Universidad: jaque mate
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Por Carlos Fernández Liria*
27 de octubre de 2020
* Profesor de Filosofía en la UCM. 'La Filosofía en Canal',
Youtube: channel/UCBz_dr-JLhp0NDJxNeigqMQ
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Uno ríe por no llorar. Por fin se está haciendo realidad el
modelo de Universidad por el que las autoridades académicas
(del PSOE y del PP) apostaron con entusiasmo hace veinte años,
al hilo del llamado Plan Bolonia.[^1] Algunos a lo mejor se
muestran sorprendidos, yo no. En resumen: Google ha decidido
competir en el mundo universitario y ha creado los Google
Career Certificates, unos diplomas que sin duda alguna serán
valorados en el mercado laboral muy por encima de los títulos
de Grado y de Máster de las Universidades estatales. Algunos
de ellos ya han sido habilitados. Google promete una formación
turbo online de seis meses, centrándose en lo que el mercado
laboral demanda en cada caso, sin perder el tiempo en rodeos
académicos que ahora dilatan tres años o más los estudios. Y
además, su coste actual es de 250 euros, es decir, menos de lo
que ahora mismo cuesta una sola asignatura.
Se trata de «un nuevo órdago al sistema en esta tendencia de
exigir destrezas, habilidades y competencias más que un título
específico». En efecto, así es. Es una nueva y definitiva
vuelta de tuerca del modelo universitario que, con una
insensatez suicida, decidimos adoptar desde el año 2000. Se
nos repitió hasta la saciedad: los títulos universitarios eran
demasiado rígidos, las carreras demasiado largas, los alumnos
terminaban con una sobrecualificación que los volvía
inoperantes en el mercado laboral. Había que obrar en
consecuencia: había que reducir los itinerarios académicos a
tres años, había, en resumen, que jibarizarlo todo, que
hacerlo más «flexible». Los más entusiastas hablaron de que
había llegado el fin de las titulaciones universitarias, que
serían sustituidas por un carnet con una banda magnética en la
que irían consignándose los cursillos para la adquisición de
«destrezas, habilidades y competencias«, de modo que los
estudiantes podrían negociar de tú a tú con los empresarios
sus futuros contratos laborales, de forma enteramente
individualizada (porque «cada persona es un mundo»), es decir,
sin la intromisión de los convenios colectivos, las
legislaciones laborales, los sindicatos y los colegios
profesionales.
Una abominación para una sociedad abominable, en definitiva.
Pero las autoridades académicas de todos los signos políticos
se sumaron al carro sin ahorrarse los aplausos. Se llegó a
decir que por fin íbamos a acabar con el feudalismo en el
mundo de la enseñanza y que el «capitalismo» que lo
sustituyera sería de todos modos un progreso. En el fondo, se
trataba de todo lo contrario, se trataba de acabar con lo que
quedaba de Ilustración en la Universidad, abriendo las puertas
a esos nuevos señores feudales que son, en definitiva, los
oligopolios económicos, poderes puramente privados que no
atienden a ningún control público.
En definitiva: se apostó por la mercantilización de la
enseñanza. El motivo profundo radicaba en el asunto de la
empleabilidad de los egresados. Se inventó un lema
propagandístico muy venenoso: «Una Universidad al servicio de
la Sociedad», de hecho, así se llamaba el Informe que el
Círculo de Empresarios emitió sobre el asunto.[^2] El mercado
laboral es imprevisible, inestable y caprichoso. La
Universidad no tenía más remedio que adaptarse a esta
realidad. Algunos (como el Colectivo de Profesores por el
conocimiento[^3] y, desde luego, un movimiento estudiantil
masivo e impresionante), no dejamos de repetir que si la
Universidad se empeñaba en adaptarse a un mercado laboral
basura, se convertiría, a su vez, en una Universidad basura. Y
ya casi lo hemos conseguido. Los estudiantes ya se han
acostumbrado a la nueva realidad. Un título de Grado no tiene
ninguna relevancia sin un rosario de másteres y títulos
propios que lo acompañen. Y ni aún así es suficiente; luego,
en una entrevista de trabajo lo que se te exige son otro tipo
de habilidades y destrezas, como por ejemplo, saber sonreír
cuando te están machacando laboral o personalmente, o, lo que
últimamente ha sido ya de lo más común: estar dispuesto a
trabajar sin cobrar. Bueno, esto no era algo tan inesperado:
es lo que tiene eso de prescindir de los convenios colectivos
y las legislaciones laborales y los sindicatos. Los
emprendedores son menos rígidos que los trabajadores de
antaño. Se prestan voluntariamente a cualquier cosa.
Todo esto tiene que ver con una revolución neoliberal que,
desde los años ochenta, ha logrado imponerse con cada vez más
contundencia en el mundo laboral. Algunos no paramos de
repetir (los estudiantes lo hicieron de manera masiva durante
quince años), que el objetivo no podía ser «poner a la
Universidad al servicio de la sociedad», sino lograr que la
sociedad pudiera sentirse orgullosa de tener una Universidad.
Y que para ello, había que mantener a toda costa la dignidad
de los estudios superiores, uno de los pocos reductos de
Ilustración que todavía permanecían en pie. Estábamos seguros
de que defender esa dignidad intacta y a salvo de los
requerimientos de una sociedad secuestrada por el mercado,
sería, además, incluso, una apuesta rentable a medio y largo
plazo, porque, un poco de dignidad nunca puede venirle mal a
la sociedad, ni siquiera desde un punto de vista profesional.
No fue eso lo que opinaron las autoridades académicas, que
prefirieron apostar por adaptarse a un mercado laboral demente
y suicida, abogando por dinamizar y flexibilizar todas las
estructuras universitarias: las licenciaturas de desintegraron
en grados y másteres, los departamentos y las cátedras en
grupos de investigación muy dinámicos y creativos, que tienen
que venderse en el mercado cada tres años, para conseguir lo
que se llama «fuentes de financiación externas» (es decir,
«privadas», requisito para obtener verdaderas «fuentes de
financiación públicas»). Todo ello no venía a ser, como hemos
explicado en *Escuela o Barbarie*,[^4] más que la manera de
convertir la Universidad pública en un cajero automático para
chupar dinero público en beneficio de la empresa privada, al
tiempo que en una bolsa de becarios que trabajaran gratis (o
pagados por el Estado) para esas empresas.
Ahora bien, por fin se ponen las cartas sobre la mesa. Las
empresas no necesitan para nada de la dignidad de los estudios
superiores (que ya desde el año 2000 empezaron a considerarse
una sobrecualificación innecesaria y un despilfarro). El
mercado laboral necesita una buena evaluación de destrezas y
habilidades. Y es para partirse de risa, ¿quién va a poder
competir con Google para determinar en cada momento qué es lo
que se necesita o se deja de necesitar? A los antibolonia nos
sabían a poco tres años de Grado. En la Google University eso
les parece una eternidad, les suena al avanzar de un
dinosaurio. Seis meses y punto bastan para poder certificar
una habilidad o una destreza. Se dirá que esos «certificados
google» no van a ser «oficiales». Y eso es lo más divertido de
todo. ¿A quién le va a importar eso, si nosotros mismos, desde
la Universidad, llevamos veinte años desprestigiando nuestros
propios títulos y diciendo que no se adaptaban a la realidad
económica? Los de Google se van a adaptar a las mil
maravillas. ¿Qué empresa va a preferir contratar a un titulado
estatal, un prepotente sobrecualificado que encima a lo mejor
se cree un ciudadano con derechos o algo peor? En un plazo
relativamente breve, ninguna empresa se va a fijar ya en el
carácter anacrónicamente «estatal» de los titulados. Si lo que
se necesita es una destreza, Google se bastará para
garantizarla. Además, Google mismo rastreará las posibilidades
de colocación de sus «egresados». Y todo por 250 euros. Si un
señor sabe hacer demandas de divorcio, porque lo dice Google,
y eso es lo que se necesita, ¿quién va a fiarse de alguien que
ha cursado una incierta carrera mastodóntica de varios años?
Al principio, protestarán un poco los colegios profesionales,
pero pronto quedará claro que no son más que una reminiscencia
del medievo completamente obsoleta. Nos hemos precipitado en
una nueva era. Lo increíble es que muchos, sobre todo desde
los ministerios y rectorados, lo hayan hecho con entusiasmo.
Según nos informa El País, uno de los periódicos que
alegremente se prestaron a la propaganda del Plan Bolonia,
Google espera que las empresas acepten y valoren sus
certificados igual o mejor que los de las Universidades. Y
esto leemos en La Vanguardia (otro periódico que colaboró con
entusiasmo a hacer posible todo esto): «quizás dentro de unos
años, un profesional con unos estudios acreditados por las
"universidades" de Google o Amazon, será más demandado que
otro con una formación realizada en una universidad pública o
privada. El tiempo lo dirá». Esos tiempos ya han llegado, en
realidad. Y lo que han venido a demostrar es que el movimiento
antibolonia, que los políticos y los periodistas de este país
se negaron a escuchar, tenía, desde el principio, toda la
razón.
[^1]:
https://www.catarata.org/libro/el-plan-bolonia_45851/
[^2]:
https://circulodeempresarios.org/publicaciones/una-universidad-al-servicio-de-la-sociedad/
[^3]:
https://elpais.com/diario/2005/06/06/educacion/1118008802_850215.html
[^4]:
https://www.akal.com/libro/escuela-o-barbarie_35221/
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## Vía
https://blogs.publico.es/dominiopublico/34928/universidad-jaque-mate/