esto me reveló dos cosas acerca de la relación de las
  personas con la tecnología. Una fue que el romanticismo y la imagen
  influyen mucho sobre su opinión. Si lo dudan (y tienen un montón de
  tiempo libre), pregúntenle a cualquiera que tenga un Macintosh y que
  por ello imagina ser miembro de una minoría oprimida.

  El otro punto, algo más sutil, fue que la interfaz es muy importante.
  Claro que aquel MGB era un coche malísimo en

  XE1 MGB fue el coche deportivo británico más exitoso de todos los
  tiempos. Salió de la producción en Abingdon en 1962. Se fabricó también
  una versión coupé con la denominación MGB GT. La producción se suprimió
  en 1980, después de haber vendido medio millón de unidades. [N. del £.]

  23

  casi cualquier aspecto importante: pesado, poco fiable, poco potente.
  Pero era divertido conducirlo. Respondía. Cada guijarro de la carretera
  se sentía en los huesos, cada matiz en el asfalto se transmitía
  instantáneamente a las manos del conductor. Podía escuchar el motor y
  saber qué fallaba. El volante respondía inmediatamente a las órdenes de
  las manos. Para nosotros, los pasajeros, era un ejercicio fútil de no
  ir a ningún lado —más o menos tan interesante como mirar por encima del
  hombro de alguien que introduce números en una hoja de cálculo—. Pero
  para el conductor era una experiencia. Durante un breve tiempo, estaba
  expandiendo su cuerpo y sus sentidos en un ámbito más amplio, y
  haciendo cosas que no podía hacer sin ayuda.

  La analogía entre coches y sistemas operativos es bastante buena, así
  que permítanme seguir con ella durante un rato como modo de dar un
  resumen sumario de nuestra situación hoy en día.

  Imagínense un cruce de carreteras donde hay cuatro puntos de venta de
  coches. Uno de ellos (Microsoft) es mucho, mucho mayor que los demás.
  Comenzó hace años vendiendo bicicletas de tres velocidades (MS-DOS); no
  eran perfectas, pero funcionaban y, cuando se rompían, se arreglaban
  fácilmente.

  Enfrente estaba la tienda de bicicletas rival (Apple), que un día
  empezó a vender vehículos motorizados: coches caros, pero de estilo
  atractivo, con los mecanismos herméticamente sellados, de tal modo que
  su funcionamiento era algo misterioso.

  La tienda grande respondió apresurándose a sacar un kit de
  actualización (el Windows original) al mercado. Se trataba de un
  dispositivo que, cuando se atornillaba a una bicicleta de tres
  velocidades, le permitía seguir, a duras penas, el ritmo de los coches
  Apple. Los usuarios tenían que usar gafas de protección y siempre
  estaban sacándose bichos de los dientes,2 mientras los usuarios de
  Apple corrían en su confort herméticamente sellado, burlándose por

  2E1 autor juega en este y en otras partes del ensayo con la doble
  acepción de bug: «bicho, insecto» y «error, fallo informático». [N. del
  £.]

  las ventanillas. Pero los Micro-motopedales eran baratos, y fáciles de
  reparar comparados con los coches Apple, y su cuota de mercado creció.

  Al final la tienda grande acabó por sacar un coche en toda regla: un
  monovolumen colosal (Windows 95). Tenía el encanto estético de un
  bloque soviético de viviendas para obreros, perdía aceite y le
  estallaban las bujías, pero fue un éxito tremendo. Poco tiempo después,
  sacaron también un enorme vehículo para la circulación fuera de
  carretera destinado a usuarios industriales (Windows NT), que no era
  más bonito que el monovolumen, y sólo algo más fiable.

  Desde entonces ha habido un montón de ruido y gritos, pero poco ha
  cambiado. La tienda pequeña sigue vendiendo elegantes sedanes de estilo
  europeo y gastándose mucho dinero en campañas publicitarias. Tienen
  carteles de «¡Liquidación!» puestos en el escaparate desde hace tanto
  tiempo que ya están amarillos y arrugados. La tienda grande sigue
  fabricando monovolúmenes y vehículos de circulación fuera de carretera
  cada vez más grandes.

  Al otro lado de la carretera hay dos competidores que llegaron más
  recientemente. Uno de ellos, (Be, Inc.) vende batmóviles plenamente
  operativos (los BeOS). Son más bonitos y elegantes incluso que los
  eurosedanes, mejor diseñados, más avanzados tecnológicamente y al menos
  tan fiables como cualquier otra cosa en el mercado: y sin embargo son
  más baratos que los demás.

  Con una excepción, claro: Linux, que está enfrente mismo, y que no es
  un negocio en absoluto. Es un conjunto de tiendas de campaña, yurtas,
  tipis y cúpulas geodésicas levantadas en un prado y organizadas por
  consenso. La gente que vive allí fabrica tanques. No son como los
  anticuados tanques soviéticos de hierro forjado; son más parecidos a
  los tanques MI del ejército estadounidense, hechos de materiales de la
  era espacial y llenos de sofisticada tecnología de arriba abajo. Pero
  son mejores que los tanques del ejército. Han sido modificados de tal
  modo que nunca, nunca se averian, son lo bastante ligeros y
  maniobrables como para usarlos en la calle y no consumen más
  combustible que un coche compacto. Estos tanques se producen ahí mis

  26 En el principio... fue la línea de comandos

  mo a un ritmo aterrador, y hay un número enorme de ellos alineados
  junto a la carretera con las llaves puestas. Cualquiera que quiera
  puede simplemente montarse en uno y marcharse con él gratis.

  Los clientes llegan a este cruce en multitudes, día y noche. El noventa
  por ciento se van derechos a la tienda grande y compran monovolúmenes o
  vehículos para circulación fuera de carretera. Ni siquiera miran las
  otras tiendas.

  Del diez por ciento restante, la mayoría va y compra un elegante
  eurosedán, deteniéndose sólo para mirar por encima del hombro a los
  filisteos que compran monovolúmenes y vehículos para circulación fuera
  de carretera. Si acaso llegan a fijarse siquiera en la gente al otro
  lado de la carretera, vendiendo los vehículos más baratos y
  técnicamente superiores, estos clientes los desprecian, considerándolos
  lunáticos y descerebrados.

  La tienda de batmóviles vende unos cuantos vehículos al maniático de
  los coches de ocasión que quiere un segundo vehículo además de su
  monovolumen, pero parece aceptar, al menos de momento, que es un
  jugador marginal.

  El grupo que regala los tanques sólo permanece vivo porque lo llevan
  voluntarios, que se alinean al borde de la calle con megáfonos,
  tratando de llamar la atención de los clientes sobre esta increíble
  situación. Una conversación típica es algo así:

  HACKER CON MEGÁFONO: ¡Ahorra dinero! ¡Acepta uno de nuestros tanques
  gratis! ¡Es invulnerable, y puede atravesar roquedales y ciénagas a
  ciento cincuenta kilómetros por hora consumiendo dos litros a los cien!
  Futuro comprador de monovolumen: Ya sé que lo que dices es cierto...
  pero... eh... ¡yo no sé mantener un tanque!

  MEGÁFONO: ¡Tampoco sabes mantener un monovolumen! COMPRADOR: Pero esta
  tienda tiene mecánicos contratados. Si le pasa algo a mi monovolumen,
  puedo tomarme un día libre de trabajo, traerlo aquí y pagarles para que
  trabajen en él mientras yo me siento en la sala de espera durante
  horas, escuchando música de ascensor.

  Descapotables, tanques y batmóviles 27

  MEGÁFONO: ¡Pero si aceptas uno de nuestros tanques gratuitos te
  mandaremos voluntarios a tu casa para que lo arreglen gratis mientras
  duermes!

  COMPRADOR: ¡Mantente alejado de mi casa, bicho raro! Megáfono: Pero...

  Comprador: ¿Pero es que no ves que todo el mundo está comprando
  monovolúmenes?

  LA CONEXIÓN ENTRE COCHES y modos de interactuar con los ordenadores no
  se me habría ocurrido en la época en que me llevaban de paseo en aquel
  descapotable. Me había apuntado a una clase de programación en el
  Instituto de Ames. Tras unas cuantas clases introductorias, nos dieron
  permiso a los estudiantes para entrar en una sala diminuta que contenía
  un teletipo, un teléfono y un módem anticuado consistente en una caja
  de metal con un par de cuencas de plástico encima (nota: muchos
  lectores, abriéndose camino a través de esta última oración,
  probablemente sintieron un retortijón inicial de temor de que este
  ensayo estuviera a punto de convertirse en una tediosa batallita sobre
  lo difícil que lo teníamos en los viejos tiempos; tranquilícense: lo
  que estoy haciendo, de hecho, es colocar mis piezas sobre el tablero de
  ajedrez, por así decirlo, preparándome para realizar una observación
  sobre temas realmente interesantes y actualizados como el software de
  fuente abierta. El teletipo era exactamente el mismo tipo de máquina
  que se había estado usando durante décadas para enviar y recibir
  telegramas. Se trataba básicamente de una máquina de escribir ruidosa
  que sólo podía generar LETRAS MAYÚSCULAS. Montada a un lado había una
  máquina más pequeña con un largo rollo de cinta de papel y una cesta de
  plástico transparente debajo.

  Para conectar este dispositivo (que no era un ordenador en absoluto)
  con la Universidad Estatal de Iowa al otro

  29

  lado de la ciudad, había que coger el teléfono, marcar el número del
  ordenador, esperar a que llegaran ruidos raros y entonces colocar el
  auricular en las cuencas de plástico. Si acertabas, una cuenca envolvía
  sus labios de neopreno en torno a la parte de la oreja y el otro en
  torno a la parte de la boca, consumando una especie de sesenta y nueve
  informacional. El teletipo se estremecía mientras era poseído por el
  espíritu del lejano ordenador, y empezaba a martillear mensajes
  crípticos.

  Puesto que el tiempo de ordenador era un recurso escaso, usábamos una
  especie de técnica de procesamiento por lotes. Antes de marcar en el
  teléfono, conectábamos la perforadora de cinta (una máquina subsidiaria
  atornillada al costado del teletipo) y tecleábamos nuestros programas.
  Cada vez que pulsábamos una tecla, el teletipo imprimía una letra en el
  papel delante nuestro, de tal modo que pudiéramos leer lo que habíamos
  escrito; pero al mismo tiempo convertía la letra en un conjunto de ocho
  dígitos binarios, o bits, y perforaba un patrón correspondiente de
  agujeros a lo ancho de una cinta de papel. Los diminutos discos de
  papel salidos de la cinta caían en la cesta de plástico transparente,
  que lentamente se llenaba de lo que sólo puede describirse como bits
  reales. El último día del curso, el chico más listo de la clase (no yo)
  saltó desde detrás de su pupitre y lanzó varios kilos de estos bits por
  encima de la cabeza de nuestro profesor, como confetti, como una
  especie de broma semiafectuosa. La imagen de aquel hombre sentado allí,
  atenazado por las fases iniciales de una atávica reacción de
  lucha-o-huye, con millones de bits (megabytes) cayéndole por el pelo y
  metiéndosele por la nariz y la boca, el rostro poniéndosele morado a
  medida que se aproximaba a la explosión, es la escena más memorable de
  mi educación formal.

  De cualquier modo, resultará obvio que mi interacción con el ordenador
  fue de una naturaleza extremadamente formal, que estaba dividida en
  diferentes fases, a saber: 1) sentado en casa con lápiz y papel, a
  kilómetros de distancia de cualquier ordenador, pensaba mucho acerca de
  lo que quería que hiciera el ordenador y traducía mis intenciones

  a un lenguaje informático —una serie de símbolos alfanuméricos sobre la
  página—; 2) llevaba esto a través de una especie de «cordón sanitario»
  informacional (cinco kilómetros a través de tormentas de nieve) hasta
  el colegio e introducía aquellas letras en una máquina —no un
  ordenador— que convertía los símbolos en números binarios y los
  registraba visiblemente en cinta; 3) entonces, mediante el módem de las
  cuencas de goma, enviaba aquellos números al ordenador de la
  universidad, que 4) hacía aritmética con ellos y devolvía números
  diferentes al teletipo; 5) el teletipo convertía estos números de nuevo
  en letras y los martilleaba en una página, y 6) yo, mirando,
  interpretaba las letras como símbolos significativos.

  El reparto de responsabilidades que todo esto conlleva es
  admirablemente limpio: los ordenadores hacen aritmética con bits de
  información. Los humanos interpretan los bits como símbolos
  significativos. Pero está distinción está desdibujándose, o al menos
  complicándose, con la llegada de los sistemas operativos modernos que
  usan, y frecuentemente abusan, del poder de la metáfora para hacer los
  ordenadores disponibles para un público más amplio. Por el camino
  —posiblemente debido a estas metáforas, que hacen de un sistema
  operativo una especie de obra de arte— la gente empieza a ponerse
  emotiva y le toma cariño a fragmentos de software del mismo modo que el
  padre de mi amigo le tenía cariño a su descapotable.

  Puede que la gente que sólo ha interactuado con un ordenador a través
  de interfaces gráficas de usuario como MacOS o Windows —es decir, casi
  cualquiera que haya usado un ordenador— le haya sorprendido, o al menos
  llamado la atención, lo de la máquina de telégrafos que yo usaba para
  comunicarme con un ordenador en 1973. Pero había, y hay, una buena
  razón para usar este tipo particular de tecnología. Los seres humanos
  disponen de formas diversas de comunicarse entre sí, como la música, el
  arte, la danza y las expresiones faciales, pero algunas de ellas son
  más susceptibles que otras para expresarse como cadenas de símbolos. El
  lenguaje escrito es la más fácil porque, por supuesto, ya consiste en
  cadenas de símbolos para empezar.

  32 En el principio... fue la línea de comandos

  Si resulta que los símbolos pertenecen a un alfabeto fonético (y no
  son, por ejemplo, ideogramas), convertirlos en bits es un procedimiento
  trivial que se fijó tecnológicamente en el siglo XIX, con la
  introducción del código morse y de otras formas de telegrafía.

  Teníamos una interfaz humano/ordenador cien años antes de tener
  ordenadores. Cuando se crearon los ordenadores en la época de la
  Segunda Guerra Mundial, los humanos, de modo natural, se comunicaron
  con ellos, injertándolos en tecnologías ya existentes para traducir
  letras a bits y viceversa: teletipos y máquinas de tarjetas perforadas.

  Estas encarnaban dos enfoques fundamentalmente diferentes de la
  computación. Cuando se usaban tarjetas, se perforaba todo un taco y se
  pasaban por el lector a la vez, lo cual se llamaba «procesamiento por
  lotes». También se podía hacer procesamiento por lotes con un teletipo,
  como ya he descrito, usando el lector de cinta de papel, y ciertamente
  se nos animaba a adoptar este enfoque cuando yo estaba en el instituto.
  Pero —aunque se hacían esfuerzos por mantenernos ignorantes de esto— el
  teletipo podía hacer algo que el lector de tarjetas no podía. En el
  teletipo, una vez se establecía el vínculo con el módem, se podía
  introducir sólo una línea y pulsar la tecla de retorno. El teletipo
  enviaría entonces esa línea al ordenador, que podía responder o no con
  líneas propias, que el teletipo martillearía —produciendo, con el
  tiempo, una transcripción del intercambio mantenido con la máquina—.
  Este modo de hacerlo ni siquiera tenía nombre entonces, pero cuando,
  mucho más tarde, apareció una alternativa, se denominó retroactivamente
  la «Interfaz de Línea de Comandos».

  Cuando fui a la universidad, usaba los ordenadores en grandes salas
  abarrotadas donde manadas de estudiantes se sentaban frente a versiones
  ligeramente actualizadas de las mismas máquinas y escribían programas
  informáticos; estos ordenadores usaban mecanismos de impresión por
  matrices de puntos, pero eran (desde el punto de vista de la máquina)
  idénticas a los antiguos teletipos. En aquel momento, los ordenadores
  compartían mejor el tiempo —es

  Lanzador de bits 33

  decir, los mainframes seguían siendo los mainframes, pero se
  comunicaban mejor con un gran número de terminales a la vez—. En
  consecuencia, ya no era necesario usar procesamiento por lotes. Los
  lectores de tarjetas fueron desterrados a pasillos y sótanos, y el
  procesamiento por lotes se convirtió en una cosa exclusiva de nerds,1 y
  en consecuencia adquirió un cierto tinte arcano incluso entre aquellos
  de nosotros que sabíamos siquiera que existía. Todos evitábamos ya los
  lotes, habiéndonos pasado a la línea de comandos: mi primer cambio de
  paradigma de sistema operativo, y yo sin enterarme.

  Había una enorme pila de papel plegado en el suelo bajo cada uno de
  estos teletipos glorificados, y kilómetros de papel se estremecían
  mientras pasaban por sus rodillos. Casi todo este papel se tiraba o se
  reciclaba sin haber sido tocado jamás por la tinta, una atrocidad
  ecológica tan flagrante que aquellas máquinas pronto fueron
  reemplazadas por terminales de vídeo —los llamados «teletipos de
  vidrio», que eran más silenciosos y no desperdiciaban papel—. Sin
  embargo, desde el punto de vista del ordenador, estos también eran
  indistinguibles de las máquinas de teletipo de la Segunda Guerra
  Mundial. A todos los efectos, seguimos usando tecnología victoriana
  para comunicarnos con los ordenadores hasta cerca de 1984, cuando se
  introdujo el Macintosh con su Interfaz Gráfica de Usuario. Incluso
  después de eso, la línea de comandos siguió existiendo como estrato
  subyacente —una especie de reflejo medular— a muchos sistemas
  informáticos modernos durante la edad de oro de las Interfaces Gráficas
  de Usuario o GUI («Graphical User Interface»), como las llamaré de
  ahora en adelante.

  1Nerd: El empollón de la clase, retratado tantas veces en las películas
  y las series de televisión norteamericanas, generalmente con dificultad
  para relacionarse socialmente y que en cambio suele destacar en
  materias tales como las matemáticas o la astronomía. En la jerga hacker
  se ha asumido de forma irónica («news for nerds» es el lema de
  slashdot, el foro web más importante dedicado a tecnología y software
  libre), perdiendo el matiz originalmente despectivo, y ha acabado
  usándose como sinónimo de alguien que se preocupa por las cosas
  importantes y no se entretiene en trivialidades. [N. del E.]

  Usuario

  Lo PRIMERO QUE TIENE QUE HACER cualquier programador al escribir un
  nuevo fragmento de software es decidir cómo tomar la información con
  que está trabajando (en un programa gráfico, una imagen; en una hoja de
  cálculo, una tabla de números) y convertirla en una serie lineal de
  bytes. Estas cadenas de bytes se suelen denominar archivos o (de modo
  algo más a la última) flujos. Son a los telegramas lo que los humanos
  actuales son al hombre de Cromañón, lo que quiere decir la misma cosa
  con distinto nombre. Todo lo que se ve en la pantalla del ordenador
  —Tomb Raider, los correos electrónicos de voz digitalizada, los faxes y
  los documentos de procesador de textos escritos en treinta y siete
  tipos diferentes— sigue siendo, desde el punto de vista del ordenador,
  igual que telegramas, sólo que son mucho más largos, y requieren más
  aritmética.

  El modo más rápido de apreciarlo es abriendo el navegador, visitando un
  sitio web y seleccionando la opción «Ver Código Fuente» en el menú. Se
  mostrará un código informático parecido a este:

  <HTML> <HEAD>

  <TITLE>C RYPTONOMICO N</TITLE> </HEAD>

  <BODY BGCOLOR="#000000" LINK="#996600" ALINK="#FFFFFF" VLINK="#663300">

  35

  <MAP NAME="navtext">

  <AREA SHAPE=RECT HREF="praise.html" COORDS="0,37,84,55"> <AREA
  SHAPE=RECT HREF="author.html" COORDS="0,59,137,75"> <AREA SHAPE=RECT
  HREF="text.html" COORDS="0,81,101,96"> <AREA SHAPE=RECT
  HREF="tour.html" COORDS="0,100,121,117"> <AREA SHAPE=RECT
  HREF="order.html"

  COORDS="0,122,143,138"> <AREA SHAPE=RECT HREF="beginnmg. html" COORDS =
  "0,140, 213, 157 ">

  </MAP>

  <CENTER>

  <TABLE BORDER="0" CELLPADDING="0" CELLSPACING="0"

  WIDTH="520"> <TR> <TD VALIGN=TOP ROWSPAN="5">

  <IMG SRC="images/spacer.gif" WIDTH="30" HEIGHT="1"

  BORDER="0"> </TD> <TD VALIGN=TOP COLSPAN="2">

  <IMG SRC="images/main_banner.gif" ALT="Cryptonomicon by

  Neal Stephenson" WIDTH="479" HEIGHT="122" BORDER="0"> </TD> </TR>

  Esto se llama HTML (Lenguaje de Marcado de HiperTexto) y básicamente es
  un lenguaje de programación muy sencillo que le dice al navegador cómo
  dibujar una página en la pantalla. Cualquiera puede aprender HTML y
  mucha gente lo hace. Lo importante es que, por muchas espléndidas
  páginas multimedia que representen, los archivos de HTML son sólo
  telegramas.

  Cuando Ronald Reagan era locutor de radio, solía informar de los
  partidos de béisbol leyendo las concisas descripciones que llegaban por
  el telégrafo y se imprimían en cinta de papel. Se sentaba solo en una
  habitación insonorizada con un micrófono y la cinta de papel salía de
  la máquina y le caía en la palma de la mano, cubierta de crípticas
  abreviaturas. Si el tanteo pasaba de tres a dos, Reagan describía la
  escena como se la imaginaba: «El fornido zurdo sale del puesto de bateo
  para secarse el sudor. El arbitro se adelanta para limpiar el polvo de
  la base», etc. Cuando el criptograma en la cinta de papel anunciaba un
  golpe en una base, Reagan golpeaba el borde de la mesa con un lápiz,
  creando un pequeño efecto sonoro y describía el arco de la pelota como
  si pudiera verlo de verdad. Sus oyentes, muchos de

  los cuales presumiblemente creían que Reagan estaba de hecho en el
  campo de juego viendo el partido, reconstruían la escena en su mente
  según sus descripciones.

  Así es exactamente como funciona la WWW: los archivos HTML son la
  concisa descripción en la cinta de papel y el navegador es Ronald
  Reagan. Lo mismo vale para las interfaces gráficas en general.

  De modo que un sistema operativo consiste en una pila de metáforas y
  abstracciones que media entre los telegramas y tú, encarnando diversos
  trucos que el programador usó para convertir la información con la que
  estás trabajando —ya sean imágenes, mensajes de correo electrónico,
  películas o documentos de procesador de textos— en las cadenas de
  bytes, que son lo único con lo que funcionan los ordenadores. Cuando
  usamos equipo telegráfico genuino (teletipos) o sus sustitutos de alta
  tecnología (teletipos de vidrio, o la línea de comandos de MS-DOS) para
  trabajar con nuestros ordenadores, estamos muy cerca de la base de esa
  pila. Cuando usamos la mayor parte de sistemas operativos modernos, sin
  embargo, nuestra interacción con la máquina se ve fuertemente mediada.
  Todo lo que hacemos es interpretado y traducido una y otra vez mientras
  se abre camino a través de todas las metáforas y abstracciones.

  El sistema operativo de Macintosh fue una revolución en el buen y en el
  mal sentido de la palabra. Obviamente era cierto que las interfaces de
  línea de comandos (conocidas como CLI, Command hiñe Interfaces) no eran
  para todo el mundo, y que estaría bien hacer los ordenadores accesibles
  a un público menos técnico —si no por razones altruistas, siquiera
  porque este tipo de gente constituía un mercado incomparablemente
  mayor—. Está claro que los ingenieros de Mac vieron todo un país nuevo
  que se les abría; casi se les podía oír mascullar, «¡Caray! ¡Ya no
  tendremos que limitarnos más a los archivos como flujos lineales de
  bytes, vive la révolution, veamos lo lejos que llegamos con esto!» No
  había ninguna interfaz de línea de comandos disponible en el Macintosh;
  hablabas con la máquina a través del ratón, o no hablabas. Era una
  especie de declaración de principios, una credencial de pureza
  revolucionaria. Parecía que los di

  senadores del Mac pretendían barrer las interfaces de línea de comandos
  a la papelera de la historia.

  Mi propia historia de amor con el Macintosh comenzó en la primavera de
  1984 en una tienda de ordenadores en Cedar Rapids, Iowa, cuando un
  amigo mío —por coincidencia, el hijo del dueño del descapotable— me
  mostró un Macintosh ejecutando MacPaint, el revolucionario programa de
  diseño. Terminó en julio de 1995, cuando traté de guardar un archivo
  grande e importante en mi Macintosh PowerBook y, en vez de eso,
  destruyó los datos de modo tan concienzudo que dos programas distintos
  de recuperación de datos fueron incapaces de hallar rastro alguno de
  que hubiera existido jamás. En aquellos diez años sentí una pasión por
  el MacOS que por entonces parecía virtuosa y razonable, pero que
  mirando atrás me parece el mismo tipo de enamoramiento engañoso que el
  padre de mi amigo tenía con su coche.

  La introducción del Mac inició una especie de guerra santa en el mundo
  de la informática. ¿Eran las interfaces gráficas una brillante
  innovación tecnológica que convertía a los ordenadores en más
  accesibles para los humanos y por tanto para las masas, llevándonos a
  una revolución sin precedentes en la sociedad humana, o una insultante
  chorrada audiovisual diseñada por hackers zumbados de San Francisco,
  que despojaba a los ordenadores de su potencia y flexibilidad y
  convertía el serio y noble arte de la computación en un pueril
  videojuego?

  De hecho, este debate me parece más interesante hoy en día que a
  mediados de los ochenta. Pero la gente más o menos dejó de debatir
  cuando Microsoft respaldó la idea de las interfaces gráficas al sacar
  el primer Windows. En aquel momento, los partidarios de la línea de
  comandos se vieron relegados al estatus de viejos carcamales, mientras
  se disparaba un nuevo conflicto entre usuarios de MacOS y de Windows.1

  xDe acuerdo con una rigurosa y algo anticuada definición de «sistema
  operativo», Windows 95 y 98 no lo son: serían un conjunto de
  operaciones que funcionan sobre ms-dos, que sí es un sistema operativo.
  En la prác

  Había mucho sobre lo que discutir. Los primeros Macintosh parecían
  distintos de otros PC incluso estando apagados: consistían en una caja
  que contenía tanto la CPU (la parte del ordenador que hace aritmética
  con los bits) como la pantalla del monitor. Esto suponía, en aquel
  momento, una especie de afirmación filosófica: Apple quería convertir
  el ordenador personal en un electrodoméstico, como la tostadora. Pero
  también reflejaba las exigencias puramente técnicas de ejecutar una
  inferfaz gráfica de usuario. En una máquina con interfaz gráfica, los
  chips que dibujan las cosas en la pantalla tienen que ir integrados con
  la unidad de procesamiento central, o CPU, del ordenador, en un grado
  mucho mayor que en las interfaces de línea de comandos, que hasta hace
  poco ni siquiera sabían que no estaban hablando sólo con teletipos.

  Esta distinción era de naturaleza técnica y abstracta, pero se hacía
  más clara cuando la máquina fallaba (como sucede frecuentemente con
  tecnologías cuyo funcionamiento se comprende mejor viéndolas fallar).
  Cuando todo se iba a la porra y la CPU empezaba a escupir bits
  aleatoriamente, el resultado, en una máquina de interfaz de línea de
  comandos, era líneas y líneas de caracteres perfectamente formados pero
  aleatorios en la pantalla —lo que los conocedores llamaban ponerse
  cirílico. Pero para el MacOS la pantalla no era un teletipo sino un
  lugar en el que poner gráficos; la imagen en pantalla era un mapa de
  bits, una representación literal de los contenidos de una parte dada de
  la memoria del ordenador. Cuando el ordenador fallaba y escribía
  tonterías en el mapa de bits, el resultado era algo que recordaba
  vagamente a la nieve en una televisión estropeada: un snow crash.2

  tica, Windows 95 y 98 están comercializados como sistemas operativos, y
  trataré de referirme a ellos como tales. Esta nomenclatura es
  técnicamente cuestionable, políticamente difícil y ahora también
  legalmente gravosa, pero es la mejor para los propósitos de este
  ensayo, que trata principalmente aspectos estéticos y culturales.

  2Literalmente: «cuelgue de nieve». Snow Crash es también el título de
  una novela de N. Stephenson, auténtica obra de culto entre los hackers,
  publicada en 1994, y editada en español por Gigamesh en 1999. [N. del
  £.]

  40 En el principio... fue la línea de comandos

  E incluso, tras la introducción de Windows, las diferencias subyacentes
  persistieron: cuando una máquina Windows tenía problemas, la vieja
  interfaz de línea de comandos caía sobre la interfaz gráfica como un
  telón de amianto, sellando el escenario de una ópera incendiada. Cuando
  un Macintosh tenía problemas, te presentaba el dibujito de una bomba,
  que resultaba gracioso la primera vez que lo veías.

  Y estas no eran en absoluto diferencias superficiales. El retorno de
  Windows a una interfaz de línea de comandos cuando tenía problemas les
  demostraba a los partidarios del Mac que Windows no era más que una
  fachada barata, como una chillona manta afgana tendida sobre un sofá
  putrefacto. Les perturbaba y molestaba la sensación de que bajo la
  ostensiblemente amistosa interfaz de usuario de Windows había
  —literalmente— un subtexto.

  Por su parte, los fans de Windows podrían haber observado agriamente
  que todos los ordenadores, incluso los Macintosh, estaban construidos
  sobre ese mismo subtexto, y que la negativa de los dueños de Macs a
  admitir ese hecho parecía apuntar a una voluntad, incluso un deseo, de
  dejarse engañar.

  En cualquier caso, un Macintosh tenía que mover bits individuales en
  los chips de memoria en la tarjeta de vídeo, y tenía que hacerlo muy
  rápido, y en patrones arbitrariamente complicados. Hoy en día esto
  resulta barato y fácil, pero en el régimen tecnológico vigente a
  principios de los ochenta, el único modo realista de hacerlo era
  integrar la placa base (que contenía la CPU) y el sistema de vídeo (que
  contenía la memoria proyectada sobre la pantalla) como un todo —de ahí
  el único contenedor, herméticamente sellado, que hacía al Macintosh tan
  distintivo.

  Cuando apareció Windows llamaba la atención por su fealdad, y sus
  actuales sucesores, Windows 95 y Windows NT, no son cosas que la gente
  pagaría por ver. La absoluta falta de atención de Microsoft por la
  estética nos proporcionaba muchas oportunidades a todos los amantes de
  Mac para mirarles por encima del hombro. El que Windows se pareciera un
  montón a un calco directo de MacOS nos da

  Las Interfaces Gráficas de Usuario 41

  ba además una fuerte sensación de ultraje moral.3 Entre las personas
  que realmente conocían y apreciaban los ordenadores (los hackers, en el
  sentido no peyorativo que Steven Levy le da a la palabra4 y unos pocos
  otros ámbitos como los músicos profesionales, los artistas gráficos y
  los maestros), el Macintosh, durante un tiempo, era simplemente el
  ordenador. No sólo se consideraba una obra soberbia de ingeniería, sino
  la encarnación de ciertos ideales acerca del uso de la tecnología para
  beneficiar a la humanidad, mientras que Windows se consideraba una
  imitación patéticamente torpe y una siniestra combinación para dominar
  el mundo, todo en uno. Ya entonces se había establecido un patrón que
  persiste hasta nuestros días: a la gente no le gusta Microsoft, lo cual
  es comprensible; pero no les gusta por razones poco reflexionadas y, en
  último término, contradictorias.

  3De hecho, Apple demandó a Microsoft por plagiarle la interfaz gráfica,
  juicio que perdió. Al parecer, Apple olvidó demasiado rápido que ellos
  mismos habían copiado diez años antes dicha interfaz a Xerox. [N. del
  £.]

  4Se refiere a la ya obra clásica Hackers (1984), en la que S. Levy
  expuso una serie de principios que habían guiado a la ética hacker
  desde los años sesenta. Levy los resumió así: «El acceso a los
  ordenadores y a todo lo que te pueda enseñar algo sobre cómo funciona
  el mundo debe ser ilimitado. Toda la información debe ser libre.
  Desconfía de la autoridad, promueve la descentralización; los hackers
  deberían ser juzgados por su habilidad, no por su edad, nivel, raza o
  posición. Puedes crear arte y belleza con tu ordenador. Los ordenadores
  pueden cambiar tu vida a mejor.» [N. del E.]

  Ahora que ya hemos dejado claro el trasfondo, merece la pena revisar
  algunos hechos básicos: como cualquier compañía de accionariado público
  y con fines de lucro, Microsoft ha tomado prestado un montón de dinero
  de algunas personas (sus accionistas) para estar en el negocio del bit.
  Como ejecutivo de esa compañía, Bill Gates sólo tiene una
  responsabilidad, que es maximizar el rendimiento de las inversiones. Lo
  ha hecho increíblemente bien. Cualquier acción emprendida en el mundo
  por Microsoft —cualquier software que publiquen, por ejemplo— es
  básicamente un epifenómeno que no puede comprenderse ni entenderse
  salvo en la medida en que reflejan el desempeño por parte de Bill Gates
  de su única responsabilidad.

  De ello se sigue que si Microsoft vende mercancías que son
  estéticamente desagradables, o que no funcionan demasiado bien, no
  significa que sean (respectivamente) filisteos o medio tontos. Se debe
  a que la excelente dirección de Microsoft ha llegado a la conclusión de
  que pueden ganar más dinero para sus accionistas publicando productos
  con imperfecciones obvias y conocidas del que ganarían haciéndolos
  hermosos o libres de errores. Esto es irritante, pero (al final) no tan
  irritante como contemplar cómo Apple se autodestruye inexplicable e
  implacablemente.

  43

  No resulta difícil encontrar en la Red una hostilidad hacia Microsoft
  que mezcla dos elementos: resentidos que sienten que Microsoft es
  demasiado poderosa y desdeñosos que creen que es chapucera. Esto
  recuerda mucho al periodo culminante del comunismo y del socialismo,
  cuando se odiaba a la burguesía desde ambos lados: los proletarios,
  porque la burguesía tenía todo el dinero, y los intelectuales, por su
  tendencia a gastárselo en adornos de jardín. Microsoft es la
  encarnación misma de la moderna prosperidad de alta tecnología —en una
  palabra, es burguesa— y atrae los mismos odios de todos.

  La pantalla inicial de Microsoft Word 6.0 lo resumía todo bastante
  bien: cuando arrancabas el programa, te mostraba la imagen de un
  bolígrafo caro encima de un par de folios de papel de escritura hecho a
  mano. Obviamente, era un intento por hacer que el software pareciera
  pijo, y puede que valiera para algunos, pero no para mí, porque era un
  bolígrafo, y yo soy hombre de pluma estilográfica. Si lo hubiera hecho
  Apple, habrían usado una pluma Mont Blanc, o quizás un pincel
  caligráfico chino. Dudo que esto fuera accidental. Hace poco estuve
  reinstalando Windows NT en uno de los ordenadores de mi casa, y tuve
  que hacer doble click en el icono del Panel de Control muchas veces.
  Por razones que resulta difícil comprender, este icono consiste en el
  dibujito de un martillo y un escoplo o un destornillador encima de una
  carpeta de archivos.

  Estas meteduras de pata estéticas le dan a uno unas ganas casi
  incontrolables de reírse de Microsoft, pero, de nuevo, esa no es la
  cuestión: si Microsoft hubiese hecho pruebas con grupos-diana sobre
  posibles gráficos alternativos, probablemente habrían hallado que el
  oficinista medio asociaba las estilográficas con los amanerados
  ejecutivos de rango más alto, y estaba más cómodo con los bolígrafos.
  De igual forma, los tipos normales, los papas con entradas del mundo
  que posiblemente cargan con la responsabilidad de montar y configurar
  el ordenador en casa, probablemente prefieren el dibujito de un
  martillo (quizás al tiempo que albergan fantasías de usar un martillo
  de verdad con sus ordenadores).

  Es el único modo en que consigo explicar cierto hechos curiosos acerca
  del actual mercado de sistemas operativos, tales como el que el noventa
  por ciento de todos los clientes sigan comprando monovolúmenes de la
  tienda de Microsoft mientras que uno se puede llevar los tanques
  gratuitos sin más, al otro lado de la calle.

  A Bill Gates no le resultó difícil distribuir una sarta de unos y
  ceros, una vez se le ocurrió la idea. Lo duro era venderla: asegurarles
  a los clientes que de hecho estaban obteniendo algo a cambio de su
  dinero.

  Cualquiera que haya comprado software en una tienda alguna vez habrá
  tenido curiosamente la desalentadora experiencia de llevarse la caja
  envuelta en plástico a casa, abrirla, encontrarse con que el 95 % es
  aire, tirar todas las tarjetitas, propaganda y basura y meter el disco
  en el ordenador. El resultado final (después de haber perdido el disco)
  no es nada más que algunas imágenes en la pantalla del ordenador y
  algunas posibilidades de las que antes se carecía. A veces, ni siquiera
  eso —en vez de ello, uno se encuentra con una serie de mensajes de
  error—. Pero el dinero se ha ido definitivamente. Ahora casi estamos
  acostumbrados a esto pero hace veinte años era una proposición muy
  sospechosa. De todas formas, Bill Gates consiguió que funcionara. No
  hizo que funcionara vendiendo el mejor software ni ofreciendo el precio
  más barato. Pero de algún modo consiguió que la gente creyera que
  estaban recibiendo algo a cambio de su dinero.

  Las calles de todas las ciudades del mundo están llenas de esos
  pesados, ruidosos monovolúmenes. Cualquiera que no tenga uno se siente
  un poco raro, y se pregunta, pese a sí mismo, si no será hora de dejar
  de resistirse y comprar uno; cualquiera que tenga uno se siente seguro
  de que ha adquirido una posesión significativa, incluso los días en que
  el vehículo está en el taller de reparación.

  Todo esto es perfectamente congruente con la pertenencia a la
  burguesía, que es un estado tanto mental como material. Y explica por
  qué Microsoft se ve constantemente atacado en la Red desde ambos lados.
  Los que se siente pobres y oprimidos interpretan todo lo que hace
  Microsoft co

  mo parte de algún siniestro complot orwelliano. A los que les gusta
  considerarse usuarios inteligentes e informados, les desquicia lo
  chapucero que es Windows.

  No hay nada que moleste más a las personas sofisticadas que ver cómo
  alguien que es lo bastante rico como para evitarlo es hortera —a menos
  que se den cuenta, un momento después, de que probablemente sabe que es
  hortera y sencillamente no le importa y va a seguir siendo hortera, y
  rico, y feliz, para siempre; Microsoft tiene la misma relación con la
  élite de Silicon Valley que la que mantenían los paletos de Beverly con
  su banquero, el señor Drysdale— a quien no le irrita tanto el hecho de
  que los Clampetts se mudaran a su barrio como el saber que, cuando
  Jethro tenga setenta años, seguirá hablando como un palurdo y llevando
  petos, y seguirá siendo mucho más rico que el señor Drysdale.

  Incluso el hardware que empleaba Windows, comparado con las máquinas
  que sacaba Apple, parecía cosa de palurdos, y en su mayor parte sigue
  pareciéndolo. La razón es que Apple era y es una compañía de hardware,
  mientras que Microsoft era y es una compañía de software. Apple tenía
  así el monopolio del hardware que ejecutaba MacOS, mientras que el
  hardware compatible con Windows venía del mercado libre. El mercado
  libre parece haber decidido que la gente no va a pagar por ordenadores
  elegantes; los fabricantes de hardware para PC que contratan a
  diseñadores para hacer que sus productos tengan un aire distintivo
  acaban vapuleados por fabricantes taiwaneses de clones metidos en cajas
  que parecen los ladrillos que uno se encontraría delante de una
  caravana. Pero Apple podía hacer su software todo lo bonito que
  quisiera y simplemente pasarle la factura a sus encantados
  consumidores, como yo. La semana pasada (escribo esta frase a
  principios de enero de 1999), las secciones de tecnología de todos los
  periódicos estaban llenas de reportajes aduladores sobre el lanzamiento
  por parte de Apple del iMac en varios colores nuevos, como arándano y
  mandarina.

  Apple siempre ha insistido en tener el monopolio de su hardware, salvo
  durante un breve periodo a mediados de

  los noventa, cuando permitieron que los fabricantes de clones
  compitieran con ella, antes de acabar con su negocio. El hardware de
  Macintosh, en consecuencia, era caro. No lo abrías ni enredabas en él
  porque hacerlo anulaba la garantía. De hecho, el primer Mac estaba
  específicamente diseñado para resultar difícil de abrir: necesitabas un
  juego de herramientas exóticas, que podías comprar mediante pequeños
  anuncios que empezaron a aparecer en las páginas finales de las
  revistas unos pocos meses después de que saliera al mercado el Mac.
  Estos anuncios siempre tenían un cierto aire sórdido, como si
  anunciaran ganzúas en la contraportada de sensacionalistas revistas de
  detectives.

  Esta política de monopolio puede explicarse al menos de tres maneras
  distintas.

  La explicación caritativa es que la política de monopolio sobre el
  hardware reflejaba el deseo por parte de Apple de proporcionar una
  unión sin fallas de hardware, sistema operativo y software. Algo hay de
  esto. Ya resulta bastante difícil diseñar un sistema operativo que
  funcione bien en un hardware específico, diseñado y probado por
  ingenieros que trabajan al lado, en la misma compañía. Diseñar un
  sistema operativo que funcione en un hardware cualquiera, fabricado por
  hacedores de clones rabiosamente competitivos al otro lado de la Línea
  de Fecha Internacional, es muy difícil, y explica gran parte de los
  problemas que tiene la gente cuando usa Windows.

  La explicación financiera es que Apple, a diferencia de Microsoft, es y
  siempre ha sido una compañía de hardware. Sencillamente depende de los
  ingresos de la venta de hardware, y no puede subsistir sin ellos.

  La explicación no tan caritativa tiene que ver con la cultura
  corporativa de Apple, que tiene sus raíces en el baby boom del Área de
  la Bahía de San Francisco.

  Dado que voy a hablar sobre cultura durante un rato, probablemente está
  bien que ponga las cartas sobre la mesa, para protegerme de las
  acusaciones de conflicto de intereses y falta de ética: 1)
  Geográficamente, soy de Seattle, de temperamento saturnino e inclinado
  a mirar con malos ojos la dionisíaca Área de la Bahía de San Francisco,
  igual

  48 En el principio... fue la línea de comandos

  que a ellos nosotros les molestamos y escandalizamos. 2)
  Cronológicamente, pertenezco a una generación posterior al baby boom.
  Al menos, así me siento, ya que nunca experimenté las partes divertidas
  y emocionantes del baby boom —sólo me pasé un montón de tiempo riéndome
  apropiadamente ante las irritantemente vacuas anécdotas de los
  pertenecientes al baby boom sobre lo puestos que iban en diversas
  ocasiones, y escuchando cortés sus aseveraciones de lo estupenda que
  era su música. Pero, incluso desde aquella distancia, resultaba posible
  extraer ciertos patrones, y uno que reaparecía tan regularmente como
  una leyenda urbana era el de alguien que se había mudado a una comuna
  de hippies con sandalias y signos de la paz para acabar descubriendo
  que, bajo aquella fachada, los tipos al mando eran de hecho obsesos del
  control; y que, dado que vivir en una comuna donde los ideales de la
  paz, el amor y la armonía se mantenían de boquilla les había privado de
  válvulas de escape normales y socialmente admitidas para su obsesión,
  tendía a salir de de otros modos, invariablemente más siniestros.

  Dejaré aplicar esto al caso de Apple como ejercicio para el lector —un
  ejercicio no demasiado difícil.

  Resulta un poco desconcertante, al principio, pensar en Apple como un
  obseso del control, porque contradice completamente su imagen
  corporativa. ¿No fueron estos los tipos que lanzaron los famosos
  anuncios durante la Super Bowl en los que ejecutivos trajeados, con los
  ojos vendados, saltaban como lemmings de un acantilado? ¿No es esta la
  compañía que ahora mismo saca anuncios con el Dalai Lama (salvo en Hong
  Kong) y Einstein y otros rebeldes alternativos?

  Ciertamente es la misma compañía, y el hecho de que hayan implantado
  esta imagen de sí mismos como librepensadores creativos y rebeldes en
  la mente de tantos escépticos inteligentes y encallecidos por los
  medios, realmente hace que uno se pare a pensar. Da fe del insidioso
  poder de las campañas publicitarias costosas y tal vez, en cierta
  medida, de la facilidad de la gente para creer lo que quiere creer.
  También suscita la pregunta de por qué a Mi

  Lucha de clases en el escritorio 49

  crosoft se le da tan mal las relaciones públicas, cuando la historia de
  Apple demuestra que, pasándoles gordos cheques a buenas agencias
  publicitarias, se puede implantar una imagen corporativa en la mente de
  personas inteligentes que difiere completamente de la realidad. (La
  respuesta, para aquéllos a los que no les gustan las espadas de
  Damocles, es que, ya que Microsoft se ha hecho con las mentes y los
  corazones de la silenciosa mayoría —la burguesía—, les importa un bledo
  tener una imagen elegante, igual que Richard Nixon. «Quiero creer» —el
  mantra que Fox Mulder tiene puesto en la pared de su despacho en los
  Expedientes X— resulta aplicable de diferentes modos a estas dos
  compañías; los partidarios del Mac quieren creer en la imagen de Apple
  que transmiten estos anuncios, y en la noción de que los Macs son de
  algún modo fundamentalmente diferentes de otros ordenadores, mientras
  que los seguidores de Windows quieren creer que obtienen algo a cambio
  de su dinero, mediante una respetable transacción comercial).

  En cualquier caso, en 1987 tanto MacOS como Windows ya estaban en el
  mercado, ejecutándose en plataformas de hardware que eran radicalmente
  diferentes entre sí, no sólo en el sentido de que MacOS usaba chips de
  CPU de Motorola, mientras que Windows usaba Intel, sino también en el
  sentido —entonces pasado por alto, pero a largo plazo mucho más
  significativo— de que el negocio de hardware de Apple era un monopolio
  rígido y Windows era un abiertoa-todos.

  Pero todas las ramificaciones de esto no estuvieron claras hasta muy
  recientemente —de hecho, aún están desplegándose, de modos notablemente
  extraños, como explicaré cuando lleguemos a Linux—. El resultado es que
  millones de personas se acostumbraron a usar interfaces gráficas de una
  forma u otra. Con ello hicieron que Apple/Microsoft ganaran un montón
  de dinero. La fortuna de muchas personas ha acabado por ir ligada a la
  capacidad de estas compañías de seguir vendiendo productos cuyo
  carácter vendible resulta muy cuestionable.

  que sea

  Cuando Gates y Allen inventaron la idea de vender software, se
  encontraron con la crítica tanto de los hackers como de los sobrios
  hombres de negocios. Los hackers entendían que el software sólo era
  información, y le ponían objeciones a la idea de venderla. Estas
  objeciones eran en parte morales. Los hackers salían del mundo
  científico y académico, donde resulta imperativo hacer que los
  resultados del propio trabajo queden disponibles para el público.
  También eran en parte objeciones prácticas: ¿cómo puedes vender algo
  que puede copiarse fácilmente? Los hombres de negocios, que son el polo
  opuesto de los hackers en tantos aspectos, tenían sus propias
  objeciones. Acostumbrados a vender tostadoras y seguros, era natural
  que les resultara difícil comprender cómo una larga sarta de unos y
  ceros podía constituir un producto vendible.

  Obviamente, Microsoft remontó estas objeciones, así como Apple. Pero
  las objeciones siguen ahí. El hacker más hacker de todos, el Ur-hacker
  por así decirlo, era y es Richard Stallman, quien se irritó tanto con
  la malvada práctica de vender software que, en 1984 (el mismo año en
  que salió a la venta el Macintosh), fue y fundó la Fundación del
  Software Libre (Free Software Foundation), que comenzó a trabajar en
  algo llamando GNU. GNU son las siglas de Gnu's Not Unix («Gnu No es
  Unix»), pero se trata de una bro

  51

  ma en más de un sentido, porque GNU ciertamente es Unix. Debido a
  cuestiones de copyright (Unix es una marca registrada de AT&T),
  sencillamente no podían afirmar que fuera Unix, y así, sólo para
  asegurarse, afirmaban que no lo era. Pese al incomparable talento y
  empuje del señor Stallman y otros seguidores de GNU, su proyecto no
  pudo construir un Unix libre para competir contra los sistemas
  operativos de Windows y Apple: era un poco como tratar de excavar un
  sistema de metro con una cucharilla. Esto es, hasta la llegada de
  Linux.1

  Pero la idea básica de recrear un sistema operativo a partir de la nada
  era perfectamente consistente y completamente factible. Se ha hecho
  muchas veces. Es inherente a la naturaleza misma de los sistemas
  operativos.

  Los sistemas operativos no son estrictamente necesarios. No hay razón
  por la que un escritor de código lo bastante dedicado no pueda partir
  de la nada en cada proyecto y escribir nuevo código para manejar
  operaciones tan básicas y de bajo nivel como controlar las cabezas
  lectoras/escritoras en los controladores de disco y activar píxeles en
  pantalla. Los primeros ordenadores tenían que programarse de este modo.
  Pero, dado que casi todos los programas tienen que desempeñar las
  mismas operaciones básicas, este enfoque llevaría a una tremenda
  duplicación del esfuerzo.

  No hay nada más desagradable para el hacker que la duplicación del
  esfuerzo. El primer y más importante hábito mental que desarrolla la
  gente cuando aprende a escribir programas de ordenador es generalizar,
  generalizar, generalizar. Hacer su código lo más modular y flexible
  posible, descomponer los problemas grandes en pequeñas subrutinas que
  puedan usarse una y otra vez en diferentes contextos. En consecuencia,
  el desarrollo de los sistemas ope

  1 Stallman insiste en que este sistema operativo debería ser siempre
  nombrado como GNU/Linux y tiene perfectas razones para hablar así, por
  ejemplo, para que el papel del proyecto gnu no sea ignorado. En la
  práctica, casi todo el mundo se refiere a este como Linux. Para los
  propósitos de este ensayo, enfatizo el papel de gnu describiéndolo
  explícitamente, más que usando la nomenclatura gnu/Linux.

  rativos, pese a ser técnicamente innecesario, era inevitable. Porque en
  el fondo un sistema operativo no es más que una biblioteca que contiene
  el código más usado, escrito una vez (y con suerte, bien escrito), y
  puesto a disposición de cualquier escritor de código que lo necesite.

  Así que un sistema operativo propietario, cerrado y secreto es una
  contradicción en los términos. Va contra la razón de ser de los
  sistemas operativos. Y de cualquier modo es imposible mantenerlos en
  secreto. El código fuente —las líneas originales de texto escritas por
  los programadores— pueden mantenerse en secreto. Pero el conjunto de un
  sistema operativo es una colección de pequeñas subrutinas que realizan
  tareas muy específicas y muy claramente definidas. Qué hacen
  exactamente esas subrutinas ha de ser público, de forma muy explícita y
  exacta, o de lo contrario el sistema operativo es completamente
  inservible para los programadores; no pueden usar esas subrutinas si no
  tienen perfecta y total comprensión de lo que hacen las subrutinas.

  Lo único que no se hace público es exactamente cómo hacen las
  subrutinas lo que hacen. Pero una vez sabes lo que hace una subrutina,
  generalmente resulta bastante fácil (si eres un hacker) escribir tu
  propia rutina que haga exactamente lo mismo. Puedes tardar algo, y
  resulta tedioso y poco gratificante, pero en la mayoría de los casos no
  es demasiado difícil.

  Lo que es difícil, para un hacker como para un escritor de ficción, no
  es escribir; es decidir qué escribir. Y los vendedores de sistemas
  operativos comerciales ya han decidido, y han hecho públicas sus
  decisiones.

  Esto se sabe desde hace mucho. MS-DOS fue duplicado funcionalmente por
  un producto rival, escrito a partir de la nada, llamado ProDOS, que
  hacía las mismas cosas de modo muy parecido. En otras palabras, otra
  compañía pudo escribir código que hacía las mismas cosas que MS-DOS y
  lo vendió para obtener beneficios. Si usas el sistema operativo Linux,
  puedes obtener un programa libre llamando WINE que es un emulador de
  Windows; esto es, puedes abrir una ventana en tu escritorio que ejecute
  programas de Win

  dows. Quiere decir que se ha recreado un sistema operativo Windows
  completamente funcional dentro de Unix, como un barquito en una
  botella. Y el propio Unix, que es un sistema operativo mucho más
  sofisticado que MS-DOS, ha sido reconstruido a partir de la nada una y
  otra vez. Sun, Hewlett-Packard, AT&T, Silicon Graphics, IBM y otros
  vendieron versiones de él.

  En otras palabras, la gente lleva reescribiendo código básico de
  sistemas operativos tanto tiempo que toda la tecnología que constituía
  un sistema operativo en el sentido tradicional (pre-GUl) de esa
  expresión es ahora tan barata y común que es literalmente gratuita. No
  sólo no podrían Gates y Alien vender MS-DOS hoy, ni siquiera podrían
  regalarlo, porque ya se regalan sistemas operativos mucho más potentes.
  Incluso el Windows original (que era el único sistema de ventanas hasta
  1995) ya no vale nada, dado que no tiene sentido poseer algo que puede
  emularse dentro de Linux, que es gratuito.2

  De este modo, el negocio de los sistemas operativos es muy diferente
  de, pongamos, el negocio de la venta de coches. Incluso un viejo coche
  de segunda mano tiene algún valor. Puedes usarlo para ir al basurero, o
  vender sus partes. El destino de los bienes manufacturados es
  depreciarse lentamente a medida que envejecen y tienen que competir
  contra productos más modernos.

  Pero el destino de los sistemas operativos es volverse gratuitos.

  Microsoft es una gran compañía de aplicaciones de software. El de las
  aplicaciones —tales como Microsoft Word— es un área en el que la
  innovación lleva beneficios reales, directos y tangibles a los
  usuarios. Las innovaciones pueden consistir en nueva tecnología recién
  salida del departamento de investigación, o pueden estar en la
  categoría de

  2E1 autor usa muchas veces a lo largo del texto free en un sentido
  inequívoco que indica gratuidad, como en este caso, y por supuesto
  hemos respetado dicho sentido en la traducción, a pesar de que el free
  software — incluido por supuesto GNU/Linux— es libre en el sentido de
  libertad, no de precio. Nos hemos extendido sobre esta cuestión en la
  «Presentación» de esta edición. [N. del E.]

  los lacitos decorativos, pero en cualquier caso a menudo resultan
  útiles y parecen contentar a los usuarios. Y Microsoft está
  convirtiéndose en una gran compañía de investigación. Esto no se debe
  necesariamente a que sus sistemas operativos sean todos tan malos desde
  el punto de vista puramente tecnológico. Los sistemas operativos de
  Microsoft tienen sus problemas, claro, pero son mucho mejores de lo que
  solían ser, y son adecuados para la mayor parte de la gente.

  ¿Por qué digo entonces que Microsoft no es es una compañía de sistemas
  operativos tan grandes? Porque la naturaleza misma de los sistemas
  operativos es tal que no tiene sentido que una compañía específica los
  desarrolle y posea. Para empezar, es un trabajo muy desagradecido. Las
  aplicaciones crean posibilidades para millones de usuarios crédulos,
  mientras que los sistemas operativos imponen limitaciones a millones de
  cascarrabias escritores de código, y así los hacedores de sistemas
  operativos siempre estarán en la lista negra de cualquiera que cuente
  en el mundo de la alta tecnología. Las aplicaciones las usan personas
  cuyo gran problema es comprender todas sus características, mientras
  que los sistemas operativos se ven hackeados por escritores de código
  irritados con sus limitaciones. El negocio de los sistemas operativos
  ha sido bueno para Microsoft sólo en la medida en que les ha
  proporcionado el dinero necesario para lanzar un negocio de software de
  aplicaciones realmente bueno y contratar a un montón de investigadores
  inteligentes. Ahora debiera estar en posición de desembarazarse de su
  sistema operativo, como los cohetes se libran en algún momento de los
  tanques vacíos de combustible. La gran pregunta es si Microsoft es
  capaz de hacerlo. ¿O es adicta a la venta de sistemas operativos del
  mismo modo que Apple lo es a la venta de hardware?

  Hay que tener en cuenta que los observadores expertos citaban en un
  tiempo la capacidad de Apple de monopolizar su propia provisión de
  hardware como su gran ventaja frente a Microsoft. En aquella época,
  parecía situarles en una posición mucho más fuerte. Al final, casi les
  mató, y todavía puede matarlos. El problema para Apple era que

  56 En el principio... fue la línea de comandos

  la mayor parte de los usuarios de ordenador del mundo acaba comprando
  hardware más barato. Pero un hardware barato no podía ejecutar MacOS, y
  esa gente se pasó a Windows.

  Sustituyan hardware por sistemas operativos, y Apple por Microsoft y
  verán cómo lo mismo está a punto de suceder de nuevo. Microsoft domina
  el mercado de sistemas operativos, lo cual les reporta ingresos y
  parece una gran idea de momento. Pero hay sistemas operativos mejores y
  más baratos, y están haciéndose cada vez más populares en partes del
  mundo que no están tan saturadas de ordenadores como los EE.UU. Dentro
  de diez años, puede que la mayoría de los usuarios de ordenador del
  mundo acabe por tener estos sistemas operativos más baratos. Pero estos
  sistemas operativos, de momento, no ejecutan ninguna aplicación de
  Windows, y así esta gente acabará usando otra cosa.

  Por expresarlo de forma más directa: cada vez que alguien decide usar
  un sistema operativo que no es de Microsoft, la división de sistemas
  operativos de Microsoft obviamente pierde un cliente. Pero, tal como
  están las cosas, la división de aplicaciones de Microsoft también
  pierde un cliente. No es para tanto, dado que casi todo el mundo usa
  sistemas operativos de Microsoft. Pero en cuanto la cuota de mercado de
  Windows empiece a disminuir, las matemáticas van a ponerse bastante
  torvas para los de Redmond.

  Podría replicarse a este argumento diciendo que Microsoft sencillamente
  podría recompilar sus aplicaciones para que pudieran ejecutarse en
  otros sistemas operativos. Pero esta estrategia va contra los instintos
  corporativos normales. El caso de Apple resulta de nuevo instructivo.
  Cuando las cosas empezaron a ponerse feas para Apple, debieron haber
  llevado su sistema operativo a un hardware barato. Pero no lo hicieron.
  Por el contrario, trataron de hacer que su brillante hardware diera lo
  más posible de sí, añadiendo nuevas posibilidades y expandiendo la
  línea de productos. Pero esto sólo tuvo el efecto de hacer su sistema
  operativo más dependiente de esas características especiales del
  hardware, lo cual al final resulta peor para ellos.

  Tarro de miel, pozo de brea, lo que sea 57

  Igualmente, cuando la posición de Microsoft en el mundo de los sistemas
  operativos se vea amenazada, sus instintos corporativos les dirán que
  apilen más posibilidades en sus sistemas operativos, y luego
  reconfiguren sus aplicaciones de software para explotar esas
  posibilidades especiales. Pero esto sólo tendrá el efecto de hacer que
  sus aplicaciones dependan de un sistema operativo con una cuota de
  mercado decreciente, y al final será peor para ellos.

  El mercado de los sistemas operativos es una trampa letal, un pozo de
  brea, una ciénaga. Sólo hay dos motivos para invertir en Apple y en
  Microsoft. 1) Cada una de estas compañías está en lo que llamaríamos
  una relación de codependencia con sus clientes. Los clientes quieren
  creer, y Apple y Microsoft saben cómo darles lo que quieren. 2) Cada
  compañía trabaja muy duro para añadir nuevas posibilidades a sus
  sistemas operativos, lo cual tiene el efecto de asegurar la lealtad de
  sus clientes, al menos durante un tiempo.

  En consecuencia, la mayor parte del resto de este ensayo tratará sobre
  estos dos temas.

  Unix es el ÚNICO SISTEMA OPERATIVO que queda cuya interfaz gráfica (un
  montón de código llamado X Window System1) está separado del sistema
  operativo en el antiguo sentido del término. Es decir, que puedes
  ejecutar Unix en puro modo de línea de comandos si quieres, sin
  ventanas, iconos, ratones, etc., y seguirá siendo Unix y capaz de hacer
  todo lo que se supone que hace Unix. Pero los demás sistemas operativos
  —MacOS, la familia Windows y BeOS— tienen sus GUI enmarañadas con las
  anticuadas funciones del sistema operativo en tal grado que han de
  ejecutarse en modo GUI o no se ejecutan verdaderamente. Así que ya no
  es posible pensar en las GUI como en algo distinto del sistema
  operativo; ahora forman una parte inalienable de los sistemas
  operativos a los que pertenecen —y son, con mucho, la parte mayor, más
  cara y difícil de crear.

  Sólo hay dos modos de vender un producto: precio y funcionalidades.
  Cuando los sistemas operativos son gratuitos, las compañías de sistemas
  operativos no pueden competir mediante el precio, así que compiten
  mediante las

  1A pesar de la semejanza con el nombre del producto estrella de
  Microsoft, el Sistema X Window de los Unices no tiene nada que ver con
  Windows, sino que se trata de un potente sistema de ventanas basado en
  una arquitectura cliente /servidor. Una de las ventajas de la
  arquitectura cliente/servidor es que puede ser implementada tanto de
  manera distribuida (es decir, aplicaciones y servidor gráfico
  ejecutándose en máquinas diferentes) como local (todo el subsistema
  gráfico ejecutándose en el mismo ordenador). [N. del E.]

  59

  funcionalidades. Esto significa que siempre tratan de superarse unos a
  otros escribiendo código que, hasta hace poco, no se consideraba parte
  de un sistema operativo en absoluto: cosas como las GUI. Esto explica
  en gran medida el comportamiento de estas compañías.

  Explica por qué Microsoft añadió un navegador a su sistema operativo,
  por ejemplo. Resulta fácil obtener navegadores gratuitos, igual que
  sistemas operativos gratuitos. Si los navegadores son gratuitos y los
  sistemas operativos son gratuitos, pareciera que no hay modo de hacer
  dinero con los navegadores ni con los sistemas operativos. Pero si
  puedes integrar un navegador en un sistema operativo y así llenar ambos
  de nuevas funcionalidades, ya tienes un producto vendible.

  Dejando a un lado, de momento, el hecho de que esto cabrea de verdad a
  los abogados antimonopolio del gobierno, esta estrategia tiene sentido.
  Al menos, tiene sentido si se asume (como parece hacer la dirección de
  Microsoft) que el sistema operativo ha de ser protegido a cualquier
  precio. La verdadera cuestión es si cada moda tecnológica nueva que
  aparezca ha de usarse como muleta para sostener la posición dominante
  del sistema operativo. Al enfrentarse al fenómeno de la Web, Microsoft
  tuvo que desarrollar un navegador web realmente bueno, y lo hicieron.
  Pero entonces tuvieron que elegir: podían hacer que ese navegador
  funcionara en múltiples sistemas operativos, lo cual daría a Microsoft
  una posición fuerte en el mundo de Internet con independencia de lo que
  le pasara a la cuota de mercado de su sistema operativo. O podían
  integrar el navegador con el sistema operativo, apostando a que esto
  haría que su sistema operativo pareciera tan moderno y atractivo que
  ayudaría a conservar su dominio en ese mercado. El problema es que
  cuando la posición del sistema operativo Windows empiece a venirse
  abajo (y dado que actualmente es de cerca del noventa por ciento, no
  puede sino descender) arrastrará todo tras de sí.

  En la clase de geología del instituto probablemente les enseñaran que
  toda la vida sobre la Tierra existe en una delgada capa llamada
  biosfera, que existe entre miles de

  kilómetros de roca muerta por debajo, y frío espacio vacío, muerto y
  radiactivo, por encima. Las compañías que venden sistemas operativos
  existen en una especie de tecnosfera. Por debajo está la tecnología que
  ya es gratuita. Por encima está la tecnología que todavía ha de ser
  desarrollada, o que es demasiado disparatada y especulativa para ser
  explotada de momento. Como la biosfera de la Tierra, la tecnosfera es
  muy fina comparada con lo que tiene por encima y por debajo.

  Pero se mueve mucho más rápido. En diversas partes del mundo, es
  posible visitar ricas capas fósiles en las que hay esqueletos apilados,
  los más recientes encima y los más antiguos debajo. En teoría, todos se
  remontan a los primeros organismos unicelulares. Y si se usa la
  imaginación un poco, uno se dará cuenta de que, si se queda ahí el
  tiempo suficiente, también quedará fosilizado, y con el tiempo algún
  organismo más avanzado quedará fosilizado encima tuyo.

  El registro fósil —La Brea Tar Pits2— de la tecnología software es
  Internet. Cualquier cosa que aparezca allí se puede tomar de forma
  gratuita (posiblemente ilegal, pero gratuita). Los ejecutivos de
  compañías como Microsoft tienen que acostumbrarse a la experiencia
  —impensable en otras industrias— de invertir millones de dólares en el
  desarrollo de nuevas tecnologías, tales como navegadores web, y luego
  ver cómo aparece en Internet el mismo software, o un software
  equivalente, dos años, un año, o incluso pocos meses después.

  Al seguir desarrollando nuevas tecnologías y añadiendo posibilidades a
  sus productos, pueden mantenerse un paso por delante del proceso de
  fosilización, pero algunos días deben de sentirse como mamuts atrapados
  en La Brea, usando todas sus energías para salir adelante, una y otra

  2Las canteras de Rancho La Brea Tar Pits es un yacimiento de fósiles
  situado en el Condado de Los Angeles (EE.UU.). Durante casi cuarenta
  mil años, la mina (pits) ha emitido una gran cantidad de brea,
  chapapote pegajoso y espeso que ha dejado atrapados a lo largo del
  tiempo a muchos especímenes de plantas y animales prehistóricos. [N.
  del E.]

  62 En el principio... fue la línea de comandos

  vez, escapando de la pegajosa brea caliente que quiere cubrirles y
  engullirles.

  La supervivencia en esta biosfera requiere colmillos fuertes y pies que
  puedan pisotear en un extremo de la organización, y Microsoft es famosa
  por tenerlos. Pero pisotear a los otros mamuts en la brea sólo puede
  mantenerte vivo cierto tiempo. El peligro es que, con su obsesión por
  mantenerse fuera de las capas fósiles, estas compañías olviden lo que
  hay por encima de la biosfera: el ámbito de la nueva tecnología. En
  otras palabras, deben seguir con sus armas primitivas y bastos
  instintos competitivos, pero también han de desarrollar cerebros
  potentes. Parece ser que esto es lo que está haciendo Microsoft con su
  departamento de investigación, que contrata a personas inteligentes por
  doquier. (Y aquí debo mencionar que, aunque conozco y me relaciono con
  varias personas del departamento de investigación de esa compañía,
  nunca hablamos de negocios, y no tengo ni idea de qué demonios están
  haciendo. He aprendido mucho más sobre Microsoft usando el sistema
  operativo Linux de lo que habría aprendido usando Windows).

  Da igual cómo hiciera antes dinero Microsoft; hoy en día, hace dinero
  gracias a una especie de arbitraje temporal. Arbitraje, en el sentido
  habitual, significa hacer dinero aprovechándose de las diferencias en
  los precios de algo en diferentes mercados. En otras palabras, es
  espacial y se basa sobre el hecho de que el arbitro sabe por qué
  tecnologías pagará dinero la gente el año que viene, y cuánto tardarán
  esas tecnologías en volverse gratuitas. Lo que el arbitraje espacial y
  temporal tienen en común es que ambos pivotan sobre la información
  extremadamente buena del arbitro; información sobre los gradientes de
  precios en un momento dado en un caso, sobre los gradientes de precios
  a lo largo del tiempo en un lugar dado en el otro.

  Así que Apple/Microsoft ofrecen nuevas posibilidades a sus usuarios
  casi a diario, con la esperanza de que un flujo constante de genuinas
  innovaciones técnicas, combinadas con el fenómeno del «quiero creer»
  impedirá que sus clientes miren al otro lado de la carretera, hacia los
  sistemas

  La tecnosfera 63

  operativos, mejores y más baratos, que tienen disponibles. La cuestión
  es si esto tiene sentido a largo plazo. Si Microsoft es adicta a los
  sistemas operativos como Apple lo es al hardware, entonces se apostarán
  la camisa por sus sistemas operativos, y vincularán todas sus nuevas
  aplicaciones y sistemas operativos a ellos. Su supervivencia dependerá
  entonces de estas dos cosas: añadir más posibilidades a sus sistemas
  operativos, de tal modo que sus clientes no se pasen a las alternativas
  más baratas, y mantener la imagen que, de algún modo misterioso, les da
  a estos clientes la sensación de que obtienen algo a cambio de su
  dinero.

  Este último es un fenómeno cultural verdaderamente extraño e
  interesante.

  HACE UNOS AÑOS1 entré en una tienda cualquiera y me encontré con la
  siguiente escena: cerca de la entrada había una pareja joven frente a
  un gran mostrador de cosméticos. El hombre sostenía estólidamente una
  cesta de la compra en las manos mientras su compañera arramblaba con
  productos de maquillaje del mostrador y los apilaba en la cesta. Desde
  entonces siempre he pensado en ese hombre como la personificación de
  una interesante tendencia humana: no sólo no nos ofenden las imágenes
  manufacturadas sino que nos gustan. Prácticamente insistimos en ello.
  Estamos ansiosos por ser cómplices de nuestro propio engaño: por pagar
  dinero por el pase a un parque temático, votar a un tipo que obviamente
  nos está mintiendo o permanecer de pie sosteniendo la cesta que se
  llena de cosméticos.

  Hace poco estuve en Disney World, concretamente en la parte llamada el
  Reino Mágico, caminando por Main Street USA. Esta es la perfecta
  pequeña ciudad victoriana y cuca que lleva al castillo Disney. Había
  mucha gente; nos abríamos camino más que caminábamos. Justo delante mío
  había un hombre con una videocámara. Era una de esas nuevas
  videocámaras en las que, en vez de mirar por un visor, contemplas una
  pantalla plana en color del tamaño de un

  excusas por el título de este capítulo a Steve Johnson, autor de
  Interfaz Culture: Hoiv New Technology Transforms the Way We Créate and
  Comunícate, [«La cultura de la interfaz: cómo las nuevas tecnologías
  transforman el modo en que creamos y comunicamos»], San Francisco,
  Harper, 1997.

  65

  naipe, que televisa en directo lo que quiera que la cámara esté
  grabando. Sostenía el aparato cerca de la cara, de tal modo que le
  tapaba la vista. En vez de ir a ver una pequeña ciudad de verdad
  gratis, había pagado dinero por ver una falsa, y en vez de verla a
  simple vista estaba contemplándola por televisión.

  Y en vez de quedarme en casa y leer un libro, yo le estaba mirando a
  él.

  La preferencia de los estadounidenses por las experiencias mediadas
  resulta bastante obvia, y no voy a dar la murga con ello. Ni siquiera
  voy a hacer comentarios desdeñosos acerca de ello —después de todo, yo
  estaba en Disney World como cliente de pago—. Pero claramente está
  relacionado con el colosal éxito de las GUI, así que tengo que hablar
  algo acerca de ello. A los de Disney se le dan mejor que a nadie las
  experiencias mediadas. Si entendieran qué son los sistemas operativos,
  y por qué los usa la gente, aplastarían a Microsoft en uno o dos años.

  En la sección de Disney World llamada el Reino Animal hay una nueva
  atracción, que se supone abrirá en marzo de 1999, llamada el Viaje por
  la Jungla del Maharajá. Lo habían abierto como anticipo cuando yo
  estuve allí. Es una reproducción completa, piedra a piedra, de una
  hipotética ruina en las junglas de la India. Según decían, fue
  construida por un raja local en el siglo XVI como reserva de caza. El
  raja iba allí con sus principescos huéspedes a cazar tigres de Bengala.
  Con el paso del tiempo, quedó abandonada y la ocuparon los tigres y los
  monos; finalmente, en torno a la época de la independencia de la India,
  se convirtió en una reserva natural del gobierno, ahora abierto a los
  visitantes.

  El lugar se parece más a lo que he descrito que ningún edificio real
  que se pueda encontrar en la India. Todas las piedras en los muros
  derrumbados tenían el aspecto de haber sido desgastados por las lluvias
  monzónicas durante siglos, la pintura de las paredes está
  descascarillada y apagada y los tigres de Bengala se mueven entre las
  columnas rotas. Allí donde se podrían realizar reparaciones modernas en
  la antigua estructura, se han hecho, pero no como las llevarían a cabo
  los ingenieros de la Disney, sino aho

  rrativos encargados indios, con bambú y barras herrumbrosas. La
  herrumbre está pintada, claro, y protegida de la herrumbre auténtica
  por una capa de plástico transparente, pero no se nota a menos que uno
  se agache.

  En cierto punto se puede caminar junto a un muro de piedra con una
  serie de desgastados frisos antiguos esculpidos. Un extremo del muro se
  ha derrumbado y caído a tierra, quizás debido a algún terremoto largo
  tiempo olvidado, y uno o dos paneles tienen anchas fisuras, pero la
  historia sigue siendo legible: primero, el caos primordial lleva a la
  creación de muchas especies animales. Luego, vemos el Árbol de la Vida
  rodeado de diversos animales. Esta es una alusión obvia al enorme Árbol
  de la Vida que domina el centro del Reino Animal de Disney, igual que
  el Castillo domina el Reino Mágico o la Esfera domina Epcot. Pero está
  hecho en un estilo históricamente correcto, y probablemente engañaría a
  cualquiera que no tuviera un doctorado en historia del arte indio.

  El siguiente panel muestra a un homo sapiens bigotudo derribando el
  Árbol de la Vida con una cimitarra y a animales huyendo en todas
  direcciones. El panel que va después muestra al errado humano golpeado
  por un tsunami, parte de un Diluvio presumiblemente provocado por su
  estupidez.

  El panel final muestra al Brote de la Vida que vuelve a crecer, pero
  ahora el Hombre ha abandonado su afilada arma y se ha unido a los demás
  animales, que lo rodean para ensalzarlo y adorarlo.

  Es, en otras palabras, una profecía del cuello de botella: la
  situación, planteada habitualmente por los modernos ecologistas, de que
  el mundo se enfrentará pronto a un periodo de graves tribulaciones
  ecológicas que durarán unas pocas décadas o siglos y acabarán cuando
  encontremos un nuevo y armonioso modus vivendi con la Naturaleza.

  En conjunto, el friso es una obra bastante brillante. Obviamente no es
  una antigua ruina india, y alguna persona o personas vivas merecen ser
  elogiadas. Pero no hay firmas en la reserva de caza de Maharajá en
  Disney World. No hay firmas en nada, porque arruinaría el efecto si
  largos crédi

  tos colgaran de cada ladrillo desgastado a medida, como en las
  películas de Hollywood.

  Entre los guionistas de Hollywood, Disney tiene la reputación de ser
  una madrastra verdaderamente malvada. No resulta difícil ver por qué.
  Disney está en el negocio de los productos de ilusión sin fisuras —un
  espejo mágico que refleja el mundo mejor de lo que realmente es—. Pero
  un escritor está hablando literalmente a sus lectores, no sólo creando
  un ambiente o presentándoles algo donde mirar; y así como la interfaz
  de línea de comandos abre un canal mucho más directo y explícito entre
  usuario y máquina que la GUI, lo mismo sucede con palabras, escritor y
  lector.

  La palabra, al final, es el único sistema para codificar los
  pensamientos —el único medio— que no es fungible, que se niega a
  disolverse en el torrente devorador de los medios electrónicos (los
  turistas más ricos en Disney World llevan camisetas con los nombres de
  diseñadores famosos impresos, porque los propios diseños pueden
  copiarse fácilmente y con impunidad. El único modo de fabricar ropa que
  no puede copiarse legalmente es imprimir palabras con copyright y marca
  registrada; una vez se ha dado ese paso, la ropa misma ya no importa
  realmente, y así una camiseta es tan buena como cualquier otra cosa.
  Las camisetas con palabras caras son ahora la insignia de la clase
  alta. Las camisetas con palabras baratas, o sin palabras, son para el
  común de los mortales).

  Pero esta cualidad especial de las palabras y de la comunicación
  escrita tendría el mismo efecto sobre el producto de la Disney que un
  graffiti de spray sobre un espejo mágico. Así que la Disney lleva a
  cabo la mayor parte de su comunicación sin recurrir a las palabras, y
  en su mayor parte, no se echa de menos las palabras. Algunas de las
  propiedades más antiguas de la Disney, como Peter Pan, Winnie Pooh, y
  Alicia en el País de las Maravillas, salieron de libros. Pero los
  nombres de sus autores se mencionan raramente, si es que se mencionan,
  y no se pueden comprar los libros originales en la tienda Disney. Si se
  pudiera, parecerían viejos y extraños, como versiones muy raras de los
  originales más puros y auténticos de la Disney. Compara

  dos con producciones más recientes como La Bella y la Bestia y Muían,
  las películas de la Disney basadas en estos libros (en particular
  Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan) parecen profundamente
  extrañas, y no del todo apropiadas para niños. Lo cual es razonable,
  porque Lewis Carroll y J.M. Barrie eran hombres muy raros, y la
  naturaleza de la palabra escrita es tal que su rareza personal se
  filtra a través de todas las capas de disneyficación como rayos X a
  través de una pared. Probablemente, por esta misma razón, la Disney
  parece haber dejado de comprar libros y ahora encuentra sus temas y
  caracteres en los relatos tradicionales, que tienen la cualidad
  lapidaria y gastada por el tiempo de los antiguos bloques de piedra de
  las ruinas del Maharajá.

  Si siguiéramos a esos turistas a sus casas, podríamos encontrar arte,
  pero sería el tipo de arte folclórico no firmado que venden en las
  tiendas de la Disney de tema africano y asiático. En general, sólo
  parecen estar cómodos con medios que han sido ratificados por su
  antigüedad, por su aceptación popular masiva o por ambas cosas.

  En este mundo, los artistas son como los obreros anónimos y analfabetos
  que construyeron las grandes catedrales en Europa y luego
  desaparecieron en tumbas anónimas del cementerio. La catedral en
  conjunto es apabullante y conmovedora a pesar de, y posiblemente debido
  a, el hecho de que no tenemos ni idea de quién la construyó. Cuando
  caminamos por ella comulgamos no con obreros individuales sino con toda
  una cultura.

  Disney World funciona del mismo modo. Si se es un intelectual, un
  lector o un escritor de libros, lo más amable que se puede decir al
  respecto es que la ejecución es soberbia. Pero resulta fácil
  encontrarlo todo un poco siniestro, porque falta algo: la traducción de
  todo su contenido a palabras escritas, claras y explícitas, las
  atribución de las ideas a personas específicas. No se puede discutir
  con ello. Parece como si se estuviera pasando por alto un montón de
  cosas, como si Disney World nos estuviera engañando, y posiblemente
  colándonos todo tipo de asunciones ocultas y pensamiento débil.

  Pero esto es exactamente lo mismo que se pierde en la transición de la
  interfaz de línea de comandos a la GUI.

  La Disney y Apple/Microsoft están en el mismo negocio: cortocircuitar
  la laboriosa y explícita comunicación verbal con interfaces de diseño
  caro. La Disney es una especie de interfaz de usuario en sí misma —y
  más que meramente gráfica—. Llamémosla interfaz sensorial. Puede
  aplicarse a cualquier cosa en el mundo, real o imaginada, aunque a un
  precio apabullante.

  ¿Por qué rechazamos las interfaces basadas en la palabra, y preferimos
  las gráficas o sensoriales —una tendencia que explica el éxito tanto de
  Microsoft como de la Disney?

  Parte de ello es simplemente que el mundo es ahora muy complicado
  —mucho más complicado que el mundo de los cazadores-recolectores con el
  cual evolucionaron nuestros cerebros— y sencillamente no podemos
  manejar todos los detalles. Tenemos que delegar. No tenemos más opción
  que confiar en algún artista anónimo de la Disney o en algún
  programador de Apple o Microsoft para que elijan por nosotros, nos
  libren de algunas opciones y nos den un resumen convenientemente
  empaquetado.

  Pero más importante es el hecho de que durante este siglo el
  intelectualismo falló, y todo el mundo lo sabe. En lugares como Rusia y
  Alemania, la gente común renunció a su control sobre los modos de vida
  tradicionales, costumbres y religión, y permitió que los intelectuales
  llevaran el cotarro, y los intelectuales lo estropearon todo y
  convirtieron el siglo en un matadero. Aquellos intelectuales de tanta
  palabrería solían percibirse como algo meramente tedioso; ahora también
  parecen algo peligrosos.

  Los estadounidenses somos los únicos que no salimos malparados en
  ningún momento de todo esto. Somos libres y prósperos porque heredamos
  sistemas políticos y de valores fabricados por un conjunto dado de
  intelectuales del siglo XVIII que por casualidad acertaron. Pero hemos
  perdido contacto con esos intelectuales, y con cualquier cosa parecida
  al intelectualismo, hasta el punto de no leer libros ya, aunque sabemos
  leer. Estamos mucho más cómodos transmitiéndoles esos valores a las
  generaciones futuras de for

  ma no-verbal, mediante el proceso de inmersión mediática. Parece que
  esto funciona hasta cierto punto, porque la policía en muchos países
  ahora se queja de que los arrestados insisten en que les lean sus
  derechos, como en las películas de policías estadounidenses. Cuando se
  les explica que están en un país diferente, se indignan. Puede que las
  reposiciones de Starsky y Hutch, dobladas a diversas lenguas, resulten
  ser, a largo plazo, una fuerza más potente en favor de los derechos
  humanos que la Declaración de Independencia.

  Una cultura enorme, rica y nuclear que propaga sus valores nucleares
  mediante la inmersión mediática parece una mala idea. Está el riesgo
  obvio de errar. Las palabras son el único medio inmutable que tenemos,
  que es el motivo por el cual son el vehículo preferido para conceptos
  extremadamente importantes como los Diez Mandamientos, el Corán y la
  Declaración de Derechos. A menos que los mensajes transmitidos por
  nuestros medios vayan ligados a algún conjunto fijo de preceptos,
  pueden desperdigarse por doquier y posiblemente llenar la mente de la
  gente de estupideces.

  Orlando tenía una base militar llamada McCoy Air Forcé Base, con largas
  pistas desde las que podían despegar los B-52 para llegar a Cuba o a
  cualquier otro lugar, cargados de bombas nucleares. Pero ahora McCoy ha
  sido desmantelada y sus instalaciones se han destinado a otros fines.
  El aeropuerto civil de Orlando las ha absorbido. Las largas pistas se
  usan ahora para descargar turistas llegados en vuelos 747 desde Brasil,
  Italia, Rusia y Japón, a fin de que vengan a Disney World y empaparse
  de nuestros medios durante un tiempo.

  Para las culturas tradicionales, especialmente las basadas en la
  palabra como el Islam, esto resulta infinitamente más amenazante de lo
  que lo fueron jamás los B-52. Resulta obvio para cualquiera fuera de
  los Estados Unidos que nuestras archimuletillas, multiculturalismo y
  diversidad, son fachadas que encubren (en muchos casos
  involuntariamente) una tendencia global a erradicar las diferencias
  culturales. El pilar básico del multiculturalismo (o de «hon

  rar la diversidad», o como se quiera llamarlo) es que las personas
  tienen que dejar de juzgarse unas a otras —dejar de aseverar (y,
  gradualmente, dejar de creer) que esto está bien y esto está mal, que
  una cosa es fea y otra hermosa, que Dios existe y tiene estas o
  aquellas cualidades.

  La lección que la mayor parte de la gente ha extraído del siglo XX es
  que, para que un gran número de diferentes culturas coexistan
  pacíficamente en el globo (o incluso en el barrio), es necesario que la
  gente suspenda el juicio de este modo. De ahí (argumento) nuestra
  sospecha, u hostilidad, respecto de todas las figuras de autoridad en
  la cultura moderna. Como explicó David Foster Wallace en su ensayo E
  Unibus Pluram, este es el mensaje fundamental de la televisión; es el
  mensaje que la gente se lleva a casa, de cualquier modo, tras llevar
  inmersos en los medios el tiempo suficiente. No está expresado en esos
  términos altisonantes, claro. Se transmite a través de la presunción de
  que todas las figuras de autoridad —maestros, generales, policías,
  sacerdotes, políticos— son bufones hipócritas, y que el cinismo
  descreído es el único modo de ser.

  El problema es que una vez que nos hemos librado de la capacidad de
  juzgar lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, etc., ya no queda
  cultura. Todo lo que queda son los bailes folclóricos y el macramé. La
  capacidad de juicio, de creencia, es el fin mismo de tener una cultura.
  Creo que por eso aparecen a veces tipos con metralletas en lugares como
  Luxor, y empiezan a disparar a los occidentales. Entienden
  perfectamente la lección de la base aérea McCoy. Cuando los hijos
  llegan con gorras ladeadas de los Chicago Bulls, los padres enloquecen.

  La anticultura global transmitida a todos los rincones del mundo por la
  televisión es una cultura en sí misma, y según los estándares de
  grandes y antiguas culturas como el Islam o Francia, parece
  inmensamente inferior, al menos al principio. Los único bueno que se
  puede decir de ella es que hace que guerras mundiales y holocaustos
  parezcan menos probables —¡y de hecho eso es algo bastante bueno!

  El único problema real es que cualquiera que no tenga más cultura que
  esta monocultura global está completa

  mente jodido. Cualquiera que crezca viendo la televisión, que nunca vea
  nada de religión o filosofía, se críe en una atmósfera de relativismo
  moral, aprenda ética viendo escándalos sexuales en el telediario, y
  vaya a una universidad donde los posmodernos se desviven por demoler
  las nociones tradicionales de verdad y cualidad, va a salir al mundo
  como un ser humano bastante incapaz. Y —de nuevo— tal vez el fin de
  todo esto es hacernos incapaces, de modo que no nos bombardeemos
  mutuamente con armas nucleares.

  Por otro lado, si te crías en el ámbito de una cultura dada, acabas con
  un conjunto básico de herramientas que se pueden usar para pensar y
  comprender el mundo. Puedes usar esas herramientas para rechazar la
  cultura en que te criaste, pero al menos tienes algunas herramientas.

  En este país, la gente que lleva el cotarro —los que llenan los bufetes
  y las juntas directivas— comprende todo esto a cierto nivel. Apoyan el
  multiculturalismo y la diversidad y la suspensión del juicio de
  boquilla, pero no educan a sus propios hijos así. Tengo amigos
  altamente educados y técnicamente sofisticados que se han mudado a
  pequeñas ciudades de Iowa para vivir y criar a sus hijos, y hay
  enclaves judíos hasidim en Nueva York donde muchos niños se crían según
  creencias tradicionales. Cualquier comunidad suburbana puede
  considerarse un lugar donde personas que tienen ciertas creencias
  (básicamente implícitas) van a vivir entre otros que piensan de igual
  manera.

  Y esta gente no sólo se siente responsable respecto a sus propios
  hijos, sino con el país en general. Algunos miembros de la clase alta
  son viles y cínicos, por supuesto, pero muchos pasan al menos parte de
  su tiempo preocupándose por la dirección en que va el país, y sus
  propias responsabilidades. Y así, cuestiones que son importantes para
  los intelectuales lectores de libros, como el colapso ambiental global,
  acaban por filtrarse a través de la cultura de masas y aparecen como
  antiguas ruinas hindúes en Orlando.

  Puede que se estén preguntando: ¿qué narices tiene que ver todo esto
  con los sistemas operativos? Como ya he dicho, no hay modo de explicar
  la dominación del mercado de sistemas operativos por Apple/Microsoft
  sin explicacio

  nes culturales, así que no puedo llegar a ninguna parte en este ensayo
  sin hacerles saber antes de dónde vengo en lo que concierne a la
  cultura contemporánea.

  La cultura contemporánea es un sistema de dos niveles, como los
  morlocks y los eloi de La máquina del tiempo, de H.G. Wells, salvo que
  está del revés. En La máquina del tiempo, los eloi eran la amanerada
  clase alta, mantenida por montones de morlocks subterráneos que hacían
  que los engranajes tecnológicos se movieran. Pero en nuestro mundo es
  al revés. Los morlocks son minoría, y hacen que las cosas se muevan
  porque comprenden cómo funciona todo. Los mucho más numerosos eloi
  aprenden todo lo que saben por verse inmersos desde su nacimiento en
  medios electrónicos dirigidos y controlados por los morlocks lectores
  de libros. Así que muchas personas ignorantes serían peligrosas si se
  las apuntara en la dirección equivocada, con lo cual hemos desarrollado
  una cultura popular que a) es increíblemente infecciosa y b) neutraliza
  a toda persona que se ve infectada, haciéndolos reticentes a emitir
  juicios e incapaces de tomar posiciones.

  Los morlocks, que tienen la energía e inteligencia como para aprehender
  los detalles, van y dominan temas complejos y producen interfaces
  sensoriales tipo Disney, de tal modo que los eloi puedan entender el
  meollo sin tener que forzar la mente o soportar el aburrimiento. Esos
  morlocks van a la India y tediosamente exploran cientos de ruinas,
  luego vuelven a casa y construyen versiones higiénicas y sin bichos: el
  Selecciones del Reader's Digest, por así decir. Esto cuesta un montón,
  porque los morlocks insisten en que les den buen café y billetes de
  avión en primera, pero no es problema porque a los eloi les gusta que
  los deslumhren y pagarán gustosos.

  Me doy cuenta de que la mayor parte de esto probablemente suena
  desdeñoso y amargado hasta el absurdo: el típico intelectual pijo con
  un berrinche por culpa de esos filisteos analfabetos. Como si yo fuera
  una especie de Moisés bajando solo de la montaña, con las tablas de los
  Diez Mandamientos grabadas en piedra inmutable —la interfaz de línea de
  comandos original— y cabreándose con los dé

  La cultura de la interfaz 75

  biles hebreos no iluminados que adoran imágenes. No sólo eso, sino que
  parece que creo que hay una especie de teoría de la conspiración.

  Pero eso no es lo que quiero decir con todo esto. La situación que
  describo aquí podría ser mala, pero no tiene por qué ser mala, y no es
  necesariamente mala ahora.

  La cuestión es que, sencillamente, estamos demasiado ocupados hoy en
  día como para comprenderlo todo con detalle. Y es mejor comprenderlo
  por una interfaz, oscuramente, que no comprenderlo en absoluto. Mejor
  que diez millones de eloi vayan al Safari por el Kilimanjaro en Disney
  World que no que mil cirujanos cardiovasculares y directivos de
  aseguradoras vayan de safari auténtico por Kenia. La frontera entre
  ambas clases es más porosa de lo que he dado a entender. Constantemente
  me encuentro con tipos normales —albañiles, mecánicos, taxistas, gente
  de a pie en general— que básicamente carecían de cultura hasta que algo
  hizo necesario que se convirtieran en lectores y empezaran a pensar en
  serio acerca de las cosas. Tal vez tuvieron que vérselas con el
  alcoholismo, tal vez fueron a la cárcel, o enfermaron, o sufrieron una
  crisis de fe, o simplemente se aburrieron. Tales personas pueden
  aprender sobre temas particulares a toda prisa. A veces su falta de una
  educación amplia les lleva a acometer empresas intelectuales
  desquiciadas pero bueno, al menos la empresa intelectual desquiciada es
  un buen ejercicio. El fantasma de una política controlada por los
  caprichos y veleidades de los votantes que creen realmente que hay
  diferencias significativas entre las cerveza Bud Lite y Miller Lite, y
  que creen que la lucha libre es real, es naturalmente alarmante para
  aquellos que no lo creen. Pero los países controlados mediante la
  interfaz de la línea de comandos, por así decirlo, por sesudos
  intelectuales, ya sean religiosos o seculares, son por lo general
  tristes lugares donde vivir. La gente sofisticada se burla de los
  entretenimientos disneyescos por facilones y asacarinados, pero si el
  resultado es provocar reflejos básicamente cálidos y simpáticos a nivel
  preverbal en cientos de millones de iletrados inmersos en los medios,
  no pueden ser tan malos. Anoche matamos una langosta en nuestra cocina
  y

  mi hija lloró durante una hora. Los japoneses, que solían ser el pueblo
  más feroz del mundo, están obsesionados con adorables personajes de
  dibujos animados. Mi propia familia —la gente que mejor conozco— está
  dividida de modo más o menos equitativo entre personas que
  probablemente lean este ensayo y personas que casi con toda certeza no
  lo hará, y no puedo decir a ciencia cierta que un grupo sea
  necesariamente más cálido, feliz o mejor adaptado que el otro.

  EN LOS TIEMPOS de la interfaz de línea de comandos, los usuarios eran
  todos morlocks que tenían que convertir sus pensamientos en símbolos
  alfanuméricos e introducirlos a mano, un proceso insufriblemente
  tedioso que eliminaba toda ambigüedad, revelaba todas las asunciones
  ocultas y castigaba cruelmente la pereza y la imprecisión. Entonces los
  hacedores de interfaces se pusieron a trabajar en sus GUI, e
  introdujeron una nueva capa semiótica entre la gente y las máquinas.
  Las personas que usan tales sistemas han renunciado a la
  responsabilidad, y al poder, de enviar bits directamente al chip que
  lleva a cabo la aritmética, y le han pasado esa responsabilidad y poder
  al sistema operativo. Esto resulta tentador porque dar instrucciones
  claras, a alguien o a algo, es difícil. No podemos hacerlo sin pensar
  y, dependiendo de la complejidad de la situación, debemos pensar
  intensamente en cosas abstractas y considerar cualquier número de
  ramificaciones para hacerlo bien. Para la mayoría de nosotros, esto es
  una ardua tarea. Queremos que las cosas sean más fáciles. La medida de
  cuánto lo queremos viene dada por el grueso de la fortuna de Bill
  Gates. El sistema operativo (por tanto) se ha convertido en una especie
  de instrumento para ahorrarse trabajo intelectual, que traduce las
  intenciones vagamente expresadas de los humanos a bits. De hecho, les
  pedimos a nuestros ordenadores que tomen responsabilidades que siempre
  se han considerado propias de seres humanos: queremos que

  77

  comprendan nuestros deseos, que prevean nuestras necesidades, que
  establezcan conexiones, que desempeñen tareas rutinarias sin necesidad
  de pedírselo, que nos recuerden lo que tendría que recordársenos a la
  vez que filtran el ruido. En los niveles más elevados (es decir, más
  próximos al usuario) esto tiene lugar mediante una serie de
  convenciones —menús, botones, etc—. Estas funcionan en el sentido en
  que funcionan las analogías: ayudan a los eloi a comprender conceptos
  abstractos o poco familiares comparándolos con algo conocido. Pero se
  usa el término más pretencioso de metáfora.

  El concepto que lo englobaba todo en MacOS era la «metáfora del
  escritorio», que subsumía cierto número de metáforas menores (y a
  menudo contradictorias, o al menos mezcladas). Con una GUI, un archivo
  (frecuentemente llamado «documento») se metafrasea como una ventana en
  pantalla (al que se denomina «escritorio»). La ventana siempre es
  demasiado pequeña para contener el documento, así que uno «se mueve» o,
  más pretenciosamente, «navega» por el documento «pinchando y
  arrastrando» el «dedo» en la «barra de desplazamiento». Cuando se
  «teclea» (usando un teclado) o «dibuja» (usando un «ratón») en la
  «ventana» o se usan «menús» desplegables y «cuadros de diálogo» para
  manipular sus contenidos, los resultados del trabajo se almacenan (al
  menos en teoría) en un «archivo», y luego la misma información se
  recupera en otra «ventana». Cuando ya no se necesita, se «arrastra» a
  la «papelera».

  Hay una mezcla masiva y promiscua de metáforas aquí y podría
  deconstruirla hasta que las ranas criaran pelo, pero no lo haré.
  Considérese sólo una palabra: «documento». Cuando documentamos algo en
  el mundo real, creamos registros fijos, permanentes e inmutables de
  ello. Pero los documentos de un ordenador son volátiles, efímeras
  constelaciones de datos. A veces (como cuando se abren o guardan), el
  documento que aparece en la ventana es idéntico al que está almacenado,
  bajo el mismo nombre, en un archivo de disco, pero otras veces (como
  cuando se hacen cambios sin guardarlos), es completamente diferente. En
  cualquier caso, cada vez que se pulsa «Guardar», se aniquila la versión

  previa del documento, reemplazándola por lo que quiera que aparezca en
  la ventana en ese momento. Así que, incluso la palabra guardar, se usa
  en un sentido que es grotescamente engañoso: «destruir una versión,
  guardar otra» sería más exacto.

  Cualquiera que use un procesador de textos durante mucho tiempo
  inevitablemente sufrirá la experiencia de emplear horas de trabajo en
  un documento largo y luego perderlo porque el ordenador falla o se
  corta la luz. Hasta el momento en que desaparece de pantalla, el
  documento parece tan sólido y real como si estuviera impreso en papel y
  tinta. Pero un momento después, sin avisar, se ha esfumado, completa e
  irremediablemente, como si nunca hubiera existido. El usuario queda con
  una sensación de desorientación (por no hablar del cabreo) proveniente
  de un trasquilón metafórico: uno se da cuenta de que ha estado viviendo
  y pensando dentro de una metáfora que es esencialmente falsa.

  Así que las interfaces gráficas usan metáforas para hacer que la
  informática resulte más fácil, pero son malas metáforas. Aprender a
  usarlas es esencialmente un juego de palabras, el proceso de aprender
  nuevas definiciones de palabras como «ventana» y «documento» y
  «guardar», que son diferentes, y en muchos casos diametralmente
  opuestas a las antiguas. Por muy improbable que parezca, esto ha salido
  muy bien, al menos desde el punto de vista comercial, lo cual significa
  que Apple/Microsoft han hecho mucho dinero con ello. Todos los otros
  sistemas operativos modernos han aprendido que, para ser aceptados por
  los usuarios, han de ocultar sus entrañas bajo el mismo tipo de
  adornos. Esto tiene ciertas ventajas: si se sabe usar un sistema
  operativo de GUI, probablemente se puede deducir cómo usar cualquier
  otro en pocos minutos. Todo funciona de modo algo distinto, como las
  cañerías europeas pero, enredando un poco, se puede escribir una nota y
  navegar por la red.

  La mayor parte de la gente que compra sistemas operativos (si es que se
  molestan en comprarlo) no comparan las funciones subyacentes, sino el
  aspecto y sensación superfi

  cíales. El comprador medio de un sistema operativo no paga realmente, y
  no le interesa especialmente, el código de bajo nivel que asigna
  memoria y escribe bytes en el disco. Lo que compramos realmente es un
  sistema de metáforas. Y —mucho más importante— a lo que nos vendemos es
  al presupuesto implícito de que las metáforas son un buen modo de
  tratar con el mundo.

  Desde hace poco se ha vuelto disponible un montón de nuevo hardware que
  les proporciona a los ordenadores numerosos modos interesantes de
  afectar al mundo real: hacer que las impresoras escupan papel, dirigir
  haces radiactivos hacia enfermos de cáncer, crear películas realistas
  sobre el Titanic. Windows se usa ahora como sistema operativo para
  cajas registradoras y cajeros automáticos. El sistema de mi televisión
  por satélite emplea una especie de GUI (interfaz gráfica) para cambiar
  de canal y mostrar guías de programas. Los modernos teléfonos móviles
  llevan una cruda GUI metido en una diminuta pantalla. Incluso Lego
  tiene una GUI: se puede comprar un juego de Lego llamado Mindstorms que
  permite construir pequeños robots Lego y programarlos mediante una GUI
  en el ordenador.

  Así que ahora le pedimos a la GUI que haga mucho más que servir de
  máquina de escribir glorificada. Ahora queremos que se convierta en una
  herramienta generalizada para tratar con la realidad. Esto ha hecho que
  las compañías que viven de sacar nueva tecnología al mercado de masas
  vivan una bonanza económica.

  Obviamente, no se puede vender un complicado sistema tecnológico a la
  gente sin algún tipo de interfaz que les permita usarlo. La dinamo de
  combustión interna fue una maravilla tecnológica en su época, pero era
  inútil como bien de consumo hasta que le conectaron una palanca de
  cambios, transmisión, volante y frenos. Esa extraña colección de
  cacharros, que sobrevive hasta nuestros días en cada coche que surca
  las carreteras, constituye lo que hoy llamaríamos una interfaz de
  usuario. Pero si los coches se hubieran inventado después que los
  Macintosh, los fabricantes de coches no se habrían molestado en diseñar
  todos esos complicados dispositivos. Tendríamos una pantalla de

  ordenador por salpicadero, y un ratón (o como mucho un joystick) por
  volante, y cambiaríamos de marchas desplegando un menú:

  APARCAR

  MARCHA ATRÁS

  PUNTO MUERTO

  3 2

  1

  Ayuda...

  Así, unas pocas líneas de código pueden sustituir cualquier interfaz
  mecánica imaginable. El problema es que en muchos casos el sustituto es
  defectuoso. Conducir un coche mediante una GUI sería una experiencia
  horrible. Incluso si la GUI estuviera totalmente libre de fallos, sería
  increíblemente peligroso, porque los menús y botones sencillamente no
  pueden responder tan bien como los controles mecánicos directos. El
  padre de mi amigo, el señor que restauraba el descapotable, nunca se
  habría tomado la molestia si hubiera ido equipado con una GUI. No
  habría sido divertido.

  El volante y la palanca de cambios se inventaron en una era en la que
  la tecnología más complicada en la mayor parte de las casas era la
  batidora de mantequilla. Aquellos primeros fabricantes de coches tenían
  mucha suerte, ya que podían diseñar la interfaz que resultara más
  adecuada para la tarea de conducir un automóvil, y la gente la
  aprendía. Lo mismo sucedió con el teléfono de marcado y la radio AM. Ya
  en la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de la gente conocía varias
  interfaces: no sólo podían batir mantequillas, sino también conducir un
  coche, marcar en el teléfono, conectar la radio, encender un mechero y
  cambiar una bombilla.

  82 En el principio... fue la línea de comandos

  Pero ahora cualquier cosita —relojes de pulsera, vídeos, hornillos—
  está lleno de funcionalidades, y cada funcionalidad es inútil sin
  interfaz. Si usted es como yo y como la mayoría de consumidores, nunca
  ha usado el noventa por ciento de las funcionalidades de su microondas,
  vídeo o teléfono móvil. Ni siquiera sabe que estas funcionalidades
  existen. El pequeño beneficio que podrían aportarle queda anulado por
  la pura molestia de tener que aprenderlas. Esto debe de ser un gran
  problema para los fabricantes de bienes de consumo, porque no pueden
  competir sin ofrecer características.

  Ya no es aceptable que los ingenieros inventen toda una nueva interfaz
  de usuario para cada nuevo producto, como hicieron en el caso del
  automóvil, en parte porque resulta demasiado caro y en parte porque hay
  un límite en lo que puede aprender la gente normal. Si el vídeo se
  hubiera inventado hace cien años, tendría una ruedecita para la
  sintonización y una palanca para avanzar y rebobinar, y una gran asa de
  hierro forjado para cargar o expulsar los cassettes. Llevaría un gran
  reloj analógico delante, y habría que ajusfar la hora moviendo las
  manillas en la esfera. Pero debido a que el vídeo se inventó cuando se
  inventó —durante una especie de incómodo periodo de transición entre la
  era de las interfaces mecánicas y las GUI— tiene sólo unos cuantos
  botones delante y, para fijar la hora, hay que pulsar los botones de
  modo correcto. Esto le debe de haber parecido bastante razonable a los
  ingenieros responsables, pero para muchos usuarios es sencillamente
  imposible. De ahí el famoso 12:00 que parpadea en tantos vídeos. Los
  informáticos lo llaman el problema del doce parpadeante. Cuando hablan
  de ello, empero, no suelen estar hablando de vídeos.

  Los vídeos modernos habitualmente tienen algún tipo de programación en
  pantalla, lo cual significa que se puede fijar la hora y controlar las
  demás funcionalidades mediante una especie de GUI primitivo. Los GUI
  también tienen botones virtuales, claro, pero también tienen otros
  tipos de controles virtuales, como botones de radio, casillas que
  tachar, espacios para introducir textos, esferas y barras. Las

  Morlocks y Eloi al teclado 83

  interfaces compuestas de estos elementos parecen ser mucho más fáciles
  para muchas personas que pulsar esos botoncitos en la máquina, y así el
  propio 12:00 parpadeante está desapareciendo lentamente de los salones
  de Estados Unidos. El problema del doce parpadeante ha pasado a otras
  tecnologías.

  Así que la GUI ha pasado de ser una interfaz para ordenadores
  personales a convertirse en una especie de metainterfaz que se emplea
  en cualquier nueva tecnología de consumo. Raramente es ideal, pero
  tener una interfaz ideal o incluso buena ya no es la prioridad; lo
  importante ahora es tener algún tipo de interfaz que los clientes usen
  realmente, de tal modo que los fabricantes puedan afirmar con toda
  seriedad que ofrecen nuevas posibilidades.

  Queremos GUI básicamente porque son convenientes y porque son fáciles
  —o al menos la GUI hace que así parezca—. Por supuesto, nada es
  realmente fácil y simple, y poner una bonita interfaz no cambia ese
  hecho. Un coche controlado a través de una GUI sería más fácil de
  conducir que uno controlado por los pedales y el volante, pero sería
  increíblemente peligroso.

  Al usar GUI todo el tiempo, hemos aceptado sin darnos cuenta una
  premisa que pocas personas aceptarían si se les planteara directamente,
  a saber: que las cosas difíciles pueden hacerse fáciles, y las
  complicadas pueden volverse simples, acoplándoles la interfaz adecuada.
  Para comprender lo raro que es todo esto, imagínense que las críticas
  de libros se escribieran según el mismo sistema de valores que
  aplicamos a las interfaces de usuario: la escritura de este libro es
  maravillosamente simple; el autor pasa por encima de temas complicados
  y emplea generalizaciones ramplonas casi en cada oración. Los lectores
  rara vez tendrán que pensar, y se les ahorrará toda la dificultad y el
  tedio generalmente asociados con la lectura de libros anticuados.
  Mientras nos limitemos a operaciones sencillas como fijar la hora en
  nuestro vídeo, no es para tanto. Pero cuando tratamos de hacer cosas
  más ambiciosas con nuestra tecnología, inevitablemente nos topamos con
  el problema de «el trasquilón metafórico».

  Empecé a usar Microsoft Word en cuanto sacaron la primera versión en
  torno a 1985. Tras algunos problemas iniciales descubrí que era mejor
  herramienta que MacWrite, que era su único competidor en aquel momento.
  Escribí un montón de cosas en versiones tempranas de Word, guardándolo
  todo en disquetes, y transferí los contenidos de todos mis disquetes a
  mi primer disco duro, que adquirí en torno a 1987. A medida que salían
  nuevas versiones de Word yo actualizaba fielmente, razonando que como
  escritor tenía sentido que me gastara una cierta cantidad de dinero en
  herramientas.

  En algún momento, a mediados de los ochenta, traté de abrir uno de mis
  antiguos documentos Word que databa más o menos de 1985 usando la
  versión entonces vigente de Word: 6.0. No funcionó. Word 6.0 no
  reconocía un documento creado por una versión anterior de sí mismo.
  Abriéndolo como archivo de texto, pude recuperar las secuencias de
  letras que constituían el texto del documento. Mis palabras seguían
  allí. Pero el formato parecía pasado por un colador —las palabras que
  yo había escrito iban interrumpidas por cuadros rectangulares vacíos y
  basura.

  Ahora bien, en el contexto de una empresa (el principal mercado de
  Word) este tipo de cosa sólo es una molestia —uno de los problemas
  rutinarios que comporta usar ordenadores—. Es fácil comprar programitas
  de conversión de archivos que se ocupan de este problemas. Pero si

  85

  86 En el principio... fue la línea de comandos

  eres un escritor, cuyo oficio son las palabras, cuya identidad
  profesional es un corpus de documentos escritos, este tipo de cosa
  resulta extremadamente desasosegante. En mi tipo de trabajo hay muy
  pocos presupuestos establecidos, pero uno de ellos es que una vez
  escribes una palabra, queda escrita y no puede desescribirse. La tinta
  mancha el papel, el escoplo corta la piedra, el estilo marca la arcilla
  y algo ha sucedido irrevocablemente (mi cuñado es un teólogo que lee
  tablillas en cuneiforme de hace 3250 años —puede reconocer la escritura
  de algunos escribas individuales, e identificarlos por su nombre—).
  Pero el software de procesamiento de textos —particularmente el tipo
  que emplea formatos de archivo especiales y complejos— tiene el
  sobrenatural poder de desescribir las cosas. Un pequeño cambio en los
  formatos de archivo, o unos pocos bits revueltos, y la producción
  literaria de meses o años puede dejar de existir.

  Esto era técnicamente un fallo de la aplicación (Word 6.0 para
  Macintosh), no del sistema operativo (MacOS 7 punto algo), así que el
  blanco inicial de mi enfado fueron los responsables de Word. Por otro
  lado, yo podía haber elegido la opción guardar como texto en Word y
  haber guardado todos mis documentos como simples telegramas, y este
  problema no habría surgido. Por el contrario, me había dejado seducir
  por todas esas vistosas opciones de formateo que ni siquiera existían
  hasta que las GUIs aparecieron y las hicieron practicables. Había caído
  en el hábito de usarlas para que mis documentos tuvieran un bonito
  aspecto (tal vez más bonito del que merecían; todos esos viejos
  documentos en los disquetes resultaron ser más o menos una porquería).
  Ahora estaba pagando el precio de mi autoindulgencia. La tecnología
  había avanzado y hallado maneras de que mis documentos parecieran aún
  más bonitos, y la consecuencia de ello era que todos los viejos y feos
  documentos habían dejado de existir.

  Era —si me disculpan una pequeña y extraña fantasía durante un momento—
  como si hubiera ido a alojarme en un hotel exquisitamente diseñado,
  poniéndome en manos de los antiguos maestros de la interfaz sensorial,
  me hubie

  El trasquilón metafórico 8 7

  ra sentado en mi habitación y hubiese escrito una historia con un
  bolígrafo en papel amarillo y, al volver de la cena, me hubiese
  encontrado con que la doncella se había llevado mi trabajo y en su
  lugar había dejado una pluma y una resma de pergamino —explicando que
  la habitación tenía mucho mejor aspecto así y era todo parte de una
  actualización rutinaria—. Pero escritas en aquellas hojas de papel, en
  impecable ortografía, habría largas secuencias de palabras escogidas al
  azar del diccionario. Espantoso, cierto, pero legalmente no podría
  demandar a la dirección, porque al alojarme en ese hotel había dado mi
  consentimiento para ello. Había entregado mis credenciales de morlock y
  me había convertido en un eloi.

  A FINALES DE LOS AÑOS OCHENTA y principios de los noventa me pasé un
  montón de tiempo programando para Macintosh, y al final decidí pagar
  varios cientos de dólares por un producto de Apple llamado el Macintosh
  Programmer's Workshop, o MPW. MPW tenía competidores, pero era
  incuestionablemente el mejor sistema de desarrollo de software para el
  Mac. Los propios ingenieros de Apple solían escribir código Macintosh
  con él. Puesto que MacOS era con mucho el sistema operativo más
  desarrollado tecnológicamente en aquel momento, y puesto que Linux ni
  siquiera existía todavía, y puesto que este era el programa que usaba
  de hecho el equipo de ingenieros creativos de élite de Apple, tenía
  grandes expectativas. Venía en una pila de disquetes de un pie de alto,
  así que tuve tiempo para que mi emoción creciera durante el
  interminable proceso de instalación. La primera vez que inicié MPW,
  probablemente me esperaba algún tipo de quisquilloso muestrario
  multimedia. Por el contrario, era austero, casi hasta el punto de
  resultar intimidatorio. Era una ventana desplazable en la que se podía
  escribir texto simple, sin formato. El sistema interpretaba entonces
  esas líneas de texto como comandos, y trataba de ejecutarlos.

  Era, en otras palabras, un teletipo de vidrio ejecutando una interfaz
  de línea de comandos. Venía con todo tipo de comandos crípticos pero
  potentes, que podían invocarse tecleando sus nombres, y que sólo
  gradualmente aprendí a

  89

  usar. Sólo algunos años después, cuando empecé a enredar con Unix,
  comprendí que la interfaz de línea de comandos encarnada en MPW era una
  recreación de Unix.

  En otras palabras, lo primero que habían hecho los hackers de Apple
  cuando consiguieron que MacOS fuese funcional —posiblemente antes de
  que lo fuera— había sido recrear la interfaz de Unix, para poder hacer
  algún trabajo útil. En aquel momento, mi mente no daba para entender
  esto pero, en lo que concernía a los hackers de Apple, la muy pregonada
  Interfaz Gráfica de Usuario del Mac era un impedimento, algo a evitar
  incluso antes de que el aparatito saliera siquiera al mercado.

  Incluso antes de que mi PowerBook fallara y destruyera mi gran archivo
  en julio de 1995, había habido señales de peligro. Un viejo amigo mío,
  que crea y lleva compañías de alta tecnología en Boston, había
  desarrollado un producto comercial usando el Macintosh. Básicamente el
  Mac funcionaba como terminal gráfico de alto rendimiento, escogido por
  su bonita interfaz de usuario, que daba al usuario acceso a una gran
  base de datos de información gráfica almacenada en una red de
  ordenadores mucho más potentes, pero de uso menos orientado al usuario.
  Este tipo era la segunda persona que llamó mi atención sobre el
  Macintosh, por cierto, y a mediados de los ochenta compartíamos la
  emoción de ser expertos en alta tecnología y de usar la tecnología
  Apple en un mundo de tontainas usuarios de DOS. Las primeras versiones
  del sistema de mi amigo funcionaron bien pero, cuando se unieron varias
  máquinas a la red, empezaron a producirse misteriosos fallos; a veces
  todo el sistema sencillamente se detenía. Era uno de esos fallos que no
  podían reproducirse fácilmente. Finalmente se dieron cuenta de que
  estos errores del sistema se producían cada vez que un usuario,
  buscando algo en los menús, mantenía el botón del ratón pulsado durante
  más de dos segundos.

  Básicamente, el MacOS sólo podía hacer una cosa por vez. Desplegar un
  menú en la pantalla es una cosa. Así que cuando de desplegaba un menú,
  el Macintosh no era capaz de hacer nada más hasta que el usuario
  indeciso soltaba el botón.

  Esto no es algo tan terrible en una máquina de un solo usuario y un
  solo proceso (aunque es una cosa bastante mala), pero es un desastre en
  una máquina que forma parte de una red, porque formar parte de una red
  conlleva algún tipo de interacción continua de bajo nivel con otras
  máquinas. Al no responder a la red, el Mac provocó un fallo en todo el
  sistema de red.

  Para trabajar con otros ordenadores, y con diferentes tipos de
  hardware, un sistema operativo ha de ser incomparablemente más potente
  que MS-DOS y que el MacOS original. El único modo de conectarse con
  Internet que merece la pena tomarse en serio es PPP, el Protocolo
  Punto-a-Punto, que (no importan los detalles) convierte a su ordenador
  —temporalmente— en un miembro de pleno derecho de la Internet Global,
  con su propia dirección única, y diversos privilegios, poderes y
  responsabilidades. Técnicamente, significa que su máquina ejecuta el
  protocolo TCP/IP, que, brevemente, se basa en el envío de paquetes de
  datos, en ningún orden en particular, y en momentos impredecibles,
  siguiendo un inteligente y elegante conjunto de reglas. Pero enviar un
  paquete de datos es una cosa, así que un sistema operativo que sólo
  pueda hacer una cosa por vez no puede formar parte de Internet y hacer
  otra cosa simultáneamente. Cuando se inventó TCP/IP, ejecutarlo era un
  honor reservado a los Ordenadores Serios —mainframes y miniordenadores
  de alta potencia usados en contextos técnicos y comerciales—, así que
  el protocolo está diseñado con el presupuesto de que cada ordenador que
  lo usa es una máquina seria, capaz de hacer muchas cosas a la vez.
  Hablando pronto y mal, una máquina Unix. Ni MacOS ni MS-DOS se
  construyeron originalmente pensando en eso, así que cuando Internet se
  puso caliente, hubo que llevar a cabo cambios radicales.

  Cuando mi PowerBook me partió el corazón y cuando Word dejó de
  reconocer mis antiguos archivos, me pasé a Unix. La alternativa obvia a
  MacOS habría sido Windows. En realidad yo no tenía nada contra
  Microsoft, ni contra Windows. Pero ya resultaba bastante obvio que los
  antiguos sistemas operativos de PC estaban funcionando más

  allá de sus posibilidades y lo mostraban, así que tal vez era mejor
  evitarlos hasta que hubieran aprendido a caminar y mascar chicle al
  mismo tiempo.

  El cambio tuvo lugar un día particular en el verano de 1995. Llevaba un
  par de semanas en San Francisco, usando mi PowerBook para trabajar en
  un documento. El documento era demasiado grande para caber en un solo
  disquete, así que no había realizado ninguna copia desde que salí de
  casa. El PowerBook se colgó y borró todo el archivo.

  Sucedió justo cuando salía a visitar una compañía llamada Electric
  Communities, que en aquella época estaba en Los Altos. Me llevé mi
  PowerBook conmigo. Mis amigos en Electric Communities eran usuarios de
  Mac que tenían todo tipo de software para recuperar archivos y datos
  perdidos por fallos de disco, y estaba seguro de que podría recobrar la
  mayor parte del archivo.

  Resultó que dos utilidades diferentes para la recuperación de datos por
  fallo del Mac fueron incapaces de hallar rastro alguno de que mi
  archivo había existido alguna vez. Estaba completa y sistemáticamente
  borrado. Peinamos el disco duro bloque a bloque, y encontramos
  fragmentos disjuntos de incontables archivos antiguos, descartados y
  olvidados, pero nada de lo que yo quería. El trasquilón metafórico fue
  especialmente brutal ese día. Fue algo así como ver cómo la chica de la
  que llevas diez años enamorado se mata en un accidente de tráfico, y
  luego estar presente en su autopsia, para darte cuenta de que bajo la
  ropa y el maquillaje era sólo carne y hueso.

  Debí de vagar por los pasillos de la Electric Communities en una
  especie de fuga jungiana primaria, porque en aquel momento sucedieron
  tres cosas extrañamente sincrónicas.

  1. Randy Farmer, cofundador de la compañía, llegó en una visita rápida
  con su familia (estaba recuperándose de una operación en la espalda en
  aquel momento). Traía noticias candentes: «Hoy han masterizado Windows
  95.» Quería decir que el nuevo sistema operativo de Microsoft había
  sido colocado ese mismo día en

  un disco compacto especial conocido como el «master dorado», que se
  usaría para sacar trillones de copias, preparando su estruendoso
  lanzamiento unas pocas semanas después. Esta noticia fue recibida con
  fastidio por los empleados de Electric Communities, incluyendo uno que
  tenía la puerta del despacho llena de las viñetas y novedades
  habituales, por ejemplo.

  2. Un cómic de Dilbert en el que Dilbert, el sufridor ingeniero de
  software de una empresa, se encuentra con un hombre barbudo y peludo de
  cierta edad, algo parecido a Santa Claus, pero más siniestro, y con
  cierta sorna. Dilbert reconoce a este hombre, por su apariencia y
  efecto, como un hacker de Unix, y reacciona con una cierta mezcla de
  nerviosismo, respeto y hostilidad. Dilbert realiza endebles intentos
  por meterse con el perturbador extraño durante un par de viñetas; el
  hacker de Unix le escucha con una especie de irritante calma beatífica
  y luego, en la última viñeta, mete la mano en el bolsillo. «Ten una
  moneda, chico», dice, «y ve a comprarte un ordenador de verdad».

  3. El dueño de la puerta y del cómic era un tal Doug Barnes. Era sabido
  que Barnes tenía ciertas opiniones heréticas sobre el tema de los
  sistemas operativos. A diferencia de la mayoría de los techies del Área
  de la Bahía, que adoraban el Macintosh, considerando que era la máquina
  del verdadero hacker, a Barnes le gustaba señalar que el Mac, con su
  arquitectura herméticamente sellada, era de hecho hostil a los hackers,
  a quienes les gusta enredar y para los que la apertura es un dogma. En
  cambio, las máquinas compatibles con IBM, que pueden montarse y
  desmontarse fácilmente, eran mucho más hackeables.

  Así que cuando volví a casa empecé a enredar con Linux, que es una de
  las muchísimas distintas implementaciones concretas del ideal abstracto
  y platónico llamado Unix. No me apetecía cambiarme a un nuevo sistema
  operativo, porque mis tarjetas de crédito todavía echaban hu

  94 En el principio... fue la línea de comandos

  mo después de todo el dinero que me había gastado en hardware para el
  Mac en el curso de los años. Pero la gran virtud de Linux era, y es,
  que podía ejecutarse en exactamente el mismo tipo de hardware que el
  sistema operativo de Microsoft —es decir, el hardware más barato que
  existe—. Como para demostrar que esto era una gran idea, una o dos
  semanas después de volver a casa pude hacerme con un ordenador entonces
  bastante bueno (un 486 a 33Mhz) gratis, porque conocía a un tipo que
  trabajaba en una oficina en la que estaban tirándolos. Una vez llegué a
  casa, le quité la funda, metí las manos y empecé a cambiar las
  tarjetas. Si algo no funcionaba, iba a una tienda de ordenadores de
  segunda mano, buscaba en una cesta llena de componentes y compraba una
  nueva tarjeta por unos cuantos dólares.

  La disponibilidad de todo este hardware barato pero efectivo fue una
  consecuencia involuntaria de decisiones que se habían tomado hacía más
  de una década en IBM y Microsoft. Cuando salió Windows y llevó la GUI a
  un mercado mucho más amplio, el régimen del hardware cambió: el precio
  de las tarjetas de vídeo en color y los monitores de alta resolución
  empezó a caer, y sigue cayendo. Este enfoque del hardware
  gratis-para-todos significó que Windows era inevitablemente torparrón
  comparado con MacOS. Pero la GUI llevó la informática a un público tan
  vasto que el volumen aumentó muchísimo y los precios se vinieron abajo.
  Mientras tanto Apple, que tanto deseaba un sistema operativo limpio e
  integrado, con el vídeo totalmente integrado en el hardware de
  procesamiento, había quedado muy por detrás en la cuota de mercado, en
  parte al menos porque su precioso hardware costaba tanto.

  Pero el precio que tuvimos que pagar los dueños de un Mac por una
  estética y un diseño superiores no fue meramente financiero. Había un
  precio cultural también, debido al hecho de que no podíamos abrir el
  ordenador y enredar con él. Doug Barnes tenía razón. Apple, pese a su
  reputación de ser la opción de los hackers creativos y contestatarios,
  había creado de hecho una máquina que desalentaba el hackeo, mientras
  que Microsoft, considerada una perezo

  Linux 95

  sa tecnológica y una plagiaría, había creado un vasto bazar de
  componentes sin orden ni concierto: una sopa primordial que había
  acabado autoorganizándose en Linux.

  operativos

  Unix siempre ha estado pululando provocativamente en el trasfondo de
  las guerras de los sistemas operativos, como el Ejército ruso. La mayor
  parte de la gente sólo conoce su reputación, y su reputación, como
  sugiere el cómic de Dilbert, es mixta. Pero todo el mundo parece estar
  de acuerdo en que sólo con que se planteara su actuación en serio y
  dejara de cederle enormes extensiones de ricos terrenos agrícolas y
  cientos de miles de prisioneros de guerra a los invasores, los
  aplastaría, a ellos y a cualquier otra oposición.

  Resulta difícil explicar cómo se ha ganado Unix este respeto sin
  meterse en horrorosos detalles técnicos. Tal vez el meollo pueda
  explicarse contando una historia sobre taladradoras.

  «Hole Hawg» es una gama de máquinas de taladrar fabricadas por la
  Compañía de Herramientas Milwaukee. Si observan el escaparate de una
  típica ferretería, pueden encontrar taladros de Milwaukee más pequeños,
  pero no el «hole hawg», que es demasiado potente y caro para usuarios
  domésticos. El «hole hawg» no tiene el diseño en forma de pistola del
  barato taladro doméstico. Es un cubo de metal sólido con un mango que
  sale por un lado y una protuberancia en otro. El cubo contiene un motor
  eléctrico desconcertantemente potente. Se puede sostener el mango y

  97

  apretar el gatillo con el índice pero, a menos que se sea
  excepcionalmente fuerte, no se puede controlar el peso del «hole hawg»
  con una mano: hay que sujetarlo con ambas manos. Para compensar el
  contratorque del «hole hawg», se usa un mango adicional (viene
  incluido), que se atornilla en uno u otro lado del cubo de hierro,
  dependiendo de si se usa la mano izquierda o la derecha para apretar el
  gatillo. Este mango no es esbelto y ergonómico como lo sería en un
  taladro doméstico. Es simplemente un pedazo de tubería galvanizada
  normal de un pie de largo, con un agujero en un extremo, con un mango
  de goma negra en el otro. Si lo pierdes, simplemente vas a la tienda de
  fontanería local y compras otro pedazo de tubería.

  Durante los ochenta hice algo de albañilería. Un día, otro obrero apoyó
  una escalera contra la fachada del edificio que estábamos construyendo,
  subió al segundo piso y uso el «hole hawg» para hacer un agujero en el
  muro exterior. En algún momento, la broca se atascó en el muro. El
  «hole hawg», siguiendo su único imperativo, siguió funcionando. Giró el
  cuerpo del obrero como una muñeca de trapo, haciendo que tirara la
  escalera. Por suerte, se mantuvo agarrado al «hole hawg», que
  permaneció encajado en el muro, y simplemente colgó de él y pidió ayuda
  hasta que vino alguien y puso de nuevo la escalera.

  Yo mismo usé un «hole hawg» para hacer muchos agujeros a través de
  remaches, lo cual hice como una picadora pica coliflor. También la usé
  para hacer unos cuantos agujeros de seis pulgadas de diámetro en un
  viejo techo de escayola. Introduje una nueva sierra, subí al segundo
  piso, metí la mano por entre las recientes juntas del suelo y empecé a
  cortar el techo del primer piso. Allí donde mi broca doméstica las
  había pasado canutas para hacer girar el enorme hierro, y se había
  detenido a la menor obstrucción, la «hole hawg» rotaba con la estúpida
  consistencia de un planeta giratorio. Cuando la sierra ganó velocidad,
  el «hole hawg» giró sobre sí mismo y me hizo girar a mí también,
  aplastando una de mis manos entre el mango de acero y una junta,
  produciéndome algunas laceraciones, cada una rodeada por una amplia
  corona de carne magullada. Tam

  El «hole hawg» de los sistemas operativos 99

  bien dobló la propia sierra, aunque no tanto como para que no pudiera
  volver a usarla. Tras unos pocos encontronazos parecidos, cada vez que
  tenía que usar el «hole hawg» mi corazón empezaba a latir con terror
  atávico.

  Pero nunca le eché la culpa al «hole hawg»: me eché la culpa a mí
  mismo. El «hole hawg» es peligroso porque hace exactamente lo que se le
  pide que haga. No se ve constreñido por las limitaciones físicas
  inherentes a un taladro barato, ni por los cierres de seguridad que
  puede incluir un fabricante temeroso de las responsabilidades penales
  en un producto doméstico. El peligro no está en la máquina misma, sino
  en la incapacidad del usuario de contemplar todas las consecuencias de
  las instrucciones que le da.

  Una herramienta más pequeña también es peligrosa, pero por razones
  completamente distintas: trata de dar lo que se le pide, y falla de un
  modo que resulta impredecible y casi siempre indeseable. Pero el «hole
  hawg» es como el genio de las antiguos cuentos de hadas, que lleva a
  cabo las instrucciones de su amo literalmente, con precisión y un poder
  ilimitado, a menudo con desastrosas consecuencias imprevistas.

  Antes del «hole hawg», solía examinar el surtido de taladros en las
  ferreterías de un modo que consideraba sensato, desechando los modelos
  más pequeños y levantando los grandes y caros apreciativamente,
  deseando poder permitirme una de aquellas bellezas. Ahora las miro a
  todas con tal desdén que ni siquiera considero que sean taladros de
  verdad —son simplemente juguetes diseñados para explotar las tendencias
  delirantes de urbanitas que quieren creer que han comprado una
  herramienta de verdad—. Sus estuches de plástico, cuidadosamente
  diseñados y verificados con grupos-diana para transmitir una sensación
  de solidez y potencia, me parecen asquerosamente frágiles y baratos, y
  me avergüenzo de haber picado alguno vez y comprado tales menudencias.

  No resulta difícil imaginar qué aspecto tendría el mundo para alguien
  que hubiese sido criado por constructores y que nunca hubiese usado más
  taladro que el «hole hawg». Tal persona, al ver el mejor y más caro
  taladro de una ferré

  tería, ni siquiera lo reconocería como tal. Por el contrario, puede que
  lo confundiera con un juguete de niños, o con una especie de
  destornillador motorizado. Si el vendedor o confuso urbanita se
  refiriera a ello como un taladro, se reiría y les diría que estaban
  equivocados —sencillamente, se habían confundido con la terminología—.
  Su interlocutor se marcharía irritado, y probablemente bastante a la
  defensiva en lo tocante a su sótano lleno de vistosas herramientas
  baratas, peligrosas y coloridas.

  Unix es el «hole hawg» de los sistemas operativos,1 y los hackers de
  Unix, como Doug Barnes y el tipo del cómic de Dilbert y muchas otras
  personas que pueblan Silicon Valley, son como hijos de constructores
  que se criaron usando sólo taladros industriales «hole hawg». Podrían
  usar los sistemas operativos de Apple/Microsoft para escribir cartas,
  jugar a videojuegos o llevar las cuentas, pero no consiguen tomarse
  esos sistemas operativos en serio.

  ^athan Myhrvold, [director técnico] de Microsoft, ha establecido su
  pleistocénica elección, ha tomado el reto y ha contraatacado con una
  mordaz analogía de taladradoras, de propia cosecha, que giran en
  sentido contrario al que lo hacía la nuestra. Su analogía de la
  taladradora es probablemente, al final, mejor que la mía. No la
  presentaré aquí porque un duelo público sobre analogías de taladradoras
  presentaría un espectáculo ridículo e indigno. He aquí algunos
  extractos:

  «Existe un estúpido romanticismo de que, cuanto más primitivo es el
  instrumento y más habilidades requiere para el operador, debe de alguna
  manera ser más poderoso. Esto normalmente es una cagada...»

  «Una razón fundamental por la que Linux se ha convertido en algo
  interesante es porque Internet ha causado temporalmente una fase de
  retroceso en la que de repente los programas interesantes son muy poco
  sofisticados. Apache, o un servidor nntp, es un software muy simple que
  no le exige demasiado a un sistema operativo. Lo mismo ocurre con
  muchas tareas orientadas a la Web. Linux está bien para esto.»

  UNIX ES DIFÍCIL DE APRENDER. El proceso de aprenderlo tiene múltiples
  pequeñas epifanías. Lo típico es estar a punto de inventar una
  herramienta o utilidad necesaria cuando te das cuenta de que alguien ya
  la inventó, y la incorporó, y eso explica algún extraño archivo o
  directorio que viste pero que nunca comprendiste realmente antes.

  Por ejemplo, hay un comando (un pequeño programa, parte del sistema
  operativo) llamado whoami, que permite preguntarle al ordenador quién
  cree que eres —en una máquina Unix, siempre entras bajo un nombre,
  ¡posiblemente, incluso el tuyo!—: con qué archivos puedes trabajar o
  qué software puedes usar, depende de tu identidad. Cuando empecé a usar
  Linux, tenía una máquina sin conectar a la red en mi sótano, con sólo
  una cuenta de usuario, así que cuando descubrí el comando whoami me
  pareció ridículo. Pero cuando entras como una persona, puedes usar
  temporalmente un pseudónimo para acceder a diferentes archivos. Si tu
  ordenador está conectado a Internet, puedes entrar en otros ordenadores
  siempre que tengas un nombre de usuario y una contraseña. En ese
  momento la máquina distante no difiere en nada de la que tienes justo
  delante de ti. Estos cambios de identidad y localización pueden
  anidarse unos dentro de otros, con muchas capas, incluso si no se está
  haciendo nada criminal. Cuando te olvidas de quién eres y dónde estás,
  el comando whoami es indispensable. Yo lo uso todo el tiempo.

  101

  Los sistemas de archivos de las máquinas Unix tienen todos la misma
  estructura general. En los sistemas operativos endebles, se pueden
  crear directorios (carpetas) y ponerles nombres como «Frodo» o «Mis
  Cosas» y ponerlos más o menos donde a uno le dé la gana. Pero en Unix
  el nivel más alto —la raíz— del sistema de archivos siempre es
  designado por el carácter único «/» y siempre contiene el mismo
  conjunto de directorios de nivel superior:

  /usr /etc /var /bin /proc /boot /home /root /sbin /dev /lib /tmp

  y cada uno de estos directorios típicamente tiene su propia estructura
  distintiva de subdirectorios. Fíjense en el uso obsesivo de
  abreviaturas y en cómo se evitan las mayúsculas; se trata de un sistema
  inventado por gente a la que el desorden repetitivo por estrés es lo
  que la silicosis a los mineros. Los nombres largos se desgastan hasta
  convertirse en colillas de tres letras, como guijarros pulidos por el
  río.

  Este no es el lugar para tratar de explicar por qué existe cada uno de
  los anteriores directorios, y qué contiene. Al principio todo parece
  oscuro; peor, parece deliberadamente oscuro. Cuando empecé a usar
  Linux, estaba acostumbrado a poder crear directorios donde quisiera y a
  darles los nombres que me apeteciera. Con Unix se puede hacer eso, por
  supuesto (eres libre de hacer lo que quieras), pero a medida que se
  adquiere experiencia con el sistema se llega a comprender que los
  directorios listados antes se crearon por las mejores razones y que la
  vida de uno será mucho más fácil si se sigue el juego (dentro de /home,
  por cierto, uno tiene libertad ilimitada).

  Cuando este tipo de cosa ha sucedido varios cientos o miles de veces,
  el hacker comprende por qué Unix es como es, y está de acuerdo en que
  no podría ser lo mismo de ningún otro modo. Es este tipo de
  aculturación lo que les da a los hackers de Unix su confianza en el
  sistema, y la actitud de reposada, inamovible, irritante superioridad
  que reflejaba el cómic de Dilbert. Tanto Windows 95 como MacOS son
  productos diseñados por ingenieros al servicio de compañías
  específicas. Unix, en cambio, no es tanto un producto

  La tradición oral 1 03

  como una historia oral escrupulosamente compilada de la subcultura
  hacker. Es nuestra épica de Gilgamesh.

  Lo que hacía que las antiguas épicas como la de Gilgamesh resultaran
  tan poderosas y tan longevas se debía a que eran cuerpos vivientes de
  narrativa que mucha gente se sabía de memoria, y contaban una y otra
  vez, añadiendo sus propios adornos cuando les apetecía. Los malos
  adornos no gustaban, los buenos eran retomados por otras personas,
  pulidos, mejorados, y con el tiempo se incorporaban a la historia. De
  igual modo, Unix es conocido, amado y comprendido por tantos hackers,
  que puede recrearse a partir de cero cuando alguien lo necesita. Esto
  resulta muy difícil de entender para la gente acostumbrada a pensar en
  los sistemas operativos como cosas que tienen que ser compradas.

  Muchos hackers han lanzado reimplementaciones más o menos exitosas del
  ideal de Unix. Cada una lleva nuevos adornos. Algunos mueren
  rápidamente, otros se funden con innovaciones semejantes y paralelas
  creadas por diferentes hackers que atacaban el mismo problema, otros se
  adoptan e incorporan a la épica. Así, Unix ha crecido lentamente
  alrededor de un núcleo simple y ha adquirido una complejidad y
  asimetría a su alrededor que es orgánica, como las raíces de un árbol,
  o las ramificaciones de una arteria coronaria. Comprenderlo se parece
  más a la anatomía que a la física.

  Durante al menos un año, antes de mi adopción de Linux, había oído
  hablar de él. Personas creíbles y bien informadas me decían que unos
  cuantos hackers habían construido una implementación de Unix que podía
  descargarse gratuitamente de Internet. Durante mucho tiempo no pude
  tomarme la idea en serio. Era como oír rumores de que un grupo de
  entusiastas de las maquetas de cohetes habían creado un Saturno V
  completamente funcional intercambiando planos por la Red y enviándose
  mutuamente válvulas y alerones.

  Pero es cierto. Normalmente el mérito de Linux se atribuye a su tocayo
  humano, un tal Linus Torvalds, un finlandés que inició el asunto en
  1991, cuando usó algunas de

  las herramientas de GNU para escribir el principio de un núcleo Unix
  que pudiera ejecutarse en hardware compatible con PC. Y ciertamente
  Torvalds merece todo el crédito que se le ha dado, y mucho más. Pero no
  podría haberlo conseguido él solo, como tampoco habría podido Richard
  Stallman. Para escribir el código, Torvalds necesitó tener herramientas
  de desarrollo baratas pero potentes, y obtuvo éstas del proyecto GNU de
  Stallman.

  Y tenía un hardware barato en que escribir ese código. El hardware
  barato es algo mucho más difícil de lograr que el software barato: una
  sola persona (Stallman) puede escribir software y colgarlo en la Red de
  modo gratuito, pero para fabricar hardware hay que tener toda una
  infraestructura industrial, lo cual no es barato ni de lejos.
  Realmente, el único modo de hacer que el hardware resulte barato es
  sacar un número increíble de copias, de tal modo que el precio por
  unidad acabe cayendo. Por las razones ya explicadas, Apple no tiene
  ninguna gana de ver cómo cae el precio del hardware. La única razón por
  la que Torvalds tenía hardware barato era Microsoft.

  Microsoft se negó a entrar en el negocio del hardware, insistiendo en
  hacer que su software pudiera ejecutarse en hardware que cualquiera
  podía fabricar, y creó así las condiciones de mercado que permitieron
  que los precios del hardware cayeran en picado. Al tratar de comprender
  el fenómeno Linux, pues, tenemos que contemplar no a un único
  innovador, sino una especie de extraña Trinidad: Linus Torvalds,
  Richard Stallman y Bill Gates. Elimínese cualquiera de estos tres y
  Linux no existiría.

  LOS JÓVENES ESTADOUNIDENSES que dejan su gran país homogéneo y visitan
  otra parte del mundo típicamente sufren varios grados de shock
  cultural: primero, inmenso asombro. Luego, un acercamiento tentativo a
  las costumbres, cocina, sistemas públicos de circulación y retretes del
  nuevo país, lo cual lleva a un breve periodo de confianza fatua en que
  son expertos instantáneos en el nuevo país. A medida que continúa la
  visita, empieza la morriña y el viajero empieza a apreciar, por primera
  vez, cuánto daba por sentado en casa. Al mismo tiempo, empieza a
  resultar obvio que las propias culturas y tradiciones son esencialmente
  arbitrarias: conducir por la derecha, por ejemplo. Cuando el viajero
  vuelve a casa y hace balance de la experiencia, puede haber aprendido
  bastante más sobre los Estados Unidos que sobre el país que fueron a
  visitar.

  Por los mismos motivos, merece la pena probar Linux. Ciertamente, es un
  país extraño, pero no hay por qué vivir ahí; una breve estancia basta
  para experimentar el gusto del lugar y —lo que es más importante—
  revelar todo lo que se da por sentado, y todo lo que se podría haber
  hecho de modo distinto, en Windows o MacOS.

  No se puede probar sin instalarlo. Con cualquier otro sistema
  operativo, instalarlo sería una transacción sencilla: a cambio de
  dinero, una compañía te daría un CD-ROM, y ya está. Pero hay un montón
  de cosas subsumidas bajo ese tipo de transacción, y hay que verlas y
  diferenciarlas.

  105

  En Estados Unidos nos gustan los tratos simples y las transacciones sin
  complicaciones. Si vas a Egipto y, pongamos, tomas un taxi en algún
  sitio, te conviertes en parte de la vida del taxista; se niega a
  aceptar tu dinero porque rebajaría vuestra amistad, te sigue por la
  ciudad y llora como un crío cuando te metes en el taxi de otro. Acabas
  por conocer a sus hijos en algún momento y tienes que ingeniártelas
  para hallar algún modo de compensarle sin insultar su honor. Es
  agotador. A veces simplemente quieres tomar un taxi como en Manhattan.

  Pero para tener un sistema de estilo estadounidense, en el que puedes
  salir, parar un taxi y ya está, tiene que haber todo un aparato de
  licencias, inspectores, comisiones, etc., lo cual está muy bien siempre
  que los taxis sean baratos y siempre que puedas llamar a uno. Cuando el
  sistema no funciona de alguna manera, resulta misterioso y enervante y
  convierte a personas habitualmente razonables en teóricos de la
  conspiración. Pero cuando el sistema egipcio se viene abajo, se viene
  abajo de forma transparente. No puedes tomar un taxi, pero aparecerá el
  sobrino del taxista, a pie, para explicarte el problema y disculparse.

  Microsoft y Apple hacen las cosas al estilo de Manhattan, con una vasta
  complejidad oculta tras el muro de la interfaz. Linux hace las cosas al
  estilo de Egipto, con una vasta complejidad desperdigada por todo el
  paisaje. Si acabas de llegar de Manhattan, tu primer impulso será
  llevarte las manos a la cabeza diciendo: «¡Esto es de locos! ¿Por qué
  narices no os comportáis como es debido?» Pero esto no te granjearía
  más amigos en Linuxlandia que en Egipto.

  Se puede extraer Linux del aire mismo, por así decir, descargando los
  archivos adecuados y poniéndolos en los lugares adecuados, pero
  posiblemente no más de unos pocos cientos de personas en el mundo
  podrían crear un sistema Linux funcional de ese modo. Lo que realmente
  se necesita es una distribución de Linux, lo cual quiere decir un
  conjunto preempaquetado de archivos. Pero las distribuciones son una
  cosa distinta de Linux per se.

  Linux per se no es un conjunto específico de unos y ceros, sino una
  subcultura autoorganizada de la Red. El re

  sultado final de sus elucubraciones colectivas es un vasto cuerpo de
  código fuente, casi todo escrito en C (el lenguaje de programación
  dominante). El código fuente es sencillamente un programa de ordenador
  escrito y editado por algún hacker. Si está en C, el nombre del archivo
  probablemente llevará . c o . cpp al final, dependiendo del dialecto
  empleado; si está en otro lenguaje llevará otro sufijo. A menudo, este
  tipo de archivos pueden encontrarse en un directorio con el nombre
  /src, que es la abreviatura hebraica del hacker para source, «fuente».

  Los archivos fuente son inútiles para el ordenador, y de poco interés
  para la mayoría de usuarios, pero tienen una enorme significación
  cultural y política, porque Microsoft y Apple los mantienen en secreto,
  mientras que Linux los hace públicos. Son las joyas de la familia. Son
  el tipo de cosa que en los thrillers de Hollywood se usa como McGuffin:
  el núcleo de la bomba de plutonio, los planos de alto secreto, el
  maletín lleno de documentos financieros, el microfilm. Si los archivos
  fuente de Windows o MacOS se hicieran públicos en la Red, esos sistemas
  operativos se volverían gratuitos, como Linux —sólo que no tan buenos,
  porque no habría nadie para arreglar los fallos y responder a las
  preguntas—. Linux es software de fuente abierta,1 lo cual sencillamente
  quiere decir que cualquiera puede obtener copias de sus archivos de
  código fuente.

  Un ordenador no necesita código fuente más de lo que lo necesita usted:
  necesita «código objeto». Los archivos de código objeto típicamente
  llevan el sufijo . o y son ilegibles para todo el mundo salvo unos
  pocos humanos altamente extraños, porque consisten en unos y ceros. En
  consecuencia, este tipo de archivo normalmente aparece en un directorio
  con el nombre /bin, por binario.

  Los archivos fuente son sencillamente archivos de texto ASCII. ASCII
  denota un modo particular de codificar las letras en patrones de bits.
  En un archivo ASCII, cada carácter

  1Open Source software es otro modo de denominar al software libre: esto
  es, aquel que puede ser usado, copiado, modificado y redistribuido sin
  restricciones. [N. del £.]

  tiene ocho bits para él sólito. Esto crea un alfabeto potencial de 256
  caracteres distintos, dado que ocho dígitos binarios pueden formar ese
  número de patrones únicos. En la práctica, por supuesto, nos limitamos
  a las letras y dígitos familiares. Los patrones de bits empleados para
  representar esas letras y dígitos son los mismos que se introducían
  físicamente agujereando la cinta de papel de mi teletipo del instituto,
  que a su vez eran los mismos que había usado antes la industria
  telegráfica durante décadas. Los archivos de texto ASCII, en otras
  palabras, son telegramas, y como tales no tienen adornos tipográficos.
  Pero por eso mismo son eternos, porque el código nunca cambia, y
  universales, porque todo el software de edición y procesamiento de
  textos existente conoce este código.

  Por tanto, se puede usar cualquier software para crear, editar o leer
  archivos de código fuente. Los archivos de código objeto, entonces, son
  creados a partir de estos archivos fuente por un software llamado
  compilador, y son convertidos en una aplicación funcional por otro
  software llamado enlazador.

  La tríada de editor, compilador y enlazador, tomados juntos, constituye
  el núcleo de un sistema de desarrollo de software. Ahora es posible
  gastarse un montón de dinero en sistemas de desarrollo envueltos en
  plástico, con preciosas interfaces gráficas de usuario y diversas
  mejoras ergonómicas. En algunos casos puede que hasta resulte un modo
  bueno y razonable de gastar el dinero. Pero en este lado de la
  carretera, por así decir, el mejor software es a menudo el gratuito.
  Editor, compilador y enlazador son a los hackers lo que ponies,
  estribos y arcos y flechas eran a los mongoles. Los hackers viven a
  caballo, y hackean sus propias herramientas incluso mientras las usan
  para crear nuevas aplicaciones. Resulta bastante inconcebible que
  herramientas superiores de hacking pudieran haber sido creadas en una
  hoja en blanco por ingenieros informáticos. Incluso aunque fueran los
  ingenieros más inteligentes del mundo, se verían sencillamente
  superados.

  En el mundo de GNU/Linux hay dos grandes programas de edición de
  textos: el minimalista vi (conocido en

  algunas implementaciones como el vis) y el maximalista emacs. Yo uso
  emacs, que puede considerarse un procesador de textos termonuclear. Fue
  creado por Richard Stallman, y con esto ya está todo dicho. Está
  escrito en LISP, que es el único lenguaje de ordenador que es hermoso.
  Es colosal, y sin embargo sólo edita archivos de texto ASCII, lo cual
  significa: nada de fuentes, nada de negrita, nada de subrayado. En
  otras palabras, las horas que dedicaron los ingenieros, en el caso de
  Windows, a cosas como la fusión de correo y la capacidad de incrustar
  películas de dos horas en memorandos de empresa, se dedicaron, en el
  caso de emacs, con intensidad maníaca al engañosamente simple problema
  de editar texto. Si eres un escritor profesional —esto es, si otra
  persona está siendo pagada para preocuparse de cómo se formatean e
  imprimen tus palabras— emacs hace sombra a cualquier otro software de
  edición más o menos del mismo modo que el sol de mediodía hace sombra a
  las estrellas. No sólo es mayor y más luminoso: sencillamente hace que
  todo lo demás se desvanezca. Para el formateo y la impresión de la
  página se puede usar Tj7X: un vasto corpus de ciencia tipográfica
  escrito en C y también disponible en la Red gratuitamente.2

  Podría decir un montón de cosas sobre emacs y TgX, pero ahora mismo
  trato de contar una historia acerca de cómo instalar de hecho Linux en
  el ordenador. El enfoque de pura supervivencia sería descargarse un
  editor como emacs y las herramientas GNU —el compilador y el enlazador-
  que son tan pulidas y elegantes como emacs. Equipado con esto, uno ya
  puede empezar a descargar archivos de código fuente ASCII (/src) y a
  compilarlos en archivos de código objeto binario (/bin) ejecutables por
  el ordenador. Pero para llegar siquiera a este punto —para ejecutar
  emacs, por ejemplo— hay que tener Linux instalado y funcionando en el
  ordenador. E incluso un sistema operativo mínimo

  2Esta versión castellana de la obra que tiene el lector en sus manos ha
  sido maquetada y compuesta íntegramente con IÍTjíX —un lenguaje
  estructurado construido a partir de TjíX— y con el editor GNU Emacs.
  [N. del E.l

  de Linux requiere miles de archivos binarios actuando en concierto,
  dispuestos y vinculados para que lo hagan.

  Por tanto, diversas entidades se han ocupado de crear distribuciones de
  Linux. Por extender algo más la analogía con Egipto, estas entidades se
  parecen algo a los guías turísticos que te reciben en el aeropuerto,
  hablan tu idioma y te ayudan con el shock cultural inicial. Si uno es
  egipcio, claro, se puede ver del otro modo; los guías turísticos
  existen para evitar que los brutos extranjeros se metan en las
  mezquitas haciendo las mismas preguntas una y otra y otra vez.3

  Algunos de estos guías turísticos son organizaciones comerciales, como
  Red Hat Software, fabricante de una distribución llamada Red Hat, que
  tiene un cierto aire comercial. En la mayoría de casos metes un CD-ROM
  de Red Hat en el PC, lo inicias y él sólito maneja todo lo demás. Así
  como el guía turístico egipcio esperará algún tipo de compensación por
  sus servicios, hay que pagar por las distribuciones comerciales. En la
  mayoría de los casos no cuestan casi nada y merece la pena.

  Yo uso una distribución llamada Debian4 (la palabra es una contracción
  de «Deborah» e «Ian»), que es nocomercial. Está organizada (o más bien
  debiera decir «se ha organizado») siguiendo las mismas líneas que Linux
  en general, esto es, consiste en voluntarios que colaboran en la Red,
  cada uno responsable de cuidar de un pedazo distinto

  3En un país exótico, el mejor guía es un nativo que tenga buen inglés.
  Eric S. Raymond es un eminente hacker del software de fuente abierta,
  que se ha convertido en el principal antropólogo de la tribu del
  software de fuente abierta. Tiene series continuas de artículos
  disponibles en la web. El primero y mejor conocido es «La catedral y el
  bazar». El segundo es «Cultivando la noosfera». Otros están planeados.
  Probablemente el medio más seguro para encontrar estos artículos es
  visitar la web de Raymond, en http: //www. tuxedo . org/~esr [ambos
  artículos se encuentran disponibles en castellano en la BiblioWeb del
  Proyecto sinDominio: http : //sindominio . net/biblioweb (N. del £.)]

  4De nuevo, el vocablo adecuado de acuerdo a la terminología propuesta
  por Stallman sería «Debian GNU/Linux». Esta nomenclatura es un modo
  implícito de recordarnos algo que he intentado hacer explícito en este
  ensayo: que nada de esto existiría sin gnu.

  del sistema. Estas personas han dividido Linux en diversos paquetes,
  que son archivos comprimidos que pueden descargarse a un sistema Linux
  de Debian ya en funcionamiento, luego se abren y descomprimen usando
  una aplicación de instalación libre. Por supuesto, como tal, Debian no
  tiene rama comercial —no tiene mecanismo de distribución— . Se pueden
  descargar todos los paquetes de Debian por Internet, pero la mayoría de
  la gente prefiere tenerlos en CDROM. Diversas compañías se han ocupado
  de meter todos los actuales paquetes de Debian en CD-ROM y venderlos.
  Yo compré el mío de Linux Systems Labs. Un conjunto de tres discos, que
  contenía Debian completo, me costó menos de tres dolares. Pero (y esta
  es una distinción importante) ni un centavo de esos tres dólares va a
  parar a ninguno de los programadores que codificaron Linux, ni a los
  empaquetadores de Debian. Va a parar a Linux Systems Labs y no paga el
  software ni los paquetes, sino el coste de imprimir los CD-ROM.

  Toda distribución de Linux encarna algún truco más o menos astuto para
  evitar el proceso normal de encendido y hacer que cuando el ordenador
  arranque se organice no como un PC ejecutando Windows, sino como un
  host5 que ejecuta Unix. Esto resulta algo alarmante la primera vez que
  se ve, pero es completamente inofensivo. Cuando se inicia un PC, lleva
  a cabo una pequeña autocomprobación de rutina, realizando un inventario
  de los discos y memoria disponibles, y luego empieza a buscar un disco
  desde el que arrancar. En cualquier ordenador Windows normal, ese disco
  será el disco duro. Pero si el sistema está bien configurado, primero
  buscará un disquete o un disco de CD-ROM, y arrancará a partir de uno
  de estos si están disponibles.

  Linux explota esta rendija en las defensas. El ordenador percibe un
  disco de inicio en la disquetera o en la unidad de CD-ROM, carga el
  código objeto de ese disco y ciegamente empieza a ejecutarlo. Pero no
  es código de Microsoft o Ap

  5En el mundo Unix, host es sinónimo de máquina capaz de conectarse a
  una red. [N. del E.]

  112 En el principio... fue la línea de comandos

  pie, es código Linux, así que en este punto el ordenador se empieza a
  comportar de un modo muy distinto al acostumbrado. Empiezan a aparecer
  mensajes crípticos en pantalla. Si se hubiera iniciado desde un sistema
  operativo comercial, en este momento se vería un dibujito de
  «Bienvenido a MacOS», o una pantalla llena de nubes en el cielo azul y
  el logo de Windows. Pero con Linux aparece un largo telegrama impreso
  en crudas letras blancas en una pantalla negra. No hay ningún mensaje
  de bienvenida. La mayor parte del telegrama tiene el semiescrutable
  aire amenazante de los graffitis:

  Dec 14 15:04:15 theRev syslogd 1.3-3#17: restart.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: klogd 1.3-3, log source =

  /proc/kmsg started.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Loaded 3535 symbols from

  /System.map.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Symbols match kernel versión

  2.0.30

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: No module symbols loaded.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Intel MultiProcessor

  Specification vi.4

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Virtual Wire compatibility

  mode.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: OEM ID: INTEL Product ID:

  440FX APIC at: OxFEEOOOOO

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Processor #0 Pentiumftm) Pro

  APIC versión 17

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Processor #1 Pentiumftm) Pro

  APIC versión 17

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: I/O APIC #2 Versión 17 at

  0XFEC00000.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Processors: 2

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Consolé: 16 point font, 400

  scans

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Consolé: colour VGA+ 80x25,

  1 virtual consolé (max 63)

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: pcibios_init : BIOS32

  Service Directory structure at 0x000fdb70

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: pcibios_init : BIOS32

  Service Directory entry at 0xfdb80

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: pcibios_init : PCI BIOS

  revisión 2.10 entry at Oxfdbal

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Probing PCI hardware.

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Warning : Unknown PCI device

  (10b7:9001). Please read include/linux/pci.h

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Calibrating delay loop..

  ok - 179.40 BogoMIPS

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Memory: 64268k/66556k

  available (700k kernel code, 384k reserved, 1204k data)

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Swansea University Computer

  Society NET3.035 for Linux 2.0

  Dec 14 15:04:15 theRev kernel: NET3: Unix domain sockets

  0.13 for Linux NET3.035. Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Swansea
  University Computer

  Society TCP/IP for NET3.034 Dec 14 15:04:15 theRev

  kernel: IP Protocols: ICMP, UDP, TCP Dec 14 15:04:15

  theRev kernel: Checking 386/387 coupling... Ok, fpu using

  exception 16 error reporting. Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Checking
  'hit'

  instruction... Ok. Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Linux versión 2.0.30

  (rootatheRev) (gcc versión 2.7.2.1) #15 Fri Mar 27

  16:37:24 PST 1998 Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Booting processor 1
  stack

  00002000: Calibratmg delay loop., ok - 179.40 BogoMIPS Dec 14 15:04:15
  theRev kernel: Total of 2 processors

  activated (358.81 BogoMIPS). Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Serial
  driver versión 4.13

  with no serial options enabled Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ttyOO at
  0x03f8 (irg = 4) is

  a 16550A Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ttyOl at 0x02f8 (irg = 3) is

  a 16550A Dec 14 15:04:15 theRev kernel: lpl at 0x0378, (polling) Dec 14
  15:04:15 theRev kernel: PS/2 auxiliary pointing

  device detected — driver installed. Dec 14 15:04:15 theRev kernel: Real
  Time Clock Driver vi.07 Dec 14 15:04:15 theRev kernel: loop: registered
  device at

  major 7 Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ide: 182371 PIIX (Tritón) on

  PCI bus 0 function 57 Dec 14 15:04:15 theRev kernel: ideO: BM-DMA at

  0xffa0-0xffa7 Dec 14 15:04:15 theRev kernel: idel: BM-DMA at

  0xffa8-0xffaf Dec 14 15:04:15 theRev kernel: hda: Conner Peripherals

  1275MB - CFS1275A, 1219MB w/64kB Cache, LBA,

  CHS=619/64/63 Dec 14 15:04:15 theRev kernel: hdb: Maxtor 84320A5,
  4119MB

  w/256kB Cache, LBA, CHS=8928/15/63, DMA Dec 14 15:04:15 theRev kernel:
  hdc: , ATAPI CDROM drive Dec 15 11:58:06 theRev kernel: ideO at
  Oxlf0-0xlf7,0x3f6 on

  rrg 14 Dec 15 11:58:06 theRev kernel: idel at 0x170-0x177,0x37 6 on

  irg 15 Dec 15 11:58:06 theRev kernel: Floppy drive(s): fdO is

  1 . 44M Dec 15 11:58:06 theRev kernel: Started kswapd v 1.4.2.2 Dec 15
  11:58:06 theRev kernel: FDC 0 is a National

  Semiconductor PC87306 Dec 15 11:58:06 theRev kernel: md driver 0.35
  MAX_MD_DEV=4,

  MAX_REAL= 8 Dec 15 11:58:06 theRev kernel: PPP: versión 2.2.0 (dynamic

  channel allocation) Dec 15 11:58:06 theRev kernel: TCP compression code

  copyright 1989 Regents of the University of California Dec 15 11:58:06
  theRev kernel: PPP Dynamic channel

  allocation code copyright 1995 Caldera, Inc. Dec 15 11:58:06 theRev
  kernel: PPP line discipline

  registered.

  114

  En el principio... fue la línea de comandos

  Dec 15 11:58:06 0.8.4-NET3.01

  Dec 15 11:58:06 lOMbps/Combo

  Dec 15 11:58:06 split, lObase

  Dec 15 11:58:06 transmits and

  Dec 15 11:58:06 Becker http:/ /vortex.html

  theRev kernel: SLIP: versión 9-NEWTTY (dynamic channels, max=256).

  theRev kernel: ethO: 3Com 3c900 Boomerang at OxefOO, 00:60:08:a4:3c:db,
  IRQ 10

  theRev kernel: 8K word-wide RAM 3:5 Rx:Tx 2 interface.

  theRev kernel: Enabling bus-master

  whole-frame receives.

  theRev kernel: 3c59x.c:vO.49 1/2/98 Donald
  /cesdis.gsfc.nasa.gov/linux/drivers

  Dec 15 11:58 Dec 15 11:58 Dec 15 11:58 Dec 15 11:58

  filesystem Dec 15 11:58

  swap-space Dec 15 11:58

  mount count Dec 15 11:58:06 Dec 15 11:58:06

  RRIP_1991A Dec 15 11:58:0 Dec 15 11:58:09

  file /etc/dia Dec 15 11:58:09

  must have at Dec 15 11:58:09

  connector ser Dec 15 11:58:09

  remote ip add Dec 15 11:58:09

  ip address. Dec 15 11:58:09

  damaged recon

  Partition check:

  hda hdb

  VFS

  hdal hda2 hda3

  hdbl hdb2

  Mounted root (ext2

  theRev kernel:

  theRev kernel:

  theRev kernel:

  theRev kernel: eadonly.

  theRev kernel: riority -1)

  theRev kernel: eached, running

  theRev kernel:

  theRev kernel:

  7 theRev syslogd

  theRev diald[87 ld/diald.options

  theRev diald[87 least one device!

  theRev diald[87]: You must define a ipt foption 'connect').

  theRev diald[87]: You must define the ress .

  theRev diald[87]: You must define the local

  theRev diald[87]: Terminating due to figure.

  Adding Swap: 16124k

  EXT2-fs warning: maximal e2fsck is recommended hdc: media changed
  ISO9660 Extensions:

  1.3-3#17: restart. : Unable to open options No such file or directory :
  No device specified. You

  Las únicas partes de esto que resultan legibles para las personas
  normales son los mensajes de error y las advertencias. Y sin embargo,
  es notable que Linux no se detiene, o se viene abajo, cuando encuentra
  un error; escupe un gemido quejumbroso, abandona los procesos dañados,
  y sigue adelante. Decididamente, esto no era así en las primeras
  versiones de los sistemas operativos de Apple y Microsoft, por el
  sencillo motivo de que un sistema operativo que no es capaz de andar y
  mascar chicle a la vez no puede recobrarse de los errores. Buscar y
  solucionar errores requiere un proceso aparte que corra en paralelo al
  que ha fallado. Una especie de superego, si lo prefieren, que mantiene
  vigilados a los demás y entra en acción cuando uno se desvía. Ahora que
  MacOS y Windows pueden hacer más de una

  Shock de sistema operativo 115

  cosa a la vez se les da mucho mejor tratar con los errores que antes,
  pero no se aproximan siquiera a Linux o los demás sistemas Unix en este
  aspecto; y su mayor complejidad les ha hecho vulnerables a nuevos tipos
  de error.

  Falibilidad, enmienda,

  redención, confianza y otros

  arcanos conceptos técnicos

  LINUX NO ES CAPAZ DE TENER POLÍTICAS centralmente organizadas que
  dicten cómo escribir mensajes de error y documentación, así que cada
  programador escribe los suyos propios. Habitualmente están en inglés,
  aunque montones de programadores de Linux son europeos. Frecuentemente
  son graciosos. Siempre son honestos. Si ha ocurrido algo malo porque el
  software sencillamente todavía no está acabado, o porque el usuario
  fastidió algo, lo dirán con todas las letras. La interfaz de línea de
  comandos facilita que los programas escupan pequeños comentarios,
  advertencias y mensajes aquí y allí. Incluso si una aplicación está
  implosionando como un submarino dañado, habitualmente puede seguir
  lanzando un pequeño mensaje de SOS. A veces, cuando se deja de trabajar
  con un programa y se cierra, uno se encuentra con que ha dejado detrás
  una serie de advertencias y mensajes de error no muy graves en la
  ventanas de la interfaz de línea de comandos desde la que se ejecutó.
  Como si el software te contara cómo le iba mientras trabajabas con él.

  La documentación, en Linux, viene en forma de páginas man (abreviatura
  de manual. Se puede acceder a ellas bien mediante una GUI (xman) o
  desde la línea de coman

  117

  dos (man). Esta es una muestra de la página man de un programa llamado
  rsh:

  Detener señales detener sólo el proceso rsh local; esto es posiblemente
  erróneo, pero actualmente bastante difícil de solucionar por razones
  demasiado complicadas para explicarlas aquí.

  Las páginas man contienen un montón de material parecido, que suena
  como las murmuraciones de pilotos pugnando con los mandos de aviones
  averiados. La sensación general es la de miles de monumentales pero
  oscuras pugnas vistas a la luz paralizante de un estroboscopio. Cada
  programador está tratando con sus propios obstáculos y fallos; está
  demasiado ocupado solucionándolos, y mejorando el software, para
  explicar las cosas en detalle o tener elaboradas pretensiones.

  En la práctica casi nunca se encuentra un fallo serio en Linux. Cuando
  se encuentra, es casi siempre en el software comercial (varios
  vendedores comercializan software que funciona en Linux). El sistema
  operativo y sus programas fundamentales de utilidad son demasiado
  importantes para contener fallos serios. Llevo ejecutando Linux cada
  día desde finales de 1995 y he visto cómo muchos programas de
  aplicaciones caían pasto de las llamas, pero nunca he visto que el
  sistema operativo se venga abajo. Nunca. Ni una sola vez. Hay unos
  cuanto sistemas Linux que llevan meses o años funcionando continuamente
  y trabajando duro sin necesidad de reiniciarlos.

  Los sistemas operativos comerciales tienen que adoptar la misma postura
  oficial hacia los errores que tenían los países comunistas frente a la
  pobreza. Por razones de doctrina, no resultaba posible admitir que la
  pobreza era un serio problema en los países comunistas, porque la idea
  misma del comunismo era erradicar la pobreza. Igualmente, las compañías
  de sistemas operativos comerciales como Apple o Microsoft no pueden ir
  por ahí admitiendo que su software tiene errores y se cae todo el rato,
  no más de lo que Disney puede emitir comunicados de prensa firmando que
  el ratón Mickey es un actor disfrazado.

  Esto es un problema, porque los errores existen y suceden. Cada pocos
  meses Bill Gates trata de hacer una demostración de un nuevo producto
  de Microsoft ante un gran público sólo para que le reviente en las
  narices. Los distribuidores de sistemas operativos comerciales, como
  consecuencia directa de ser comerciales, se ven forzados a adoptar la
  posición groseramente tosca de que los errores son raras aberraciones,
  habitualmente la culpa de otro, y por tanto no merece la pena hablar de
  ello en detalle. Esta postura, que todo el mundo sabe que es absurda,
  no se limita a comunicados de prensa y campañas publicitarias:
  constituye el modo mismo en que estas compañías hacen negocios y se
  relacionan con sus clientes. Si la documentación estuviera bien
  escrita, mencionaría fallos, errores y caídas del sistema en cada
  página. Si los sistemas de ayuda en línea que vienen con estos sistemas
  operativos reflejaran la experiencia y preocupaciones de sus usuarios,
  estarían dedicados básicamente a instrucciones acerca de cómo tratar
  con los fallos y errores del sistema.

  Pero esto no sucede. Las compañías de accionistas son maravillosos
  inventos que nos han dado muchos excelentes bienes y servicios. Se les
  dan bien muchas cosas. Admitir el fracaso no es una de ellas. Diablos,
  ni siquiera admiten fallos menores.

  Por supuesto, este comportamiento no es tan patológico en una compañía
  como lo sería en un ser humano. La mayoría de la gente hoy en día
  entiende que los comunicados de prensa de las empresas se lanzan para
  quedar bien con los accionistas de la compañía, no para ilustrar al
  público. A veces los resultados de esta deshonestidad institucional
  pueden ser espantosos, como en el caso del tabaco y del amianto. En el
  caso de los distribuidores de sistemas operativos comerciales no es
  nada así, por supuesto; solamente es irritante.

  Algunos podrían argüir que la irritación de los consumidores, con el
  tiempo, se convierte en una especie de placa endurecida que puede
  ocultar un serio deterioro, y que la honestidad podría ser así la mejor
  política a largo plazo; el jurado aún tiene que decidir acerca de esto
  en el mercado

  de los sistemas operativos. El negocio se está expandiendo lo bastante
  rápido como para que siga siendo mucho mejor tener miles de millones de
  clientes crónicamente irritados que millones de clientes contentos.

  La mayoría de administradores de sistemas que conozco que trabajan
  siempre con Windows NT están de acuerdo en que cuando tiene un fallo
  hay que reiniciarlo, y cuando se fastidia en serio el único modo de
  arreglarlo es reinstalar el sistema operativo desde el principio. O al
  menos éste es el único modo que conocen de arreglarlo, lo cual viene a
  ser lo mismo. Es muy posible que los ingenieros de Microsoft tengan un
  montón de información privilegiada sobre cómo arreglar el sistema
  cuando va mal, pero si la tienen, no parecen estar transmitiendo el
  mensaje a ninguno de los administradores de sistema que yo conozca.

  Debido a que Linux no es comercial —porque es, de hecho, gratuito, así
  como bastante difícil de obtener, instalar, y operar1— no tiene que
  mantener ninguna pretensión acerca de su habilidad. En consecuencia, es
  mucho más fiable. Cuando algo falla en Linux, el error es detectado y
  discutido vivamente de inmediato. Cualquiera con los conocimientos
  técnicos necesarios puede ir derecho al código fuente y señalar el
  origen del error, que es rápidamente solucionado por el hacker que
  fuera responsable de ese programa en particular.

  Por lo que yo sé, Debían es la única distribución de Linux que tiene su
  propia constitución,2 pero lo que realmente me convenció fue su
  impresionante base de datos de errores3, que es una especie de Archivo
  de Indias interactivo del error, la falibilidad y la redención. Es la
  simplicidad misma. Cuando tuve un problema con Debían a prin

  1 Recordemos que este ensayo se escribió a principios de 1999: ha
  pasado casi un lustro, y desde entonces se han dedicado grandes
  esfuerzos a distribuir y facilitar la instalación de cualquier sistema
  GNU/Linux, por lo que hoy día es fácil hacerse con uno y su dificultad
  de instalación y de uso no es mayor a la de cualquier sistema operativo
  comercial. [N. del E.]

  http : //www . debian . org/devel/constituí:ion

  3Se la conoce como bts (Bug Tracking System), «Sistema de seguimiento
  de fallos»: http: //www. debian. org/Bugs [N. del £.]

  cipios de enero de 1997, mandé un mensaje describiendo el problema a
  submitgbugs . debian . org. De inmediato, a mi problema se le asignó un
  número de informe de fallo (#6518) y un nivel de gravedad (las opciones
  disponibles eran: crítico, grave, serio, importante, normal, menor,
  arreglado y petición de características [ivishlist]) y se reenvió a las
  listas de correo por las que merodea la gente de Debian. En
  veinticuatro horas había recibido cinco emails que me decían cómo
  solucionar el problema: dos de Norteamérica, dos de Europa y uno de
  Australia. Todos estos emails me daban la misma sugerencia, que
  funcionó, e hizo que mi problema se desvaneciera. Pero al mismo tiempo
  se envió una transcripción de este intercambio a la base de datos de
  fallos de Debian, de tal modo que si otros usuarios tenían el mismo
  problema más adelante, podrían buscar y hallar la solución sin tener
  que realizar un nuevo y redundante informe de fallo.

  Compárese esto con la experiencia que tuve cuando traté de instalar
  Windows NT 4.0 en el mismo ordenador cerca de diez meses después, a
  finales de 1997. El programa de instalación sencillamente se detuvo a
  mitad del proceso sin emitir ningún mensaje de error. Fui al sitio web
  de Microsoft y traté de buscar documentos de ayuda que abordasen mi
  problema. El motor de búsqueda no funcionaba en absoluto; no hizo nada.
  Ni siquiera me dio un mensaje que me dijera que no funcionaba.

  Al final decidí que mi placa base debía de ser defectuosa; era una
  marca y modelo ligeramente inusuales y NT no soportaba tantas placas
  base como Linux. Siempre ando buscando excusas por muy endebles que
  sean para comprar nuevo hardware, así que compré una nueva placa base
  compatible con Windows NT, lo cual quería decir que llevaba el logotipo
  de Windows NT impreso en la caja. La instalé en mi ordenador, arranqué
  Linux y traté de instalar Windows NT de nuevo. De nuevo la instalación
  falló sin ningún mensaje de error y ninguna explicación. Para entonces
  ya habían transcurrido un par de semanas y pensé que tal vez el motor
  de búsqueda del sitio web de Microsoft estaría funcionando. Lo intenté,
  pero seguía sin funcionar.

  Así que creé una nueva cuenta de ayuda Microsoft, me registré e informé
  del incidente. Di el número de ID de mi producto cuando me lo pidieron
  y empecé a seguir las instrucciones en una serie de pantallas de ayuda.
  En otras palabras, estaba enviando un informe de fallo igual que en el
  sistema Debian. Solamente que la interfaz era más elegante —yo escribía
  mi queja en pequeños cuadros de edición de texto en formularios web,
  haciéndolo todo a través del GUI, mientras que con Debian se envía un
  telegrama en forma de email—. Sabía que cuando terminara de enviar el
  informe de fallo, se convertiría en propiedad intelectual de Microsoft,
  y otros usuarios no podrían verlo. Muchos usuarios de Linux se negarían
  a participar en tal proceso por motivos éticos, pero yo quise probar
  como experimento. Sin embargo, finalmente nunca pude enviar mi informe
  de fallo, porque la serie de páginas web enlazadas que estaba
  rellenando acabó por llevarme a una página completamente en blanco: un
  callejón sin salida.

  Así que volví atrás, hice click en los botones de «ayuda telefónica» y
  acabaron por darme un número de teléfono de Microsoft. Cuando marqué
  este número, me respondió una serie de pitidos punzantes y un mensaje
  grabado de la compañía de teléfonos que decía «Lo sentimos, el número
  que ha marcado no existe».

  Probé de nuevo con la página de búsqueda: seguía sin funcionar. Luego
  probé PPI (Pago Por Incidencia) de nuevo. Esto me llevó a otra serie de
  páginas web hasta que acabé en una que decía: «Atención: no hay ninguna
  página web que corresponda a su petición.»

  Probé de nuevo, y acabé llegando una pantalla de Pago Por Incidencia
  que decía: «No HAY INCIDENCIAS. No hay ninguna incidencia sin usar en
  su cuenta. Si desea adquirir una incidencia de ayuda, haga click en OK:
  entonces podrá pagar por anticipado por una incidencia... » El precio
  por incidencia era de 95 dólares.

  El experimento empezaba a resultar bastante caro, así que renuncié a
  abordarlo desde el PPI y decidí intentarlo con las «Preguntas
  Frecuentes» (FAQ, Frecuently Asked Questions) en el sitio web de
  Microsoft. Ninguna de las pre

  guntas habituales disponibles tenía nada que ver con mi problema, salvo
  una titulada «Tengo problemas al instalar NT», que parecía escrita por
  publicistas, no por ingenieros.

  Así que me rendí, y hasta el día de hoy no he instalado Windows NT en
  ese ordenador. Para mí, el camino de menor resistencia era simplemente
  usar Debían Linux.

  En el mundo del software de fuente abierta, los informes de fallo son
  una información útil. Hacerlos públicos es un servicio para los demás
  usuarios y mejora el sistema operativo. Hacerlos públicos
  sistemáticamente es tan importante que personas altamente inteligentes
  invierten tiempo y dinero en mantener bases de datos de fallos. En el
  mundo de los sistemas operativos comerciales, sin embargo, informar de
  un fallo es un privilegio por el que hay que pagar mucho dinero. Pero
  si lo pagas, resulta que el informe de fallo debe ser confidencial...
  ¡de otro modo, cualquiera puede beneficiarse de tus noventa y cinco
  pavos! Y sin embargo, nada impide a los usuarios de NT el montar su
  propia base de datos de fallos pública.

  Este es, en otras palabras, otro rasgo del mercado de sistemas
  operativos que sencillamente carece de sentido a menos que se examine
  en su contexto cultural. Lo que Microsoft está vendiendo a través del
  Pago Por Incidente no es tanto un apoyo técnico como la ilusión
  continuada de que sus clientes están llevando a cabo una especie de
  transacción racional de negocios. Es una especie de tasa rutinaria de
  mantenimiento para sostener la fantasía. Si la gente quisiera realmente
  un sistema operativo sólido, usarían Linux, y si realmente quisieran
  apoyo técnico encontrarían un modo de obtenerlo; los clientes de
  Microsoft quieren otra cosa.

  En el momento en que escribo esto (enero de 1999), la base de datos de
  Debían Linux contiene cerca de 32.000 fallos. Casi todos fueron
  solucionados hace mucho tiempo. Hay doce fallos «críticos» todavía en
  pie, el más antiguo de los cuales fue enviado hace 79 días. Hay 20
  fallos «graves» en pie, el más antiguo de los cuales tiene 1166 días.
  Hay 48 fallos «importantes» y cientos de fallos «normales» y menos
  importantes.

  Igualmente, BeOS (al que llegaré en un momento) tiene su propia base de
  datos de errores4 con su propio sistema de clasificación, incluyendo
  tales categorías como «No es un fallo», «Característica reconocida» y
  «No se va a arreglar». Algunos de estos fallos no son nada más que
  hackers de Be desfogándose, y se clasifican como «Input reconocido».
  Por ejemplo, encontré uno que se envío el 30 de diciembre de 1998. Está
  en mitad de una larga lista de fallos, entre uno llamado «El ratón
  funciona de modo muy raro» y otro llamado «El cambio de marco BView no
  afecta si BView no va unida a una BWindow». Este se titula:

  R4: A BeOS le falta un cabeza de turco megalómano para centrar y
  mantener bajo control la furia del programador

  y dice lo siguiente:

  Be Status: Input Reconocido BeOS Versión: R3.2 Componente: desconocido

  Descripción Completa:

  El BeOS necesita un megalómano egomaníaco sentado en su trono para
  darle un personaje humano que a todo el mundo le encante odiar. Sin
  esto, el BeOS languidecerá en el ámbito impersonificable de los
  sistemas operativos que la gente nunca consigue manejar. Se puede
  juzgar el éxito de un sistema operativo no por la calidad de sus
  características, sino por lo infames y detestados que son sus líderes.

  Creo que esto es un efecto colateral de la camaradería entre
  programadores en condiciones penosas. Después de todo, a la desdicha le
  encanta la compañía. Creo que hacer que el BeOS sea menos accesible
  conceptualmente y mucho menos fiable requerirá que los programadores se
  unan, desarrollando el tipo de comunidad en la que los extraños se
  hablan, algo así como en un supermercado antes de una enorme tormenta
  de nieve.

  Siguiendo el mismo programa, probablemente resulte necesario desplazar
  el cuartel general del BeOS a un clima mucho menos agradable. El
  incómodo ambiente general generará esta actitud, y realmente no hay
  mejor receta para el éxito. Yo sugeriría Seattle, pero creo que ya está
  ocupado.

  http://www.be.com/developers/bugs/index.html

  Podría intentarse Washington DC, pero definitivamente no un sitio como
  San Diego o Tucson.

  Por desgracia, el sistema de informes de fallo de Be elimina los
  nombres de las personas que informan de los fallos (¿para protegerles
  de la venganza?), así que no sé quién escribió esto.

  Así que pareciera que estoy pregonando la superioridad técnica y moral
  de Debian Linux. Pero como casi siempre sucede en el mundo de los
  sistemas operativos, es más complicado. Tengo Windows NT instalado en
  otro ordenador y el otro día (enero de 1999), cuando tuve un problema
  con él, decidí probar con la ayuda técnica de Microsoft otra vez. Esta
  vez el motor de búsqueda sí que funcionaba (aunque para llegar a él
  tuve que identificarme como «avanzado»). Y en vez de hacerme las
  inútiles preguntas habituales, localizó cerca de doscientos documentos
  (yo estaba usando unos criterios de búsqueda muy vagos) que eran
  obviamente informes de fallos —aunque se llamaban de otro modo—.
  Microsoft, en otras palabras, tiene montado un sistema que es
  funcionalmente equivalente a la base de datos de fallos de Debian.
  Tiene un aspecto diferente, claro, pero contiene datos técnicos y no
  disimula la existencia de errores.

  Como he explicado, vender sistemas operativos por dinero es una
  posición bastante insostenible, y el único modo en que Apple y
  Microsoft lo consiguen es llevando los avances tecnológicos adelante lo
  más agresivamente que pueden, y haciendo que la gente crea en, y pague
  por, una imagen particular: en el caso de Apple, la de un librepensador
  creativo y, en el caso de Microsoft, la del respetable tecnoburgués.
  Igual que la Disney, están haciendo dinero vendiendo una interfaz, un
  espejo mágico. Tiene que estar pulido y perfecto o toda la ilusión se
  arruinará y el plan de negocios se desvanecerá como un espejismo.

  En consecuencia, hasta hace poco la gente que escribía manuales y
  creaba sitios web de apoyo técnico al cliente para sistemas operativos
  comerciales se veía impedida, por los departamentos legales o de
  Relaciones Públicas de sus

  126 En el principio... fue la línea de comandos

  empresas, en admitir, aunque fuera indirectamente, que el software
  podría contener fallos o que la interfaz podría sufrir el problema del
  doce parpadeante. No podían tratar las dificultades reales de los
  usuarios. Los manuales y sitios web eran por tanto inútiles, y hacían
  que incluso los usuarios seguros de sí mismos en el terreno técnico se
  preguntaran si se estaban volviendo sutilmente locos.

  Cuando Apple tiene este tipo de comportamiento corporativo, uno quiere
  creer que realmente lo hacen lo mejor que pueden. Todos queremos darle
  a Apple el beneficio de la duda, porque el malvado Bill Gates les hizo
  morder el polvo, y porque tienen unas buenas Relaciones Públicas. Pero
  cuando lo hace Microsoft, uno casi no puede evitar convertirse en un
  paranoico de las conspiraciones. ¡Obviamente nos están ocultando algo!
  ¡Y además son tan poderosos! ¡Están tratando de volvernos locos!

  Este modo de tratar con los clientes está tomado directamente del
  totalitarismo centroeuropeo de mediados del siglo XX. A uno le vienen
  los adjetivos kafkiano y orivelliano a la mente. No podía durar, no más
  que el Muro de Berlín, así que ahora Microsoft tiene un base de datos
  de fallos públicamente disponible. Se llama de otro modo, y lleva un
  rato encontrarla, pero está ahí.

  En otras palabras, se han adaptado a la estructura de dos niveles
  eloi/morlock de la sociedad tecnológica. Si eres un eloi, instalas
  Windows, sigues las instrucciones, esperas que todo vaya bien y sufres
  mudamente cuando se rompe. Si eres un morlock, vas al sitio web, le
  dices que eres «avanzado», encuentras la base datos de fallos y
  obtienes la verdad directamente de algún anónimo ingeniero de
  Microsoft.

  Pero una vez que Microsoft ha dado este paso, surge la cuestión, de
  nuevo, de si tiene algún sentido estar en el negocio de los sistemas
  operativos en absoluto. Los clientes pueden estar dispuestos a pagar 95
  dólares por informar a Microsoft de un problema si, a cambio, les dan
  un consejo que ningún otro usuario va a obtener. Esto tiene el útil
  efecto secundario de mantener a los usuarios mutuamente alienados, lo
  cual contribuye a mantener la ilusión de que

  Falibilidad, enmienda, redención, confianza... 127

  los fallos son raras aberraciones. Pero una vez que los resultados de
  esos informes de fallo están abiertamente disponibles en el sitio web
  de Microsoft, todo cambia. Nadie va a soltar 95 dólares por informar de
  un problema cuando lo más probable es que algún otro tipo ya lo haya
  hecho, y las instrucciones para solucionar el fallo aparezcan de forma
  gratuita en un sitio web público. Y a medida que crece el tamaño de la
  base de datos de fallos, acaba convirtiéndose en una clara admisión,
  por parte de Microsoft, de que sus sistemas operativos tienen tantos
  fallos como los de sus competidores. Eso no es ninguna vergüenza; como
  mencioné, la base de datos de fallos de Debian contiene 32.000 informes
  hasta ahora. Pero pone a Microsoft al mismo nivel que los demás y hace
  mucho más difícil que sus clientes —que quieren creer— crean.

  UNA VEZ QUE LA MÁQUINA LINUX ha terminado de escupir su telegrama de
  inicio en jerga, me insta a que introduzca un nombre de usuario y una
  contraseña. En este momento la máquina todavía está ejecutando la
  interfaz de línea de comandos, con letras blancas sobre fondo negro. No
  hay ventanas, menús ni botones. No responde al ratón; ni siquiera sabe
  que el ratón está ahí. En este punto, sin embargo, ya es posible
  ejecutar un montón de software. Emacs, por ejemplo, existe tanto en
  versión linea de comandos como en versión gráfica (de hecho hay dos
  versiones GUI, que reflejan una especie de cisma doctrinal entre
  Richard Stallman y algunos hackers que se hartaron de él). Lo mismo
  puede decirse de muchos otros programas Unix. Muchos no tienen siquiera
  una GUI, y muchos de los que la tienen pueden ejecutarse desde la línea
  de comandos.

  Por supuesto, dado que mi ordenador sólo tiene una pantalla, sólo puedo
  ver una línea de comandos, así que puede que crean que sólo puedo
  interactuar con un programa cada vez. Pero si mantengo apretada la
  tecla Alt y luego pulso el botón de función F2 en lo alto de mi
  teclado, aparece otra pantalla negra vacía que me pide que dé mi nombre
  de usuario y contraseña. Puedo entrar e iniciar otro programa, luego
  pulsar Alt-Fl y regresar a la primera pantalla, que sigue haciendo lo
  que quiera que estuviera haciendo cuando la dejé. O puedo pulsar Alt-F3
  y entrar en otra pantalla, y una cuarta, y una quinta. En una de estas

  129

  pantallas puedo entrar como yo mismo, en otra como root (el
  administrador del sistema), y en otra puedo entrar en un ordenador
  distinto a través de la Red.

  Cada una de estas pantallas se llama, en jerga Unix, un tty, que es la
  abreviatura de teletipo. Así que cuando uso mi sistema Unix de este
  modo regreso a esa pequeña habitación en el Instituto de Ames donde
  escribí mi primer código hace veinticinco años, excepto que el tty es
  más silencioso y rápido que un teletipo, y es capaz de ejecutar un
  software incomparablemente superior, tal como emacs o las herramientas
  de desarrollo de GNU.

  Resulta fácil (fácil para el estándar de Unix, no el de
  Apple/Microsoft) configurar un sistema Unix de modo que vaya
  directamente a un GUI cuando lo inicies. De este modo nunca se ve una
  pantalla tty. Yo todavía hago que el mío se inicie con esta pantalla de
  teletipo, blanco sobre negro, como un memento morí computacional. Solía
  estar de moda que los escritores tuvieran un cráneo humano sobre su
  escritorio como recordatorio de su mortalidad, de que todo era vanidad.
  La pantalla tty me recuerda que lo mismo sucede con las elegantes GUI.

  El X Window System, que es la GUI de Unix, ha de ser capaz de
  ejecutarse en cientos de tarjetas de vídeo diferentes con diferentes
  chips, memoria y buses de placa base. Igualmente, hay cientos de tipos
  distintos de monitores en el mercado nuevo y usado, cada uno con
  diferentes especificaciones, así que probablemente haya más de un
  millón de combinaciones posibles de tarjeta y monitor. Lo único que
  todas tienen en común es que funcionan en modo VGA, que es la vieja
  pantalla de línea de comandos que se ve durante unos pocos segundos al
  iniciar Windows. Así que Linux siempre arranca en VGA, con una interfaz
  de teletipo, porque al principio no tiene ni idea de qué clase de
  hardware está conectado al ordenador. Para ir desde el teletipo hasta
  el GUI, hay que decirle a Linux exactamente qué tipo de hardware hay.
  Si te equivocas, obtendrás una pantalla en blanco en el mejor de los
  casos y, en el peor, podrías destruir físicamente el monitor, al
  enviarle señales que no puede manejar.

  Cuando empecé a usar Linux, todo esto había que hacerlo a mano. Una vez
  me pasé casi un mes tratando de hacer que un monitor rebelde
  funcionara, y llené la mayor parte de un cuaderno con notas
  garabateadas cada vez más desesperadas. Hoy en día, la mayor parte de
  las distribuciones Linux incluyen un programa que automáticamente
  examina y configura el sistema, así que instalar X Window es casi tan
  fácil como instalar una GUI de Apple/Microsoft. La información crucial
  va a un archivo (un archivo de texto ASCII, naturalmente) llamado
  XF86Config, al que merece la pena echar un vistazo incluso aunque la
  distribución lo cree automáticamente. Para la mayor parte de la gente
  parece una serie de ensalmos crípticos sin sentido —y esa era la idea
  de mirarlo—. Un sistema Apple/Microsoft debe de tener la misma
  información para lanzar su GUI, pero posiblemente esté escondida en las
  profundidades, o probablemente esté en un archivo que ni siquiera puede
  abrir y leer un editor de textos. Todos los archivos importantes que
  hacen que los sistemas Linux funcionen están a la vista. Siempre son
  archivos de texto ASCII, así que no hacen falta herramientas especiales
  para leerlos. Se pueden mirar siempre que se quiera, lo cual es bueno,
  y se puede enredar con ellos y volver el sistema completamente
  disfuncional, lo cual ya no es tan bueno.

  En cualquier caso, asumiendo que mi archivo XF8 6Config esté tal cual,
  introduzco el comando startx para iniciar el sistema X Window. La
  pantalla queda en blanco durante un minuto, el monitor emite extraños
  ruidos chirriantes, luego se reconstituye como un escritorio gris en
  blanco con un cursor de ratón en el medio. Al mismo tiempo inicia el
  gestor de ventanas. X Window es software de bastante bajo nivel:
  proporciona la infraestructura para una interfaz gráfica de usuario, y
  es una infraestructura pesada e industrial. Pero no trabaja con
  ventanas. Eso lo maneja otra categoría de la aplicación colocada encima
  de X Window, llamada «gestor de ventanas». Hay varios disponibles,
  todos gratuitos, por supuesto. El clásico es Tom's Window Manager (twm,
  el «Gestor de Ventanas de Tom») pero hay una variante más

  pequeña y supuestamente más eficiente llamada fvivm, que es la que yo
  uso. Le tengo el ojo echado a un gestor de ventanas completamente
  diferente llamado Enlightenment, que puede ser el producto tecnológico
  más elegante que haya visto nunca, puesto que a) es para Linux, b) es
  libre, c) está siendo desarrollado por un número muy pequeño de hackers
  obsesos, y d) tiene un aspecto asombrosamente estiloso; es el tipo de
  gestor de ventanas que podría aparecer en el trasfondo de una película
  de Alien.

  En cualquier caso, el gestor de ventanas funciona como un intermediario
  entre X Window y el software que se esté usando. Dibuja los bordes de
  las ventanas, los menús, y demás, mientras las aplicaciones dibujan el
  contenido de las ventanas. Las aplicaciones pueden ser de cualquier
  tipo: editores de texto, navegadores web, paquetes gráficos o
  utilidades, como un reloj o una calculadora. En otras palabras, a
  partir de este punto, da la sensación de haber pasado a un universo
  paralelo bastante parecido al familiar universo de Apple o Microsoft,
  pero ligera y ubicuamente diferente. El principal programa gráfico en
  Apple/Microsoft es Adobe Photoshop, pero en Linux es algo llamado Gimp.
  En vez de Microsoft Office, se puede comprar algo llamado ApplixWare.1
  Hay muchos paquetes de software comercial, tales como Mathematica,
  Netscape Communicator y Adobe Acrobat, disponibles en versión Linux y,
  según cómo se configure el gestor de ventanas, se puede hacer que
  tengan el mismo aspecto y se comporten igual que lo harían en MacOS o
  Windows.

  Pero hay un tipo de ventana que se verá en la interfaz gráfica de Linux
  y que es raro o inexistente en otros sistemas operativos. Estas
  ventanas se llaman xterm y no contienen nada más que líneas de texto
  —esta vez texto negro sobre fondo blanco, aunque se pueden cambiar los
  colores: cada ventana xterm es una interfaz de línea de comandos en sí
  misma—, un tty en una ventana. Así que incluso

  'Como sustituto de Microsoft Office, hoy día hay disponible una
  magnífica suite ofimática libre y multiplataforma llamada OpenOffice:
  http: //www . openof f ice . org [N. del E.]

  cuando se está en pleno modo gráfico, se puede seguir hablando con el
  ordenador Linux a través de una interfaz de línea de comandos.

  Hay mucho buen software de Unix que no tiene interfaz gráfica en
  absoluto. Esto puede deberse al hecho de que se desarrolló antes de que
  X Window estuviera disponible, o porque las personas que lo escribieron
  no querían sufrir todo el agobio de crear una GUI, o sencillamente
  porque no lo necesitaban. En cualquier caso, esos programas pueden
  invocarse introduciendo sus nombres en la línea de comandos de una
  ventana xterm. El comando whoami, mencionado antes, es un buen ejemplo.
  Hay otro llamado wc (ivord count, recuento de palabras) que
  sencillamente devuelve el número de líneas, palabras y caracteres en un
  archivo de texto.

  La capacidad de ejecutar este programitas de utilidades en la línea de
  comandos es una gran virtud de Unix, y una que es improbable que
  dupliquen los sistemas operativos de interfaz gráfica pura. El comando
  wc, por ejemplo, es el tipo de cosa que resulta fácil de escribir con
  una interfaz de línea de comandos. Probablemente no consiste más que de
  una pocas líneas de código, y un programador listo quizá podría
  escribirlo en una sola línea. En forma compilada sólo ocupa unos pocos
  bytes de espacio de disco. Pero el código requerido para darle una
  interfaz gráfica de usuario a ese programa probablemente tendría
  cientos o incluso miles de líneas, dependiendo del capricho del
  programador. Compilado en un software ejecutable, tendría un montón de
  código GUI. Sería lento de iniciar y ocuparía un montón de memoria.
  Este esfuerzo sencillamente no valdría la pena, así que wc nunca se
  escribiría como un programa independiente. Los usuarios tendrían que
  esperar a que el recuento de palabras viniera incluido en un paquete de
  software comercial.

  Las interfaces gráficas tienden a imponer un montón de código superfluo
  al software, incluso al más pequeño, y este plus cambia completamente
  el entorno de programación. Las pequeñas utilidades ya no merecen la
  pena escribirse. Esta funciones tienden a ser aglutinadas en paquetes
  más

  134 En el principio... fue la línea de comandos

  amplios de software. A medida que las interfaces gráficas se vuelven
  más complejas, e imponen cada vez más código superfluo, esta tendencia
  se vuelve omnipresente, y los paquetes de software se hacen cada vez
  más colosales; a partir de cierto punto empiezan a fusionarse, como
  Word, Excel y PowerPoint se fundieron en Microsoft Office: un enorme
  Corte Inglés de software al borde de una ciudad llenas de tiendecitas
  en quiebra.

  Es una analogía injusta, porque cuando una tiendecita quiebra significa
  que un tendero ha cerrado el negocio. Por supuesto, nada de eso ocurre
  cuando wc queda subsumido en uno de los incontables elementos del menú
  de Microsoft Word. El único inconveniente real es la pérdida de
  flexibilidad para el usuario, pero es una pérdida que la mayoría de
  clientes obviamente no nota o no les importa. El inconveniente más
  serio del «enfoque Corte Inglés» es que la mayoría de usuarios sólo
  quieren o necesitan una pequeña parte de lo que contienen estos
  gigantescos paquetes de software. El resto es basura, peso muerto. Y
  sin embargo el usuario en el cubículo de al lado tendrá opiniones
  completamente distintas acerca de qué es útil y qué no lo es.

  La otra cosa importante que hay que mencionar aquí es que Microsoft ha
  incluido una característica verdaderamente elegante en Office: un
  paquete de programación en Basic. Basic es el primer lenguaje de
  ordenador que aprendí, allá cuando usaba la cinta de papel y el
  teletipo. Usando la versión de Basic que viene incluida en Office uno
  puede escribir sus propias utilidades que saben cómo interactuar con
  todos los enredos, pijaditas, lacitos y pompones de Office. Basic es
  más fácil de usar que los lenguajes utilizados habitualmente en la
  programación Unix de línea de comandos, y Office ha llegado a muchas
  más personas que las herramientas GNU. Así que es bastante posible que
  esta característica de Office acabe por generar mucho más hacking que
  GNU.

  Pero ahora estoy hablando del software de aplicaciones, no de sistemas
  operativos. Y como he dicho, el software de aplicaciones de Microsoft
  tiende a ser muy bueno. Yo no lo uso mucho, porque no entro dentro de
  su mercado diana.

  Memento Mori 135

  Si Microsoft saca alguna vez un paquete de software que yo use y me
  guste, entonces será el momento de que se deshagan del stock, porque yo
  soy un segmento de mercado de una persona.

  En los años que llevo trabajando con Linux1 he llenado tres cuadernos y
  medio registrando mis experiencias. Sólo empiezo a escribir cosas
  cuando estoy haciendo algo complicado, como instalar X Window o enredar
  con mi conexión de Internet, así que estos cuadernos sólo contienen el
  registro de mis luchas y frustraciones. Cuando las cosas me salen bien,
  trabajo feliz y contento durante muchos meses sin anotar nada. Así que
  estos cuadernos son una lectura bastante lúgubre. Cambiar nada en Linux
  es cuestión de abrir varios de esos pequeños archivos ASCII y cambiar
  una palabra aquí y un carácter allí, de modos que resultan
  extremadamente significativos para el funcionamiento del sistema.

  Muchos de los archivos que controlan el funcionamiento de Linux no son
  nada más que líneas de comando que se volvieron tan largas y
  complicadas que ni siquiera los

  1hos geeks son primos hermanos de los nerds y de los hackers. De hecho
  muchos de ellos son las tres cosas. El hacker se autodenomina a menudo
  geek en lugar de hacker, término reverencial y con demasiado peso que
  rara vez un hacker usará para referirse a sí mismo. Los geeks suelen
  ser gente con buenas aptitudes tecnológicas, que adoran los gadgets,
  van cargados a todas partes con diferentes cacharros electrónicos y
  llevan siempre camisetas de congresos de tecnología, de hacklabs o de
  series de ciencia ficción. No son necesariamente adolescentes: un geek
  puede ser uno de los altos y serios directivos de una empresa
  tecnológica, el joven estudiante universitario que insiste en que haya
  conexión por cable o ADSL en la residencia de estudiantes o un abuelo
  que acaba de descubrir Internet. [N. del £.]

  137

  hackers de Linux podrían escribirlas correctamente. Cuando se trabaja
  con algo tan potente como Linux, fácilmente se puede dedicar toda una
  media hora a escribir una sola línea de comando. Por ejemplo, el
  comando f ind, que busca en todo el sistema de archivos aquellos
  ficheros que cumplan ciertos criterios, es fantásticamente potente y
  general. Su man tiene once páginas, y son páginas concisas; podrían
  expandirse a todo un libro. Además, como si eso no fuera lo bastante
  complicado por sí mismo, siempre se puede dirigir la salida de un
  comando Unix a la entrada de otro igualmente complicado. El comando
  pon, que se usa para activar una conexión PPP con Internet, requiere
  tanta información detallada que básicamente resulta imposible lanzarlo
  todo desde la línea de comandos. En lugar de eso, se abstraen grandes
  pedazos de su entrada a tres o cuatro archivos distintos. Hace falta un
  script2 de marcación, que de hecho es un programita que le dice cómo
  marcar el teléfono y responder a diversos sucesos; un archivo llamado
  options, que lista cerca de sesenta opciones diferentes sobre cómo
  instalar la conexión PPP; y un archivo llamado secrets, que incluye
  información sobre las contraseñas.

  Presumiblemente hay hackers cuasidivinos de Unix en algún lugar del
  mundo que no tienen por qué usar estos pequeños scripts y archivos de
  opciones como muleta, y que sencillamente pueden sacar líneas de
  comando fantásticamente complejas sin cometer errores tipográficos y
  sin tener que pasarse horas hojeando la documentación. Pero yo no soy
  uno de ellos. Como casi todos los usuarios de Linux, dependo de miles
  de pequeños archivos de texto ASCII que ocultan todos esos detalles y
  que a su vez están metidos en recovecos del sistema de archivos de
  Unix. Cuando quiero cambiar algo acerca del modo en que funciona mi
  sistema, edito esos archivos. Sé que si no sigo la pista de cada
  pequeño cambio que he realizado, no podré hacer que el sistema

  2Un script o «guión» es un fichero de texto que contiene una serie de
  instrucciones que se pueden invocar en la línea de comandos, y que se
  ejecutarán de forma secuencial. En ese sentido es semejante a un
  fichero con extensión B AT de ms-dos, si bien es muchísimo más potente
  y puede ser programado de modo mucho más complejo. [N. del £.]

  La fatiga del «geek» 139

  funcione tras haber enredado con él. Mantener registros escritos a mano
  es tedioso, por no decir algo anacrónico. Pero es necesario.

  Probablemente me habría ahorrado un montón de dolores de cabeza
  trabajando con una compañía llamada Cygnus Support, que existe para
  proporcionar ayuda a los usuarios de software libre. Pero no lo hice,
  porque quería ver si podía hacerlo yo solo. La respuesta resultó ser
  que sí, pero por los pelos. Y hay muchos retoques y optimizaciones que
  probablemente podría hacer a mi sistema que nunca he llegado a probar,
  en parte porque algunos días me canso de ser un morlock, y en parte
  porque me da miedo estropear un sistema que en general me funciona
  bien.

  Aunque Linux me vale a mí y a muchos otros usuarios, su potencia y
  generalidad son su talón de Aquiles. Si uno sabe lo que está haciendo,
  puede comprar un PC barato de cualquier tienda de ordenadores, tirar
  los discos de Windows que lleva incluidos y convertirlo en un sistema
  Linux de desconcertante complejidad y potencia. Puede enchufarlo a
  otros doce ordenadores Linux y convertirlo en parte de un ordenador
  paralelo. Puede configurarlo de tal modo que cien personas diferentes
  puedan entrar en él a través de Internet, por vía de otras tantas
  líneas de módem, tarjetas Ethernet, sockets TCP/IP, y enlaces de packet
  radio.3 Puede unirlo a media docena de monitores diferentes y jugar a
  DOOM con alguien en Australia mientras sigue a satélites de
  comunicaciones en órbita y controla las luces y termostatos de casa y
  la grabación en directo de su webcam y navegar en Internet y diseñar
  circuitos en las demás pantallas. Pero la potencia y complejidad del
  sistema —las cualidades que lo hacen tan enormemente superior en el
  aspecto técnico a los demás sistemas operativos— a veces hacen que
  parezca demasiado formidable para el uso cotidiano.

  3E1 packet radio es un sistema de comunicación digital basado en las
  emisoras de radioaficionados. Consiste en la transmisión-recepción, a
  través de la radio, de señales digitales empaquetadas con
  reconocimiento de errores en recepción. Su nombre es debido a que envía
  los datos digitales agrupándolos en pequeños paquetes. El kernel Linux
  soporta perfectamente este protocolo. [N. del £.]

  A veces, en otras palabras, sólo quiero ir a Disneylandia.

  Mi sistema operativo ideal sería uno que tuviera una interfaz gráfica
  bien diseñada, que resultase fácil de instalar y usar, pero que
  incluyera ventanas de terminal desde las que pudiera regresar a la
  interfaz de línea de comandos, y ejecutar software GNU, cuando tuviera
  que hacerlo. Hace unos cuantos años, Be Inc. inventó exactamente ese
  sistema operativo. Se llama BeOS.

  Etre

  Muchas personas en el negocio de los ordenadores lo han pasado mal para
  vérselas con Be, Incorporated, por el simple motivo de que no parece
  tener ningún sentido. Se fundó a finales de 1990, lo cual lo hace más o
  menos contemporáneo de Linux. Desde el principio se ha dedicado a crear
  un nuevo sistema operativo que es, por su diseño, incompatible con
  todos los demás (aunque, como veremos, es compatible con Unix en
  algunos aspectos muy importantes). Si una definición de celebridad es
  la de alguien que es famoso por ser famoso, entonces Be es una
  anticelebridad. Es famoso por no ser famoso; es famoso por estar
  condenado. Pero lleva condenado muchísimo tiempo.

  La misión de Be podría tener más sentido para los hackers que para otra
  gente. Para explicar la razón tengo que exponer el concepto de cruft,1
  que para los que escriben código es casi tan aberrante como una
  repetición innecesaria.

  Si han estado en San Francisco habrán visto viejos edificios que han
  sido sometidos a actualizaciones sísmicas, lo cual frecuentemente
  significa que se han erigido grotescas superestructuras de acero
  moderno alrededor de edificios construidos, por ejemplo, en un estilo
  clásico. Cuando lleguen nuevas amenazas —si tenemos otra Era Glacial,
  por

  1 Cruft no suele traducirse. Tampoco aparece en ningún diccionario de
  inglés, aunque sí en el Jargon File, que es el archivo oficioso de la
  jerga hacker: significa «excesivo», «superfluo», «basura», los hackers
  lo emplean para referirse en particular al código redundante o
  sobrante. [N. del £.]

  141

  ejemplo —podrán construirse capas adicionales de tecnología todavía más
  alta, a su vez, alrededor de estas, hasta que el edificio original sea
  como una reliquia en una catedral —un pedazo de hueso amarillento
  incrustado en media tonelada de un bonito amasijo decorativo.

  Se pueden tomar medidas análogas para hacer que viejos sistemas
  operativos renqueantes sigan funcionando. Se hace todo el tiempo.
  Remendar un viejo sistema operativo desgastado debiera verse
  simplificado por el hecho de que, a diferencia de los viejos edificios,
  los sistemas operativos no tienen ningún mérito estético o cultural que
  les haga intrínsecamente dignos de salvarse. Pero en la práctica no
  funciona así. Si trabajan con un ordenador, probablemente hayan
  personalizado su escritorio, el entorno en el que se sientan a trabajar
  cada día, y se han gastado mucho dinero en software que funciona en ese
  entorno, y han dedicado mucho tiempo a familiarizarse con el modo en
  que todo funciona. Esto lleva mucho tiempo, y el tiempo es dinero. Como
  ya mencioné, el deseo de simplificar las interacciones con las
  tecnologías complejas a través de la interfaz, y de rodearse de
  enanitos de jardín y figuritas de Lladró virtuales, es natural y
  omnipresente —presumiblemente una reacción contra la complejidad y
  formidable abstracción del mundo informático—. Los ordenadores nos dan
  más opciones de las que realmente queremos. Preferimos elegir una sola
  vez, o aceptar la configuración por defecto que nos dan las compañías
  de software, y dejar las cosas tranquilas. Pero cuando un sistema
  operativo se cambia, todo se desmadra.

  El usuario medio de ordenador es un anticuario tecnológico al que
  realmente no le gusta que las cosas cambien. Es un profesional urbano
  que acaba de comprarse un precioso chalet adosado y está poniendo los
  muebles y la decoración, y reorganizando las alacenas, de tal modo que
  todo esté bien. Si es necesario que una banda de ingenieros hurguen en
  el sótano reforzando los cimientos para que puedan soportar la nueva
  bañera de hierro con patas, metiendo nuevos cables y tuberías en las
  paredes para instalar electrodomésticos modernos, bueno, que así sea
  —los ingenie

  ros son baratos, al menos cuando millones de usuarios de sistemas
  operativos se reparten el coste de sus servicios.

  Igualmente, a los usuarios de ordenador les gusta tener el último
  Pentium, y poder navegar por la red, sin alterar las cosas que les
  hacen sentir como si supieran qué demonios está pasando. A veces esto
  resulta posible, de hecho. Añadir más RAM al sistema es un buen ejemplo
  de una actualización que probablemente no estropee nada.

  Por desgracia, muy pocas actualizaciones son así de pulcras y
  sencillas. Lawrence Lessig, que fue durante un tiempo Maestro Especial
  en el pleito antimonopolio del Ministerio de Justicia contra Microsoft,
  se quejaba de que había instalado Internet Explorer en su ordenador, y
  al hacerlo había perdido toda su lista de páginas favoritas (su lista
  personal de señales que usaba para navegar por el laberinto de
  Internet). Era como si hubiera comprado un nuevo juego de llantas para
  su coche y luego, al marcharse del taller, descubriera que, debido a
  algún inescrutable efecto colateral, todas las señales y mapas de
  carreteras del mundo hubieran sido destruidos. Si es como la mayoría de
  nosotros, habría gastado un montón de esfuerzo en compilar esa lista de
  favoritos. Este es sólo un pequeño ejemplo del tipo de problema que
  pueden provocar las actualizaciones. Los sistemas operativos viejos y
  desvencijados tienen valor en el sentido básicamente negativo de que
  los nuevos nos hacen desear no haber nacido.

  Todos los apaños y remiendos que tienen que hacer los ingenieros para
  proporcionarnos los beneficios de la nueva tecnología sin forzarnos a
  pensar en ello, o a cambiar nuestras costumbres, producen un montón de
  código que, con el tiempo, se convierte en un gigantesco pegote de
  chicle, engrudo, hilo de embalaje y cinta aislante que rodea a todo
  sistema operativo. En la jerga de los hackers, se llama cruft. Un
  sistema que tiene muchas, muchas capas se describe como crufty,
  «cruftoso». Los hackers detestan hacer las cosas dos veces, pero cuando
  ven algo cruftoso, su primer impulso es arrancarlo, tirarlo y empezar
  de nuevo.

  Si Mark Twain volviera a San Francisco hoy y estuviera en uno de estos
  viejos edificios sísmicamente restaurados,

  le parecería igual, con todas las puertas y ventanas en el mismo sitio:
  pero si saliera a la calle, no lo reconocería. Y —si hubiera vuelto con
  su ingenio intacto— podría cuestionar si había merecido tomarse tanta
  molestia para salvar ese edificio. En algún momento, hay que hacerse la
  pregunta: ¿merece la pena, o deberíamos derribarlo y levantar uno
  bueno? ¿Deberíamos poner otra ola humana de ingenieros a estabilizar la
  Torre Inclinada de Pisa, o deberíamos sencillamente dejar que la
  dichosa torre se caiga y construir una que no esté mal hecha?

  Como la restauración de un viejo edificio, el cruft siempre parece una
  buena idea cuando se ponen las primera capas —sólo es mantenimiento
  rutinario, una gestión sólida y prudente—. Este resulta especialmente
  cierto cuando (por así decir) nunca se baja al sótano, ni se mira
  detrás del encofrado. Pero cuando eres un hacker que se pasa todo el
  tiempo mirando las cosas desde ese punto de vista, el cruft es
  fundamentalmente asqueroso, y no puedes evitar querer sacarlo a golpe
  de escoplo. O, mejor aún, sencillamente salir del edificio —dejar que
  la Torre Inclinada de Pisa se caiga— y ponerse a construir una nueva
  que no se incline.

  Durante mucho tiempo, resultaba obvio a Apple, a Microsoft y a sus
  clientes que la primera generación de sistemas operativos con interfaz
  gráfica estaba condenada, y que acabarían por ser desechada en favor de
  sistemas completamente nuevos. A finales de los ochenta y principios de
  los noventa, Apple realizó unos cuantos esfuerzos estériles para crear
  nuevos sistemas operativos posteriores a MacOS, tales como Pink y
  Taligent. Cuando estos esfuerzos fallaron, realizaron un nuevo proyecto
  llamado Copland, que también falló. En 1997 coquetearon con la idea de
  adquirir Be, pero en vez de eso adquirieron NeXT, que tiene un sistema
  operativo llamado NextStep que es, de hecho, una variante de Unix. A
  medida que estos esfuerzos se sucedían y fracasaban, uno detrás de
  otro, los ingenieros de Apple, que eran de los mejores en la profesión,
  no dejaban de añadir capas de cruft. Estaban tratando de convertir la
  pequeña tostadora en una máquina multitarea y apta para Internet, y les
  salió sorprendentemente bien durante cier

  to tiempo: algo así como el héroe de una película que cruza un río en
  la selva saltando sobre los lomos de los cocodrilos. Pero en el mundo
  real los cocodrilos terminan por acabarse, o bien pisas a uno realmente
  listo.

  Hablando de ello, Microsoft abordó el mismo problema de un modo
  considerablemente más ordenado, creando un nuevo sistema operativo
  llamado Windows NT, que está explícitamente pensado para ser un
  competidor directo de Unix. NT quiere decir New Technology, «Nueva
  Tecnología», lo cual podría leerse como un rechazo del cruft. Y de
  hecho NT tiene la reputación de ser mucho menos cruftoso de lo que
  acabó siendo MacOS; en un momento dado, la documentación necesaria para
  escribir código en el Mac llenaba algo así como 24 carpetas. Windows 95
  era, y Windows 98 es, cruftoso porque tienen que ser retroactivamente
  compatibles con los anteriores sistemas operativos de Microsoft. Linux
  trata con el problema del cruft del mismo modo en que los esquimales
  trataban con sus jubilados: si insistes en usar viejas versiones de
  software Linux, antes o después acabarás por encontrarte flotando por
  el Estrecho de Bering en un iceberg cada vez más pequeño. Pueden
  permitírselo porque la mayor parte del software es gratuito, así que no
  cuesta nada descargarse versiones actualizadas, y la mayor parte de los
  usuarios de Linux son morlocks.

  La gran idea detrás de BeOS fue partir de una hoja de papel en blanco y
  diseñar un sistema operativo del modo correcto. Y eso es exactamente lo
  que hicieron. Esto era obviamente una buena idea desde el punto de
  vista estético, pero no es un buen plan de negocios. Algunas personas
  que conozco en el mundo GNU/Linux están molestos con Be por haber
  emprendido esta aventura quijotesca cuando sus formidables capacidades
  podían haber contribuido a extender Linux.

  De hecho, no tiene ningún sentido hasta que uno recuerda que el
  fundador de la compañía, Jean-Louis Gassée, es de Francia —un país que
  durante muchos años mantuvo su propia versión separada e independiente
  de la monarquía inglesa en la corte de St. Germain, con cortesanos,
  ceremonias de coronación, religión estatal, y política exterior—.

  Ahora, la misma fastidiosa pero admirable testarudez que nos dio a los
  jacobinos, la forcé defrappe, el Airbus y las señales de Arrét en
  Quebec, nos ha dado un sistema operativo realmente chulo. ¡Me cisco en
  vosotros, perros anglosajones!

  Crear completamente un sistema operativo a partir de la nada,
  sencillamente porque ninguno de los existentes era exactamente
  adecuado, me pareció un acto de tal chulería que me vi compelido a
  apoyarlo. Me compré un BeBox en cuanto pude. El BeBox era un ordenador
  de procesador dual, con chips de Motorola fabricados específicamente
  para ejecutar el BeOS; no podía ejecutar ningún otro sistema operativo.
  Por eso lo compré. Sentí que era un modo de quemar las naves. Su
  característica más distintiva son dos pilotos en el panel frontal que
  suben y bajan como tacómetros para dar la sensación de lo duro que está
  trabajando cada procesador. Me pareció elegante, y además, calculé que
  en cuanto la compañía quebrara en unos poco meses, mi BeBox sería un
  valioso objeto de coleccionista.

  Han pasado dos años y estoy escribiendo esto en mi BeBox. Los pilotos
  (Das Blinkenlights, como los llaman en la comunidad Be) parpadean
  alegremente junto a mi codo derecho mientras pulso las teclas. Be, Inc.
  sigue en activo, aunque dejaron de fabricar BeBoxes casi inmediatamente
  después de que yo comprara el mío. Tomaron la triste pero probablemente
  bastante acertada decisión de que el hardware era mal negocio, y se
  llevaron el BeOS a Macintosh y a clones del Mac. Puesto que estos usan
  el mismo tipo de chips Motorola que usaba el BeBox, no resultó
  especialmente difícil.

  Muy poco tiempo después, Apple estranguló a los fabricantes de clones
  del Mac y restauró su monopolio del hardware. Así que durante un tiempo
  Apple fabricó los únicos nuevos ordenadores que podían ejecutar BeOS.

  A estas alturas Be, como Spiderman con su sentido arácnido, había
  desarrollado un agudo sentido de cuándo iban a aplastarlo como a un
  bicho. Incluso aunque no lo hubieran tenido, la idea de depender de
  Apple —tan frágil y sin embargo tan letal— para seguir existiendo
  hubiera es

  pantado a cualquiera. Emprendiendo su propia aventura de salto de
  cocodrilos, trasladaron el BeOS a chips de Intel (los mismos chips que
  usan los ordenadores de Windows). Y justo en el momento adecuado,
  cuando Apple lanzó su nuevo hardware, basado en el chip G3 de Motorola,
  mantuvieron en secreto los datos técnicos que los ingenieros de Be
  habrían necesitado para ejecutar el BeOS en aquellos ordenadores. Esto
  habría matado a Be como una bala entre ceja y ceja, de no haber dado ya
  el salto a Intel.

  Así que ahora el BeOS se puede ejecutar en una gama increíblemente
  variada de hardware: BeBoxes, viejos Macs y huérfanos clones del Mac y
  ordenadores Intel para uso con Windows. Por supuesto estos últimos son
  ubicuos y sorprendentemente baratos hoy en día, así que pareciera que
  los problemas de hardware de Be han llegado a su fin. Algunos hackers
  alemanes incluso han creado un sustituto de Das Blinkenlights: es un
  circuito que se puede enchufar a máquinas compatibles con PC que
  ejecuten BeOS. Lleva los pilotos en forma de tacómetro que habían sido
  una característica tan popular del BeBox.

  Mi BeBox ya empieza a estar viejo, como les pasa a todos los
  ordenadores cada dos años o así y, antes o después, tendré que
  sustituirlo por un ordenador Intel. Incluso después de eso, sin
  embargo, podré seguir usándolo. Porque, inevitablemente, alguien ya ha
  llevado Linux al BeBox.

  En cualquier caso, BeOS tiene una interfaz gráfica extremadamente bien
  pensada, construida sobre un marco tecnológico sólido. Se basa desde el
  principio en modernos principios del software orientado a objetos. El
  software del BeOS consiste en entidades cuasiindependientes de software
  llamadas objetos, que se comunican enviándose mensajes unas a otras. El
  sistema operativo mismo está compuesto de tales objetos, y funciona
  como una especie de oficina de correos o Internet a través de la cual
  se mandan mensajes de objeto a objeto. El sistema operativo tiene
  múltiples hilos, lo cual quiere decir que como todos los demás sistemas
  operativos modernos puede caminar y mascar chicle a la vez; pero les da
  a los programadores un montón de poder sobre la generación y
  eliminación de hilos, o subproce

  sos independientes. También es un sistema operativo multiprocesador, lo
  cual significa que se le da inherentemente bien ejecutarse en
  ordenadores con más de una CPU (Linux y Windows NT también hacen esto
  con eficacia).

  Para este usuario, un punto fuerte de BeOS es su aplicación incrustada
  «Terminal», que permite abrir ventanas equivalente a las ventanas xterm
  de Linux. En otras palabras, la interfaz de línea de comandos está
  disponible si la quieres. Y debido a que BeOS sigue cierto estándar
  llamado POSIX, puede ejecutar la mayor parte del software GNU. Es
  decir, que la inmensa cantidad de software de línea de comandos
  desarrollado por los de GNU funciona en una ventana terminal de BeOS
  sin problemas. Esto incluye las herramientas de desarrollo de GNU —el
  compilador y el enlazador—. E incluye todos los programitas de
  utilidades. Estoy escribiendo esto usando una especie de moderno editor
  de texto llamado Pe, escrito por un holandés llamado Maarten Hekkelman,
  pero cuando quiero averiguar cuánto he escrito, paso a una ventana
  terminal y ejecuto wc.

  Como sugiere el informe de fallo que cité antes, la gente que trabaja
  para Be, y los programadores que escriben el código de BeOS, parecen
  divertirse más que sus homólogos en otros sistemas operativos. También
  parecen ser más diversos en general. Hace un par de años fui a una
  universidad local para asistir a la conferencia de unos representante
  de Be. Fui porque asumí que el auditorio estaría desierto, y me pareció
  que merecían un público de al menos una persona. De hecho, acabé de pie
  en el pasillo, pues había cientos de estudiantes llenando la sala. Era
  como un concierto de rock. Uno de los dos ingenieros de Be en el
  escenario era negro, lo cual desgraciadamente es algo muy raro en el
  mundo de la alta tecnología. El otro denunció animadamente el cruft, y
  cantó las loas de BeOS por sus cualidades libres de cruft, y de hecho
  acabó diciendo que en diez o quince años, cuando BeOS se volviese tan
  cruftoso como MacOS y Windows95, sería hora de tirarlo y crear un nuevo
  sistema operativo a partir de la nada. ¡Dudo que esto fuera política
  oficial de Be, pero impresionó a todo el mundo en la sala! A finales de
  los ochenta, el MacOS fue,

  Etre 149

  durante un tiempo, el sistema operativo de los artistas en la onda y
  los hackers —y BeOS parece tener el potencial para atraer a la misma
  gente hoy—. Las listas de correo de Be están llenas de hackers con
  nombres como Vladimir y Olaf y Pierre, poniéndose a parir unos a otros
  en quebrado tecnoinglés.

  La única pregunta real acerca de BeOS es si está condenado o no.

  Últimamente, Be ha respondido a la cansina acusación de que están
  condenados con la aseveración de que BeOS es un «sistema operativo
  multimedia» fabricado para los creadores de contenidos multimedia, y
  por tanto no entra en competición con Windows. Esto es un poco ingenuo.
  Por volver a la analogía de los concesionarios de coches, es como si el
  dueño de la tienda de batmóviles afirmara que en realidad no compite
  con los demás porque su coche puede ir tres veces más rápido y además
  puede volar.

  Be tiene una oficina en París y, como mencioné, la conversación en las
  listas de correos sobre Be tiene un sabor fuertemente europeo. Al mismo
  tiempo se han esforzado mucho por hallar un nicho en Japón, e Hitachi
  acaba de empezar a meter BeOS en sus PC. Así que, si tuviera que lanzar
  una predicción, yo diría que están jugando al go mientras Microsoft
  juega al ajedrez. Por el momento, se mantienen lejos de la posición
  abrumadoramente fuerte de Microsoft en Norteamérica. Están tratando de
  asentarse en los bordes del tablero, por así decir, en Europa y Japón,
  donde la gente puede estar más abierta a sistemas operativos
  alternativos, o al menos puede ser más hostil a Microsoft, que en los
  Estados Unidos.

  Lo que mantiene a Be trabado en este país es el hecho de que a la gente
  inteligente le da miedo parecer imbécil. Corres el riesgo de parecer
  ingenuo cuando dices: «He probado BeOS, y esto es lo que opino.» Parece
  mucho más sofisticado decir: «Las probabilidades de que Be encuentre un
  nicho en el mercado altamente competitivo de los sistemas operativos se
  aproximan a cero.» Es, en jerga técnica, un problema de mente
  compartida. Y en el negocio de los sistemas operativos, la mente
  compartida es algo más que

  una mera cuestión de RP; tiene efectos directos sobre la tecnología
  misma. Todos los enredos periféricos que pueden enchufarse a un
  ordenador personal —las impresoras, escáneres, interfaces de PalmPilot
  y Lego Mindstorms— precisan de unos elementos de software llamados
  controladores o drivers. Igualmente, las tarjetas de vídeo y (en menor
  medida) los monitores necesitan drivers. Incluso los diferentes tipos
  de placas madre en el mercado se relacionan con el sistema operativo de
  diferentes maneras, y se precisa un código distinto para cada una. Todo
  este código específico para el hardware no sólo ha de escribirse, sino
  también probarse, mejorarse, actualizarse, mantenerse, y repararse.
  Debido al hecho de que el mercado del hardware se ha vuelto tan enorme
  y complicado, lo que realmente determina el destino de un sistema
  operativo no es lo bueno que sea técnicamente, ni cuánto cueste, sino
  la disponibilidad del código específico del hardware. Los hackers de
  Linux tienen que escribir ese código ellos mismos, y han mantenido una
  rapidez asombrosa. Be, Inc. tiene que escribir todos sus propios
  drivers, aunque a medida que BeOS ha ido ganando impulso programadores
  independientes han empezado a contribuir con drivers, que están
  disponibles en el sitio web de Be.

  Pero Microsoft lleva ventaja, de momento, porque no tiene que escribir
  sus propios drivers. Cualquier fabricante de hardware que lance hoy día
  una nueva tarjeta de vídeo o un nuevo periférico al mercado sabe que
  será invendible a menos que incluya el código específico del hardware
  que haga que funciones con Windows, y así todos los fabricantes de
  hardware han aceptado la carga de crear y mantener su propia biblioteca
  de drivers.2

  2A finales de 2001, Be Inc. cerró sus puertas y vendió su propiedad
  intelectual a Palm, incluido BeOS. Unos cuantos días antes de
  anunciarse la venta, un grupo de hackers iniciaron el «OpenBeOS
  Project» (http: //open-beos . sourcef orge . net), un proyecto dedicado
  a re-crear, y luego extender, un clon libre de BeOS. [N. del E.]

  La afirmación del Gobierno de los ee.uu. de que Microsoft tiene el
  monopolio del mercado de sistemas operativos puede ser la aseveración
  más obviamente absurda jamás presentada por la mente legal. Linux, un
  sistema operativo técnicamente superior, se regala, y BeOS está
  disponible por un precio nominal. Esto es sencillamente un hecho, que
  hay que aceptar te guste o no Microsoft.

  Microsoft es realmente grande y rica, y si hay que creer a algunos de
  los testigos del Gobierno, no son muy agradables. Pero la acusación de
  monopolio sencillamente carece de sentido.

  Lo que realmente está pasando es que Microsoft se ha hecho, de momento,
  con cierta ventaja: dominan la competición por la mente compartida, así
  que cualquier fabricante de hardware o software que quiera ser tomado
  en serio se siente obligado a fabricar un producto que sea compatible
  con sus sistemas operativos. Dado que los fabricantes de hardware
  escriben drivers compatibles con Windows, Microsoft no tiene por qué
  escribirlos; a todos los efectos, los fabricantes de hardware están
  añadiendo nuevos componentes a Windows, convirtiéndolo en un sistema
  operativo más capaz, sin cobrar a Microsoft por sus servicios. Es una
  buena posición en la que estar. El único modo de combatir a tal
  adversario es tener un ejército de programadores altamente competentes
  que escriban drivers equivalentes de forma gratuita, que es lo que hace
  Linux.

  151

  Pero la posesión de esta ventaja tecnológica es diferente de un
  monopolio en cualquier sentido normal de la palabra, porque aquí el
  dominio no tiene nada que ver con los resultados técnicos o el precio.
  Los antiguos monopolios de barones ladrones eran monopolios porque
  controlaban físicamente los medios de producción y/o distribución. Pero
  en el negocio del software, los medios de producción son los hackers
  que escriben código, e Internet es el equivalente a los medios de
  distribución, y nadie afirma que Microsoft controle eso.

  Aquí, por el contrario, el dominio se encuentra en las mentes de la
  gente que compra software. Microsoft tiene poder porque la gente cree
  que lo tiene. Hace mucho dinero. A juzgar por los recientes
  procedimientos judiciales en ambos Washingtons, pareciera que este
  poder y este dinero impelieron a algunos ejecutivos muy peculiares a
  trabajar para Microsoft, y que Bill Gates debiera haber realizado tests
  de saliva antes de darles tarjetas de identidad de Microsoft.

  Pero este no es el tipo de poder que encaja con cualquier definición
  normal de la palabra monopolio, y no es regulable legalmente. Puede que
  los tribunales ordenen a Microsoft que haga las cosas de otro modo.
  Incluso puede que partan la compañía.1 Pero en realidad no pueden hacer
  nada respecto del monopolio de la mente compartida, a menos que agarren
  a cada hombre, mujer y niño en el mundo de

  *En 1999, el juez federal Thomas Penfield Jackson dictaminó que
  Microsoft había incurrido en las prácticas monopolistas ilegales de las
  que se le acusaba, y ordenó una división de la empresa en dos firmas,
  una que produciría el sistema operativo Windows y otra dedicada a
  programas de aplicaciones. En 2000, en respuesta a una apelación de
  Microsoft, el Tribunal Supremo de Estados Unidos anuló el fallo de ese
  juez federal y remitió el caso al tribunal de la juez Kollar-Kotelly.
  Después de tres años de asedio judicial, el nuevo gobierno del
  presidente George W. Bush, a través de su Departamento de Justicia,
  ofreció una salida fácil a la compañía de Redmond, renunciando a
  dividirla en dos y liberándoles de la obligación de publicar las
  especificaciones técnicas del sistema operativo, que hubiera permitido
  a terceros desarrollar aplicaciones en igualdad de condiciones. Muchos
  atribuyeron este cambio de actitud y la magnífica sintonía entre
  Microsoft y la Casa Blanca a las suculentas contribuciones de campaña
  realizadas por Microsoft a los republicanos. [N. del E.]

  Mente compartida 1 53

  sarrollado y los sometan a un largo proceso de lavado de cerebro.

  El dominio de la mente compartida es, en otras palabras, una cosa muy
  rara, algo que los creadores de las leyes antimonopolio nunca podrían
  haberse imaginado. Se parece a uno de esos desquiciados fenómenos
  modernos de teoría del caos, algo relacionado con la complejidad, en la
  que un montón de entidades independientes pero conectadas (los usuarios
  de ordenadores del mundo), tomando sus propias decisiones, según una
  pocas reglas elementales, generan un enorme fenómeno (el dominio total
  del mercado por una sola compañía) que no tiene sentido por ningún
  análisis racional. Tales fenómenos están llenos de puntos pivotales
  ocultos y enmarañados con extraños bucles de retroalimentación, y no
  pueden entenderse: los que lo intentan acaban

  1. Volviéndose locos

  2. Rindiéndose

  3. Desarrollando teorías desquiciadas, o

  4. Convirtiéndose en consultores sobre teoría del caos muy bien
  pagados.

  Puede que haya una o dos personas en Microsoft lo bastante tontas para
  creer que el dominio de la mente compartida es una posición estable y
  duradera. Tal vez eso explica alguno de los chiflados que han
  contratado en el sector de negocios, los fanáticos que jueces
  enfurecidos constantemente llevan a los tribunales. Pero la mayoría de
  ellos deben de tener la inteligencia para comprender que fenómenos como
  estos son desquiciantemente inestables, y que no se puede decir qué
  suceso extraño y aparentemente irrelevante podría hacer que el sistema
  pasara a una configuración radicalmente diferente.

  Por expresarlo de otro modo, Microsoft puede estar segura de que el
  juez Thomas Penfield Jackson no emitirá una orden para que se
  reprogramen sumariamente los cerebros

  de todos los habitantes del mundo desarrollado. Pero no hay modo de
  predecir cuándo la gente decidirá, en masa, reprogramar sus propios
  cerebros. Esto podría explicar parte del comportamiento de Microsoft,
  como su política de tener reservas extrañamente grandes de dinero, y la
  angustia extrema que les entra cuando aparece algo como Java.

  Nunca he visto el interior del edificio de Microsoft donde están todos
  los altos ejecutivos, pero tengo la fantasía de que en los pasillos, a
  intervalos regulares, hay grandes cajas rojas de alarma atornilladas a
  las paredes. Cada una contiene un gran botón rojo protegido por un
  cristal. Un martillo de metal cuelga por una cadena junto a él. Encima
  hay un gran cartel que dice:

  Romper el cristal en caso de desplome de la cuota de mercado

  No sé qué sucede cuando alguien rompe el cristal y aprieta el botón,
  pero seguro que sería interesante averiguarlo. Me imagino bancos
  arruinándose en todo el mundo mientras Microsoft retira sus reservas, y
  paquetes de billetes de cien envueltos en plástico cayendo del cielo.
  Sin duda, Microsoft tiene un plan. Pero lo que realmente me gustaría
  saber es si, a cierto nivel, sus programadores respirarían aliviados si
  la carga de escribir la Única Interfaz Universal para Todo fuera
  súbitamente retirada de sus hombros.

  En su libro La vida del cosmos, que todo el mundo debería leer, Lee
  Smolin da la mejor descripción que he leído nunca de cómo nuestro
  universo emergió de un equilibrio sorprendentemente preciso de
  diferentes constantes fundamentales. La masa del protón, la fuerza de
  la gravedad, el ámbito de la fuerza nuclear débil y unas pocas docenas
  más de constantes fundamentales determinan por completo qué tipo de
  universo surgirá de un Big Bang. Si estos valores hubieran sido incluso
  ligeramente diferentes, el universo habría sido un enorme océano de gas
  tibio o un nudo caliente de plasma o alguna otra cosa básicamente poco
  interesante —pura filfa, en otras palabras—. El único modo de obtener
  un universo que no sea filfa —que tenga estrellas, elementos pesados,
  planetas y vida— es calcular bien los números básicos. Si hubiera algún
  ordenador, en algún lugar, que pudiera escupir universos con valores
  aleatoriamente escogidos para sus constantes fundamentales, por cada
  universo como el nuestro produciría 10229 universos fallidos.

  Aunque no me he sentado a hacer el cálculo, a mí esto me parece
  comparable a la probabilidad de hacer que un ordenador Unix haga algo
  útil entrando en un tty e introduciendo líneas de comando cuando te has
  olvidado de todas las opciones y palabras clave. Cada vez que tu
  meñique pulsa la tecla ENTER, lo estás intentando. En algunos casos el
  sistema operativo no hace nada. En otros casos borra to

  155

  dos tus archivos. En la mayoría de los casos simplemente te da un
  mensaje de error. En otras palabras, obtienes muchas filfas. Pero a
  veces, si lo haces todo bien, el ordenador rumia durante un rato y
  luego produce algo como emacs. De hecho, genera complejidad, que es el
  criterio de Smolin para la propiedad de resultar interesante.

  No sólo eso, sino que además parece que, una vez que vas por debajo de
  cierto tamaño —mucho más abajo del nivel de los quarks, al ámbito de la
  teoría de supercuerdas— el universo no puede describirse con la física
  que se practica desde tiempos de Newton. Si se mira a una escala lo
  bastante pequeña, se ven procesos que parecen de naturaleza casi
  computacional.

  Creo que el mensaje está muy claro: en algún lugar fuera y más allá de
  nuestro universo hay un sistema operativo, codificado a lo largo de
  incalculables periodos de tiempo por algún tipo de demiurgo-hacker. El
  sistema operativo cósmico usa una interfaz de línea de comandos. Se
  ejecuta en algo parecido a un teletipo, con montones de ruido y calor;
  los bits introducidos revolotean a la papelera como estrellas fugaces.
  El demiurgo está sentado frente a su teletipo, introduciendo una línea
  de comando tras otra, especificando los valores de las constantes
  fundamentales de la física:

  root@god:~# universe -G 6.672e-ll -e 1.602e-19 \ -h 6.626e-34
  —protonmass 1.673e-27....

  y cuando acaba de escribir la línea de comandos, su meñique derecho
  titubea sobre la tecla enter durante uno o dos eones, preguntándose qué
  va a pasar; luego cae —y el boom que se oye es otro Big Bang.

  Ese sí que es un sistema operativo chulo, y si estuviera disponible en
  Internet (libre, por supuesto) todos los hackers del mundo se lo
  descargarían enseguida y se pasarían toda la noche enredando,
  escupiendo universos a diestro y siniestro. La mayoría serían universos
  bastante sosos pero algunos serían simplemente asombrosos. Porque los
  que esos hackers estarían tratando de conseguir sería algo mucho más
  ambicioso que un universo con unas pocas estre

  El menique derecho de Dios 157

  lias y galaxias. Cualquier hacker corrientucho podría hacer eso. No, el
  modo de labrarse una gran reputación en Internet sería ser tan bueno
  con la línea de comandos que los universos desarrollaran vida
  espontáneamente. Y una vez que el modo de conseguir eso se convirtiera
  en un conocimiento común, esos hackers irían más allá, tratando de
  hacer que sus universos desarrollaran el tipo adecuado de vida,
  tratando de hallar el único cambio en el n-ésimo lugar decimal de una
  constante física que nos daría una Tierra en la que, pongamos,
  aceptaran a Hitler en la Escuela de Bellas Artes después de todo, y
  acabara como artista callejero con curiosas opiniones políticas.

  Incluso si esa fantasía se volviera realidad, sin embargo, la mayoría
  de los usuarios (incluyéndome a mí mismo, algunos días) no querrían
  molestarse en aprender todos esos arcanos comandos, y pugnar con todos
  los fracasos; unos pocos universos fallidos realmente pueden
  atiborrarte el trastero. Tras pasar un rato introduciendo líneas de
  comando y pulsando la tecla enter y engendrando aburridos universos
  fallidos, empezaríamos a desear que hubiera un sistema operativo que
  fuera todo lo contrario: un sistema operativo que tuviera la potencia
  para hacerlo todo: para vivir nuestra vida por nosotros. En este
  sistema operativo, todas las decisiones posibles que tuviéramos que
  tomar habrían sido predeterminadas por astutos programadores, y
  condensadas en una serie de cuadros de diálogo. Pulsando en botones de
  radio podríamos escoger de entre opciones mutuamente excluyentes
  (HETEROSEXUAL/HOMOSEXUAL). Las columnas de cuadritos a tachar nos
  permitirían seleccionar las cosas que quisiéramos en nuestra vida
  ((CASARSE/ESCRIBIR LA GRAN NOVELA AMERICANA) y para las opciones más
  complicadas podríamos rellenar cuadritos de texto (NÚMERO DE HIJAS:
  NÚMERO DE HIJOS).

  Incluso esta interfaz de usuario empezaría a parecer tremendamente
  complicada pasado un tiempo, con tantas opciones y tantas interacciones
  ocultas entre opciones. Se volvería casi inmanejable —el problema del
  doce parpadeante de nuevo—. La gente que nos la proporcionó tendría

  158 En el principio... fue la línea de comandos

  que proporcionar también asistentes y plantillas, dándonos unas pocas
  vidas por defecto que pudiéramos usar como base para diseñar la
  nuestra. Lo más probable es que estas vidas por defecto le parecieran
  bastante buenas a la mayoría de la gente, de todas formas, así que les
  fastidiaría enredar con ellas por miedo a empeorarlas. Así que, tras
  unas pocas versiones, el software sería aún más simple: lo iniciarías y
  te presentaría un cuadro de diálogo con un único botón grande en medio
  etiquetado: vivir. Una vez pulsaras ese botón, empezaría tu vida. Si
  algo fuese mal, o no respondiese a tus expectativas, podrías quejarte
  al Departamento de Atención al Cliente de Microsoft. Si te atendiese un
  empleado de atención al público, te diría que tu vida iba bien, que no
  le pasaba nada y que en cualquier caso irá mucho mejor con la próxima
  actualización. Pero si insistieras, y te identificaras como avanzado,
  podrías hablar con un ingeniero de verdad.

  ¿Qué diría el ingeniero, una vez hubieras explicado tu problema y
  enumerado todas las insatisfacciones de tu vida? Probablemente te diría
  que la vida es una cosa muy difícil y complicada; que ninguna interfaz
  puede cambiar eso; que cualquiera que crea lo contrario es un imbécil;
  y que si no te gusta que escojan por ti, deberías empezar a elegir por
  ti mismo.

En el Principio fue la Linea de Comandos

   1. En el Principio fue la Linea de Comandos

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