ESCUCHO a la más pequeña de mis hermanas mientras practica
con su piano. Ha estado estudiando desde hace ya unos años. No des-
de la infancia, que quizás es lo que muchos recomiendan para domi-
nar un instrumento. Podría decir que está en desventaja frente a
otros músicos de su misma edad...
Pero hay algo en sus notas, que no sé si llamar "talento",
porque yo de música sé poco y nada. Sin embargo hay algo, escondi-
do en la dedicación de sus finos dedos, en el ir y venir de sus
ojos sobre la partitura de estudio; algo que me es agradable.
Ella llena las siestas con sus ejercicios, que se mezclan
con el canto cansado de las golondrinas.
Es tan estrecha la casa, y tan atiborrada de muebles vie-
jos, tan viejos que se olvidaron de sus dueños.
Es tan asfixiante la casa, que parece que quien la constru-
dó se olvidó de las puertas y ventanas.
Pero cuando ella toca el piano y rellena la casa con sus
canciones del conservatorio, las paredes ceden y las habitaciones
se ensanchan. La casa ahora es enorme para hacerle espacio a una
alumna.
A golpes de martillo (martillos de las teclas), mi hermana
puede ella sola derrumbar las paredes de mi casa, y deja que se
cuele el frescor de la tarde. Aunque sea por un rato.
