Palestina, Aldama, Frontera Comalapa
20 de octubre de 2023
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Sigo, como todos, las noticias de la
guerra-genocidio más reciente.
Hace más de una década, por una serie de
circunstancias extrañas, acabé de chofer de
un enviado de la Embajada de Palestina en mi
país, para trasladarlo del lugar donde vivo
al aeropuerto más cercano, a hora y media
de casa. En mi auto. Sin comitiva. Sin nadie
más. Éramos, pues, dos desconocidos reunidos
en un auto, por circunstancias fortuitas. Él,
un señor. Yo, un muchacho entonces. Mi
acompañante me pareció, eso sí, una persona
inteligente y agradable que entendió que yo era
un bruto que apenas sabía algo de cocina y de
literatura. Pero aun así, logró explicarme
a grandes rasgos la causa palestina, de la
que yo no entendía, hasta entonces, nada. Me
dijo algo como (lo recuerdo de memoria y puedo
equivocarme): «No aspiramos a la justicia,
porque la justicia es otra cosa. Sólo a vivir. A
vivir como sabemos y queremos. Y eso, tan
sencillo, le parece imposible a todo el mundo».
Recuerdo que le mandé a la embajada, dos
meses después, algún queso rico de los que se
producen por aquí y que lo recibió, porque me
escribió una nota de agradecimiento.
Eso fue, como dije, hace más de diez años. Leo
y releo, desde entonces, las noticias sobre
Palestina con aprehensión y deseándole alguna
buena suerte, si es posible, a ese señor al
que llevé.
Ayer por la mañana, escuché en un noticiero
de los tantos inevitables que hay en la tv, la
cita de No Sé Qué General de Israel diciendo
algo como: «Sabemos que es un precio alto,
pero estamos dispuestos a pagarlo. Trataremos
de minimizar las pérdidas [de vidas humanas]».
Me entripo ---de verdad me entripo: me duele
el vientre, fruncido el inútil puño--- ante
la facilidad con que alguien que cuenta con un
armamento inagotable dice, en otras palabras, que
le consterna lo que va a hacer, pero que no hay
ninguna otra cosa, nin-gu-na, que pueda hacer.
Ya todos los que no tenemos armas hemos escuchado
eso muchas veces.
Y algo más: me entripa también que haya
genocidios televisables, previo maquillaje
del discurso. Y que haya genocidios de evidente
analogía que apenas tienen lugar en algún medio
local y pequeño, como el que ocurre a unos pocos
kilómetros de mi casa, en Aldama, Chiapas, donde
unos disparan, matan y desplazan a sus habitantes
(y que son el mismo preludio de lo que pasó en
Acteal); o algo más allá, un cartel «levanta»
y lleva a la leva a los muchachos de Frontera
Comalapa, ante la impotencia de sus padres y
madres. En ambos casos, sin que ningún poder
estatal, fuerza pública o cualquier Idiotez de
Ésas sirvan para maldita sea la cosa.
Si lo que ocurre en Palestina, que no es una
guerra (porque la guerra, como la justicia,
también es otra cosa) ocurriera en Europa o
en EEUU; o si lo que ocurre en Chiapas contra
pueblos originarios ocurriera en la capital de
mi país, los titulares y su alcance serían
otros. Y revelarían lo que es el Mal, a sus
anchas, sin la menor duda.
Mientras tanto, las víctimas, la violencia
desquiciada, el Mal, la justicia incluso... todo
eso, seguirá siendo, apenas, poco más que una
cosa relativa. Entre tantas (pinches) otras.