No estoy yo aqu� que soy tu Madre?

(PALABRAS DE LA SANTISIMA VIRGEN DE GUADALUPE
AL BEATO JUAN DIEGO EN EL TEPEYAC
DICIEMBRE DE 1531.)

NORBERTO RIVERA CARRERA
Arzobispo Primado de Mexico

2 de junio de 1996

A TODOS LOS SACERDOTES Y FIELES DE LA ARQUIDIOCESIS DE MEXICO, Y A
TODOS LOS MEXICANOS DE BUENA VOLUNTAD.

Un servidor de todos Ustedes, Trigesimo Cuarto sucesor del
Arzobispo Zum�rraga, con profundo interes y sensibilidad he
seguido, participado y compartido, como todos Ustedes, las �ltimas
difusiones de los medios de comunicaci�n, seg�n algunas de las
cuales, y parafraseando al Nican Mopohua, resultar�a que a nuestro
Pueblo "nom�s le hemos contado mentiras, que nada m�s inventamos
lo que hemos siempre dicho, que s�lo lo so�amos o imaginamos" (1),
que la Aparici�n de Nuestra Madre Sant�sima de Guadalupe no fue
real, que no es, por tanto, verdadera su peculiar presencia entre
nosotros a traves de la milagrosa Imagen que para dicha nuestra
conservamos...

Agradezco a much�simos de Ustedes que, con toda raz�n y derecho,
me han interpelado pidiendo un pronunciamiento claro y expl�cito
como Arzobispo de Mexico, y quiero hacerlo ahora con toda la
fuerza que me permitan el Se�or y nuestra Madre Sant�sima; pero
tambien con toda la objetividad y caridad que Ellos mismos
demandan de toda relaci�n o discrepancia entre nosotros sus hijos.

Yo, como millones de mis hermanos, me he sentido lastimado en mi
sensibilidad de hijo y de mexicano; no en mi fe de cat�lico,
porque de ninguna manera me considero insultado o agredido porque
otros hermanos m�os se hayan servido de su derecho a discrepar en
un punto en el que todos gozamos de plena libertad de conciencia
para creer o no creer, seg�n las razones que se nos expongan.
Ruego, pues, me permitan exponerles una y otras, tanto mi
sensibilidad como mis razones:

En cuanto a lo primero, a mis sentimientos de hijo y de mexicano,
agradezco a la Providencia poder poder proclamar que creo que
Mar�a, la doncella de Nazaret, la esposa de Jose el carpintero,
permaneciendo siempre Virgen, concibi� por obra del Esp�ritu Santo
y dio a luz a su Hijo unigenito, Quien es inseparablemente, -
("hipost�ticamente")-, Hijo eterno del Padre, Dios de Dios, luz de
luz, Dios verdadero de Dios verdadero; que es por tanto Ella,
verdadera Madre de Dios y Madre nuestra. As� mismo creo, amo y
profeso con todas las veras de mi alma que Ella es, en un sentido
personal y especial�simo, Reina y Madre de nuestra Patria mestiza,
que vino en persona a nuestro suelo de Mexico, a pedirnos un
templo para ah� "mostr�rnoslo, ensalzarlo, ponernoslo de
manifiesto, d�rnoslo a las gentes en todo su Amor, que es El, el
que es su mirada compasiva, su auxilio, su salvaci�n, porque en
verdad Ella se honra en ser nuestra Madre compasiva, nuestra y de
todos los hombres que en esta tierra estemos en uno, y de todas
las dem�s variadas estirpes de hombres" (2), no para quitarnos las
penas y problemas que nos templan, porque todos los que deseemos
ir en pos de su Hijo hemos de "tomar su cruz y seguirlo" (3); pero
siempre contando con que cuando quiera que "estemos fatigados y
agobiados por la carga, Ella, a la par de El, nos aliviar�, pues
su yugo es suave y su carga ligera" (4), y para eso Ella ruega que
le permitamos "escuchar nuestro llanto, nuestra tristeza, para
remediar, para curar, todas nuestras diferentes penas, nuestras
miserias, nuestros dolores." (5).

Comprendo y compadezco a todos aquellos de mis hermanos que no
comparten esta seguridad. Y los compadezco no porque yo me crea
bueno y mucho menos porque los considere inferiores o menos
ilustrados, sino porque en verdad me duele que no disfruten de
algo tan bello, tan maravilloso, del poder gozar la ilimitada
seguridad y felicidad que brinda saber que, aun en nuestros peores
dramas, "es nada lo que nos espanta, lo que nos aflige, que
nuestro coraz�n no tiene por que temer enfermedades, ni cosa
punzante, aflictiva." (6). En verdad, Hermanos m�os todos, "si
pudieran conocer el don de Dios" (7), y se que de alguna manera lo
conocen los millones de peregrinos del Tepeyac, cu�n grata es la
dicha de vivir su Amor expresado y entregado en el Amor de su
Madre, que nos dice: "No estoy yo aqu� que soy tu Madre? No est�s
bajo mi sombra y resguardo? No soy la fuente de tu alegr�a? No
est�s en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? Que mas
puedes querer?" (8). Este amor de Madre nos impulsa, nos
transforma, nos hace crecer, nos hace profundizar en nuestra fe,
nos lleva a buscar el progreso de nuestra Patria por caminos de
justicia y de paz y nos hace disfrutar nuestros logros aunque
estos sean peque�os.

Su servidor tiene esa dicha, al igual que la inmensa mayor�a de
mis hermanos mexicanos, de experimentar este sentimiento de amor a
mi Madre Sant�sima, en esta bendita advocaci�n suya de Guadalupe,
con tanta firmeza, con tan inconmovible seguridad filial, que no
necesitar�a que ningunas otras razones para as� por siempre amarla
y venerarla... pero le agradezco tambien que nos haya dejado
suficient�simas pruebas, s�lidas y seguras y, al mismo tiempo,
ninguna tan evidente que nos despoje de "la dicha de aquellos que
no vieron, pero creyeron." (9).

Esa fe es un don, un don que no est� en mi mano otorgar a nadie,
sino s�lo pedirlo al Padre de las Luces, como lo pido de coraz�n
para todos mis hermanos. Lo que puedo hacer, y hago ahora con
fraternal esperanza, es compartir mis razones con todo el que
desee escucharme, aunque reconociendo que la di�fana claridad con
que las vemos los creyentes es tambien un don que nos proporciona
esa misma fe. Y mis razones son las normales, las usuales de
nuestra seguridad de que realmente sucedi� un evento preterito, es
decir: la tradici�n, los documentos, los hechos que tachonan y
constituyen nuestra Historia. Quien se compenetra, con la
profundidad que ya se ha hecho, de esa historia nuestra, no puede
menos de preguntarse: C�mo podr�amos existir nosotros si su amor
de Madre no hubiera reconciliado y unido el antagonismo de
nuestros padres espa�oles e indios? C�mo hubieran podido nuestros
ancestros indios aceptar a Cristo, si Ella no les hubiera
complementado lo que les predicaban los misioneros, explic�ndoles
en forma magistralmente adaptada a su mente y cultura, que Ella,
"la Madre de su verdader�simo Dios por Quien se vive, del Creador
de la Personas, el Due�o de la cercan�a y de la inmediaci�n, del
Cielo y de la Tierra" (10), era tambien "la perfecta Virgen, la
amable, maravillosa Madre de Nuestro Salvador, Nuestro Se�or
Jesucristo?" (11). Esos testimonios, est�n ahora reforzados mejor
que nunca, puesto que, durante a�os, muchos de los mejores
talentos de la Iglesia, severos profesionales de la Historia y de
la Teolog�a, los examinaron, discutieron, juzgaron y aprobaron con
motivo del Proceso de Canonizaci�n de Juan Diego, y porque, en
base a eso, el Santo Padre en persona lo refrend�. Y este Proceso
no s�lo vino a confirmarnos lo que ya sab�amos, sino nos aport�
nuevos y sorprendentes datos que empezamos apenas a conocer.

Estos conocimientos, tan novedosos algunos que est�n todav�a muy
poco difundidos, aun entre nosotros los sacerdotes mexicanos, no
son exclusividad esoterica de pocos iniciados; est�n a disposici�n
de todo el que se aboque al esfuerzo de estudiarlos. Si alguien se
acreditara como serio investigador, y deseara examinar
directamente en Roma todo el voluminoso expediente, puede contar
con mi recomendaci�n; pero no hace ninguna falta: Ya, con este
motivo, han ido saliendo de la imprenta varios libros, que est�n
al alcance de todos y que no temo recomendar como serios y
s�lidos, que resumen y difunden lo que se hizo, c�mo se hizo y lo
mucho valioso e inesperado que se descubri�. En nuestra
Universidad Pontificia, de la que me cabe el honor y la
responsabilidad de ser Vice Gran Canciller, se imparte un curso
anual sobre este tema, al que es bienvenido todo aquel que este
genuinamente interesado.

En papel aparte cuidare de que se les ampl�en estos datos, pero
ruego me sea permitido dejarles consignado esto mismo que aqu� he
expuesto, repitiendolo en la forma que mi coraz�n de mexicano, de
hijo, de hermano, de padre Arzobispo sucesor de Zum�rraga, m�s
vivamente siente que puede entregarles todo cuanto soy y deseo
compartirles: mis sentimientos, mis convicciones, mis razones, mis
anhelos... en una palabra: mi plegaria con todos Ustedes y por
todos Ustedes a nuestra Madre Sant�sima:

"Due�a m�a, Se�ora, Reina, Due�a de mi coraz�n, mi Virgencita!"
(12) Yo, "tu pobre macehual...cola y ala, macapal y parihuela"
(13), pero a quien tu misericordia confi� el cuidado de tu bendita
Imagen y el gobierno de esta porci�n tan amada de tus hijos, vengo
"para hacerte saber, Muchachita m�a, que est� muy grave tu amado
pueblo, una gran pena se le ha asentado" (14); que entre las
muchas crisis con las que el amor de tu Hijo divino desea
purificarnos, se ha inquietado ahora porque ha cre�do o�r que
quiz� tu Aparici�n no fue real, que quiz� no sea verdadera tu
presencia milagrosa entre nosotros, que quiz� no existi� tu
elegido, Juan Diego, por quien quisiste llegar a nosotros los
moradores de estas tierras.

No vengo, sin embargo, Se�ora y Ni�a m�a, a quejarme de nada ni de
nadie. Muy al contrario, vengo a agradecerte, en nombre de mis
hermanos y m�o, este maravilloso favor que nos otorgas de poder
clamar con todo el vigor de nuestro coraz�n de hijos, que no s�lo
creemos en Ti y te veneramos como Madre de Dios y nuestra, sino
como Reina y Madre de nuestra Patria mestiza; que por supuesto que
es real que T� viniste a este suelo tuyo para "ser en verdad
nuestra Madre compasiva, nuestra y de todos los que en esta tierra
estamos en uno, y de las dem�s variadas estirpes de hombres, los
que te amamos, los que te buscamos, los que tenemos el privilegio
de confiar en ti..." (15).

Permite, pue, mi Muchachita, mi Virgencita bienamada, que a traves
de mi boca resuene la voz de todo mi Pueblo, d�ndote mil gracias
por ser todo lo que eres. Permite que me escuchen todos mis
hermanos, que resuenen nuestras nieves y monta�as, nuestras selvas
y bosques, lagos y desiertos con el eco de mi palabra, proclamando
que Yo, tu pobre macehual pero tambien custodio de tu Imagen y por
ello portavoz de tus hijos todos, creo, he cre�do desde que tu
Amor me dio el ser a traves del de mis padres, y, con tu
misericordia espero defender y creer hasta mi muerte en tus
Apariciones en este monte bendito, tu Tepeyac, que ahora has
querido poner bajo mi custodia espiritual; que, junto con mis
hermanos, las creo, las amo y las proclamo tan reales y presentes
como los pe�ascos de nuestros montes, como la vastedad de nuestros
mares, m�s a�n, mucho m�s que ellos, pues "ellos pasar�n, pero tus
palabras de Amor no pasar�n jam�s" (16).

Esta proclamaci�n que te agradezco me concedas hacerte, no es un
favor que te hago, es un don tuyo, pues "nadie puede siquiera
llamar a tu Hijo Se�or! si no es por el Esp�ritu Santo" (17), y
por ello, Mil Gracias, Madre amad�sima e Hijita nuestra la m�s
peque�a!; Gracias por este privilegio de poder creer!;

Gracias porque esta fe que nos regalas puede ser al mismo tiempo
ciega e ilustrada! Gracias por habernos dado tantas pruebas de tu
venida a nuestro Tepeyac, y porque ninguna de ellas sea tan
evidente que nos despoje del poder tributarte esa fe filial
nuestra (18); pero gracias tambien de que s� podamos ver tu imagen
amad�sima! "Sabemos a Quien hemos cre�do!" (19). "Le hemos cre�do
al Amor... al Amor que nos am� primero!" (20);

Gracias por Juan Diego, a quien nos honramos en reconocer, como a
tu antepasado Abraham, por "nuestro verdadero padre en la Fe";
Gracias por la fe de el, que deseamos hacer siempre nuestra, tan
grande que T� lo proclamaste "tu embajador, en quien absolutamente
depositaste tu confianza"! (21);

Gracias por la desconfianza de mi venerado antecesor Zum�rraga,
que te brind� ocasi�n de darnos tus flores y tu imagen, y gracias
por la confianza ferrea que me concedes hoy a m�, su sucesor, para
poder compartirla con todos mis hermanos!;

Gracias por esas flores que hiciste brotar en nuestro suelo,
helado y �rido entonces, que tan elocuentes fueron para nuestros
padres indios!;

Gracias por el primer milagro con que T�, Salud de los enfermos,
favoreciste a Juan Bernardino y sigues favoreciendo a todos los
enfermos y afligidos; gracias por tu nombre de Guadalupe, con el
que le pediste que te invoc�ramos, pues con el los hermanaste con
nuestros padres espa�oles, que as� te invocaban siglos hac�a en tu
santuario de los montes de su Extremadura!;

Gracias por haber inspirado a tu hijo Valeriano el legarnos el
bell�simo relato de tu venida a nuestro suelo, tan exquisito y
profundo que apenas ahora empezamos a comprenderlo!;

Gracias por todas las menciones que tus hijos, nuestros padres
indios, dejaron en sus c�dices y anales; gracias por las dudas,
titubeos y aun choques que consignaron nuestros padres espa�oles!;

Gracias por todos los escritos que inspiraste durante todo el
tiempo que formamos parte pol�tica de la Espa�a; gracias por las
investigaciones que se efectuaron respecto a tu presencia; gracias
por los siglos que nos han permitido rendirte nuestro amor en tu
"casita sagrada" del Tepeyac!;

Gracias por las dudas que, siglos despues, permitiste surgieran de
tu llegada a nosotros, que nos permitieron corroborar aun m�s
firmemente la verdad hist�rica de ese don de tu amor; gracias por
las intrigas en torno a tu Coronaci�n, hace un siglo, que hicieron
que Roma te estudiara y proclamara oficialmente su aprobaci�n!;

Gracias por haber inspirado y ayudado a mi amado antecesor, el
Cardenal Corripio, a incoar la Causa para examinar y probar la
realidad, la Santidad y el amor con que nosotros, tu Pueblo, hemos
siempre venerado a Juan Diego, "tu embajador, muy digno de
confianza"!;

Gracias por la profesi�n de amor y de fe que han hecho mis
hermanos Obispos a nombre de todo el Pueblo Mexicano y en uni�n
con Juan Pablo II quien devota y continuamente te invoca y te
venera!;

Gracias por el escrupuloso cuidado que puso Roma en investigarlo;
gracias por los obst�culos y objeciones que la responsabilidad de
nuestros hermanos quiso aportar; gracias por la luz con que
pudieron ser resueltos!;

Gracias por las incontables horas de trabajo en el proceso;
gracias por los miles de actas en que se consign� la deposici�n de
todos los que intervinieron, tanto en pro como en contra; gracias
por las monta�as de libros y documentos que pudieron revisarse;
gracias por los oficiales de la Congregaci�n de los Santos que
tanto cuidaron, examinaron, objetaron y exigieron; gracias por los
Consultores Historiadores y Te�logos, que tantas horas gastaron en
revisar todo lo actuado; gracias por la Comisi�n de Cardenales que
dio su aprobaci�n final; gracias por la aceptaci�n de tu hijo Juan
Pablo, que nos honr� viniendo en persona a publicarla; gracias por
el privilegio que nos otorg� por declararlo Beato, sino de aceptar
y endosar la veneraci�n que siempre le tuvimos...!

Gracias por tantos nuevos y asombrosos conocimientos que nos has
otorgado descubrir! Gracias por la libertad que nos otorgas a tus
hijos para creer y para no creer en tu Aparici�n; gracias por la
honestidad de los que no creen, y gracias por tu generosidad en
concedernos creer a todos los que te invocamos con tu nombre
dulc�simo de Guadalupe!

Gracias por los trabajos de construcci�n y mantenimiento de tu
nuevo Santuario que por tantos a�os ha querido encabezar el Se�or
Abad de la Bas�lica y gracias por su disponibilidad y obediencia
que le ha ofrecido al Obispo a quien T� encomendaste la custodia
de tu imagen!;

Gracias por las reacciones tan maravillosas de fe que han tenido
tus hijos y tambien aquellos que sin compartir nuestra fe tienen
profundo respeto a nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestra
identidad. Pero tambien gracias porque estos acontecimientos han
desenmascarado a aquellos que quisieran vernos divididos, sin fe y
sin esperanza, sin s�mbolos patrios y en camino de absorci�n por
otras culturas y otros poderes!;

Permite, pues, que "mi coraz�n en amarte eternamente se ocupe, y
mi lengua en alabarte, Madre m�a de Guadalupe! Due�a m�a, Se�ora,
Reina, Due�a de mi coraz�n, mi Virgencita! haz que nunca angustie
yo con duda alguna tu rostro, tu coraz�n; que con todo gusto vaya
siempre a poner por obra tu aliento, tu palabra, que de ninguna
manera lo deje jam�s de hacer ni estime por molesto el camino"
(22), que sea siempre un fiel custodio de tu templo y de tu
Imagen; que sea "tu querer, tu voluntad" que podamos ver pronto
canonizado a tu "xocoyotito, al mas peque�o de tus hijos" Juan
Diego; que mi pobre vida, mi obra, y -si "por ventura llegara a
ser digno, ser merecedor" (23) de testimonio tan excelso- tambien
mi sangre, sean una proclamaci�n del rendido amor y fe que te
profesamos y profesaremos siempre "los mas peque�os de tus hijos",
tus hijos mexicanos.

NORBERTO RIVERA CARRERA
ARZOBISPO PRIMADO DE MEXICO

Solemnidad de la Sant�sima Trinidad.
Mexico-Tenochtitlan, Domingo 2 de junio de 1996.

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1.- Nican Mopohua, v. 86.

2.- Ibidem, vv. 27-31.

3.- Mt. 16,24, Mc 8,34.

4.- Mt. 11, 28.

5.- Nican Mopohua, v. 32.

6.- Nican Mopohua, v. 32.

7.- Jn. 4, 10.

8.- Nican Mopohua, v. 119.

9.- Jn. 20, 29.

10.-Ibidem, v. 33.

11.-Ibidem, v. 75.

12.-Nican Mopohua, v. 50.

13.-Ibidem, v. 50.

14.-Ibidem, vv. 111-12.

15.-Ibidem, vv. 29-31.

16.-Mc. 13, 31; Luc. 21, 33; Mat. 24, 35.

17.-Cor. 12, 3.

18.-Cfr. Jn. 20, 29.

19.-2 Tim., 1, 12.

20.-1 Jn.,4, 16; 4, 10.

21.-Nican Mopohua, v. 139.

22.- v. 63.

23.- Ibidem, v. 9.

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