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Ecos de nuestro hogar perdido en Gaza [1]
['Haneen Abo Soad']
Date: 2024-04-04
El 12 de enero, llegó el mensaje de mi hermana en Gaza que nos daba la noticia devastadora: la casa de nuestros padres, un santuario de recuerdos, había sido demolida por los misiles F16 israelíes y habían reducido nuestra amada casa a ruinas.
No es una casa cualquiera. Entre sus paredes, di mis primeros pasos inseguros, mi risa y mis lágrimas resonaron hasta los propios cimientos. Era tierra sagrada, donde crecí junto a mis queridos hermanos, amparado en un mundo de amor y seguridad.
Mientras el peso de esta desgarradora noticia se apoderaba de mí, una tormenta de rabia y frustración se gestaba en mi interior y amenazaba con consumir mi propio ser. Después de aquel día, a medida que aparecían más detalles, la magnitud de la pérdida se captó con más profundidad.
Como la mayoría de los palestinos, vivíamos muy cerca de los abuelos y tíos, cuidábamos nuestra tierra y valorábamos nuestros lazos comunitarios. La bomba que destruyó la casa de mis padres también redujo la humilde morada de mis abuelos a escombros, una vivienda construida de barro y paja hace más 70 años. Habían erigido el santuario con sus propias manos, un símbolo de resiliencia y esperanza forjados después de escapar del horror de la masacre en su pueblo, Bayt Tima.
En octubre de 1948, Bayt Tima cayó víctima de la ocupación durante la brutal Operación Yoay de la brigada Guivati, banda sionista que marchaba hacia el sur y masacraba a los aldeanos a su paso. Bayt Tima, que alguna vez fue un pueblo pacífico, se convirtió en el objetivo de los bombardeos aéreos y de artillería, lo que obligó al gran éxodo de refugiados.
A pesar de la brava resistencia de los falaheen (aldeanos) contra la brigada Negev, otra banda sionista que intentó ocupar el pueblo ya en febrero de 1948, incluso antes del Nakba, la brigada Guivati finalmente prevaleció. Los atacantes tomaron la vida de 20 pobladores, destruyeron la principal fuente de agua y demolieron el granero central, con lo que golpearon el corazón de la sustentabilidad y espíritu de nuestra comunidad.
Devastados y desconsolados, los nativos de Bayt Tima, que se habían enterado de otras masacres a largo de nuestra amada Palestina, incluida la masacre de Deir Yaseen, temían por sus vidas y la de sus familias. Fueron desplazados a Gaza.
En su esfuerzo por sobrevivir y rehacer sus vidas entre el trauma y el trastorno de la relocalización forzada, mi familia compró un terreno en Gaza y construyó la casa. Mi abuela recordaba a menudo el miedo, la incertidumbre y el profundo sentido de pérdida de aquel momento, pero por sobre todo, la pena que era más insoportable.
Durante el cruel y duro viaje, la familia perdió muchos de sus parientes que vivían en el pueblo, incluso uno de sus hijos, mi tío, el bebé Mohamed, que murió en el camino, cuando escapaban hacia Gaza.
Mi abuela a menudo contaba de nuevo la historia de mi tío Mohamed y cada nuevo relato era un testimonio del dolor al que se negaba a dejar ir:
“When we were fleeing for safety, I sometimes carried Mohammed on my back and sometimes his father did. He was just 8 months old. We walked for many hours, stopping occasionally under a tree to rest and breastfeed. One of these times, he did not respond to my voice when I tried to wake him up.
I called his father over to check on our child. When he saw him, he said, «Allah Yirhamoh,” («May God have mercy on him»). I screamed ‘No, no! Not Mohammed.’ My breasts were full of milk for the baby that will never drink it, and my heart was crying for a young man that will never be.
I held him high and prayed to God with a burning heart, ‘Ya Allah, ya Allah.’ I clung tight to my beloved Mohammed for more than six hours, unable to let go or believe what had happened. But when I finally found the strength to let go, his father dug a grave for him, somewhere along the road, under a tree, and we returned him to our mother, the earth.
I pleaded with the earth to treat him kindly. He was a sweet child. I asked her to be gentle with him, for she had taken the most precious thing I owned — the soul of my soul.
We barely had a few minutes to say goodbye, when the Israeli gangs started getting closer and shooting at us. They took away everything from us, even our final goodbye.”
[END]
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[1] Url:
https://es.globalvoices.org/2024/04/04/ecos-de-nuestro-hogar-perdido-en-gaza/
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