Relato tomado de La vuelta al día en ochenta mundos,
Tomo II, cuya primera edición fue publicada en 1967.
Parece que el pajarito mandón más conocido por Dios sopló en el flanco del
primer hombre para animarlo y darle espíritu. Si en vez del pajarito hubiera
estado allí Louis para soplar, el hombre hubiera salido mucho mejor. La
cronología, la historia y demás concatenaciones, son una inmensa desgracia. Un
mundo que hubiera empezado por Picasso en vez de acabar por él, sería un mundo
exclusivamente para cronopios, y en todas las esquinas los cronopios bailarían
tregua y bailarían catala, y subido al farol del alumbrado Louis soplaría
durante horas haciendo caer del cielo grandísimos pedazos de estrellas de
almíbar y frambuesa, para que comieran los niños y los perros.
Son cosas que uno piensa cuando está embutido en una platea del teatro des
Champs Elysées y Louis va a salir de un momento a otro, pues esa tarde se
descolgó en París como un ángel, es decir que vino en Air France (...)
.. de golpe aparece por una puertecita lateral, y lo primero que se ve de él es
su gran pañuelo blanco, un pañuelo que flota en el aire y detrás un chorro de
oro también flotando en el aire y es la trompeta de Louis, y detrás, saliendo de
la oscuridad de la puerta la otra oscuridad llena de luz de Louis que avanza por
el escenario, y se acabó el mundo y lo que viene ahora es total y
definitivamente la caída de la estantería y el final del cariyú.
Detrás de Louis vienen los chicos de la orquesta (...) Para esto ya se ha
desencadenado el apocalipsis, porque Louis no hace más que levantar su espada de
oro, y la primera frase de When it's sleepy time down South cae sobre la gente
como una caricia de leopardo. De la trompeta de Louis la música sale como las
cintas habladas de las bocas de los santos primitivos, en el aire se dibuja su
caliente escritura amarilla, y detrás de esa primera señal se desencadena Muskat
Ramble y nosotros en las plateas nos agarramos todo lo que tenemos agarrable, y
además lo de los vecinos, con lo cual la sala se parece a una vasta sociedad de
pulpos enloquecidos y en el medio está Louis con los ojos en blanco detrás de
su trompeta, con su pañuelo flotando en una contínua despedida de algo que no se
sabe lo que es, como si Louis necesitara decirle todo el tiempo adiós a esa
música que crea y que se deshace en el instante, como si supiera el precio
terrible de esa maravillosa libertad que es la suya. (...) y entonces le vienen
ganas de cantar y canta, pero cuando Louis canta el orden establecido de las
cosas se detiene, no por ninguna razón explicable sino solamente porque tiene
que detenerse mientras Louis canta, y de esa boca que antes inscribía las
banderolas de oro crece ahora un mugido de ciervo enamorado, un reclamo de
antíope contra las estrellas, un murmullo de abejorros en la siesta de las
plantaciones. Perdido e la inmensa bóveda de su canto yo cierro los ojos, y con
la voz de Louis de hoy me vienen todas sus otras voces desde el tiempo, su voz
desde viejos discos perdidos para siempre... Y aunque yo no soy más que un
movimiento confuso dentro del pandemonio perfectísimo de la sala colgada como un
globo de cristal de la voz de Louis, me vuelvo hacia mí mismo por un segundo y
pienso en el año treinta, cuando conocí a Louis en un primer disco, en el año
treinta y cinco cuando me compré mi primer Louis... Y abro los ojos y él está
ahí en un escenario de París, y abro los ojos y él está ahí, después de
veintidós años de amor sudamericano él está ahí, después de veintidós años está
ahí con toda su cara de niño irreformable, Louis cronopio, Louis enormísimo
cronopio, Louis alegría de los hombres que te merecen.
(...) la sala continúa llena de cronopios perdidos en su sueño, montones de
cronopios que buscan lentamente y sin ganas la salida, cada uno con su sueño que
continúa, y en el centro del sueño de cada uno Louis pequeñito soplando y
cantando.