De casi nada estoy tan seguro como de que Jaime
López es el artista vivo que más quiero. A él,
a sus letras, atropelladas de continuo por la
reedición infinita de los viernes en el ligue,
en el rodeo, en la cantina. O por esa melancolía
culposa del día después, cuando uno, si
todavía tiene un alma, se siente bien pero se
siente mal.
Lo quiero a Jaime porque hace canciones que
cuentan la deriva de esta polvareda triste que
somos casi todos en México (unos arrojados
lejos, más allá del patio, y otros nomás
revoloteando alrededor de la ventana), cuando
vamos y venimos, cuando amamos, cuando ni la
burla o hasta la burla perdonamos, lo mismo
perdidos en el desierto que en los corn flakes.
Lo quiero, pues, porque carga con su cuna
norteña como un comalense con su cobija
calentita cuando va al infierno. Porque su gesto
de amor es perder su lana en Tijuana alguna vez.
Porque se sabe espantapájaros en un lote
baldío. Porque se juega al albur sus mejores,
últimas cartas. Y se jode. Como todos. Como casi
todos. O como casi ninguno. (Como lo jodió el
OTI, como nunca debió ser el OTI, como perdió,
heroica pero merecidamente, el estúpido, infeliz
OTI. Como toda la gente que no acabamos de
entender las ganas de Jaime de contradecir al
OTI, quién sabe por qué ni para qué).
No sé describir bien qué tanto y por cuánto
quiero a Jaime López. Sé, eso sí, que ha hecho
y sigue haciendo un montón de canciones
divertidas, tristes y a veces más honestas que
las tres o cuatro cosas honestas que le quedan al
mundo. Y eso es para mí lo único que cuenta. No
sé si como rock, eso sí, pero cuenta.
Hoy me alegró escuchar por vez ochenta mil su
*Nordaka* (1999), que debe ser uno de mis diez
discos favoritos en la vida (¡y con Piporro!). Y
quise dejar al menos este breve testimonio de mi
respeto y gratitud por su modo de hacer canciones.
Youtube: watch?v=g4dr5AZP43I
PS: me alegró también leer un dato en la entrada
de Jaime en Wikipedia, donde dice que fue un
sargento apellidado Chanona (militar, eso sí qué
pena), quien le enseñó a tocar la guitarra «allá
por los corrales». Para que se vea que el norte,
sea en las barracas del ejército o en cualquier
esquina, está lleno de gente del sur. Polvo en el
polvo. Porque la diáspora no discrimina.