The Project Gutenberg EBook of Selección, by Tirso de Molina

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Title: Selección

Author: Tirso de Molina

Editor: Samuel Gili Gaya

Release Date: October 30, 2018 [EBook #58194]

Language: Spanish

Character set encoding: UTF-8

*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK SELECCIÓN ***




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NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

 * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se
   han convertido a MAYÚSCULAS.

 * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar.

 * Se ha respetado la ortografía del original --que difiere ligeramente
   de la actual--, normalizándola a la grafía de mayor frecuencia.

 * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan.

 * Las erratas declaradas al final del volumen se han incorporado al
   cuerpo principal del texto.

 * Algunas ilustraciones se han desplazado ligeramente, para evitar
   interrumpir estrofas o diálogos.




TIRSO DE MOLINA




 BIBLIOTECA LITERARIA DEL ESTUDIANTE
 DIRIGIDA POR RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
 TOMO XIII


 TIRSO
 DE MOLINA

 SELECCIÓN HECHA POR
 SAMUEL GILI GAYA

 _Dibujos de F. Marco._


 _MADRID, MCMXXII_
 INSTITUTO--ESCUELA
 JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS




[Ilustración]




EL CONDENADO POR DESCONFIADO




JORNADA PRIMERA


ESCENA I

(_Sale_ PAULO _de ermitaño_.)

PAULO.

   ¡Dichoso albergue mío!
 ¡Soledad apacible y deleitosa,
 que en el calor y el frío
 me dais posada en esta selva umbrosa,
 donde el huésped se llama
 o verde hierba o pálida retama!
   Agora, cuando el alba
 cubre las esmeraldas de cristales,
 haciendo al sol la salva,
 que de su coche sale por jarales,
 con manos de luz pura
 quitando sombras de la noche oscura,
   salgo de aquesta cueva
 que en pirámides altos de estas peñas
 naturaleza eleva,
 y a las errantes nubes hace señas
 para que noche y día,
 ya que no hay otra, le haga compañía.
   Salgo a ver este cielo,
 alfombra azul de aquellos pies hermosos.
 ¿Quién, ¡oh celestes cielos!
 aquesos tafetanes luminosos
 rasgar pudiera un poco
 para ver...? ¡Ay de mí! Vuélvome loco.
   Mas ya que es imposible,
 y sé cierto, Señor, que me estáis viendo
 desde ese inaccesible
 trono de luz hermoso, a quien sirviendo
 están ángeles bellos,
 más que la luz del sol hermosos ellos,
   mil glorias quiero daros
 por las mercedes que me estáis haciendo
 sin saber obligaros.
 ¿Cuándo yo merecí que del estruendo
 me sacarais del mundo,
 que es umbral de las puertas del profundo?
   ¿Cuándo, Señor divino,
 podrá mi indignidad agradeceros
 el volverme al camino,
 que, si yo lo conozco, es fuerza el veros,
 y tras esta victoria,
 darme en aquestas selvas tanta gloria?
   Aquí los pajarillos,
 amorosas canciones repitiendo
 por juncos y tomillos,
 de Vos me acuerdan, y yo estoy diciendo:
 “Si esta gloria da el suelo,
 ¿qué gloria será aquella que da el Cielo?”
   Aquí estos arroyuelos,
 jirones de cristal en campo verde,
 me quitan mis desvelos,
 y son causa a que de Vos me acuerde;
 ¡tal es el gran contento
 que infunde al alma su sonoro acento!
   Aquí silvestres flores
 el fugitivo tiempo aromatizan,
 y de varios colores
 aquesta vega humilde fertilizan.
 Su belleza me asombra:
 calle el tapete y berberisca alfombra.
   Pues con estos regalos,
 con aquestos contentos y alegrías,
 ¡bendito seas mil veces,
 inmenso Dios, que tanto bien me ofreces!
   Aquí pienso seguirte,
 ya que el mundo dejé para bien mío;
 aquí pienso servirte,
 sin que jamás humano desvarío,
 por más que abra la puerta
 el mundo a sus engaños, me divierta.
   Quiero, Señor divino,
 pediros de rodillas húmilmente
 que en aqueste camino
 siempre me conservéis piadosamente.
 Ved que el hombre se hizo
 de barro vil, de barro quebradizo.


ESCENA II

(_Sale_ PEDRISCO _con un haz de hierba. Pónese_ PAULO _de rodillas, y
elévase_.)

PEDRISCO.

   Como si fuera borrico
 vengo de hierba cargado,
 de quien el monte está rico:
 si esto como, ¡desdichado!,
 triste fin me pronostico.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   De mi tierra me sacó
 Paulo, diez años habrá,
 y a aqueste monte apartó;
 él en una cueva está,
 y en otra cueva estoy yo.
   Aquí penitencia hacemos,
 y sólo hierbas comemos,
 y a veces nos acordamos
 de lo mucho que dejamos
 por lo poco que tenemos.
   Aquí al sonoro raudal
 de un despeñado cristal,
 digo a estos olmos sombríos:
 “¿Dónde estáis, jamones míos,
 que no os doléis de mi mal?
   Cuando yo solía cursar
 la ciudad y no las peñas
 (¡memorias me hacen llorar!),
 de las hambres más pequeñas
 gran pesar solíais tomar.
   Erais, jamones, leales:
 bien os puedo así llamar,
 pues merecéis nombres tales,
 aunque ya de las mortales
 no tengáis ningún pesar.”

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA III

[PAULO _sueña que la muerte le hiere en el corazón, y al quedar su
cuerpo “como despojo de la madre tierra”, el alma libertada se presenta
ante el Tribunal de Dios, donde ve con espanto que sus culpas pesan más
que sus buenas obras en la balanza del Justicia mayor del Cielo; el
Juez santo le condena al Infierno_.]

PAULO.

   Con aquella fatiga y aquel miedo
 desperté, aunque temblando, y no vi nada
 si no es mi culpa, y tan confuso quedo,
 que si no es a mi suerte desdichada,
 o traza del contrario, ardid o enredo,
 que vibra contra mí su ardiente espada,
 no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,
 me declarad la causa de este espanto.
   ¿Heme de condenar, mi Dios divino,
 como este sueño dice, o he de verme
 en el sagrado alcázar cristalino?
 Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.
 ¿Qué fin he de tener? Pues un camino
 sigo tan bueno, no queráis tenerme
 en esta confusión, Señor eterno.
 ¿He de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?
   Treinta años de edad tengo, Señor mío,
 y los diez he gastado en el desierto,
 y si viviera un siglo, un siglo fío
 que lo mismo ha de ser: esto os advierto.
 Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,
 ¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.
 Respondedme, Señor; Señor eterno,
 ¿he de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?


ESCENA IV

(_Aparece el_ DEMONIO _en lo alto de una peña_.)

DEMONIO.

   Diez años ha que persigo
 a este monje en el desierto,
 recordándole memorias
 y pasados pensamientos;
 siempre le he hallado firme,
 como un gran peñasco opuesto.
 Hoy duda en su fe, que es duda
 de la fe lo que hoy ha hecho,
 porque es la fe en el cristiano
 que sirviendo a Dios y haciendo
 buenas obras, ha de ir
 a gozar de Él en muriendo.
 Este, aunque ha sido tan santo,
 duda de la fe, pues vemos
 que quiere del mismo Dios,
 estando en duda, saberlo.
 En la soberbia también
 ha pecado: caso es cierto.
 Nadie como yo lo sabe,
 pues por soberbio padezco.
 Y con la desconfianza
 le ha ofendido, pues es cierto
 que desconfía de Dios
 el que a su fe no da crédito.
 Un sueño la causa ha sido;
 y el anteponer un sueño
 a la fe de Dios, ¿quién duda
 que es pecado manifiesto?
 Y así me ha dado licencia
 el Juez más supremo y recto
 para que con más engaños
 le incite agora de nuevo.
 Sepa resistir valiente
 los combates que le ofrezco,
 pues supo desconfiar
 y ser, como yo, soberbio.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 De ángel tomaré la forma,
 y responderé a su intento
 cosas que le han de costar
 su condenación, si puedo.

(_Quítase el_ DEMONIO _la túnica y queda de ángel_.)

PAULO.

 ¡Dios mío! Aquesto os suplico.
 ¿Salvaréme, Dios inmenso?
 ¿Iré a gozar vuestra gloria?
 Que me respondáis espero.

DEMONIO.

   Dios, Paulo, te ha escuchado,
 y tus lágrimas ha visto.

PAULO.

 ¡Qué mal el temor resisto! (_Aparte._)
 Ciego en mirarlo he quedado.

DEMONIO.

   Me ha mandado que te saque
 de esa ciega confusión,
 porque esa vana ilusión
 de tu contrario se aplaque.
   Ve a Nápoles, y a la puerta
 que llaman allá del Mar,
 que es por donde tú has de entrar
 a ver tu ventura cierta
   o tu desdicha, verás
 cerca de allá (estáme atento)
 un hombre...

PAULO.

              ¡Qué gran contento
 con tus razones me das!

DEMONIO.

   ...que Enrico tiene por nombre,
 hijo del noble Anareto.
 Conocerásle, en efeto,
 por señas que es gentilhombre,
   alto de cuerpo y gallardo.
 No quiero decirte más,
 porque apenas llegarás
 cuando le veas.

PAULO.

                 Aguardo
   lo que le he de preguntar
 cuando le llegare a ver.

DEMONIO.

 Sólo una cosa has de hacer.

PAULO.

 ¿Qué he de hacer?

DEMONIO.

                   Verle y callar,
   contemplando sus acciones,
 sus obras y sus palabras.

PAULO.

 En mi pecho ciego labras
 quimeras y confusiones.
   ¿Sólo eso tengo de hacer?

DEMONIO.

 Dios que en él repares quiere,
 porque el fin que aquél tuviere
 ese fin has de tener. (_Desaparece._)

PAULO.

   ¡Oh misterio soberano!
 ¿Quién este Enrico será?
 Por verle me muero ya.
 ¡Qué contento estoy! ¡qué ufano!


ESCENAS V A X

[PAULO, _acompañado de_ PEDRISCO, _se dispone a ir a Nápoles. El_
DEMONIO _ha logrado su plan, pues ha infundido la duda en el espíritu
del ermitaño_.]

DEMONIO.

   Bien mi engaño va trazado.
 Hoy verá el desconfiado
 de Dios y de su poder
 el fin que viene a tener,
 pues él propio lo ha buscado.


ESCENAS XI Y XII

[PAULO _y_ PEDRISCO _llegan a la Puerta del Mar, en Nápoles, sitio
designado por el Demonio para que conozcan a Enrico_.]

PEDRISCO.

   Maravillado estoy de tal suceso.

PAULO.

 Secretos son de Dios.

PEDRISCO.

                       ¿De modo, padre,
 que el fin que ha de tener aqueste Enrico,
 ha de tener también?

PAULO.

                      Faltar no puede
 la palabra de Dios: el ángel suyo
 me dijo que si Enrico se condena,
 me he de condenar; y si él se salva,
 también me he de salvar.

PEDRISCO.

                          Sin duda, padre,
 que es un santo varón aqueste Enrico.

PAULO.

 Eso mismo imagino.

PEDRISCO.

                    Esta es la puerta
 que llaman de la Mar.

PAULO.

                      Aquí me manda
 el ángel que le aguarde.

(_Aparece_ ENRICO _con sus compañeros_.)

ROLDÁN.

                         Deteneos, Enrico.

ENRICO.

 Al mar he de arrojalle, vive el cielo.

PAULO.

 A Enrico oí nombrar.

ENRICO.

                      ¿Gente mendiga
 ha de haber en el mundo?

CHERINOS.

                          Deteneos.

ENRICO.

 Podrásme detener en arrojándole.

CELIA.

 ¿Dónde vas? Detente.

ENRICO.

                      No hay remedio:
 harta merced te hago, pues te saco
 de tan grande miseria.

ROLDÁN.

                        ¡Qué habéis hecho!

(_Salen todos._)

ENRICO.

 Llegóme a pedir un pobre una limosna;
 dolióme el verle con tan gran miseria;
 y por que no llegase a avergonzarse
 otro desde hoy, cogíle en brazos
 y le arrojé en el mar.

PAULO.

                        ¡Delito inmenso!

ENRICO.

 Ya no será más pobre, según pienso.

PEDRISCO.

 ¡Algún diablo limosna te pidiera!

CELIA.

 ¡Siempre has de ser cruel!

ENRICO.

                            No me repliques,
 que haré contigo y los demás lo mismo.

ESCALANT.

 Dejemos eso agora, por tu vida.
 Sentémonos los dos, Enrico amigo.

PAULO (_a_ PEDRISCO).

 A éste han llamado Enrico.

PEDRISCO.

                            Será otro.
 ¿Querías tú que fuese este mal hombre,
 que en vida está ya ardiendo en los infiernos?
 Aguardemos a ver en lo que para.

ENRICO.

 Pues siéntense voarcedes, porque quiero
 haya conversación.

ESCALANT.

                    Muy bien ha dicho.

ENRICO.

 Siéntese Celia aquí.

CELIA.

                      Ya estoy sentada.

ESCALANT.

 Tú, conmigo, Lidora.

LIDORA.

 Lo mismo digo yo, seor Escalante.

CHERINOS.

 Siéntese aquí, Roldán.

ROLDÁN.

                        Ya voy, Cherinos

PEDRISCO.

 ¡Mire qué buenas almas, padre mío!
 Lléguese más, verá de lo que tratan.

PAULO.

 ¡Que no viene mi Enrico!

PEDRISCO.

                          Mire y calle,
 que somos pobres, y este desalmado
 no nos eche en la mar.

ENRICO.

                        Agora quiero
 que cuente cada uno de vuarcedes
 las hazañas que ha hecho en esta vida.
 Quiero decir... hazañas... latrocinios,
 cuchilladas, heridas, robos, muertes,
 salteamientos y cosas de este modo.

ESCALANT.

 Muy bien ha dicho Enrico.

ENRICO.

                           Y al que hubiere
 hecho mayores males, al momento
 una corona de laurel le pongan,
 cantándole alabanzas y motetes.

ESCALANT.

 Soy contento.

ENRICO.

               Comience, seo Escalante.

PAULO.

 ¡Que esto sufre el Señor!

PEDRISCO.

                           Nada le espante.

ESCALANT.

 Yo digo ansí.

PEDRISCO.

               ¡Qué alegre y satisfecho!

ESCALANT.

 Veinticinco pobretes tengo muertos,
 seis casas he escalado, y treinta heridas
 he dado con la chica.

PEDRISCO.

                       ¡Quién te viera
 hacer en una horca cabriolas!

ENRICO.

 Diga, Cherinos.

PEDRISCO.

                 ¡Qué ruin nombre tiene!
 ¡Cherinos! Cosa poca.

[Ilustración:

   De capas que he quitado en esta vida
 y he vendido a un ropero, está ya rico.]

CHERINOS.

                       Yo comienzo:
 No he muerto a ningún hombre; pero he dado
 más de cien puñaladas.

ENRICO.

                        ¿Y ninguna
 fué mortal?

CHERINOS.

             Amparóles la fortuna.
 De capas que he quitado en esta vida
 y he vendido a un ropero, está ya rico.

ENRICO.

 ¿Véndelas él?

CHERINOS.

               ¿Pues no?

ENRICO.

                         ¿No las conocen?

CHERINOS.

 Por quitarse de aquestas ocasiones
 las convierte en ropillas y calzones.

ENRICO.

 ¿Habéis hecho otra cosa?

CHERINOS.

                          No me acuerdo.

PEDRISCO.

 ¿Mas que le absuelve ahora el ladronazo?

CELIA.

 Y tú, ¿qué has hecho, Enrico?

ENRICO.

                               Oigan voarcedes.

ESCALANT.

 Nadie cuente mentiras.

ENRICO.

                        Yo soy hombre
 que en mi vida las dije.

GALVÁN.

                          Tal se entiende.

PEDRISCO.

 ¿No escucha, padre mío, estas razones?

PAULO.

 Estoy mirando a ver si viene Enrico.

ENRICO.

 Haya, pues, atención.

CELIA.

                       Nadie te impide.

PEDRISCO.

 ¡Miren a qué sermón atención pide!

ENRICO.

   Yo nací mal inclinado,
 como se ve en los efectos
 del discurso de mi vida
 que referiros pretendo.
 Con regalos me crié
 en Nápoles, que ya pienso
 que conocéis a mi padre,
 que aunque no fué caballero
 ni de sangre generosa,
 era muy rico, y yo entiendo
 que es la mayor calidad
 el tener, en este tiempo.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Hurtaba a mi viejo padre,
 arcas y cofres abriendo,
 los vestidos que tenía,
 las joyas y los dineros.
 Jugaba, y digo jugaba
 para que sepáis con esto
 que de cuantos vicios hay
 es el primer padre el juego.
 Quedé pobre y sin hacienda,
 y yo --me he enseñado a hacerlo--,
 di en robar de casa en casa
 cosas de pequeño precio.
 Iba a jugar, y perdía;
 mis vicios iban creciendo.
 Di luego en acompañarme
 con otros del arte mesmo:
 escalamos siete casas,
 dimos la muerte a sus dueños;
 lo robado repartimos
 para dar caudal al juego.
 De cinco que éramos todos,
 sólo los cuatro prendieron,
 y nadie me descubrió,
 aunque les dieron tormento.
 Pagaron en una plaza
 su delito, y yo con esto,
 de escarmentado, acogíme
 a hacer a solas mis hechos.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 A treinta desventurados
 yo solo y aqueste acero,
 que es de la muerte ministro,
 del mundo sacado habemos:
 los diez, muertos por mi gusto,
 y los veinte me salieron,
 uno con otro, a doblón.
 Diréis que es pequeño precio:
 es verdad; mas, voto a Dios,
 que en faltándome el dinero,
 que mate por un doblón
 a cuantos me están oyendo.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 No respeto a religiosos:
 de sus iglesias y templos
 seis cálices he robado
 y diversos ornamentos
 que sus altares adornan.
 Ni a la justicia respeto:
 mil veces me he resistido
 y a sus ministros he muerto;
 tanto, que para prenderme
 no tienen ya atrevimiento.
 Y, finalmente, yo estoy
 preso por los ojos bellos
 de Celia, que está presente:
 todos la tienen respeto
 por mí, que la adoro;  y cuando
 sé que la sobran dineros,
 con lo que me da, aunque poco,
 mi viejo padre sustento,
 que ya le conoceréis
 por el nombre de Anareto.
 Cinco años ha que tullido
 en una cama le tengo,
 y tengo piedad con él
 por estar pobre el buen viejo;
 y como soy causa al fin
 de ponelle en tal extremo,
 por jugarle yo su hacienda
 el tiempo que fuí mancebo.
 Todo es verdad lo que he dicho,
 voto a Dios, y que no miento.
 Juzgad ahora vosotros
 cuál merece mayor premio.

PEDRISCO.

 Cierto, padre de mi vida,
 que con servicios tan buenos,
 que puede ir a pretender
 éste a la corte.

ESCALANT.

                  Confieso
 que tú el lauro has merecido.

ROLDÁN.

 Y yo confieso lo mesmo.

CHERINOS.

 Todos lo mesmo decimos.

CELIA.

 El laurel darte pretendo.

ENRICO.

 Vivas, Celia, muchos años.

CELIA.

 Toma, mi bien; y con esto,
 pues que la merienda aguarda,
 nos vamos.

GALVÁN.

            Muy bien has hecho.

CELIA.

 Digan todos: “¡Viva Enrico!”

TODOS.

 ¡Viva el hijo de Anareto!

ENRICO.

 Al punto todos nos vamos a holgarnos
 y entretenernos.

(_Vanse._)


ESCENA XIII

PAULO.

 Salid, lágrimas; salid,
 salid apriesa del pecho,
 no lo dejéis de vergüenza.
 ¡Qué lastimoso suceso!

PEDRISCO.

 ¿Qué tiene, padre?

PAULO.

                    ¡Ay, hermano!
 Penas y desdichas tengo.
 Este mal hombre que he visto
 es Enrico.

PEDRISCO.

            ¿Cómo es eso?

PAULO.

 Las señas que me dió el ángel
 son suyas.

PEDRISCO.

            ¿Es eso cierto?

PAULO.

 Sí, hermano, porque me dijo
 que era hijo de Anareto,
 y aquéste también lo ha dicho.

PEDRISCO.

 Pues aquéste ya está ardiendo
 en los infiernos.

PAULO.

 Eso sólo es lo que temo.
 El ángel de Dios me dijo
 que si éste se va al Infierno,
 que al Infierno tengo de ir,
 y al Cielo, si éste va al Cielo.
 Pues al Cielo, hermano mío,
 ¿cómo ha de ir éste, si vemos
 tantas maldades en él,
 tantos robos manifiestos,
 crueldades y latrocinios
 y tan viles pensamientos?

PEDRISCO.

 En eso, ¿quién pone duda?
 Tan cierto se irá al infierno
 como el despensero Judas.

PAULO.

 ¡Gran Señor! ¡Señor eterno!
 ¿Por qué me habéis castigado
 con castigo tan inmenso?
 Diez años y más, Señor,
 ha que vivo en el desierto
 comiendo hierbas amargas,
 salobres aguas bebiendo,
 sólo porque Vos, Señor,
 Juez piadoso, sabio, recto,
 perdonarais mis pecados.
 ¡Cuán diferente lo veo!
 Al Infierno tengo de ir.
 ¡Ya me parece que siento
 que aquellas voraces llamas
 van abrasando mi cuerpo!
 ¡Ay! ¡Qué rigor!

PEDRISCO.

                  Ten paciencia.

PAULO.

 ¿Qué paciencia o sufrimiento
 ha de tener el que sabe
 que se ha de ir a los Infiernos?
 ¡Al Infierno!, centro obscuro,
 donde ha de ser el tormento
 eterno y ha de durar
 lo que Dios durare. ¡Ah, Cielo!
 ¡Que nunca se ha de acabar!
 ¡Que siempre han de estar ardiendo
 las almas! ¡Siempre! ¡Ay de mí!

PEDRISCO.

 Sólo oírle me da miedo.
 Padre, volvamos al monte.

PAULO.

 Que allá volvamos pretendo;
 pero no a hacer penitencia,
 pues que ya no es de provecho.
 Dios me dijo que si aquéste
 se iba al Cielo, me iría al Cielo,
 y al profundo, si al profundo.
 Pues es ansí, seguir quiero
 su misma vida; perdone
 Dios aqueste atrevimiento:
 si su fin he de tener,
 tenga su vida y sus hechos;
 que no es bien que yo en el mundo
 esté penitencia haciendo,
 y que él viva en la ciudad
 con gustos y con contentos,
 y que a la muerte tengamos
 un fin.

PEDRISCO.

         Es discreto acuerdo.
 Bien has dicho, padre mío.

PAULO.

 En el monte hay bandoleros:
 bandolero quiero ser,
 porque así igualar pretendo
 mi vida con la de Enrico,
 pues un mismo fin tenemos.
 Tan malo tengo de ser
 como él, y peor si puedo;
 que pues ya los dos estamos
 condenados al Infierno,
 bien es que antes de ir allá
 en el mundo nos venguemos.




JORNADA SEGUNDA


ESCENAS I A XV

[GALVÁN, ESCALANTE _y otros rufianes compañeros de Enrico tienen
concertado para aquella noche un robo en la casa de Octavio el Genovés.
Mientras aquéllos hacen los preparativos_, ENRICO _va a cuidar de su
padre_ ANARETO.]

ENRICO.

   Pues mientras ellos se tardan,
 y el manto lóbrego aguardan
 que su remedio ha de ser,
 quiero un viejo padre ver
 que aquestas paredes guardan.
   Cinco años ha que le tengo
 en una cama tullido,
 y tanto a estimarle vengo,
 que, con andar tan perdido,
 a mi costa le mantengo.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   De lo que de noche puedo,
 varias casas escalando,
 robar con cuidado o miedo,
 voy su sustento aumentando,
 y a veces sin él me quedo.
   Que esta virtud solamente
 en mi virtud distraída
 conservo piadosamente:
 que es deuda al padre debida
 el serle el hijo obediente.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 (_Descubre su padre en una silla._)

   Aquí está; quiérole ver.
 Durmiendo está, al parecer.
 ¿Padre?

ANARETO.

         ¡Mi Enrico querido!

 ENRICO.

 Del descuido que he tenido
 perdón espero tener
   de vos, padre de mis ojos.
 ¿Heme tardado?

ANARETO.

                No, hijo.

ENRICO.

 No os quisiera dar enojos.

ANARETO.

 En verte me regocijo.

ENRICO.

 No el sol por celajes rojos
   saliendo a dar resplandor
 a la tiniebla mayor
 que espera tan alto bien
 parece al día tan bien
 como vos a mí, señor.
   Que vos para mí sois sol,
 y los rayos que arrojáis
 dese divino arrebol,
 son las canas con que honráis
 este reino.

ANARETO.

             Eres crisol
   donde la virtud se apura.

ENRICO.

 ¿Habéis comido?

ANARETO.

                 Yo, no.

ENRICO.

 Hambre tendréis.

ANARETO.

                  La ventura
 de mirarte me quitó
 la hambre.

ENRICO.

            No me asegura,
   padre mío, esa razón,
 nacida de la afición
 tan grande que me tenéis;
 pero agora comeréis,
 que las dos pienso que son
   de la tarde. Ya la mesa
 os quiero, padre, poner.

ANARETO.

 De tu cuidado me pesa.

ENRICO.

 Todo esto y más ha de hacer
 el que obediencia profesa.
   (Del dinero que jugué [_Aparte._]
 un escudo reservé
 para comprar qué comiese;
 porque, aunque al juego le pese,
 no ha de faltar esta fe.)
   Aquí traigo en el lenzuelo,
 padre mío, qué comáis.
 Estimad mi justo celo.

ANARETO.

 Bendito, mi Dios, seáis
 en la tierra y en el cielo,
   pues que tal hijo me distes,
 cuando tullido me vistes,
 que mis pies y manos sea.

ENRICO.

 Comed, por que yo lo vea.

ANARETO.

 Miembros cansados y tristes,
   ayudadme a levantar.

ENRICO.

 Yo, padre, os quiero ayudar.

ANARETO.

 Fuerza me infunden tus brazos.

ENRICO.

 Quisiera en estos abrazos
 la vida poderos dar.
   Y digo, padre, la vida,
 porque tanta enfermedad
 es ya muerte conocida.

ANARETO.

 La divina voluntad
 se cumpla.

ENRICO.

            Ya la comida
   os espera. ¿Llegaré
 la mesa?

ANARETO.

          No, hijo mío,
 que el sueño me vence.

ENRICO.

                        ¿A fe?
 Pues dormid.

ANARETO.

              Dádome ha un frío
 muy grande.

ENRICO.

             Yo os llegaré
   la ropa.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

            Vencióle el sueño,
 que es de los sentidos dueño,
 a dar la mejor lición.
 Quiero la ropa llegalle,
 y de esta suerte dejalle.

[_Sale a la calle, donde_ GALVÁN _le recuerda que tiene que asesinar
a_ ALBANO, _pues ha recibido ya la mitad de la paga por el crimen_.
ENRICO _se dispone a cometer el asesinato; pero al ver que su víctima
es un pobre anciano, el recuerdo de su padre le hace desistir de tal
propósito. El que le había pagado el crimen se presenta a reclamar
a_ ENRICO _el dinero por no haber cumplido su compromiso, y_ ENRICO,
_indignado, lo acuchilla sin piedad. En aquel momento, el_ GOBERNADOR,
_con la gente a sus órdenes, se presenta para prender a_ ENRICO;
_éste y_ GALVÁN _se defienden y matan al_ GOBERNADOR; _pero, al fin,
viéndose acosados, se arrojan al mar. Entre tanto_, PAULO, _en compañía
de_ PEDRISCO, _se había convertido en capitán de una cuadrilla de
bandoleros, que tenía aterrorizada a la comarca por la crueldad de sus
crímenes. De vez en cuando tiene algún remordimiento de conciencia._]

 (PAULO _en el campo_.)

MÚSICOS.

 _No desconfíe ninguno,_
 _aunque grande pecador,_
 _de aquella misericordia_
 _de que más se precia Dios._

PAULO.

 ¿Qué voz es esta que suena?

BANDOL.

 La gran multitud, señor,
 desos robles nos impide
 ver dónde viene la voz.

MÚSICOS.

 _Con firme arrepentimiento_
 _de no ofender al Señor_
 _llegue el pecador humilde,_
 _que Dios le dará perdón._

PAULO.

 Subid los dos por el monte,
 y ved si es algún pastor
 el que canta este romance.

BANDOL.

 A verlo vamos los dos.

MÚSICOS.

 _Su Majestad soberana_
 _da voces al pecador_
 _porque le llegue a pedir_
 _lo que a ninguno negó._

(_Sale por el monte un_ PASTORCILLO, _tejiendo una corona de flores_.)

PAULO.

 Baja, baja, pastorcillo;
 que ya estaba, vive Dios,
 confuso con tus razones,
 admirado con tu voz.
 ¿Quién te enseñó ese romance,
 que le escucho con temor,
 pues parece que en ti habla
 mi propia imaginación?

PASTORC.

 Este romance que he dicho
 Dios, señor, me le enseñó;
 o la Iglesia, su Esposa,
 a quien en la tierra dió
 poder suyo.

PAULO.

             Bien dijiste.

PASTORC.

 Advierte que creo en Dios.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

PAULO.

 ¿Y Dios ha de perdonar
 a un hombre que le ofendió
 con obras y con palabras
 y pensamientos?

PASTORC.

                 ¿Pues no?
 Aunque sus ofensas sean
 más que átomos del sol,
 y que estrellas tiene el cielo,
 y rayos la luna dió,
 y peces el mar salado
 en sus cóncavos guardó.
 Esta es su misericordia;
 que con decirle al Señor:
 _Pequé_, _pequé_, muchas veces,
 le recibe al pecador
 en sus amorosos brazos;
 que, en fin, hace como Dios.
 Porque si no fuera aquesto,
 cuando a los hombres crió,
 no los criara sujetos
 a su frágil condición.
 Porque si Dios, Sumo Bien,
 de nada al hombre formó
 para ofrecerle su gloria,
 no fuera ningún blasón
 en su majestad divina
 dalle aquella imperfección.
 Dióle Dios libre albedrío,
 y fragilidad le dió
 al cuerpo y al alma; luego
 dió potestad con acción
 de pedir misericordia,
 que a ninguno le negó.
 De modo que, si en pecando
 el hombre, el justo rigor
 procediera contra él,
 fuera el número menor
 de los que en el sacro alcázar
 están contemplando a Dios.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Mas mi ganado me aguarda,
 y ha mucho que ausente estoy.

PAULO.

 Tente, pastor, no te vayas.

PASTORC.

 No puedo tenerme, no,
 que ando por aquestos valles
 recogiendo con amor
 una ovejuela perdida
 que del rebaño huyó;
 y esta corona que veis
 hacerme con tanto amor,
 es para ella, si parece,
 porque hacérmela mandó
 el mayoral, que la estima
 del modo que le costó.
 El que a Dios tiene ofendido
 pídale perdón a Dios,
 porque es Señor tan piadoso,
 que a ninguno le negó.

PAULO.

 Aguarda, pastor.

PASTORC.

                  No puedo.

PAULO.

 Por fuerza te tendré yo.

PASTORC.

 Será detenerme a mí
 parar en su curso al sol.

[PAULO _cree ver en ello un aviso de la Providencia; pero al pensar
que su suerte ha de ser la misma que la de_ ENRICO, _la duda y la
desconfianza le impulsan a persistir en sus maldades_. ENRICO _y_
GALVÁN _han llegado nadando a las cercanías del sitio en que está
acampada la cuadrilla de_ PAULO, _y caen en poder de_ PEDRISCO _y sus
compañeros_. PAULO _manda que los aten a un árbol para ejecutarlos;
pero antes quiere probar si_ ENRICO _es impenitente para saber con
certeza cuál es el fin que Dios ha reservado a ambos. Para ello se
viste de ermitaño y se presenta ante_ ENRICO _para inducirle a confesar
sus pecados_.]


ESCENAS XVI Y XVII

(_Sale_ PAULO, _de ermitaño, con cruz y rosario_.)

PAULO.

   Con esta traza he querido
 probar si este hombre se acuerda
 de Dios, a quien ha ofendido.

ENRICO.

 ¡Que un hombre la vida pierda,
 de nadie visto ni oído!

GALVÁN.

   Cada mosquito que pasa
 me parece que es saeta.

ENRICO.

 El corazón se me abrasa.
 ¡Que mi fuerza esté sujeta!
 ¡Ah fortuna, en todo escasa!

PAULO.

   ¡Alabado sea el Señor!

ENRICO.

 ¡Sea por siempre alabado!

PAULO.

 Sabed con vuestro valor
 llevar este golpe airado
 de fortuna.

ENRICO.

             ¡Gran rigor!
   ¿Quién sois vos, que ansí me habláis?

PAULO.

 Un monje, que este desierto,
 donde la muerte esperáis,
 habita.

ENRICO.

         ¡Bueno, por cierto!
 Y ahora, ¿qué nos mandáis?

PAULO.

   A los que al roble os ataron
 y a mataros se apartaron
 supliqué con humildad
 que ya que con tal crueldad
 de daros muerte trataron,
   que me dejasen llegar
 a hablaros.

ENRICO.

             ¿Y para qué?

PAULO.

 Por si os queréis confesar,
 pues seguís de Dios la fe.

ENRICO.

 Pues bien se puede tornar,
   padre, o lo que es.

PAULO.

                       ¿Qué decís?
 ¿No sois cristiano?

ENRICO.

                     Sí soy.

PAULO.

 No lo sois, pues no admitís
 el último bien que os doy.
 ¿Por qué no lo recibís?

ENRICO.

   Porque no quiero.

PAULO.

 (_Aparte._)         (¡Ay de mí!
 Esto mismo presumí.)
 ¿No veis que os han de matar
 ahora?

ENRICO.

        ¿Quiere callar,
 hermano, y dejarme aquí?
   Si esos señores ladrones
 me dieren muerte, aquí estoy.

PAULO.

 (_Ap._) (¡En qué grandes confusiones
 tengo el alma!)

ENRICO.

                 Yo no doy
 a nadie satisfacciones.

PAULO.

   A Dios, sí.

ENRICO.

               Si Dios ya sabe
 que soy tan gran pecador,
 ¿para qué?

PAULO.

            ¡Delito grave!
 Para que su sacro amor
 de darle perdón acabe.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Mira que eres pecador,
 hijo.

ENRICO.

       Y del mundo el mayor,
 ya lo sé.

PAULO.

           Tu bien espero.
 Confiésate a Dios.

ENRICO.

                    No quiero,
 cansado predicador.

PAULO.

   Pues salga del pecho mío,
 si no dilatado río
 de lágrimas, tanta copia,
 que se anegue el alma propia,
 pues ya de Dios desconfío.
   Dejad de cubrir, sayal,
 mi cuerpo, pues está mal,
 según siente el corazón,
 una rica guarnición
 sobre tan falso cristal.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Colgad ese saco ahí,
 para que diga, ¡ay de mí!:
 “En tal puesto me colgó
 Paulo, que no mereció
 la gloria que encierro en mí.”
   Dadme la daga y la espada;
 esa cruz podéis tomar;
 ya no hay esperanza en nada,
 pues no me sé aprovechar
 de aquella sangre sagrada.
   Desatadlos.

ENRICO.

            Ya lo estoy,
 y lo que no he visto creo.

GALVÁN.

 Gracias a los cielos doy.

ENRICO.

 Saber la verdad deseo.

PAULO.

 ¡Qué desdichado que soy!

 · · · · · · · · · · · · · · ·

ENRICO.

 Esta novedad me espanta.

PAULO.

 Yo soy Paulo, un ermitaño,
 que dejé mi amada patria
 de poco más de quince años,
 y en esta oscura montaña
 otros diez serví al Señor.

ENRICO.

 ¡Qué ventura!

PAULO.

               ¡Qué desgracia!
 Un ángel, rompiendo nubes
 y cortinas de oro y plata,
 preguntándole yo a Dios
 qué fin tendría: “Repara
 (me dijo), ve a la ciudad,
 y verás a Enrico (¡ay, alma!),
 hijo del noble Anareto,
 que en Nápoles tiene fama.
 Advierte bien en sus hechos
 y contempla en sus palabras,
 que si Enrico al Cielo fuere,
 el Cielo también te aguarda;
 y si al Infierno, el Infierno.”
 Yo entonces imaginaba
 que era algún santo este Enrico;
 pero los deseos se engañan.
 Fuí allá, vite luego al punto,
 y de tu boca y por fama
 supe que eras el peor hombre
 que en todo el mundo se halla.
 Y ansí, por tener tu fin,
 quíteme el saco, y las armas
 tomé, y el cargo me dieron
 de esta foragida escuadra.
 Quise probar tu intención,
 por saber si te acordabas
 de Dios en tan fiero trance;
 pero salióme muy vana.
 Volví a desnudarme aquí,
 como viste, dando al alma
 nuevas tan tristes, pues ya
 la tiene Dios condenada.

ENRICO.

 Las palabras que Dios dice
 por un ángel, son palabras,
 Paulo amigo, en que se encierran
 cosas que el hombre no alcanza.
 No dejara yo la vida
 que seguías, pues fué causa
 de que quizá te condenes
 el atreverte a dejarla.
 Desesperación ha sido
 lo que has hecho, y aun venganza
 de la palabra de Dios,
 y una oposición tirana
 a su inefable poder;
 y al ver que no desenvaina
 la espada de su justicia
 contra el rigor de tu causa,
 veo que tu salvación
 desea; mas ¿qué no alcanza
 aquella piedad divina,
 blasón de que más se alaba?
 Yo soy el hombre más malo
 que naturaleza humana
 en el mundo ha producido;

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 mas siempre tengo esperanza
 en que tengo de salvarme,
 puesto que no va fundada
 mi esperanza en obras mías,
 sino en saber que se humana
 Dios con el más pecador,
 y con su piedad se salva.
 Pero ya, Paulo, que has hecho
 ese desatino, traza
 de que alegres y contentos
 los dos en esta montaña
 pasemos alegre vida,
 mientras la vida se acaba.
 Un fin ha de ser el nuestro:
 si fuere nuestra desgracia
 el carecer de la Gloria
 que Dios al bueno señala,
 mal de muchos, gozo es;
 pero tengo confianza
 en su piedad, que siempre
 vence a su justicia sacra.

PAULO.

 Consoládome has un poco.

GALVÁN.

 Cosa es, por Dios, que me espanta.

PAULO.

 Vamos donde descanséis.

ENRICO.

 (_Ap._) ¡Ay, padre de mis entrañas!
 Una joya, Paulo amigo,
 en la ciudad olvidada
 se me queda; y aunque temo
 el rigor que me amenaza,
 si allá muero, he de ir por ella,
 pereciendo en la demanda.
 Un soldado de los tuyos
 irá conmigo.

PAULO.

              Pues vaya
 Pedrisco, que es animoso.

GALVÁN.

 Yo me quedo en la montaña
 a hacer tu oficio.

PEDRISCO.

                    Yo voy
 donde paguen mis espaldas
 los delitos que tú has hecho.

ENRICO.

 Adiós, amigo.

PAULO.

               Ya basta
 el nombre para abrazarte.

ENRICO.

 Aunque malo, confianza
 tengo en Dios.

PAULO.

                Yo no la tengo
 cuando son mis culpas tantas.

 · · · · · · · · · · · · · · ·




JORNADA TERCERA


ESCENAS I A V

[ENRICO, _atraído por el amor filial, vuelve a Nápoles acompañado de_
PEDRISCO. _Ambos caen en poder de la justicia y están presos en la
cárcel de la ciudad._ CELIA _se burla de_ ENRICO _diciéndole que está
casada; él se enfurece y quiere romper los hierros de la prisión.
Acuden los carceleros para sujetarle y mata a uno de ellos con un golpe
de cadena en la cabeza. El_ ALCAIDE _manda que le pongan más hierros,
y sólo a viva fuerza pueden sujetarle. Vanse todos, y al quedar solo_
ENRICO, _el_ DIABLO, _invisible para él, viene a hablarle_.]


ESCENAS VI A VIII

ENRICO.

   En lóbrega confusión,
 ya, valiente Enrico, os veis:
 pero nunca desmayéis;
 tened fuerte el corazón,
 porque aquesta es la ocasión
 en que tenéis de mostrar
 el valor, que os ha de dar
 nombre altivo, ilustre fama.
 Mirad...

(_Dentro._)

          Enrico.

ENRICO.

                  ¿Quién llama?
 Esta voz me hace temblar.
   Los cabellos erizados
 pronostican mi temor;
 mas ¿dónde está mi valor?
 ¿Dónde mis hechos pasados?

(_Dentro._)

 Enrico.

ENRICO.

         Muchos cuidados
 siente el alma. ¡Cielo santo!
 ¿Cúya es voz que tal espanto
 infunde en el alma mía?

(_Dentro._)

 Enrico.

ENRICO.

         A llamar porfía.
 De mi flaqueza me espanto.
   A esta parte la voz suena,
 que tanto temor me da.
 ¿Si es algún preso que está
 amarrado a la cadena?
 Vive Dios, que me da pena.

(_Sale el_ DEMONIO _y no le ve_.)

DEMONIO.

 Tu desgracia lastimosa
 siento.

ENRICO.

         ¡Qué confuso abismo!
 no me conozco a mí mismo,
 y el corazón no reposa.
   Las alas está batiendo
 con impulsos de temor;
 Enrico, ¿éste es el valor?--
 Otra vez se oye el estruendo.

DEMONIO.

 Librarte, Enrico, pretendo.

ENRICO.

 ¿Cómo te puedo creer,
 voz, si no llego a saber
 quién eres y adónde estás?

DEMONIO.

 Pues agora me verás.

ENRICO.

 Ya no te quisiera ver.

DEMONIO.

   No temas.

ENRICO.

             Un sudor frío
 por mis venas se derrama.

DEMONIO.

 Hoy cobrarás nueva fama.

ENRICO.

 Poco de mis fuerzas fío.
 No te acerques.

DEMONIO.

                 Desvarío
 es el temer la ocasión.

ENRICO.

 Sosiégate, corazón.

DEMONIO.

 ¿Ves aquel postigo?

ENRICO.

                     Sí.

DEMONIO.

 Pues salte por él, y ansí
 no estarás en la prisión.

ENRICO.

   ¿Quién eres?

DEMONIO.

                Salte al momento,
 y no preguntes quién soy,
 que yo también preso estoy,
 y que te libres intento.

ENRICO.

 ¿Qué me dices, pensamiento?
 ¿Libraréme? Claro está.
 Aliento el temor me da
 de la muerte que me aguarda.
 Voime. Mas, ¿quién me acobarda?
 Mas otra voz suena ya.

(_Cantan dentro._)

MÚSICOS.

   _Detén el paso violento;_
 _mira que te está mejor_
 _que de la prisión librarte_
 _el estarte en la prisión._

ENRICO.

   Al revés me ha aconsejado
 la voz que en el aire he oído,
 pues mi paso ha detenido,
 si tú le has acelerado.
 Que me está bien he escuchado
 el estar en la prisión.

DEMONIO.

 Esa, Enrico, es ilusión
 que te representa el miedo.

ENRICO.

 Yo he de morir si me quedo;
 quiérome ir; tienes razón.

MÚSICOS.

   _Detente, engañado Enrico,_
 _no huyas de la prisión;_
 _pues morirás si salieres,_
 _y si te estuvieres, no._

ENRICO.

   Que si salgo he de morir
 y si quedo viviré,
 dice la voz que escuché.

DEMONIO.

 ¿Que al fin no te quieres ir?

ENRICO.

   Quedarme es mucho mejor.

DEMONIO.

 Atribúyelo a temor;
 pero, pues tan ciego estás,
 quédate preso, y verás
 cómo te ha estado peor. (_Vase._)

ENRICO.

   Desapareció la sombra,
 y confuso me dejó.
 ¿No es este el portillo? No.
 Este prodigio me asombra.
   ¿Estaba ciego yo, o vi
 en la pared un portillo?
 Pero yo me maravillo
 del gran temor que hay en mí.
   ¿No puedo salirme yo?
 Sí; bien me puedo salir.
 Pues, ¿cómo?... --¡Que he de morir!
 La voz me atemorizó.
   Algún gran daño se infiere
 de lo turbado que estoy.
 No importa, ya estoy aquí
 para el mal que me viniere.


ESCENAS IX A XIV

[_El_ ALCAIDE _lee a_ ENRICO _su sentencia de muerte. El criminal,
lejos de sentirse abatido, insulta al_ ALCAIDE _y rehusa confesarse
antes de morir_.]


ESCENA XV

ANARETO.

   Enrico, querido hijo,
 puesto que en verte me aflijo
 de tantos hierros cargado,
 ver que pagues tu pecado
 me da sumo regocijo.
   ¡Venturoso del que acá,
 pagando sus culpas, va
 con firme arrepentimiento;
 que es pintado este tormento
 si se compara al de allá!
   La cama, Enrico, dejé,
 y arrimado a este bordón,
 por quien me sustento en pie,
 vengo en aquesta ocasión.

ENRICO.

 ¡Ay, padre!

ANARETO.

             No sé,
   Enrico, si aquese nombre
 será razón que me cuadre,
 aunque mi rigor te asombre.

ENRICO.

 Eso ¿es palabra de padre?

ANARETO.

 No es bien que padre me nombre
   un hijo que no cree en Dios.

ENRICO.

 Padre mío, ¿eso decís?

ANARETO.

 No sois ya mi hijo vos,
 pues que mi ley no seguís.
 Solos estamos los dos.

ENRICO.

   No os entiendo.

ANARETO.

                   ¡Enrico, Enrico!
 A reprenderos me aplico
 vuestro loco pensamiento,
 siendo la muerte instrumento
 que tan cierto os pronostico.
   Hoy os han de ajusticiar,
 ¡y no os queréis confesar!
 ¡Buena cristiandad, por Dios!,
 pues el mal es para vos,
 y para vos el pesar.
   Aqueso es tomar venganza
 de Dios; el poder alcanza
 del impirio cielo eterno.
 Enrico, ved que hay Infierno
 para tan larga esperanza.
   Es el quererte vengar
 de esa suerte, pelear
 con un monte o una roca,
 pues cuando el brazo le toca,
 es para el brazo el pesar.
   Es, con dañoso desvelo,
 escupir el hombre al cielo
 presumiendo darle enojos,
 pues que le cae en los ojos
 lo mismo que arroja al cielo.
   Hoy has de morir: advierte
 que ya está echada la suerte;
 confiesa a Dios tus pecados,
 y ansí, siendo perdonados,
 será vida lo que es muerte.
   Si quieres mi hijo ser,
 lo que te digo has de hacer;
 si no (de pesar me aflijo),
 ni te has de llamar mi hijo,
 ni yo te he de conocer.

ENRICO.

   Bueno está, padre querido;
 que más el alma ha sentido
 (buen testigo de ello es Dios)
 el pesar que tenéis vos
 que el mal que espero afligido.
   Confieso, padre, que erré;
 pero yo confesaré
 mis pecados, y después
 besaré a todos los pies,
 para mostraros mi fe.
   Basta que vos lo mandéis,
 padre mío de mis ojos.

ANARETO.

 Pues ya mi hijo seréis.

ENRICO.

 No os quisiera dar enojos.

ANARETO.

 Vamos, porque os confeséis.

ENRICO.

   ¡Oh cuánto siento el dejaros!

ANARETO.

 ¡Oh cuánto siento el perderos!

ENRICO.

 ¡Ay, ojos! Espejos claros,
 antes hermosos luceros,
 pero ya de luz avaros.

ANARETO.

   Vamos, hijo.

ENRICO.

                A morir voy:
 todo el valor he perdido.

ANARETO.

 Sin juicio y sin alma estoy.

ENRICO.

 Aguardad, padre querido.

ANARETO.

 ¡Qué desdichado que soy!

ENRICO.

   Señor piadoso y eterno,
 que en vuestro alcázar pisáis
 cándidos montes de estrellas,
 mi petición escuchad.
 Yo he sido el hombre más malo
 que la luz llegó a alcanzar
 de este mundo, el que os ha hecho
 más que arenas tiene el mar
 ofensas; mas, Señor mío,
 mayor es vuestra piedad.
 Vos, por redimir el mundo,
 por el pecado de Adán,
 en una cruz os pusisteis;
 pues merezca yo alcanzar
 una gota solamente
 de aquella sangre real.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 ¡Gran Señor, misericordia!
 No puedo deciros más.

ANARETO.

 ¡Que esto llegue a ver un padre!

ENRICO.

 (_Para sí._) La enigma he entendido ya
 de la voz y de la sombra:
 la voz era angelical,
 y la sombra era el demonio.

ANARETO.

 Vamos, hijo.

ENRICO.

              ¿Quién oirá
 ese nombre, que no haga
 de sus dos ojos un mar?
 No os apartéis, padre mío,
 hasta que hayan de expirar
 mis ojos.

ANARETO.

           No hayas miedo.
 Dios te dé favor.

ENRICO.

                   Sí hará,
 que es mar de misericordia,
 aunque yo voy muerto ya.

ANARETO.

 Ten valor.

ENRICO.

            En Dios confío.
 Vamos, padre, donde están
 los que han de quitarme el ser
 que vos me pudisteis dar.


ESCENA XVI

(PAULO _en el monte_.)

PAULO.

   Cansado de correr vengo
 por este monte intrincado;
 atrás la gente he dejado
 que a ajena costa mantengo.
   Al pie deste sauce verde
 quiero un poco descansar,
 por ver si acaso el pesar
 de mi memoria se pierde.
   Tú, fuente, que murmurando
 vas entre guijas corriendo,
 en tu fugitivo estruendo
 plantas y aves alegrando,
   dame algún contento ahora,
 infunde al alma alegría
 con esa corriente fría
 y con esa voz sonora.
   Lisonjeros pajarillos
 que no entendidos cantáis,
 y holgazanes gorjeáis
 entre juncos y tomillos;
   dad con picos sonorosos
 y con acentos süaves
 gloria a mis pesares graves
 y sucesos lastimosos.
   En este verde tapete,
 jironado de cristal,
 quiero divertir mi mal
 que mi triste fin promete.

(_Echase a dormir y sale el_ PASTOR _con la corona, deshaciéndola_.)


ESCENAS XVII Y XVIII

PASTOR.

   Selvas intrincadas,
 verdes alamedas,
 a quien de esperanzas
 adorna Amaltea;
 fuentes que corréis
 murmurando apriesa
 por menudas guijas,
 por blandas arenas;
 ya vuelvo otra vez
 a mirar la selva,
 a pisar los valles
 que tanto me cuestan.
 Yo soy el pastor
 que en vuestras riberas
 guardé un tiempo alegre
 cándidas ovejas.
 Sus blancos vellones
 entre verdes felpas
 jirones de plata
 a los ojos eran.
 Era yo envidiado,
 por ser guarda buena,
 de muchos zagales
 que ocupan la selva;
 y mi mayoral,
 que en ajena tierra
 vive, me tenía
 voluntad inmensa,
 porque le llevaba,
 cuando quería verlas,
 las ovejas blancas
 como nieve en pellas.
 Pero desde el día
 que una, la más buena,
 huyó del rebaño,
 lágrimas me anegan.
 Mis contentos todos
 convertí en tristezas,
 mis placeres vivos
 en memorias muertas.
 Cantaba en los valles
 canciones y letras;
 mas ya en triste llanto
 funestas endechas.
 Por tenerla amor,
 en esta floresta
 aquesta guirnalda
 comencé a tejerla.
 Mas no la gozó;
 que engañada y necia
 dejó a quien la amaba
 con mayor firmeza.
 Y pues no la quiso
 fuerza es que ya vuelva,
 por venganza justa,
 hoy a deshacerla.

PAULO.

 Pastor, que otra vez
 te vi en esta sierra,
 si no muy alegre,
 no con tal tristeza,
 el verte me admira.

PASTOR.

 ¡Ay perdida oveja!
 ¡De qué gloria huyes,
 y a qué mal te allegas!

PAULO.

 ¿No es esa guirnalda
 la que en las florestas
 entonces tejías
 con gran diligencia?

PASTOR.

 Esta misma es;
 mas la oveja, necia,
 no quiere volver
 al bien que le espera,
 y ansí la deshago.

PAULO.

 Si acaso volviera,
 zagalejo amigo,
 ¿no la recibieras?

PASTOR.

 Enojado estoy,
 mas la gran clemencia
 de mi mayoral
 dice que aunque vuelvan,
 si antes fueron blancas,
 al rebaño negras,
 que las dé mis brazos
 y, sin extrañeza,
 requiebros las diga
 y palabras tiernas.

PAULO.

 Pues es superior,
 fuerza es que obedezcas.

PASTOR.

 Yo obedeceré;
 pero no quiere ella
 volver a mis voces,
 en sus vicios ciega.
 Ya de aquestos montes
 en las altas peñas
 la llamé con silbos
 y avisé con señas.
 Ya por los jarales,
 por incultas selvas,
 la anduve a buscar:
 ¡qué de ello me cuesta!
 Ya traigo las plantas
 de jaras diversas,
 y agudos espinos
 rotas y sangrientas.
 No puedo hacer más.

PAULO.

 En lágrimas tiernas
 baña el pastorcillo
 las mejillas bellas.
 Pues te desconoce,
 olvídate de ella
 y no llores más.

PASTOR.

 Que lo haga es fuerza.
 Volved, bellas flores,
 a cubrir la tierra,
 pues que no fué digna
 de vuestra belleza.
 Veamos si allá
 con la tierra nueva
 la pondrán guirnalda
 tan rica y tan bella.
 Quedaos, montes míos,
 desiertos y selvas,
 adiós, porque voy
 con la triste nueva
 a mi mayoral;
 y cuando lo sepa
 (aunque ya lo sabe)
 sentirá su mengua,
 no la ofensa suya,
 aunque es tanta ofensa.
 Lleno voy a verle
 de miedo y vergüenza:
 lo que ha de decirme
 fuerza es que lo sienta.
 Diráme: “Zagal,
 ¿ansí las ovejas
 que yo os encomiendo
 guardáis?” ¡Triste pena!
 Yo responderé...
 No hallaré respuesta,
 si no es que mi llanto
 la respuesta sea. (_Vase._)

PAULO.

 La historia parece
 de mi vida aquesta.
 De este pastorcillo
 no sé lo que sienta;
 que tales palabras
 fuerza es que prometan
 oscuras enigmas.
 Mas ¿qué luz es esta
 que a la luz del sol
 sus rayos se afrentan?

(_Con la música suben dos ángeles el alma de_ ENRICO _por una
apariencia, y prosigue_ PAULO:)

 Música celeste
 en los aires suena,
 y, a lo que diviso,
 dos ángeles llevan
 una alma gloriosa
 a la excelsa esfera,
 ¡Dichosa mil veces,
 alma, pues hoy llegas
 donde tus trabajos
 fin alegre tengan!
   Grutas y plantas agrestes,
 a quien el hielo corrompe,
 ¿no veis cómo el cielo rompe
 ya sus cortinas celestes?
   Ya rompiendo densas nubes
 y esos transparentes velos,
 alma, a gozar de los cielos
 feliz y gloriosa subes.
   Ya vas a gozar la palma
 que la ventura te ofrece:
 ¡triste del que no merece
 lo que tú mereces, alma!

[Ilustración: Muerte me han dado villanos.]


ESCENA XIX

(_Sale_ GALVÁN.)

GALVÁN.

   Advierte, Paulo famoso,
 que por el monte ha bajado
 un escuadrón concertado,
 de gente y armas copioso,
   que viene sólo a prendernos.
 Si no pretendes morir,
 solamente, Pablo, huír
 es lo que puede valernos.

[PAULO _y_ GALVÁN _se disponen a hacerles frente_.]


ESCENAS XX Y XXI

[_El_ JUEZ _y los villanos armados persiguen a_ PAULO, _el cual,
herido, cae rodando por las peñas. Sale_ PEDRISCO.]

PEDRISCO.

 ¿Cómo estás ansí?

PAULO.

                   ¡Ay de mí!
 Muerte me han dado villanos.
 Pero ya que estoy muriendo,
 saber de ti, amigo, aguardo
 qué hay del suceso de Enrico.

PEDRISCO.

 En la plaza le ahorcaron
 de Nápoles.

PAULO.

             Pues ansí,
 ¿quién duda que condenado
 estará al Infierno ya?

PEDRISCO.

 Mira lo que dices, Paulo;
 que murió cristianamente,
 confesado y comulgado
 y abrazado con un Cristo,
 en cuya vista enclavados
 los ojos, pidió perdón
 y misericordia, dando
 tierno llanto a sus mejillas,
 y a los presentes espanto.
 Fuera de aqueso, en muriendo
 resonó en los aires claros
 una música divina;
 y para mayor milagro
 y evidencia más notoria,
 dos paraninfos alados
 se vieron patentemente,
 que llevaban entre ambos
 el alma de Enrico al Cielo.

PAULO.

 ¡A Enrico, el hombre más malo
 que crió naturaleza!

PEDRISCO.

 ¿De aquesto te espantas, Paulo,
 cuando es tan piadoso Dios?

PAULO.

 Pedrisco, eso ha sido engaño:
 otra alma fué la que vieron,
 no la de Enrico.

PEDRISCO.

                  ¡Dios santo,
 reducidle vos!

PAULO.

                Yo muero.

PEDRISCO.

 Mira que Enrico gozando
 está de Dios: pide a Dios
 perdón.

PAULO.

         ¿Y cómo ha de darlo
 a un hombre que le ha ofendido
 como yo?

PEDRISCO.

          ¿Qué estás dudando?
 ¿No perdonó a Enrico?

PAULO.

                       Dios
 es piadoso...

PEDRISCO.

               Es muy claro.

PAULO.

 Pero no con tales hombres.
 Ya muero, llega tus brazos.

PEDRISCO.

 Procura tener su fin.

PAULO.

 Esa palabra me ha dado
 Dios; si Enrico se salvó,
 también yo salvarme aguardo. (_Muere._)


ESCENA XXII

[_Los villanos rodean el cadáver de_ PAULO. _Descúbrese fuego, y_ PAULO
_lleno de llamas_.]

PAULO.

 Si a Paulo buscando vais
 bien podéis ya ver a Paulo
 ceñido el cuerpo de fuego
 y de culebras cercado.
 No doy la culpa a ninguno
 de los tormentos que paso;
 sólo a mí me doy la culpa,
 pues fuí causa de mi daño.
 Pedí a Dios que me dijese
 el fin que tendría, en llegando
 de mi vida el postrer día:
 ofendíle, caso es llano;
 y como la ofensa vió
 de las almas el contrario,
 incitóme con querer
 perseguirme con engaños.
 Forma de un ángel tomó,
 y engañóme; que a ser sabio,
 con su engaño me salvara;
 pero fuí desconfiado
 de la gran piedad de Dios,
 que hoy a su juicio llegando,
 me dijo: “Baja, maldito
 de mi padre, al centro airado
 de los oscuros abismos,
 adonde has de estar penando.”
 ¡Malditos mis padres sean
 mil veces, pues me engendraron!
 ¡Y yo también sea maldito,
 pues que fuí desconfiado!

(_Húndese por el tablado, y sale fuego._)

JUEZ.

 Misterios son del Señor.

GALVÁN.

 ¡Pobre y desdichado Paulo!

PEDRISCO.

 ¡Y venturoso de Enrico,
 que de Dios está gozando!

JUEZ.

 Por que toméis escarmiento,
 no pretendo castigaros;
 libertad doy a los dos.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 No más: a Nápoles vamos
 a contar este suceso.

PEDRISCO.

 Y porque éste es tan arduo
 y difícil de creer,
 siendo verdadero el caso,
 vaya el que fuese curioso
 (porque sin ser escribano
 dé fe de ello), a Belarmino;
 y si no, más dilatado
 en la vida de los padres
 podrá fácilmente hallarlo.
 Y con aquesto da fin
 _El Mayor Desconfiado,_
 _y pena y gloria trocadas._
 El cielo os guarde mil años.

[Ilustración]




[Ilustración]




LA PRUDENCIA EN LA MUJER


_La escena es en Toledo, León y otros puntos._




JORNADA PRIMERA

Sala en el alcázar de Toledo.


ESCENA I

_El infante_ DON ENRIQUE, _el infante_ DON JUAN, DON DIEGO DE HARO.

D. ENRIQUE.

   Será la viuda reina esposa mía,
 y daráme Castilla su corona.
 O España volverá a llorar el día
 que al conde don Julián traidor pregona.
 ¿Con quién puede casar doña María,
 si de valor y hazañas se aficiona,
 como conmigo, sin hacerme agravio?
 Enrique soy; mi hermano, Alfonso _el Sabio_.

DON JUAN.

   La Reina y la corona pertenece
 a don Juan, de don Sancho _el Bravo_ hermano:
 mientras el niño rey Fernando crece,
 yo he de regir el cetro castellano.
 Pruebe, si algún traidor se desvanece,
 a quitarme la espada de la mano;
 que mientras gobernare su cuchilla,
 sólo don Juan gobernará a Castilla.

DON DIEGO.

   Está vivo don Diego López de Haro,
 que vuestras pretensiones tendrá a raya,
 y dando al tierno Rey seguro amparo,
 casará con su madre; y cuando vaya
 algún traidor contra el derecho claro
 que defiendo, señor soy de Vizcaya:
 minas son las entrañas de sus cerros,
 que hierro dan con que castigue yerros.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

D. ENRIQUE.

   Vos, caballero pobre, cuyo Estado
 cuatro silvestres son, toscos y rudos,
 montes de hierro, para el vil arado,
 hidalgos por Adán, como él desnudos,
 adonde en vez de Baco sazonado,
 manzanos llenos de groseros ñudos
 dan mosto insulso, siendo silla rica,
 en vez de trono, el árbol de Garnica,
   ¡Intentáis de la Reina ser consorte,
 sabiendo que pretende don Enrique
 casar con ella, ennoblecer su corte
 y que por rey España le publique!

DON JUAN.

 Cuando su intento loco no reporte
 y edificios quiméricos fabrique,
 mientras el reino gozo y su hermosura,
 se podrá desposar con su locura.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DON DIEGO.

   Cuatro bárbaros tengo por vasallos,
 a quien Roma jamás conquistar pudo,
 que sin armas, sin muros, sin caballos,
 libres conservan su valor desnudo.
 Montes de hierro habitan, que a estimallos,
 valiente en obras, y en palabras mudo,
 a sus miras guardárades decoro,
 pues por su hierro España goza su oro.
   Si su aspereza tosca no cultiva
 aranzadas a Baco, hazas a Ceres,
 es porque Venus huya, que lasciva
 hipoteca en sus frutos sus placeres.
 La encina hercúlea, no la blanda oliva,
 teje coronas para sus mujeres,
 que aunque diversas en el sexo y nombres
 en guerra y paz se igualan a sus hombres.
   El árbol de Garnica ha conservado
 sin que tiranos le hayan deshojado,
 la antigüedad que ilustra a sus señores,
 ni haga sombra a confesos ni a traidores.
 En su tronco, no en silla real sentado,
 nobles, puesto que pobres, electores
 tan sólo un señor juran, cuyas leyes
 libres conservan de tiranos reyes.
   Suyo lo soy ahora, y del Rey tío,
 leal en defendelle, y pretendiente
 de su madre, a quien dar la mano fío,
 aunque la deslealtad su ofensa intente.
 Infantes, si a la lengua iguala el brío,
 intérprete es la espada del valiente;
 vizcaíno es el hierro que os encargo,
 corto en palabras, pero en obras largo.

[Ilustración: ¡Ser mis esposos queréis...!]


ESCENA II

_La_ REINA DOÑA MARÍA, _de viuda_; DON ENRIQUE, DON JUAN, DON DIEGO.

REINA.

 ¿Qué es aquesto, caballeros,
 defensa y valor de España,
 espejos de lealtad,
 gloria y luz de las hazañas?
 Cuando muerto el rey don Sancho,
 mi esposo y señor, las galas
 truecan León y Castilla
 por jergas negras y bastas;
 cuando el moro granadino
 moriscos pendones saca
 contra el reino sin cabeza,
 y las fronteras asalta
 por la lealtad defendidas,
 y abriéndose su _Granada_,
 por las católicas vegas
 blasfemos granos derrama;
 ¡en civiles competencias,
 pretensiones mal fundadas,
 bandos que la paz destruyen,
 ambiciosas arrogancias,
 cubrís de temor los reinos,
 tiranizáis vuestra patria,
 dando en vuestra ofensa lenguas
 a las naciones contrarias!
 ¡Ser mis esposos queréis,
 y como mujer ganada
 en buena guerra, al derecho
 me reducís de las armas!
 ¡Casarme intentáis por fuerza,
 e ilustrándoos sangre hidalga,
 la libertad de mi gusto
 hacéis pechera y villana!

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Os engañáis, caballeros,
 que no está desamparada
 de estos reinos la corona,
 ni del Rey la tierna infancia.
 Don Sancho _el Bravo_ aún no es muerto;
 que como me entregó el alma,
 en mi pecho se conservan
 fieles y amorosas llamas.
 Si, porque es el Rey un niño
 y una mujer quien le ampara,
 os atrevéis ambiciosos
 contra la fe castellana,
 tres almas viven en mí:
 la de Sancho, que Dios haya;
 la de mi hijo, que habita
 en mis maternas entrañas,
 y la mía, en quien se suman
 esotras dos: ved si basta
 a la defensa de un reino
 una mujer con tres almas.
 Intentad guerras civiles,
 sacad gentes a campaña,
 vuestra deslealtad pregonen
 contra vuestro Rey las cajas;
 que aunque mujer, yo sabré
 en vez de las tocas largas
 y el negro monjil, vestirme
 el arnés y la celada.
 Infanta soy de León;
 salgan traidores a caza
 del hijo de una leona,
 que el reino ha puesto en su guarda,
 veréis si en vez de la aguja
 sabré ejercitar la espada,
 y abatir lienzos de muros
 quien labra lienzos de Holanda.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENAS III A V

[_Los pretendientes, al verse rechazados, reúnen sus partidarios y
alzan bandera de rebelión contra el Rey y la Regente._ DON JUAN _busca
el apoyo de los árabes granadinos_: DON ENRIQUE _acude en demanda de
ayuda a su sobrino el Rey de Portugal_; DON DIEGO DE HARO _espera
tropas de Aragón y Navarra_.

_La_ REINA _llama a sus vasallos a palacio y les presenta al niño
Fernando IV como rey legítimo de Castilla y León; pero mientras les
habla excitándoles a la lealtad, las tropas rebeldes cercan el palacio
y lo toman por asalto. La_ REINA _y su hijo huyen precipitadamente a
León_.]


ESCENAS VI A VIII

(_En Valencia de Alcántara._)

[_Las familias Benavides y Caravajal tienen desde antiguo profundos
resentimientos._ DON ALONSO CARAVAJAL _consigue el amor de_ DOÑA
TERESA DE BENAVIDES _y se desposa secretamente con ella_. DON JUAN DE
BENAVIDES _se siente afrentado por esta unión y reta a_ DON ALONSO:
_cuando están a punto de llegar a las manos se presenta la_ REINA,
_fugitiva_.]


ESCENA IX

REINA.

   Ilustres Caravajales,
 Benavides excelentes,
 mis deudos sois y parientes.
 Blasones os honran reales:
 mostrad hoy que sois leales.
   Un árbol sirve de silla
 a la inocencia sencilla
 de vuestro Rey incapaz.

(_Descubre al Rey niño encerrado en el tronco de un árbol._)

 No permitáis que en agraz
 os le malogre Castilla.
   Como la aurora, amanece
 entre la tiniebla oscura
 de la traición, que procura
 matárosle y le oscurece.
 Si este tierno sol merece
   glorias de una ilustre hazaña,
 lograd el que os acompaña,
 y con valor español
 defended los dos un sol
 que os da el oriente de España.

BENAVID.

   ¡Oh retrato del amor,
 niño Rey, humilde Alteza!
 Con tu angélica belleza
 se enternece mi rigor.
 No tuviera yo valor
   si el socorro que me pides,
 a las perlas que despides
 negaran mis fieles labios.
 Por los tuyos sus agravios
 olvidan los Benavides.
   Famosos Caravajales,
 treguas al enojo demos,
 y para después dejemos
 guerras y bandos parciales.
 No salgan los desleales
   con su bárbaro consejo.
 A estos pies mi agravio dejo
 para volverle a tomar,
 que mal se podrá olvidar
 el odio heredado y viejo.
   Juntemos nuestros amigos
 y de dos un campo hagamos;
 que mientras al Rey sirvamos
 no hemos de ser enemigos.
 Serán los cielos testigos,
   para ilustrarnos después,
 de que hoy el valor leonés,
 con lealtad y con amor,
 el bien del Rey su señor
 antepone a su interés.

DON AL.

   Fénix de España, nacido
 para que su gloria aumente,
 pájaro sois inocente,
 en ese árbol como en nido.
 ¿Quién, mi perla, os ha escondido
   desa suerte?

REY.

                Hanme quitado
 mi reino, y no me han dejado
 aun la cuna en que nací;
 y como a Herodes temí,
 vengo huyendo al despoblado.

DON PEDR.

   No temáis del gavilán,
 pájaro tierno y hermoso,
 por más que intente ambicioso
 hacer presa en vos don Juan.

BENAVID.

 Todos por ti morirán,
   sol de España, hasta que quedes
 libre de las viles redes
 de ambiciosos cazadores.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Alto, hidalgos, a León:
 muera el Infante tirano.
 Y vos, ejemplo cristiano, (_A la Reina._)
   regidnos desde este día,
 y será, pues de vos fía
 el cielo una ilustre hazaña,
 la Semíramis de España
 la reina doña María. (_Vanse._)


ESCENAS X A XII

(_Sala en el palacio de León._)

[_Los Infantes vencedores están gozando de su triunfo. Han decidido
repartirse el reino entre ambos_: DON JUAN _reinará en León, y_ DON
ENRIQUE, _en Murcia y Sevilla. Entre tanto, los Caravajales y Benavides
derrotan a las tropas de los Infantes, los cuales son sorprendidos y
presos. Custódianlos_ DON ALONSO _y_ DON PEDRO CARAVAJAL _y_ DON JUAN
DE BENAVIDES, _mientras esperan la sentencia que contra ellos ha de
dictar la enojada_ REINA.]


ESCENA XIII

(DON LUIS, _con una fuente de plata, y en ella un papel_.)

DON LUIS.

 La Reina ha mandado, Infantes,
 que entréis en esa capilla,
 donde os esperan dos padres
 que vuestras almas dispongan,
 porque quiere en esta tarde
 mostrar a España del modo
 que allanar rebeldes sabe.

DON ENR.

 ¿La Reina, nuestra señora,
 es posible que eso mande?
 ¡La piadosa! ¡La clemente!
 ¡A dos primos! ¡A dos grandes!
 ¡Ah mujeres! ¡Qué bien hizo
 naturaleza admirable
 en no entregaros las armas!

DON JUAN.

 Cuando darnos muerte mande,
 y por medio del rigor
 a Fernando el reino allane,
 puesto que con los rendidos
 es medio el amor más fácil,
 Portugal y Aragón tienen
 reyes de nuestro linaje
 que nuestra muerte la pidan
 y castiguen sus crueldades.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DON LUIS.

 Aquí está vuestra sentencia.

(_Presenta a los Infantes el papel que viene en la fuente._)

DON JUAN.

 ¿Con ella el plato nos hace?
 ¿En una fuente la envía?
 Pues tiempo vendrá en que pague
 la costa deste banquete,
 cuando lleguen a aprecialle
 con lanzas en vez de plumas
 los que nuestro valor saben.

DON ENR.

 Dejádmela ver primero.
 ¡Oh muerte fiera! ¡Que bastes
 a asombrar pechos de bronce
 sólo con un papel frágil!

(_Lee._) “Doña María Alfonso, reina y gobernadora de Castilla, León,
etc.: por el rey don Fernando IV deste nombre, su hijo, etc. Para
confusión de sediciosos y premio de leales, manda que los Infantes de
Castilla sus primos salgan libres de la fortaleza en que están presos,
se les restituyan sus Estados, y demás desto hace merced al infante
don Enrique de las villas de Feria, Mora, Morón y Santisteban de
Gormaz; y al infante don Juan, de las de Aillón, Astudillo, Curiel y
Cáceres, con esperanza, si se redujeren, de mayores acrecentamientos, y
certidumbre, si la ofendieren, de que le queda valor para defenderse y
ánimo para pagar nuevos deservicios con nuevos galardones. -- LA REINA
GOBERNADORA.”

(_Descórrese una cortina en el fondo, y aparece la Reina, en pie, sobre
un trono, coronada, con peto y espaldar, echados los cabellos atrás, y
una espada desnuda en la mano._)


ESCENA XIV

REINA.

   La reina doña María
 castiga de aquesta suerte
 delitos dignos de muerte.
 Contra vuestra alevosía
 en armas y en cortesía
   os ha venido a vencer,
 siendo hombres, una mujer,
 a daros vida resuelta,
 como quien la caza suelta
 para volverla a coger.
   Si pensáis que por temor
 que a los que os amparan tengo
 a daros libertad vengo,
 ofenderéis mi valor.
 Para confusión mayor
   vuestra, he querido premiaros;
 porque si acaso a inquietaros
 vuestra ambición os volviere,
 cuanto agora más os diere,
 tendré después que quitaros.
   Poco estima a su enemigo
 quien le vence y vuelve a armar;
 que en el noble es premio el dar,
 como el recebir, castigo.
 Si dándoos vida os obligo,
   por vuestra opinión volved,
 y si no, guerra me haced:
 veamos quién es más firme,
 vosotros en deservirme,
 y yo en haceros merced.

DON JUAN.

   No olvide jamás España
 tu magnánimo valor,
 pues juntas con el temor
 la piedad que te acompaña.
 Eternicen esta hazaña
   pinceles y plumas cuantas
 celebran memorias santas,
 pues que reprendiendo obligas,
 haciendo merced castigas
 y derribando levantas
   que yo desde aquí adelante,
 desta merced pregonero,
 seré en servirte el primero.

DON ENR.

 Y yo leal y constante,
 con satisfacción bastante...

REINA.

   Venid, y al Rey besaréis
 las manos.

DON JUAN.

            Desde hoy podéis
 regir nuestros corazones,
 que obligan más galardones
 que las armas que traéis.

 · · · · · · · · · · · · · · ·




JORNADA SEGUNDA


ESCENA I

DON JUAN, ISMAEL.

DON JUAN.

   De reinar tengo esperanza
 con traidora o fiel acción;
 mas no juzgo por traición
 lo que una corona alcanza.
   Reine yo, Ismael, por ti,
 y venga lo que viniere.

ISMAEL.

 Si el niño Fernando muere,
 cuya vida estriba en mí,
   no hay quien te haga competencia.

DON JUAN.

 De viruelas malo está;
 fácil de cumplir será
 mi deseo, si a tu ciencia
   juntas el mucho provecho
 que de hacer lo que te pido
 se te sigue.

ISMAEL.

              Agradecido
 a tu real y noble pecho
   quiero ser, porque esperanza
 tengo que en viéndote rey,
 has de amparar nuestra ley.
 Hebreo soy; la venganza
   de Vespasiano y de Tito,
 que asoló a Jerusalén,
 y el templo santo también,
 causando oprobio infinito
   a toda nuestra nación,
 nos hace andar desterrados,
 de todos menospreciados,
 siendo burla e irrisión
   del mundo, que desvarío
 quiere que mi ley se llame,
 sin que haya quien por infame
 no tenga el nombre judío.
   Mas si palabra me das,
 en viéndote rey, de hacer
 mi nación ennoblecer,
 y que podamos de hoy más
   tener cargos generosos,
 entrar en ayuntamientos,
 comprar varas, regimientos,
 y otros títulos honrosos,
   quitándole al Rey la vida
 te pondrás la corona hoy.
 Su protomédico soy;
 muerte llevo escondida
   en este término breve;

(_Saca un vaso de plata._)

 con que si te satisfago,
 diré que el Rey en un trago
 su reino y muerte se bebe.
   A un sueño mortal provoca,
 donde con facilidad,
 de la sombra a la verdad,
 y al corazón de la boca
   viendo el veneno correr,
 llamar de la muerte puedes
 los médicos Ganimedes,
 pues que la dan a beber.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA II

ISMAEL.

ISMAEL.

   Pues honra y provecho gano
 en matar a un niño Rey,
 y estima tanto mi ley
 a quien da muerte a un cristiano,
   ¿qué dudo que no ejecuto
 del infame la esperanza,
 de mi nación la venganza
 y destos reinos el luto?

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   El niño Rey está aquí;
 que beba su muerte trato.

(_Al querer entrar en el aposento del_ REY _repara en el retrato de la_
REINA, _que está sobre la puerta._)

 Mas ¡cielos! ¿no es el retrato
 éste de su madre? Sí.
   No sin causa me acobarda
 la traición que juzgo incierta,
 pues puso el Rey a su puerta
 su misma madre por guarda.
   ¡Vive Dios que estoy temblando
 de miralla, aunque pintada!
 ¿No parece que enojada
 muda me está amenazando?
   ¿No parece que en los ojos
 forja rayos enemigos,
 que amenazan mis castigos
 y autorizan sus enojos?
   No me miréis, Reina, airada.
 Si don Juan, que es vuestro primo,
 y en quien estriba el arrimo
 del Rey, prenda vuestra amada,
   es contra su mismo Rey,
 ¿qué mucho que yo lo sea,
 viniendo de sangre hebrea
 y profesando otra ley?
   No es mi traición tan culpada:
 tened la ira vengativa.
 ¡Qué hiciérades a estar viva
 pues que me asombráis pintada!
   Mas ¿para qué doy lugar
 a cobardes desvaríos?
 Ea, recelos judíos,
 pues es mi oficio matar,
   muera el Rey, y hágase cierta
 la dicha que me animó...

(_Al querer entrar, cae el retrato, y tápale la puerta._)

 Pero el retrato cayó,
 y me ha cerrado la puerta.
   Dichoso el vulgo ha llamado
 al judío, Reina hermosa;
 mas no hay más infeliz cosa
 que un judío desdichado.
   Y pues tanto yo lo he sido,
 riesgo corro manifiesto
 si no huyo de aquí...

(_Quiere huír por la otra puerta, sale la_ REINA, _detiénele, y él se
turba._)


ESCENA III

REINA.

                       ¿Qué es esto?
 ¿De qué estáis descolorido?
   Volved acá. ¿Adónde vais?
 ¿De qué es el desasosiego?

ISMAEL.

 Volveré, señora, luego.

REINA.

 Esperad. ¿De qué os turbáis?

ISMAEL.

   ¿Yo turbarme?

REINA.

                 No es por bueno.
 ¿Qué lleváis en ese vaso?

ISMAEL.

 ¿Quién? ¿Yo?

REINA.

              Detened el paso.

ISMAEL.

 Quien dijere que es veneno,
   y que al Rey nuestro señor
 no soy leal...

REINA.

                ¿Cómo es eso?

ISMAEL.

 Que estoy turbado confieso,
 pero no que soy traidor.

REINA.

   Pues aquí ¿quién os acusa?

ISMAEL.

 (_Ap._) Mi misma traición será.

REINA.

 Culpado, Ismael, está
 quien sin ocasión se excusa.

ISMAEL.

   El Infante es el ingrato,
 que yo no le satisfice;
 y si el retrato lo dice,
 engañaráse el retrato.
   Que aunque el paso me cerró,
 cuando a purgar al Rey vengo,
 yo, Reina, ¿qué culpa tengo,
 si el retrato se cayó?
   Don Juan, el infante, sí,
 que con aquesta bebida
 me manda quitar la vida
 al tierno Rey que ofendí...
   Digo, que ofendió el Infante.

REINA.

 En fin, vuestra turbación
 confesó vuestra traición;
 no paséis más adelante.
   ¿Es la purga de Fernando
 esa?

ISMAEL.

      Gran señora, sí;
 y si he de decir aquí
 la verdad... ¿Qué estoy dudando...?
   El deseo de reinar
 con don Juan tanto ha podido,
 que ciego me ha persuadido
 que llegue la muerte a dar
   al niño Rey; y el temor
 de que no me castigase
 me obligó que le jurase
 ser a su Alteza traidor.
   Afirméle que este vaso
 iba con la purga lleno
 de un instantáneo veneno;
 pero no haga dello caso
   Vuestra Alteza, que es mentira
 con que pretendí engañalle
 no más que por sosegalle
 y dar lugar a la ira.
   Y pues del título infame
 me he librado de traidor,
 juzgo agora por mejor
 que la purga se derrame;
   que otra medicina habrá
 que le haga al Rey más al caso.

(_Quiere derramarla y detiénele la Reina._)

REINA.

 Tened la mano y el vaso;
 que pues mi Fernando está
   para purgarse dispuesto,
 no es bien perder la ocasión
 por una falsa opinión
 que en mala fama os ha puesto.
   Conozco vuestra virtud;
 médico habéis siempre sido
 sabio, fiel y agradecido.
 Asegurad la salud
   del Rey y vuestra inocencia
 haciendo la salva agora
 a esa purga.

ISMAEL.

              Gran señora,
 no estoy, con vuestra licencia,
 dispuesto a purgarme yo,
 ni tengo la enfermedad
 del rey Fernando y su edad.

REINA.

 ¿Que no estáis enfermo?

ISMAEL.

                         No.

REINA.

   No importa; vuestra virtud
 desmienta agora este agravio:
 en salud se sangra el sabio;
 purgaréisos en salud.
   Tiene muy malos humores
 el reino desconcertado,
 y por remedio he tomado
 el purgalle de traidores:
   a vos no puede dañaros.

ISMAEL.

 Es muy recia, y no osaré
 tomarla, señora, en pie.

REINA.

 Pues buen remedio, asentaros.

ISMAEL.

   A vuestros pies me derribo;
 no permitáis tal rigor.

REINA.

 Bebedla; que haré, dotor,
 atenacearos vivo.
   El infante don Juan es
 noble, leal y cristiano,
 sin resabios de tirano,
 sin sospechas de interés.
   De la nación más rüin
 vos, que el sol mira y calienta;
 del mundo oprobio y afrenta,
 infame judío, en fin:
   ¿Cuál mentirá de los dos?
 ¿O cómo creeré que hay ley
 para no matar su Rey
 en quien dió muerte a su Dios?

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Bebed: ¿qué esperáis?

ISMAEL.

                       Señora,
 si el confesar mi traición
 no basta a alcanzar perdón,
 baste el ser vos...

REINA.

                     Bebé agora,
 o escoged salir mañana
 desnudo y a un carro atado
 a vista del vulgo airado
 y vuestra nación tirana,
   por las calles y las plazas,
 dando a la venganza temas,
 y vuestras carnes blasfemas
 al fuego y a las tenazas.

(_El hebreo, ante la amenaza de la_ REINA, _bebe. Vase por la puerta
del fondo, y cae muerto dentro._)


ESCENA IV

REINA.

   ¡Vos lleváis buena esperanza!
 Su bárbara muerte es cierta.
 Quiero cerrar esta puerta;
 que el ocultar mi venganza
   ha de importar por agora.
 ¡Ay, hijo del alma mía!
 Aunque mataros porfía
 quien no como yo os adora,
   el cielo os está amparando;
 mas pues sois ángel de Dios,
 sed ángel de guarda vos
 de vos mismo, mi Fernando.


ESCENAS V A VIII

[_Los Estados vecinos se aprovechan de los continuos disturbios de
Castilla, promovidos por los Infantes. Los árabes atacan Jaén; el
Rey de Aragón pone sitio a Soria, y en Extremadura se teme a los
portugueses. Para sostener los ejércitos fronterizos la_ REINA _se
ve obligada a vender su patrimonio y sus joyas, y cuando llega una
situación apurada empeña sus tocas a un mercader segoviano antes de
imponer nuevos pechos a los vasallos_.]


ESCENA IX

DON JUAN.

 (_Ap._) Alegre espero
 del Rey la agradable muerte.
   ¿Si habrá el veneno mortal
 asegurado mi suerte?
 ¡Oh corona! ¡Oh trono real!
 ¿Cuándo tengo de poseerte?

REINA.

   Primo.

DON JUAN.

          Señora.

REINA.

                  Bien sé
 que desde que os redujisteis
 a vuestro Rey, y volvisteis
 por vuestra lealtad y fe,
   a saber que algún rico hombre
 a su corona aspirara,
 y darle muerte intentara
 a costa de un traidor nombre,
   que pusiérades por él
 vida y hacienda.

DON JUAN.

                  Es ansí.
 (¿Si dice aquesto por mí?) (_Ap._)
 Creed de mi pecho fiel,
   gran señora, que prefiero
 la vida, el ser y el honor
 por el Rey nuestro señor.
 Pero el propósito espero
   a que me habléis desa suerte.

REINA.

 Solos estamos los dos:
 fiarme quiero de vos.

DON JUAN.

 (_Ap._) Angustias siento de muerte.

REINA.

   Sabed que un grande, y tan grande
 como vos... --¿De qué os turbáis?

DON JUAN.

 Témome que ocasionáis
 que algún traidor se desmande
 contra mí, y descomponerme
 con vuestra Alteza procure.

REINA.

 No hay contra vos quien murmure,
 que el leal seguro duerme.
   Digo, pues, que un grande intenta
 (y por su honra el nombre callo)
 subir a Rey de vasallo,
 y sus culpas acrecienta.
   Quisiérale reducir
 por algún medio discreto,
 y porque tendréis secreto,
 con vos le intento escribir;
   que por querelle bien vos
 mejor le reduciréis.

DON JUAN.

 ¿Yo bien?

REINA.

           Tan bien le queréis
 como a vos mismo.

DON JUAN.

                   Por Dios
   que el corazón me sacara
 a mí mismo, si supiera
 que en él tal traición cupiera.

REINA.

 Eso, primo, es cosa clara;
   que a no teneros por tal,
 no os descubriera su pecho.
 El mío está satisfecho
 de si sois o no leal.
   Aquí hay recado: escribid.

DON JUAN.

 (_Ap._) ¿Qué enigmas, cielos, son éstas?
 ¡Ay, reino, lo que me cuestas!

REINA.

 Tomad la pluma.

DON JUAN.

                 Decid.

REINA.

   _Infante..._

DON JUAN.

                Señora...

REINA.

                          Digo
 que así, _Infante_, escribáis.

DON JUAN.

 Si por _Infante_ empezáis,
 claro está que habláis conmigo,
   pues si don Enrique no,
 no hay en Castilla otro infante.
 Algún privado arrogante
 mi nobleza desdoró;
   y mentirá el desleal
 que me impute tal traición.

REINA.

 ¿No hay Infantes de Aragón,
 de Navarra y Portugal?
   ¿De qué escribiros servía
 estando juntos los dos?
 Haced más caso de vos.

DON JUAN.

 (_Ap._) ¡Qué traidor no desconfía!

(_Paseándose la_ REINA, _va dictando, y don Juan escribe_.)

REINA.

   _Infante: como un rey tiene_
 _dos ángeles en su guarda,_
 _poco en saber quién es tarda_
 _el que a hacelle traición viene._
 _Vuestra ambición se refrene;_
   _que se acabará algún día_
 _la noble paciencia mía,_
 _y os cortará mi aspereza_
 _esperanzas y cabeza..._
 _La reina doña María._
   Leedme agora el papel,
 que no es de importancia poca,
 y por la parte que os toca
 advertid, Infante, en él.

(_Léele don Juan._)

   Cerralde y dalde después.

DON JUAN.

 ¿A quién? Que sabello intento.

REINA.

 El que está en ese aposento
 os dirá para quién es. (_Vase._)


ESCENA X

DON JUAN.

 “¡El que está en ese aposento
 os dirá para quién es!”
 Misterios me habla, después
 que matar al Rey intento.
   ¡Escribe el papel conmigo,
 y remite a otro el decirme
 para quién es! Prevenirme
 intenta con el castigo.
   ¿Si hay aquí gente cerrada,
 para matarme en secreto?
 Ea, temor indiscreto,
 averiguad con la espada
   la verdad desta sospecha.

(_Saca la espada, abre la puerta del fondo y descubre al judío muerto
con el vaso en la mano._)

 ¡Al cielo! Mi daño es cierto:
 el doctor está aquí muerto
 y la esperanza deshecha
   que en su veneno estribó.
 Todo la Reina lo sabe,
 que en un vil pecho no cabe
 el secreto. Él le contó
   la determinación loca
 de mi intento depravado.
 El veneno que ha quedado
 he de aplicar a la boca. (_Toma el vaso._)
   Pagaré ansí mi delito,
 pues que colijo de aquí
 que sois, papel, para mí,
 siendo un muerto el sobrescrito.
   Si deste vano interés
 duda vuestro pensamiento,
 “El que está en este aposento
 os dirá para quién es.”
   Mudo dice que yo soy;
 muerto está por desleal;
 ¡quien fué en la traición igual,
 séalo en la muerte hoy!
   Que por no ver la presencia
 de quien ofendí otra vez,
 a un tiempo verdugo y juez
 he de ser de mi sentencia.

(_Quiere beber; sale la_ REINA _y quítale el vaso_.)


ESCENA XI

REINA.

   Primo, Infante, ¿estáis en vos?
 Tened la bárbara mano.
 ¿Vos sois noble? ¿Vos cristiano?
 Don Juan, ¿vos teméis a Dios?
   ¿Qué frenesí, qué locura
 os mueve a desesperaros?

DON JUAN.

 Si no hay para aseguraros
 satisfacción más segura
   si no es con que muerto quede,
 quiero ponerlo por obra,
 que quien mala fama cobra
 tarde restauralla puede.

REINA.

   Vos no la perdéis conmigo;
 ni aunque desleal os llame
 un hebreo vil e infame,
 que no vale por testigo,
   ¿le he de dar crédito yo?
 Él fué quien dar muerte quiso
 al Rey. Tuve dello aviso,
 y aunque la culpa os echó,
   ni sus engaños creí,
 ni a vos, don Juan, noble primo,
 menos que antes os estimo.
 El papel que os escribí
   es para daros noticia
 de que en cualquier yerro o falta
 ve mucho, por ser tan alta,
 la vara de la justicia;
   y lo que su honra daña
 quien fieles amigos deja,
 con traidores se aconseja,
 y a rüines acompaña.
   De la amistad de un judío
 ¿qué podía resultaros,
 si no es, Infante, imputaros
 tal traición, tal desvarío?
   Escarmentad, primo, en él,
 mientras que seguro os dejo;
 y si estimáis mi consejo,
 guardad mucho ese papel,
   porque contra la ambición
 sirva, si acaso os inquieta:
 a la lealtad de receta,
 de epítima al corazón;
   que siendo contra el honor
 la traición mortal veneno,
 no hay antídoto tan bueno,
 Infante, como el temor.

DON JUAN.

   No tengo lengua, señora,
 para ensalzar al presente
 la prudencia que en vos...

REINA.

                            Gente
 viene; dejad eso agora.


ESCENAS XII A XVII

[_El infante_ DON JUAN _prepara una nueva traición. Dice a varios
caballeros que la_ REINA _y_ DON JUAN CARAVAJAL _quieren casarse
proclamándose reyes de Castilla, y que han sobornado a un médico judío
para que envenene al niño Rey, pero el Infante llegó a tiempo de evitar
tan horrible crimen y castigó al médico con la muerte. En la habitación
inmediata les muestra el cadáver del judío. Como los caballeros no dan
crédito a las palabras del Infante, él les invita a que vayan aquella
noche a cenar a su quinta donde les dará testimonios indudables de los
propósitos de la_ REINA _y de_ CARAVAJAL.]

[_El mayordomo se presenta a la_ REINA _para decirle que, agotado por
completo el tesoro real y su crédito, por la noche no se podrá cenar en
Palacio_.]

REINA.

                         Los monteros
 de Espinosa, mis guardas, con secreto
 me prevenid, don Juan, y caballeros
 parientes vuestros: yo os diré a qué efeto.

DON AL.

 No quiero saber más que obedeceros.

REINA.

   La pena refrenad, que yo os prometo
 que esta noche, Melendo, a costa ajena
 habemos de tener una real cena.


ESCENA XVIII

DON JUAN, DON DIEGO, DON NUÑO, DON ÁLVARO. _Sala en la quinta del
infante don Juan._

DON JUAN.

   Mientras que se hace hora
 de cenar, entretengamos
 el tiempo.

DON NUÑO.

            Dados jugamos.

DON JUAN.

 Dejad los dados agora,
   que tienen muchos azares.

DON DIEGO.

 No es pequeño el que sospecho
 que ha de alborotar mi pecho
 don Juan, mientras no repares
   de la Reina la opinión,
 que corre riesgo por ti.

DON JUAN.

 Que al reino he librado di,
 don Diego, de una traición.

DON DIEGO.

   Más difícil de creer
 se me hace, cuanto más
 lo pienso.

DON JUAN.

            ¡Terrible estás,
 don Diego! Si te hago ver
   hacer la Reina favores
 a don Juan Caravajal,
 y en correspondencia igual
 que él la está diciendo amores,
   ¿crêráslo?

DON DIEGO.

              Crêré que miente
 la vista; pero en tal caso
 los celos en que me abraso,
 si ven tal traición presente,
   y de Castilla el decoro
 me obligará a que os incite
 que el gobierno se le quite,
 y en el alcázar de Toro
   esté presa.

DON JUAN.

               ¿A quién podremos
 nombrar por gobernador,
 y del niño Rey tutor?

DON NUÑO.

 Si a vos, don Juan, os tenemos,
   ¿qué hay que preguntar a quién?

DON JUAN.

 Yo soy muy poco ambicioso.

DON DIEGO.

 Don Enrique es poderoso,
 y tendrá ese cargo bien.

DON JUAN.

   Don Enrique ha pretendido
 ser rey, y si en su poder
 está el reino, ha de querer
 lo que hasta aquí no ha podido.

D. ÁLVARO.

   Serálo don Diego, pues,
 que nadie en España ignora
 quién es.

DON JUAN.

           Dejemos agora
 aquesto para después;
   que cuando por elección
 el reino en Cortes me elija,
 será fuerza que le rija,
 y tuerza mi inclinación.

DON DIEGO.

 (_Ap._)   Este es traidor, vive el cielo,
 y por verse rey levanta
 a la Reina, cuerda y santa,
 el insulto que recelo.
   Aunque la vida me cueste,
 lo tengo hoy de averiguar.

DON JUAN.

 Caballeros, a cenar. (_Tocan a rebato._)
 Pero ¿qué alboroto es éste?


ESCENA XIX

EL CRIADO.--DICHOS.

CRIADO.

   La Reina y toda su guarda
 la casa nos han cercado.

[Ilustración: Daos a prisión, caballeros.]

DON JUAN.

 (_Ap._) ¡Qué mucho si tiene al lado
 los dos ángeles de guarda
   que dijo, que la dan cuenta
 de aquesta nueva traición!
 ¿Cómo esperáis, corazón,
 sin matarme, tal afrenta?


ESCENA XX

DON ALONSO, DON MELENDO, SOLDADOS.--DICHOS; _después la_ REINA.

D. ALONSO.

   Daos a prisión, caballeros;
 las espadas de las cintas
 quitad.

(_Quítanselas y sale la_ REINA, _armada_.)

REINA.

         No se hacen las quintas
 si no es para entreteneros,
 ni es bien que yo guarde fueros
   a quien no guarda a mi honor
 el respeto que el valor
 de un vasallo a su Rey debe,
 y a dar crédito se atreve
 ligeramente a un traidor.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Si la vida que os he dado
 dos veces (que no debiera),
 apetecéis la tercera,
 Infante inconsiderado,
 decid, pues estáis atado
   al potro de la verdad,
 quién fué el que con deslealtad
 quiso dar veneno al Rey,
 haciendo a un hebreo sin ley
 ministro de tal maldad.

DON JUAN.

   Señora...

REINA.

             No moriréis,
 como la verdad digáis.

DON JUAN.

 Si piadosa me animáis,
 severa temblar me hacéis.
 Muerte es justo que me deis,
   y cesará la ambición
 de una loca inclinación
 que a su lealtad rompió el freno,
 y con el mortal veneno
 ha mezclado esta traición.
   Yo al médico persuadí
 que al Rey mi señor matase,
 porque en su silla gozase
 el reino que apetecí.
 Después que muerto le vi,
   por vos forzado a beber
 el veneno, hice creer
 a todos, en vuestra mengua,
 cosas que no osa la lengua
 memoria dellas hacer.

REINA.

   En la Mota de Medina
 Estaréis, Infante, preso
 hasta que os vuelva a dar seso
 el furor que os desatina.

DON JUAN.

 Quien a ser traidor se inclina,
   tarde volverá en su acuerdo.
 La libertad y honra pierdo
 por mi ambicioso interés:
 callar y sufrir, pues es
 por la pena el loco, cuerdo. (_Llévanle._)

DON NUÑO.

   Nadie, gran señora, ha dado
 fe en vuestra ofensa al Infante.

REINA.

 Noticia tengo bastante
 de quién es o no culpado.
 Dos ángeles traigo al lado,
 y el cielo a Fernando ayuda,
 que ingratos intentos muda.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

[_La_ REINA _obliga a todos los caballeros presentes a que le devuelvan
las rentas que tienen usurpadas al tesoro real_.]




JORNADA TERCERA


ESCENAS I A IV

[_Fernando IV llega a edad de reinar sin tutela. Su madre le da
prudentes consejos para el gobierno y se retira a la villa de Becerril._

DON NUÑO, DON ÁLVARO _y el infante_ DON ENRIQUE _se captan la privanza
del joven monarca, el cual trata con algún desdén a_ BENAVIDES _y a los
hermanos_ CARAVAJALES.]


ESCENA V

EL REY, DON ENRIQUE, DON NUÑO _y_ DON ÁLVARO, _en traje de caza_;
ACOMPAÑAMIENTO, _retirado_.

(_Claro en los montes de Toledo._)

REY.

   ¡Fértiles montes!

D. ÁLVAR.

                     Notables.

DON ENR.

 Afirmarte dellos puedo
 que, aunque ásperos y intratables,
 son los montes de Toledo
 más fecundos y admirables
 que los de África, alabados
 de Plinio por milagrosos.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

REY.

   De más estima es la caza
 que tienen, a que me inclino.

DON ENR.

 La que esta comarca abraza
 es tanta, que hasta el camino
 muchas veces embaraza.

REY.

   No pienso salir tan presto,
 Infante, de su aspereza.

DON ENR.

 Este ejercicio es honesto,
 y propio de la grandeza
 de un rey.

REY.

            Escuchad: ¿qué es esto?


ESCENA VI

(DON JUAN, _de labrador_.--DICHOS.)

DON JUAN.

 Ínclito y famoso Rey,
 felice por ser Fernando,
 en el valor el primero,
 aunque en sucesión el cuarto;
 si la justicia y prudencia
 que mostró en sus tiernos años
 Salomón, le ganó nombre
 eternamente de sabio,
 y a las puertas del gobierno
 sobre el trono estáis sentado
 de España, cuando Castilla
 os pone el cetro en la mano,
 imitad a Salomón,
 y entrad deshaciendo agravios,
 porque al principio os respeten
 y adoren vuestros vasallos.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 La reina doña María,
 mujer de don Sancho _el Bravo_,
 Jezabel contra inocentes,
 Athalía entre tiranos,
 por vivir a rienda suelta
 en tan ilícitos tratos,
 que para que no os ofendan,
 los publico con callarlos,
 intentando libre y torpe
 casarse con un vasallo,
 y dándôs la muerte niño,
 estos reinos usurparos;
 de mi lealtad temerosa,
 porque me dió mi cuidado
 noticia de sus intentos
 (que dan voces los pecados),
 viendo oponerme leal,
 con armas y con vasallos,
 a sus mortales deseos,
 quitado me ha mis Estados,
 y en la Mota de Medina
 ha, invicto señor, diez años
 que preso por inocente,
 lloro desdichas y agravios.
 Supe, gracias a los cielos,
 que vuelto el siglo dorado,
 el gobierno de Castilla
 resucita en vuestra mano,
 y que esta Athalía cruel
 se ha recogido, llevando
 los esquilmos de estos reinos,
 por su ambición disfrutados,
 y fiando en mi inocencia,
 y en la lealtad de un criado,
 hechas las sábanas tiras,
 del homenaje más alto
 descolgándome una noche,
 como me veis disfrazado,
 entre estos montes desiertos
 ha cuatro meses que paso.
 Si el poco conocimiento
 que tenéis de mis trabajos
 pone mi crédito en duda,
 y a persuadiros no basto
 a la justa indignación
 de vuestra madre, Fernando;
 don Juan soy, infante y hijo
 del rey don Alonso el Sabio;
 mi sobrino os llama el mundo,
 y yo mi señor os llamo.
 Ved si es razón, Rey famoso,
 que pobre y desheredado
 habite silvestres montes
 vuestro tío, y que triunfando
 de la lealtad la traición,
 coma las yerbas del campo.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

REY.

 Levantad, ilustre tío,
 del suelo, que estáis bañando,
 las generosas rodillas,
 y dadme los nobles brazos;
 que habéis sacado a los ojos
 lágrimas que os están dando
 los pésames del rigor
 con que el tiempo os ha tratado.
 Con vuestras quejas he oído
 la mala cuenta que ha dado
 mi madre de su gobierno;
 pero negocio tan arduo,
 aunque don Enrique alega
 lo que vos, y ha provocado
 mi severo enojo, pide
 que lo averigüe despacio.
 Contento estoy con la caza
 que en estos desiertos hallo,
 pues siendo vos su despojo
 a vuestro ser os restauro.
 Vuestros Estados os vuelvo,
 dándoos el mayordomazgo
 mayor de mi casa y corte.

DON JUAN.

 Reinéis, señor, siglos largos.

DON ENR.

 Para gozarlos seguro,
 es, gran señor, necesario
 que a los principios cortéis
 a los peligros los pasos.
 A lo que el Infante ha dicho
 contra vuestra madre, añado
 que es don Juan Caravajal
 el que en ilícitos tratos
 con la Reina ofende torpe
 la memoria de don Sancho,
 vuestro padre, y ambicioso
 el reino intenta usurparos.
 Para esto ofrece la Reina
 que al de Aragón dé la mano
 la infanta doña Isabel,
 vuestra hermana, y que éntre armado
 en Castilla, cuyo reino
 le entregará, porque amparo
 dé a sus livianos deseos.
 En León los dos hermanos
 Caravajales intentan,
 por ser tan emparentados,
 juntar sus deudos y amigos,
 y del reino apoderados
 alzar por doña María
 banderas, y despojaros
 de vuestro real patrimonio:
 para esto tiene usurpados
 diez cuentos de vuestra renta
 a costa de pechos varios,
 que mientras tuvo el gobierno
 la dieron vuestros vasallos.
 Mirad, gran señor, si piden
 la diligencia estos casos,
 con que ataja inconvenientes
 y imposibles vence el sabio.

REY.

 ¡Válgame el cielo! ¿Es posible
 que mi madre haya borrado
 la fama con tal traición,
 que su nombre ha eternizado?

 · · · · · · · · · · · · · · ·

D. ÁLVAR.

 Lo menos, señor, te han dicho
 de lo que pasa, que es tanto
 que excede a cualquiera suma.

D. NUÑO.

 Si yo por testigo valgo,
 afirmarte, señor, puedo
 que si no acudes temprano
 al peligro de Castilla,
 no has de poder remediallo.

REY.

 Alto, pues, vasallos míos;
 no es posible que haya engaño
 en vuestros hidalgos pechos;
 creeros quiero a los cuatro.
 Mi madre es mujer y moza;
 quedó el gobierno en su mano;
 el poder y el amor ciegan;
 no hay hombre cuerdo a caballo.
 Si por tantos años tuvo
 estos reinos a su cargo,
 ¿qué mucho, siendo ambiciosa,
 que sienta agora el dejarlos?
 El derecho natural
 perdone, que de dos daños
 se ha de elegir el menor.
 Castilla me pide amparo;
 mi madre la tiraniza;
 y pues conspira, afrentando
 la ley de naturaleza
 contra quien el ser ha dado,
 hoy mi justicia dé muestras
 que contra insultos y agravios
 no hay excepción de personas,
 sangre, ni deudos cercanos.
 Pues sois ya mi mayordomo,
 y estáis, Infante, agraviado,
 tomad a mi madre cuentas,
 hacelda alcances y cargos
 de las rentas de mis reinos;
 y si no igualan los gastos
 a los recibos, prendelda.

DON JUAN.

 No me mandéis...

REY.

                   Esto os mando:
 prended también los traidores
 Caravajales; que entrambos
 han de dar a España ejemplo,
 viéndolos en un cadalso.
 Juan Alfonso Benavides
 debe ser también tirano:
 en Santorcaz esté preso,
 que así al reino satisfago.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DON JUAN.

 Servirte sólo pretendo.

REY.

 Por los cielos soberanos,
 que ha de quedar en el mundo
 nombre de Fernando el Cuarto.

(_Vase con el acompañamiento._)


ESCENA VII

DON ENRIQUE, DON JUAN, DON NUÑO, DON ÁLVARO.

DON JUAN.

 Esto es hecho, don Enrique.

DON ENR.

 Dadme, sobrino, los brazos
 en que estriba nuestro aumento,
 y por vuestro ingenio gano.

DON JUAN.

 Quitemos aqueste estorbo;
 que si una vez derribamos
 la Reina, no hay que temer.

DON ENR.

 Para eso yo solo basto.

DON JUAN.

 Mas escuchad, si os parece,
 la traza que he imaginado
 para que los dos reinemos,
 que es sólo lo que intentamos.
 A la Reina tengo amor,
 sin que el tiempo haya borrado
 con injurias y prisiones
 de mi pecho su retrato.
 Si por verse perseguida
 de su hijo, que indignado
 ponella manda en prisión,
 su honor y fama arriesgando,
 con nosotros se conjura,
 y ofreciéndome la mano
 de esposa (que esto y más puede
 en la mujer un agravio),
 de la corona y la vida
 al mozo Rey despojamos,
 ¿qué dicha no conseguimos?
 ¿Qué temor basta a alterarnos?
 Vos reinaréis, don Enrique,
 en todo el término largo
 que abarca Sierra Morena,
 y yo en Castilla gozando
 el apetecido cetro;
 si con la Reina me caso,
 daré Trujillo a don Nuño,
 y a don Álvaro otro tanto.

DON ENR.

 Si eso con ella acabáis,
 habréis, don Juan, dado cabo
 a mi esperanza y temores.

D. ÁLVAR.

 La traza prudente alabo.

D. NUÑO.

 Infante, si a efeto llega,
 conquistad el pecho casto
 de la Reina, y habréis hecho
 un prodigioso milagro.

DON JUAN.

 Eso a mi cargo se quede.
 Venid: firmemos los cuatro,
 para más seguridad,
 la palabra que la damos
 de ser todos en su ayuda
 contra el Rey, pues de su mano
 la fortuna nos corona
 en Castilla.

DON ENR.

              Vamos.

LOS OTROS TRES.

                     Vamos. (_Vanse._)


ESCENAS VIII Y IX

[_La_ REINA _se instala en su villa de Becerril, donde vive rodeada del
cariño de los villanos_.]


ESCENA X

DON JUAN, DON NUÑO, DON ÁLVARO.--LA REINA, DON ALONSO, DON PEDRO.

D. ÁLVAR.

 (_Hablando ap. con el Infante al salir._)
   La Reina está aquí y también
 los Caravajales.

DON JUAN.

                  Tengo
 a dicha el tiempo a que vengo.

(_Llegándose a la Reina y los Caravajales._)

 Los dos a prisión se den.

D. ALONSO.

   ¿Nosotros? ¿Por qué ocasión?

DON JUAN.

 ¡Bueno es que ocasión pidáis,
 desleales, cuando estáis
 iniciados de traición!

D. PEDRO.

   Si no estuviera delante
 la Reina nuestra señora,
 pudiera un mentís agora
 daros la respuesta, Infante.

DON JUAN.

   ¡Oh villanos! Brevemente
 vuestros castigos darán
 muestras de quién sois.

REINA.

                         Don Juan,
 ¿sabéis que estoy yo presente?
   ¿Sabéis que la Reina soy?
 ¿Cómo llegáis indiscreto
 a prender, sin más respeto,
 ninguno donde yo estoy?

DON JUAN.

   Cumplo, señora, mi oficio.

REINA.

 Cuando yo a enojarme llegue...

DON JUAN.

 Vuestra Alteza se sosiegue,
 que esto es todo en su servicio.

REINA.

   ¡En mi servicio prender
 los que me sirven a mí!

DON JUAN.

 El Rey lo ha mandado ansí.

REINA.

 Si él lo manda, obedeced
   como vasallos leales,
 que tiene el lugar de Dios;
 mostrad en esto los dos
 quién son los Caravajales.
   Y si lo mismo procura
 hacer de mí, la cabeza
 le ofreceré.

DON JUAN.

              Vuestra Alteza
 tampoco está muy segura.
   Harto hará en mirar por sí.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

(DON NUÑO _y_ DON ÁLVARO _se llevan a_ DON ALONSO _y a_ DON PEDRO.)


ESCENA XI

REINA.

 Como a la real obediencia
 se sujeta mi paciencia,
 no os parezca novedad,
   don Juan, no favorecer
 a quien tan bien me sirvió,
 porque nunca bien mandó
 quien no supo obedecer.
   Mas el que es ministro real,
 cuando algún culpado prende,
 con la vara sólo ofende,
 que con la lengua hace mal.
   El juez prudente castiga
 cuando el cargo que vos cobra,
 y atormentando con la obra,
 con las palabras obliga.
   Poco mi respeto os debe.

DON JUAN.

 Cuando sepáis que estos dos,
 gran señora, contra vos
 han usado el trato aleve
   que ignoráis, no juzgaréis
 mi rigor por demasiado.

REINA.

 ¿Contra mí? Experimentado
 tengo, como vos sabéis,
   don Juan, en no pocos años,
 aunque es fácil la mujer,
 lo poco que hay que creer
 en testimonios y engaños.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DON JUAN.

   En prueba, señora, deso,
 porque sepáis cuán leales
 os son los Caravajales,
 y si el Rey mal los ha preso,
   advertid que han dicho al Rey
 que la ambición de mandar
 os obliga a conspirar
 contra el amor y la ley
   que a vuestro Rey y señor
 debéis; tanto, que usurpado
 tenéis a su real Estado
 treinta cuentos; que el amor
   que tenéis al de Aragón
 le fuerza, si os da la mano,
 a entregalle en ella llano
 a Castilla y a León;
   y otras cosas que no cuento,
 pues por indignas de oíllas,
 no sólo no oso decillas,
 mas de pensallas me afrento.
   El Rey, fácil de creer,
 contándole lo que pasa
 testigos de vuestra casa,
 manda que os venga a prender,
   después de tomaros cuentas
 del tiempo que gobernado
 habéis su reino, y cobrado
 de su corona las rentas.
   No quise que cometiese
 a otro el venir sino a mí,
 que serviros prometí,
 porque no se os atreviese;
   y como aquí los hallé,
 no me sufrió el corazón
 pasar por tan gran traición,
 y ansí prendellos mandé.

REINA.

   Que el Rey forme de mí quejas,
 y ponerme en prisión mande,
 no me espanto, mientras ande
 la lisonja a sus orejas.
   Mas ¡que los Caravajales
 tal traición contra mí digan!...
 Por más, don Juan, que persigan
 su valor los desleales,
   no saldrán con la demanda.
 Vuestro cargo ejercitad;
 prendedme, cuentas tomad,
 y haced lo que el Rey os manda.

DON JUAN.

   Yo, gran señora, juré
 de serviros y ayudaros,
 y lo que os debo pagaros
 con lealtad, amor y fe.
   El infante don Enrique
 y otros caballeros sienten
 que traidores os afrenten,
 y el Rey esto os notifique;
   para lo cual hemos hecho
 pleito homenaje de estar
 de vuestra parte, y pasar
 cualquier peligroso estrecho
   por vos, si darme la mano
 de esposa tenéis por bien,
 y el reino quitar también
 a un hijo tan inhumano.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   En este papel confirman
 esto cuatro ricos hombres,
 cuyo poder, sangre y nombres
 conoceréis, pues lo firman,
   que son don Enrique, yo
 con don Álvaro, y también
 don Nuño: si os está bien,
 mi amor justa paga halló.

REINA.

 (_Tomando el papel._)
   Guardaréle para indicio
 de vuestra lealtad y ley,
 y verá por él el Rey
 a quién tiene en su servicio...

(_Métele en la manga, y luego saca otro y le rompe._)

   Aunque pegarme podría
 la deslealtad que hay en él,
 que si es malo, de un papel
 se ha de huír la compañía,
   rasgalle es mejor consejo;
 que para vuestros castigos,
 es bien aumentar testigos,
 y será quebrado espejo,
   que en la parte más pequeña,
 como en la mayor, la cara
 retrata que en él repara;
 mas si en pedazos enseña
   las vuestras, viéndoos en él,
 como son tantas, don Juan,
 retratallas no podrán
 las piezas dese papel.
   Tomad las cuentas, primero
 que me prendáis, de la renta
 real, y alcanzadme de cuenta,
 si podéis; pero no espero
   que en eso me deis cuidado,
 pues vos mismo sois testigo
 que en tres que hicisteis conmigo,
 siempre quedasteis cargado.
   Pero esperadme, que en breve
 las que pedís os daré,
 porque el Rey seguro esté,
 y sepa quién a quién debe. (_Vase._)

DON JUAN.

   ¡Que callar me haga ansí
 el valor desta mujer!


ESCENA XII

_El_ REY, DON MELENDO, DON JUAN.

REY.

 Difícil es de creer
 que conspire contra mí
   mi misma madre, Melendo;
 pero es mujer: ¿qué me espanta?

DON MEL.

 La Reina, señor, es santa.

REY.

 Ver por mis ojos pretendo
   la verdad que temo en duda.

DON JUAN.

 ¡Rey y señor! ¿Vuestra Alteza
 Aquí?

REY.

       La poca certeza
 que tengo, manda que acuda
   en persona a averiguar
 la verdad destos sucesos.

DON JUAN.

 Ya están los hermanos presos
 que el reino os quieren quitar.
   Y la Reina, temerosa
 de veros con ella airado,
 conmigo se ha declarado,
 y promete ser mi esposa
   si en su favor contra vos
 estos reinos alboroto,
 y hago que sigan mi voto
 los grandes.

REY.

              ¡Válgame Dios!
   ¿Mi madre?

DON JUAN.

              No guarda ley
 la ambición que desvanece.
 Vuestra corona me ofrece;
 mas yo no estimo ser rey
   por medios tan desleales.
 De rodillas me ha pedido
 que, a su llanto enternecido,
 suelte a los Caravajales,
   y que me vaya a Aragón
 con ella; que desde allá
 con sus armas entrará
 a coronarme en León;
   y si resiste Castilla,
 irá después contra ella.
 Prendedla, señor, sin vella,
 porque si venís a oílla,
   yo sé que os ha de engañar;
 que, en fin, siendo madre vuestra,
 mozo vos, y ella tan diestra,
 más crédito habéis de dar
   que a mí a su fingido llanto.

REY.

 Esa no es razón ni ley.


ESCENA XIII

LA REINA.--EL REY, DON JUAN, DON MELENDO.

DON MEL.

 Aquí, señora, está el Rey.

DON JUAN.

 (_Ap._) De mis traiciones me espanto.

REINA.

 Huélgome que haya venido,
 hijo y señor, Vuestra Alteza
 a averiguar testimonios,
 que hace gigantes la ausencia.
 Su mucha cordura alabo,
 porque, en negocios de cuentas
 y de honras, suele un cero
 dañar mucho si se yerra;

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Mandado habéis a don Juan
 que a tomar la razón venga
 de vuestro real patrimonio;
 viéndolo vos, soy contenta,
 que aunque deberos me imputan
 privados que os lisonjean
 treinta cuentos, serán cuentos
 de mentiras, no de hacienda.
 Pero yo admito sus cargos:
 sumad, don Juan, en presencia
 del Rey, gastos y recibos,
 por que sus alcances vea.--
 Cuando de tres años solos
 quedó del Rey la inocencia
 y este reino a cargo mío,
 primeramente en la guerra
 que vos, Infante, le hicisteis,
 levantándole la tierra,
 llamándôs Rey de Castilla
 y enarbolando banderas,
 gasté, Infante, quince cuentos,
 hasta que en la fortaleza
 de León, preso por mí,
 peligró vuestra cabeza.
 Redújeos a mi servicio,
 y haciéndôs mercedes nuevas,
 murmuraron los leales,
 que veros pagar quisieran
 vuestra traición con la vida;
 y para enfrenar sus lenguas
 con el oro, que enmudece,
 les di tres, que no debiera.
 Item: en edificar
 en Valladolid las Huelgas,
 donde en continua oración
 a Dios sus monjas pidieran
 que de vos al Rey librase
 y las trazas deshiciera
 de vuestro pecho ambicioso
 en mi agravio y en su ofensa,
 veinte cuentos. Item más:
 cuando por estar su Alteza
 enfermo quisisteis darle
 veneno (ya se os acuerda)
 por medio del vil hebreo
 que entonces médico era
 del Rey, en una bebida,
 testigo de la fe vuestra;
 en hacimiento de gracias,
 misas, procesiones, fiestas,
 seis cuentos, que repartí
 en hospitales e iglesias.
 Aunque pudiera contar
 otras partidas inmensas,
 en que por servir al Rey
 vendí mis joyas y tierras,
 como todo el reino sabe,
 sólo os sumo, don Juan, éstas,
 que no las negaréis, pues
 tenéis tanta parte en ellas.
 Sólo no he de dejar una,
 porque el Rey que os honra, sepa
 cuán codiciosa usurpé
 en Castilla sus riquezas.
 A un mercader de Segovia,
 para pagar las fronteras
 de Aragón y Portugal,
 empeñé mis tocas mesmas,
 en prueba de vuestra fe,
 que no tuvisteis vergüenza
 de ver contra el real respeto
 sin tocas a vuestra Reina.
 Premié al mercader leal;
 quitéle mis nobles prendas,
 que los traidores agravian,
 y los leales respetan.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Ya me parece que basta
 esto en materia de cuentas;
 en materia de mi honor,
 para no seros molesta,
 aquí he escrito mis descargos.
 Vuestra Majestad los lea,

(_Dale un papel._)

 y conozca por sus firmas
 en quién su privanza emplea.

REY.

 ¡Válgame el cielo! Aquí dice
 que como mi madre ofrezca
 la mano a don Juan de esposa
 juntando Estados y fuerzas
 con don Enrique, don Nuño
 y otros, haciéndome guerra,
 me quitarán a Castilla
 para coronarla en ella.

REINA.

 Para asegurar traidores,
 fingí romper esa letra
 y la guardé para vos,
 otra rasgando por ella.

REY.

 Don Juan, ¿es vuestra esta firma?

DON JUAN.

 Sí, gran señor.

[Ilustración: Don Juan, ¿es vuestra esta firma?]

REY.

                 Pues en éstas
 a los demás desleales
 conozco. Si la prudencia
 que tanto celebra España,
 gran señora, en Vuestra Alteza,
 mi confusión no animara,
 por no estar en su presencia,
 de mí sin causa ofendida,
 sospecho que me muriera.

[_Los caballeros desleales han huído a Aragón. Al infante_ DON JUAN _se
le destierra de Castilla y León, y los Estados que le pertenecían son
repartidos entre_ BENAVIDES _y los dos_ CARAVAJALES.]

[Ilustración]




[Ilustración]




EL VERGONZOSO EN PALACIO




JORNADA PRIMERA


ESCENAS I A IV

[RUY LORENZO, _secretario del_ DUQUE DE AVERO, _intenta asesinar
al_ CONDE DE ESTREMOZ _para vengar ciertos agravios que de él había
recibido; pero sus intenciones son descubiertas a tiempo. Huye
precipitadamente_ RUY LORENZO _y el_ DUQUE _ordena que le busquen y le
prendan_.]


ESCENA V

(_Campo del ducado de Avero._ MIRENO _y_ TARSO, _pastores_.)

MIRENO.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Mucho ha que me tiene triste
 mi altiva imaginación,
 cuya soberbia ambición
 no sé en qué estriba o consiste.
   Considero algunos ratos,
 que los cielos, que pudieron
 hacerme noble, y me hicieron
 un pastor, fueron ingratos;
   y que, pues con tal bajeza
 me acobardo y avergüenzo,
 puedo poco, pues no venzo
 mi misma naturaleza.
   Tanto el pensamiento cava
 en esto, que ha habido vez
 que, afrentando la vejez
 de Lauro, mi padre, estaba
   por dudar si soy su hijo,
 o si me hurtó a algún señor,
 aunque de su mucho amor
 mi necio engaño colijo.
   Mil veces, estando a solas,
 le he preguntado, si acaso
 el mundo, que a cada paso
 honras anega en sus olas,
   le sublimó a su alto asiento
 y derribó del lugar
 que intenta otra vez cobrar
 mi atrevido pensamiento;

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Siempre, Tarso, ha malogrado
 estas imaginaciones,
 y con largas digresiones
 mil sucesos me ha contado,
   que todos paran en ser,
 contra mis intentos vanos,
 progenitores villanos
 los que me dieron el ser.
   Esto, que había de humillarme,
 con tal violencia me altera,
 que desta vida grosera
 me ha forzado a desterrarme,
   y que a buscar me desmande
 lo que mi estrella destina,
 que a cosas grandes me inclina
 y algún bien me guarda grande;

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   si quieres participar
 de mis males o mis bienes,
 buena ocasión, Tarso, tienes;
 déjame de aconsejar,
   y determínate luego.

TARSO.

 Para mí, bástame el verte,
 Mireno, de aquesa suerte:
 ni te aconsejo ni ruego;
   discreto eres; estodiado
 has con el cura; yo quiero
 seguirte, aunque considero
 de Lauro el grave cuidado.

MIRENO.

   Tarso, si dichoso soy,
 yo espero en Dios el trocar
 en contento su pesar.

TARSO.

 ¿Cuándo has de irte?

MIRENO.

                      Luego.

TARSO.

                             ¿Hoy?

MIRENO.

   Al punto.

TARSO.

             ¿Y con qué dinero?

 MIRENO.

 De dos bueyes que vendí,
 lo que basta llevo aquí.
 Vamos derechos a Avero.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENAS VI A XII

[MIRENO _y_ TARSO _han dejado de ser pastores y parten, muy gozosos,
por el camino de Avero. En el bosque, al lado del camino, encuentran al
fugitivo_ RUY LORENZO _y a su criado_ VASCO.]

RUY.

 · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

 ¿Adónde bueno, amigos?

MIRENO.

                        ¡Oh, señores!
 a la villa a comprar algunas cosas
 que el hombre ha menester. ¿Está allá el Duque?

RUY.

 Allá quedaba.

[Ilustración:

 es que los dos troquéis esos vestidos
por aquestos groseros;]

MIRENO.

               Déle vida el cielo.
 Y vosotros, ¿dó bueno? Que esta senda
 se aparta del camino real y guía
 a unas caserías que se muestran
 al pie de aquella sierra.

RUY.

                           Tus palabras
 declaran tu bondad, pastor amigo.
 Por vengar la deshonra de una hermana
 intenté dar la muerte a un poderoso,
 y sabiendo mi honrado atrevimiento,
 el Duque manda que me siga y prenda
 su gente por aquestos despoblados;
 y ya desesperado de librarme,
 salgo al camino. Quíteme la vida,
 de tantos, por honrada, perseguida.

MIRENO.

 Lástima me habéis hecho; y ¡vive el cielo!
 que si como la suerte avara me hizo
 un pastor pobre, más valor me diera,
 por mi cuenta tomara vuestro agravio.
 Lo que se puede hacer, de mi consejo,
 es que los dos troquéis esos vestidos
 por aquestos groseros; y encubiertos
 os libraréis mejor, hasta que el cielo
 a daros su favor, señor, comience;
 porque la industria los trabajos vence.

RUY.

 ¡Oh noble pecho, que entre paños bastos
 descubres el valor mayor que he visto!
 Páguete el cielo, pues que yo no puedo,
 ese favor.

MIRENO.

            La diligencia importa:
 entremos en lo espeso, y trocaremos
 el traje.

RUY.

           Vamos. ¡Venturoso he sido!

(_Vanse los dos._)

TARSO.

 ¿Y habéis también de darme por mi sayo
 esas abigarradas, con más cosas
 que un menudo de vaca?

VASCO.

                        Aunque me pese.

TARSO.

 Pues dos liciones me daréis primero,
 porque con ellas pueda hallar el tino,
 entradas y salidas desa Troya;

 · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

RUY LORENZO, _de pastor_; MIRENO, _de galán_.

RUY.

   De tal manera te asienta
 el cortesano vestido,
 que me hubiera persuadido
 a que eres hombre de cuenta,
   a no haber visto primero
 que ocultaba la belleza
 de los miembros la bajeza
 de aqueste traje grosero.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Alguna nobleza infiero
 que hay en ti, pues te prometo
 que te he cobrado el respeto
 que al mismo Duque de Avero.
   ¡Hágate el cielo como él!

MIRENO.

 Y a ti con sosiego y paz
 te vuelva, sin el disfraz,
 a tu Estado; y fuera dél,
   con paciencia vencerás
 de la fortuna el ultraje.
 Si te ve en aquese traje
 mi padre, en él hallarás
   nuevo amparo; en él te fía,
 y dile que me destierra
 mi inclinación a la guerra;
 que espero en Dios que algún día
   buena vejez le he de dar.

RUY.

 Adiós, gallardo mancebo;
 la espada sola me llevo
 para poder evitar,
   si me conocen, mi ofensa.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

(_Vanse_ RUY LORENZO _y_ VASCO.)

TARSO.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Mas pues eres ya otro hombre,
 por si acaso adonde fueres
 caballero hacerte quieres,
 ¿no es bien que mudes el nombre?
   Que el de Mireno no es bueno
 para nombre de señor.

MIRENO.

 Dices bien: no soy pastor,
 ni he de llamarme Mireno.
   Don Dionís en Portugal
 es nombre ilustre y de fama;
 don Dionís desde hoy me llama.

TARSO.

 No le has escogido mal.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Extremado es el ensayo;
 pero ya que así te ensalzas,
 dame un nombre que a estas calzas
 les venga bien, de lacayo,
   que ya el de Tarso me quito.

MIRENO.

 Escógele tú.

TARSO.

              Yo escojo,
 si no lo tienes a enojo...
 ¿No es bueno?...

MIRENO.

                  ¿Cuál?

TARSO.

                         Gómez Brito.
   ¿Qué te parece?

MIRENO.

                   Extremado.

TARSO.

 ¡Gentiles cascos, por Dios!
 Sin ser obispos, los dos
 nos habemos confirmado.


ESCENA XIII

[_Varios pastores van por orden del_ DUQUE _en busca de_ RUY LORENZO.
_Topan con_ MIRENO _y_ TARSO _y, tomándolos por el Secretario y su
criado los atan y conducen al Palacio de Avero_.]


ESCENA XIV

_Salón del Palacio del Duque en Avero._

DOÑA JUANA, DON ANTONIO, _de camino_.

DOÑA JUANA.

   ¡Primo don Antonio!

DON ANT.

                       Paso:
 no me nombréis; que no quiero
 hagáis de mí tanto caso,
 que me conozca en Avero
 el Duque. A Galicia paso,
   donde el rey don Juan me llama
 de Castilla, que me ama
 y hace merced, y deseo,
 a costa de algún rodeo,
 saber si miente la fama
   que ofrece el lugar primero
 de la hermosura de España
 a las hijas del de Avero,
 o si la fama se engaña
 y miente el vulgo ligero.

DOÑA JUANA.

   Bien hay que estimar y ver;
 pero no habéis de querer
 que así tan de paso os goce.

DON ANT.

 Si el de Avero me conoce
 y me obliga a detener,
   caer en falta recelo
 con el Rey.

DOÑA JUANA.

             Pues si eso pasa,
 de mi gusto al vuestro apelo;
 mas si sabe que en su casa
 don Antonio de Barcelo,
   conde de Penela, ha estado,
 y que encubierto ha pasado,
 cuando le pudo servir
 en ella, lo ha de sentir
 con exceso; que en su Estado
   jamás llegó caballero
 que por inviolables leyes
 no le hospede.

DON ANT.

                Así lo infiero;
 que es nieto, en fin, de los reyes
 de Portugal, el de Avero.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA XV

_El_ DUQUE DE AVERO, _el_ CONDE DE ESTREMOZ, DOÑA SERAFINA, DOÑA
MAGDALENA.--DICHOS.

DUQUE.

 Digo, conde don Duarte,
 que todo se cumpla así.

CONDE.

   Pues el Rey nuestro señor
 favorece la privanza
 del hijo del de Berganza,
 y a vuestra hija mayor
   os pide para su esposa,
 escriba vuestra excelencia
 que con su gusto y licencia
 doña Serafina hermosa
   lo será mía.

DUQUE.

                Está bien.

CONDE.

 Pienso que Su Majestad
 me mira con voluntad,
 y que lo tendrá por bien:
   yo y todo le escribiré.

DUQUE.

 No lo sepa Serafina
 hasta ver si determina
 el Rey que la mano os dé;

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DOÑA JUANA.

 (_Hablando aparte con_ DON ANTONIO.)
 Presto os habéis divertido.
 Decid, ¿qué os han parecido
 las hermanas, don Antonio?

DON ANT.

   No sé el alma a cuál se inclina
 ni sé lo que hacer ordena:
 bella es doña Magdalena,
 pero doña Serafina
   es el sol de Portugal.
 Por la vista el alma bebe
 llamas de amor entre nieve
 por el vaso de cristal
   de su divina blancura:
 la fama ha quedado corta
 en su alabanza.

DUQUE.

                 Eso importa.

DON ANT.

 Fénix es de la hermosura.

DUQUE.

 Llegaos, Magdalena, aquí.

CONDE.

 (_A_ DOÑA SERAFINA.)
 Pues me da el Duque lugar,
 mi serafín, quiero hablar,
 si hay atrevimiento en mí
   para que vuele tan alto
 que a serafines me iguale.

DON ANT.

 Prima, a ver el alma sale
 por los ojos el asalto
   que amor le da poco a poco:
 ganaréme si me pierdo.

DOÑA JUANA.

 Vos entrasteis, primo, cuerdo,
 y pienso que saldréis loco.

DUQUE.

 (_A_ DOÑA MAGDALENA.)
   Hija, el Rey te honra y estima;
 cuán bien te está considera.

DOÑA MAG.

 Mi voluntad es de cera;
 vuexcelencia en ella imprima
   el sello que más le cuadre,
 porque en mí sólo ha de haber
 callar con obedecer.

DUQUE.

 ¡Mil veces dichoso padre
   que oye tal!

CONDE.

 (_A_ DOÑA SERAFINA.)
                Las dichas mías,
 como han subido al extremo
 de su bien, que caigan temo.

DOÑA SER.

 Conde, esas filosofías
   ni las entiendo, ni son
 de mi gusto.

CONDE.

              Un serafín
 bien puede alcanzar el fin
 y el alma de una razón.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DON ANT.

   ¡Qué agudamente responde!
 Ya han esmaltado los cielos
 el oro de amor con celos:
 mucho me enfada este Conde.

DOÑA JUANA.

   ¡Pobre de vuestra esperanza,
 si tal contrario la asalta!

DUQUE.

 Un secretario me falta
 de quien hacer confianza;
   y aunque esta plaza pretenden
 muchos, por diversos modos
 de favores, entre todos,
 pocos este oficio entienden.
   Trabajo me ha de costar
 en tal tiempo estar sin él.

DOÑA MAG.

 A ser el pasado fiel,
 era ingenio singular.


ESCENA XVI

[_Los pastores traen presos a_ MIRENO _y a_ TARSO. _Quieren hablar
todos a la vez y en su rusticidad no aciertan a explicar por qué han
prendido a aquellos dos hombres._]

DUQUE.

   ¡Hay mayor simplicidad!
 Ni he entendido a lo que vienen,
 ni por qué delito tienen
 así estos hombres. Soltad
   los presos, y decid vos
 qué insulto habéis cometido,
 para que os hayan traído
 de aquesa suerte a los dos.

MIRENO.

 (_De rodillas._)   Si lo es el favorecer,
 gran señor, a un desdichado,
 perseguido y acosado
 de tus gentes y poder,
   y juzgas por temerario
 haber trocado el vestido
 por darle vida, yo he sido.

DUQUE.

 ¿Tú libraste al secretario?
   Pero sí, que aquese traje
 era suyo. Di, traidor,
 ¿por qué le diste favor?

MIRENO.

 Vuexcelencia no me ultraje,
   ni ese título me dé,
 que no estoy acostumbrado
 a verme así despreciado.

DUQUE.

 ¿Quién eres?

MIRENO.

              No soy, seré;
   que sólo por pretender
 ser más de lo que hay en mí,
 menosprecié lo que fuí
 por lo que tengo de ser.

DUQUE.

   No te entiendo.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)           ¡Extraña audacia
 de hombre! El poco temor
 que muestra, dice el valor
 que encubre. De su desgracia
   me pesa.

DUQUE.

            Di, ¿conocías
 al traidor que ayuda diste?
 Mas pues por él te pusiste
 en tal riesgo, bien sabías
   quién era.

MIRENO.

              Supe que quiso
 dar muerte a quien deshonró
 su hermana, y después te dió
 de su honrado intento aviso;
   y enviándole a prender,
 le libré de ti, espantado
 por ver que el que está agraviado
 persigas, debiendo ser
   favorecido de ti,
 por ayudar al que ha puesto
 en riesgo su honor.

CONDE.

 (_Ap._)             ¿Qué es esto?
 ¿Ya anda derramada así
   la injuria que hice a Leonela?

DUQUE.

 ¿Sabéis vos quién la afrentó?

MIRENO.

 Supiéralo, señor, yo;
 que a sabello...

DUQUE.

                  Fué cautela
   del traidor para engañarte:
 tú sabes adónde está,
 y así, forzoso será,
 si es que pretendes librarte,
   decillo.

MIRENO.

            ¡Bueno sería,
 cuando adónde está supiera,
 que un hombre como yo hiciera
 por temor tal villanía!

DUQUE.

   ¿Villanía es descubrir
 un traidor? Llevalde preso;
 que si no ha perdido el seso
 y menosprecia el vivir,
   él dirá dónde se esconde.

DOÑA MAG.

 (_Ap._) Ya deseo de libralle,
 que no merece su talle
 tal agravio.

DUQUE.

              Intento, Conde,
   vengaros.

CONDE.

             Él lo dirá.

TARSO.

 (_Ap._) ¡Muy gentil ganancia espero!

DUQUE.

 Vamos, que responder quiero
 al Rey.

TARSO.

 (_Ap. con_ MIR.) ¡Medrando se va
   con la mudanza de estado,
 y nombre de don Dionís!

DUQUE.

 Viviréis, si lo decís.

MIRENO.

 (_Ap._) La fortuna ha comenzado
   a ayudarme: ánimo ten,
 porque en ella es natural,
 cuando comienza por mal,
 venir a acabar en bien.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

(_Vanse los pastores, el_ DUQUE _y el_ CONDE.)

DOÑA MAG.

   Mucho, doña Serafina,
 me pesa ver llevar preso
 aquel hombre.

DOÑA SER.

               Yo confieso,
 que a rogar por él me inclina
   su buen talle.

DOÑA MAG.

                  ¿Eso desea
 tu afición? ¿Ya es bueno el talle?
 Pues no tienes de libralle,
 aunque lo intentes.

DOÑA SER.

                     No sea. (_Vanse._)

DOÑA JUANA.

   ¿Habéisos de ir esta tarde?

DON ANT.

 ¡Ay, prima! ¿Cómo podré,
 si me perdí, si cegué?
 ¿Si amor, valiente, cobarde,
   todo el tesoro me gana
 del alma y la voluntad?
 Sólo por ver su beldad
 no he de irme hasta mañana.

DOÑA JUANA.

   ¡Bueno estáis! ¿Que amáis, en fin?

DON ANT.

 Sospecho, prima querida,
 que de mi contento y vida
 Serafina será fin.




JORNADA SEGUNDA


ESCENA I

DOÑA MAG.

   ¿Qué novedades son éstas,
 altanero pensamiento?
 ¿Qué torres sin fundamento
 tenéis en el aire puestas?

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Ayer guardaban los cielos
 el mar de vuestra esperanza,
 con la tranquila bonanza
 que agora inquietan desvelos.
 Al Conde de Vasconcelos
   o a mi padre di en su nombre
 el sí; mas porque me asombre,
 sin que mi honor lo resista,
 se entró al alma, a escala vista,
 por la misma vista un hombre.
   Vióle en ella, y fuera exceso,
 digno de culpar mi error,
 a no saber que el amor
 es niño, ciego y sin seso.
 ¿A un hombre extranjero y preso
   a mi pesar, corazón,
 habéis de dar posesión?
 ¿Amar al Conde no es justo?
 Mas ¡ay! que atropella el gusto
 las leyes de la razón.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA II

DOÑA JUANA.--DOÑA MAGDALENA.

DOÑA JUANA.

   Aquel mancebo dispuesto,
 que ha estado preso hasta agora,
 y tu intercesión, señora,
 ya en libertad le ha puesto,
 pretende hablarte.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)            (¡Qué presto
   valerse el amor procura
 de la ocasión y ventura
 que ha de ponerse en efeto!
 Mas hace como discreto,
 que amor todo es coyuntura.)
   ¿Sabes qué quiere?

DOÑA JUANA.

                      Pretende
 del favor que ha recibido
 por ti, ser agradecido.

DOÑA MAG.

 (_Ap._) Áspides en rosas vende.

DOÑA JUANA.

 ¿Entrará?

DOÑA MAG.

 (_Ap._)   (Si preso prende,
   si maltratado maltrata,
 si atado las manos ata
 las de mi gusto resuelto,
 ¿qué ha de hacer presente y suelto
 quien ausente y preso mata?)
   Dile que vuelva a la tarde,
 que agora ocupada estoy.
 Mas oye; no vuelva.

DOÑA JUANA.

                     Voy.

DOÑA MAG.

 Escucha: di que se aguarde.
 Mas váyase; que ya es tarde.

DOÑA JUANA.

   ¿Hase de volver?

DOÑA MAG.

                    ¿No digo
 que sí? Ve.

DOÑA JUANA.

             Tu gusto sigo.

DOÑA MAG.

 Pero torna; no se queje.

DOÑA JUANA.

 Pues ¿qué diré?

DOÑA MAG.

                 Que me deje,
 (_Ap._) (y que me lleve consigo.)
   Anda, di que entre...

DOÑA JUANA.

                         Voy, pues.

(_Vase._)


ESCENA IV

MIRENO, DOÑA MAGDALENA.

MIRENO.

   Aunque ha sido atrevimiento
 el venir a la presencia,
 señora, de vuexcelencia
 mi poco merecimiento,
   ser agradecido trato
 al recebido favor;
 porque el pecado mayor
 es el que hace a un hombre ingrato.
   Por haber favorecido
 de un desdichado la vida
 (que al noble es deuda debida)
 me vi preso y perseguido;
   pero en la misma moneda
 me pagó el cielo sin duda,
 pues libre con vuestra ayuda
 mi vida, señora, queda.
   ¿Libre dije? Mal he hablado;
 que el noble, cuando recibe,
 cautivo y esclavo vive,
 que es lo mismo que obligado.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

(_Arrodíllase._)

DOÑA MAG.

   Levantaos del suelo.

MIRENO.

                        Así
 estoy, gran señora, bien.

DOÑA MAG.

 Haced lo que os digo. (_Ap._) (¿Quién
 me ciega el alma? ¡Ay de mí!)
   ¿Sois portugués?

MIRENO.

                    Imagino
 que sí.

DOÑA MAG.

         ¿Que lo imagináis?
 Desa suerte, incierto estáis
 de quién sois.

MIRENO.

                Mi padre vino
   al lugar en donde habita,
 y es de alguna hacienda dueño,
 trayéndome muy pequeño;
 mas su trato lo acredita.
   Yo creo que en Portugal
 nacimos.

DOÑA MAG.

          ¿Sois noble?

MIRENO.

                       Creo
 que sí, según lo que veo
 en mi honrado natural,
   que muestra más que hay en mí.

DOÑA MAG.

 ¿Y darán las obras vuestras,
 si fuere menester, muestras
 que sois noble?

MIRENO.

                 Creo que sí:
   nunca de hacellas dejé.

DOÑA MAG.

 Creo decís a cualquier punto;
 ¿crêis acaso que os pregunto
 artículos de la fe?

MIRENO.

   Por la que debe guardar
 a la merced recebida
 de vuexcelencia mi vida,
 bien los puede preguntar,
   que mi fe su gusto es.

DOÑA MAG.

 ¡Qué agradecido venís!--
 ¿Cómo os llamáis?

MIRENO.

                  Don Dionís.

DOÑA MAG.

 Ya os tengo por portugués
   y por hombre principal;
 que en este reino no hay hombre
 humilde de vuestro nombre,
 porque es apellido real,
   y sólo el imaginaros
 por noble y honrado, ha sido
 causa que haya intercedido
 con mi padre a libertaros.

MIRENO.

   Deudor os soy de la vida.

DOÑA MAG.

 Pues bien; ya que libre estáis,
 ¿qué es lo que determináis
 hacer de vuestra partida?
   ¿Dónde pensáis ir?

MIRENO.

                      Intento
 ir, señora, donde pueda
 alcanzar fama que exceda
 a mi altivo pensamiento:
   sólo aquesto me destierra
 de mi patria.

DOÑA MAG.

               ¿En qué lugar
 pensáis que podéis hallar
 esa ventura?

MIRENO.

              En la guerra;
   que el esfuerzo hace capaz
 para el valor que procuro.

DOÑA MAG.

 ¿Y no será más seguro,
 que le adquiráis en la paz?

MIRENO.

   ¿De qué modo?

DOÑA MAG.

                 Bien podéis
 granjealle, si dais traza
 que mi padre os dé la plaza
 de secretario, que veis
   que está vaca agora, a falta
 de quien la pueda suplir.

MIRENO.

 No nació para servir
 mi inclinación, que es más alta.

DOÑA MAG.

   Pues cuando volar presuma,
 las plumas le han de ayudar.

MIRENO.

 ¿Cómo he de poder volar
 con solamente una pluma?

DOÑA MAG.

   Con las alas del favor;
 que el vuelo de una privanza,
 mil imposibles alcanza.

MIRENO.

 Del privar nace el temor,
   como muestra la experiencia,
 y tener temor no es justo.

DOÑA MAG.

 Don Dionís, este es mi gusto.

MIRENO.

 ¿Gusto es de vuestra excelencia
   que sirva al Duque? Pues alto.
 Cúmplase, señora, ansí;
 que ya de un vuelo subí
 al primer móvil más alto.
   Pues si en esto gusto os doy,
 ya no hay subir más arriba:
 como el Duque me reciba,
 secretario suyo soy.
   Vos, señora, lo ordenad.

DOÑA MAG.

 Deseo vuestro provecho,
 y ansí lo que veis he hecho;
 que ya que os di libertad,
   pesárame que en la guerra
 la malograrais; yo haré
 como esta plaza se os dé,
 porque estéis en nuestra tierra.

MIRENO.

   Mil años el cielo guarde
 tal grandeza.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)       Honor, huír;
 que revienta por salir
 por la boca amor cobarde. (_Vase._)


ESCENA V

MIRENO.

   Pensamiento, ¿en qué entendéis?
 Vos que a las nubes subís,
 decidme: ¿qué colegís
 de lo que aquí visto habéis?
 declaraos, que bien podéis:
   decidme, tanto favor
 ¿nace de sólo el valor
 que a quien os honra ennoblece?
 ¿O erraré si me parece
 que ha entrado a la parte amor?
   ¡Jesús! ¡Qué gran disparate!
 Temerario atrevimiento
 es el vuestro, pensamiento;
 ni se imagine ni trate:
 mi humildad el vuelo abate
   con que sube el deseo vario;
 mas, ¿por qué soy temerario
 si imaginar me prometo
 que me ama en lo secreto
 quien me hace su secretario?
   ¿No estoy puesto en libertad
 por ella? Y ya sin enojos,
 por el balcón de sus ojos
 ¿no he visto su voluntad?
 Amor me tiene.--Callad,
   lengua loca; que es error
 imaginar que el favor
 que de su nobleza nace,
 y generosa me hace,
 está fundado en amor.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENAS VI A IX

[DON ANTONIO, _enamorado de_ DOÑA SERAFINA, _quiere quedarse en el
palacio del_ DUQUE, _aunque guardando el incógnito. Para ello solicita
y obtiene la plaza de secretario, vacante por la huída de_ RUY
LORENZO.]


ESCENA X

_Jardín del palacio._

EL DUQUE, DOÑA MAGDALENA.

DUQUE.

   Si darme contento es justo,
 no estés, hija, desa suerte;
 que no consiste mi muerte
 mas de en verte a ti sin gusto.
   Esposo te dan los cielos
 para poderte alegrar,
 sin merecer tu pesar
 el Conde de Vasconcelos.
   A su padre el de Berganza,
 pues que te escribió, responde;
 escribe también al Conde,
 y no vea yo mudanza
   en tu rostro ni pesar,
 si de mi vejez los días
 con esas melancolías
 no pretendes acortar.

DOÑA MAG.

   Yo, señor, procuraré
 no tenerlas, por no darte
 pena, si es que un triste es parte
 en sí de que otro lo esté.

DUQUE.

   Si te diviertes, bien puedes.

DOÑA MAG.

 Yo procuraré servirte;
 y agora quiero pedirte,
 entre las muchas mercedes
   que me has hecho, una pequeña.

DUQUE.

 Con condición que se olvide
 aquesa tristeza, pide.

DOÑA MAG.

 (_Ap._) (Honra, el amor os despeña.)
   El preso que te pedí
 librases, y ya lo ha sido,
 de todo punto ha querido
 favorecerse de mí:
   con sólo esto, gran señor,
 parece que me ha obligado:
 y así, a mi cargo he tomado,
 su remedio y tu favor.
   Es hombre de buena traza
 y tiene extremada pluma.

DUQUE.

 Dime lo que quiere, en suma.

DOÑA MAG.

 Quisiera entrar en la plaza
   de secretario.

DUQUE.

                  Bien poco
 ha que dársela pudiera;
 aún no ha un cuarto de hora entera
 que está ocupada.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)           (Amor loco.
   ¡Muy bien despachado estáis!
 Vos perderéis por cobarde,
 pues acudistes tan tarde,
 que con alas no voláis.)

DUQUE.

   Por orden del camarero
 a un mancebo he recibido,
 que de Lisboa ha venido
 con aquese intento a Avero;
   y según lo que en él vi,
 muestra ingenio y suficiencia.

DOÑA MAG.

 Si gusta vuestra excelencia,
 ya que mi palabra di,
   y él está con esperanza
 que le he de favorecer,
 pues me manda responder
 al Conde y al de Berganza,
   sabiendo escribir tan mal,
 quisiera que se quedara
 en palacio, y me enseñara;
 porque en mujer principal
   falta es grande no saber
 escribir cuando recibe
 alguna carta, o si escribe,
 que no se pueda leer.
   Dándome algunas liciones,
 más clara la letra haré.

DUQUE.

 Alto, pues; lición te dé,
 con que enmiendes tus borrones;
   que en fin, con ese ejercicio
 la pena divertirás,
 pues la tienes porque estás
 ociosa; que el ocio es vicio.
   Entre por tu secretario.

DOÑA MAG.

 Las manos quiero besarte.


ESCENA XI

CONDE.--DICHOS.

CONDE.

 Señor...

DUQUE.

          Conde don Duarte...

CONDE.

 Con contento extraordinario
   vengo.

DUQUE.

          ¿Cómo?

CONDE.

                 El Rey recibe
 con gusto mi pretensión,
 y sobre aquesta razón,
 a vuestra excelencia escribe.
   Dice que se servirá
 Su Majestad de que elija,
 para honrar mi casa, hija
 de vuexcelencia, y tendrá
   cuidado de aquí adelante
 de hacerme merced.

DUQUE.

                    Yo estoy
 contento deso, y os doy
 nombre de hijo, aunque importante
   será que disimuléis,
 mientras doña Serafina
 al nuevo estado se inclina;
 porque ya, Conde, sabéis
   cuán pesadamente lleva
 esto de casarse agora.

CONDE.

 Hará el alma, que la adora,
 de su sufrimiento prueba.

DUQUE.

   Yo haré las partes por vos
 con ella; perded recelos:
 el Conde de Vasconcelos
 vendrá presto, y de las dos
   las bodas celebraré
 luego.

CONDE.

        El esperar da pena.

DUQUE.

 No estéis triste, Magdalena.

DOÑA MAG.

 Yo, señor, me alegraré
   por dar gusto a vuexcelencia.

DUQUE.

 Vamos a ver lo que escribe
 el Rey.

CONDE.

         Quien espera y vive,
 bien ha menester paciencia.

(_Vanse el_ DUQUE _y el_ CONDE.)


ESCENAS XII A XV

[DOÑA SERAFINA _ensaya en el jardín su papel para una representación
dramática que ha de celebrarse en el palacio de Avero._ DON ANTONIO,
_por mediación de_ DOÑA JUANA, _está oculto en el jardín con un pintor
encargado de hacer en secreto un retrato de_ DOÑA SERAFINA, _la cual,
vestida de hombre e ignorante de que la están retratando, declama con
gran entusiasmo los versos de la comedia que ha de representar_.]


ESCENA XVI

_Habitación de doña Magdalena._

DOÑA MAGDALENA, MIRENO.

DOÑA MAG.

   Mi maestro habéis de ser
 desde hoy.

MIRENO.

            ¿Qué ha visto en mí,
 vuestra excelencia, que así
 me procura engrandecer?
   Dará lición al maestro
 el discípulo desde hoy.

DOÑA MAG.

 (_Ap._) ¡Qué claras señales doy
 del ciego amor que le muestro!

MIRENO.

 (_Ap._) ¿Qué hay que dudar, esperanza?
 Esto, ¿no es tenerme amor?
 Dígalo tanto favor,
 muéstrelo tanta privanza.
   Vergüenza, ¿por qué impedís
 la ocasión que el cielo os da?
 Daos por entendido ya.

DOÑA MAG.

 Como tengo, don Dionís,
   tanto amor...

MIRENO.

 (_Ap._)         Ya se declara,
 ¡ya dice que me ama, cielos!

DOÑA MAG.

 Al Conde de Vasconcelos,
 antes que venga, gustara,
   no sólo hacer buena letra,
 pero saberle escribir,
 y por palabras decir
 lo que el corazón penetra;
   que el poco uso que en amar
 tengo, pide que me adiestre
 esta experiencia, y me muestre
 cómo podré declarar
   lo que tanto al alma importa
 y el amor mismo me encarga,
 que soy en quererle larga
 y en significarlo corta.
   En todo os tengo por diestro;
 y así me habéis de enseñar
 a escribir, y a declarar
 al Conde mi amor, maestro.

MIRENO.

 (_Ap._)   ¿Luego no fué en mi favor,
 pensamiento lisonjero,
 sino porque sea tercero
 del Conde? ¿Veis, loco amor,
   cuán sin fundamento y fruto
 torres habéis levantado
 de quimeras, que ya han dado
 en el suelo? Como el bruto
   en esta ocasión he sido,
 en que la estatua iba puesta,
 haciéndole el pueblo fiesta,
 que loco y desvanecido
   creyó que la reverencia,
 no a la imagen que traía,
 sino a él sólo se hacía;
 y con brutal impaciencia
   arrojalla de sí quiso,
 hasta que se apaciguó
 con el castigo, y cayó
 confuso en su necio aviso.
   ¿Así el favor corresponde,
 con que me he desvanecido?
 Basta; que yo el bruto he sido
 y la estatua es sólo el Conde.
   Bien puedo desentonarme,
 que no es la fiesta por mí.

DOÑA MAG.

 (_Ap._) (Quise deslumbrarle así,
 que fué mucho declararme.)
   Mañana comenzaréis,
 maestro, a darme lición.

MIRENO.

 Servirte es mi inclinación.

DOÑA MAG.

 Triste estáis.

MIRENO.

                ¿Yo?

DOÑA MAG.

                     ¿Qué tenéis?

MIRENO.

   Ninguna cosa.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)         (Un favor
 me manda amor que le dé.)
 ¡Válgame Dios! Tropecé...
 (_Ap._) (Que siempre tropieza amor.)

(_Tropieza y da la mano a_ MIRENO.)

   El chapín se me torció.

MIRENO.

 (_Ap._) (¡Cielos! ¿Hay ventura igual?)
 ¿Hízose acaso algún mal
 vuexcelencia?

DOÑA MAG.

               Creo que no.

MIRENO.

 (_Ap._) (¡Que la mano la tomé!)

DOÑA MAG.

 Sabed que al que es cortesano
 le dan, al darle la mano,
 para muchas cosas pie. (_Vase._)

MIRENO.

   “¡Le dan, al darle la mano,
 para muchas cosas pie!”
 De aquí, ¿qué colegiré?
 Decid, pensamiento vano:
 en aquesto, ¿pierdo o gano?
 ¿Qué confusión, qué recelos
 son aquéstos? Decid, cielos,
 ¿esto no es amor? Mas no,
 que llevo la estatua yo
 del Conde de Vasconcelos.
   Pues ¿qué enigma es darme pie
 la que su mano me ha dado?
 Si sólo el Conde es amado,
 ¿qué es lo que espero? ¿Qué sé?
 Pie o mano, decid: ¿por qué
 dais materia a mis desvelos?
 Confusión, amor, recelos,
 ¿soy amado? Pero no,
 que llevo la estatua yo
 del Conde de Vasconcelos.
   El pie que me dió, será
 pie para darla lición,
 en que escriba la pasión
 que el Conde y su amor la da.
 Vergüenza, sufrí y callá;
 bajad ya, atrevidos vuelos,
 vuestra ambición, si a los cielos
 mi desatino os subió,
 que llevo la estatua yo
 del Conde de Vasconcelos.




JORNADA TERCERA


ESCENAS I A VI

[RUY LORENZO _se refugia en la casa de_ LAURO, _padre de_ MIRENO, _y
le refiere que si intentó la muerte del_ CONDE DE ESTREMOZ _fué para
vengar a una hermana suya a la cual había dado el_ CONDE _palabra de
casamiento._ LAURO _se lamenta de la fuga de su hijo_ MIRENO, _y en su
dolor dice que él no es pastor ni se llama_ LAURO, _sino que es el_
DUQUE DE COÍMBRA.]

LAURO.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Murió el Rey de Portugal,
 mi hermano, en la primavera
 de su juventud lozana;
 mas la muerte, ¿qué no seca?
 De seis años dejó un hijo,
 que agora, ya hombre, intenta
 acabar mi vida y honra;
 y dejando la tutela
 y el gobierno destos reinos
 solos a mí y a la Reina.
 Murió el Rey, sobre el gobierno
 hubo algunas diferencias
 entre mí y la Reina viuda;
 porque jamás la soberbia
 supo admitir compañía
 en el reinar, y las lenguas
 de envidiosos lisonjeros
 siempre disensiones siembran.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Pero cesó el alboroto
 porque, aunque era moza y bella
 la Reina, un mal repentino
 dió con su ambición en tierra.
 Murió, en fin; gocé el gobierno
 portugués sin competencia,
 hasta que fué Alfonso quinto
 de bastante edad y fuerzas.
 Caséle con una hija
 que me dió el cielo, Isabela
 por nombre, aunque desdichada,
 pues ni la estima ni precia.
 Juntáronsele al Rey mozo
 mil lisonjeros, que cierran
 a la verdad en Palacio,
 como es costumbre, las puertas.
 Entre ellos un mi enemigo,
 de humilde naturaleza,
 Vasco Fernández por nombre,
 gozó la privanza excelsa:
 y queriendo derribarme
 para asegurarse en ella,
 a mi propio hermano induce,
 y para engañarle, ordena
 hacerle entender que quiero
 levantarme con sus tierras,
 y combatirle a Berganza,
 siendo Duque por mí della.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Creyólo, desposeyóme
 de mi Estado y las riquezas
 que en el gobierno adquirí:
 llevóme a una fortaleza,
 donde sin bastar los ruegos,
 ni lágrimas de Isabela,
 mi hija y su esposa, manda
 que me corten la cabeza.
 Supe una noche propicia
 el rigor de la sentencia;

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 me descolgué de los muros,
 y en aquella noche mesma
 di aviso que me siguiese
 a mi esposa, la Duquesa.
 Supo el Rey mi fuga, y manda
 que al són de roncas trompetas
 me publiquen por traidor,
 dando licencia a cualquiera
 para quitarme la vida,
 poniendo mortales penas
 a quien, sabiendo de mí,
 no me lleve a su presencia.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

 Murió mi esposa querida,
 y un hijo hermoso me deja,
 que en este traje criado,
 comprando ganado y tierras,
 y hecho de duque pastor,
 ha ya veinte primaveras
 que han dado flores a mayo,
 hierba al prado y a mí penas.

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA VII

(_Habitación de doña Magdalena._)

DOÑA JUANA, DOÑA MAGDALENA.

DOÑA JUANA.

   Don Dionís, señora, viene
 a darte lición. (_Vase._)

DOÑA MAG.

                 A dar
 lición vendrá de callar,
 pues aun palabras no tiene.
   De suerte me trata amor,
 que mi pena no consiente
 más silencio; abiertamente
 le declararé mi amor,
   contra el común orden y uso,
 mas tiene de ser de modo
 que, diciéndoselo todo,
 le he de dejar más confuso.

(_Siéntase en una silla y finge que duerme._)


ESCENA VIII

MIRENO, DOÑA MAGDALENA.

MIRENO.

   ¿Qué me manda vuexcelencia?
 ¿Es hora de dar lición?
 (_Ap._) (Ya comienza el corazón
 a temblar en su presencia.
   Pues que calla, no me ha visto;
 sentada sobre la silla,
 con la mano en la mejilla
 está.)

DOÑA MAG.

 (_Ap._) En vano me resisto.
   Yo quiero dar a entenderme,
 como que dormida estoy.

[Ilustración:

 Yo quiero dar a entenderme
como que dormida estoy.]

MIRENO.

 Don Dionís, señora, soy.--
 No me responde. ¿Si duerme?
   Durmiendo está. Atrevimiento,
 agora es tiempo; llegad
 a contemplar la beldad
 que ofusca mi entendimiento.
   Cerrados tiene los ojos,
 llegar puedo sin temor;
 que si son flechas de amor,
 no me podrán dar enojos.
   ¿Hizo el autor soberano
 de nuestra naturaleza
 más acabada belleza?
 Besarla quiero una mano.
   ¿Llegaré? Sí; pero no,
 que es la reliquia divina,
 y mi humilde boca indina
 de tocarla. Pero yo
   soy hombre ¡y tiemblo! ¿Qué es esto?
 Ánimo. ¿No duerme? Sí.

(_Llega, y se retira._)

 Voy. ¿Si despierta? ¡Ay de mí!
 Que el peligro es manifiesto,

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   El temor al amor venza:
 afuera quiero esperar.

DOÑA MAG.

 (_Ap._) ¡Que no se atrevió a llegar!
 ¡Mal haya tanta vergüenza!

MIRENO.

   No parezco bien aquí
 solo, pues durmiendo está.
 Yo me voy. (_Ap._)

DOÑA MAG.

            (¿Que al fin se va?)

(_Fingiendo que habla dormida._)

 Don Dionís...

MIRENO.

               ¿Llamóme? Sí.
   ¡Qué presto que despertó!
 Miren ¡qué bueno quedara
 si mi intento ejecutara!
 ¿Está despierta? Mas no,
   que en sueños pienso que acierta
 mi esperanza entretenida,
 y quien me llama dormida
 no me quiere mal despierta.
   ¿Si acaso soñando está
 en mí? ¡Ay, cielos! ¿Quién supiera
 lo que dice?

DOÑA MAG.

              No os vais fuera;
 llegaos, don Dionís, acá.

MIRENO.

   Llegar me manda en su sueño.
 ¡Qué venturosa ocasión!
 Obedecella es razón,
 pues, aunque duerme, es mi dueño.
   Amor, acabad de hablar;
 no seáis corto.

DOÑA MAG.

         Don Dionís,
 ya que a enseñarme venís
 a un tiempo a escribir y amar
   al Conde de Vasconcelos...

MIRENO.

 ¡Ay, celos! ¿Qué es lo que veis?

DOÑA MAG.

 Quisiera ver si sabéis
 qué es amor y qué son celos:
   porque será cosa grave
 que ignorante por vos quede,
 pues que ninguno otro puede
 enseñar lo que no sabe.
   Decidme, ¿tenéis amor?
 ¿De qué os ponéis colorado?
 ¿Qué vergüenza os ha turbado?
 Responded, dejá el temor;
   que el amor es un tributo
 y una deuda natural
 en cuantos viven, igual
 desde el ángel hasta el bruto.
   Si esto es verdad, ¿para qué
 os avergonzáis así?
 ¿Queréis bien? --Señora, sí.--
 ¡Gracias a Dios que os saqué
   una palabra siquiera!

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   ¿Y habéis dicho a vuestra dama
 vuestro amor? --No me he atrevido.
 --¿Luego nunca lo ha sabido?
 --Como el amor todo es llama
   bien lo habrá echado de ver
 por los ojos lisonjeros,
 que son mudos pregoneros.
 --La lengua tiene de hacer
   ese oficio; que no entiende
 distintamente quien ama
 esa lengua que se llama
 algarabía de allende.
   ¿No os ha dado ella ocasión
 para declararos? --Tanta,
 que mi cortedad me espanta.
 --Hablad, que esa suspensión
   hace a vuestro amor agravio.
 --Temo perder por hablar
 lo que gozo por callar.
 --Eso es necedad; que un sabio
   al que calla y tiene amor
 compara a un lienzo pintado
 de Flandes, que está arrollado.
 Poco medrará el pintor
   si los lienzos no descoge
 que al vulgo quiere vender
 para que los pueda ver.
 El palacio nunca acoge
   la vergüenza: esa pintura
 desdoblad, pues que se vende,
 que el mal que nunca se entiende
 difícilmente se cura.
   --Sí; mas la desigualdad
 que hay, señora, entre los dos,
 me acobarda. --Amor, ¿no es dios?
 --Sí, señora. --Pues hablad;
   que sus absolutas leyes
 saben abatir monarcas,
 e igualar con las abarcas
 las coronas de los reyes.
   Yo os quiero ser medianera:
 decidme a mí a quién amáis.
 --No me atrevo. --¿Qué dudáis?
 ¿Soy mala para tercera?
   --No; pero temo, ¡ay de mí!
 --¿Y si yo su nombre os doy?
 ¿Diréis si es ella, si soy
 yo acaso? --Señora, sí.
   --¡Acabara yo de hablar!
 ¿Mas que sé que os causa celos
 el Conde de Vasconcelos?
 --Háceme desesperar;
   que es, señora, vuestro igual
 y heredero de Berganza.
 --La igualdad y semejanza
 no está en que sea principal,
   o humilde y pobre el amante,
 sino en la conformidad
 del alma y la voluntad.
 Declaraos de aquí adelante,
   don Dionís; a esto os exhorto;
 que en juegos de amor no es cargo
 tan grande un cinco de largo
 como es un cinco de corto.
   Días ha que os preferí
 al Conde de Vasconcelos.

MIRENO.

 ¡Qué escucho, piadosos cielos!

(_Da un grito_ MIRENO, _y hace que despierta_ DOÑA MAGDALENA.)

 DOÑA MAG.

 ¡Ay, Jesús! ¿Quién está aquí?
   ¿Quién os trajo a mi presencia,
 don Dionís?

MIRENO.

             Señora mía...

DOÑA MAG.

 ¿Qué hacéis aquí?

MIRENO.

                   Yo venía
 a dar a vuestra excelencia
   lición; halléla durmiendo,
 y mientras que despertaba,
 aquí, señora, aguardaba.

DOÑA MAG.

 Dormíme, en fin, y no entiendo
   de qué pudo sucederme;
 que es gran novedad en mí
 quedarme dormida ansí. (_Levántase._)

MIRENO.

 Si sueña, siempre que duerme
   vuestra excelencia, del modo
 que agora, ¡dichoso yo!

DOÑA MAG.

 (_Ap._) ¡Gracias al cielo que habló
 este mudo!

MIRENO.

 (_Ap._)    Tiemblo todo.

DOÑA MAG.

   ¿Sabéis vos lo que he soñado?

MIRENO.

 Poco es menester saber
 para eso.

DOÑA MAG.

           Debéis de ser
 otro José.

MIRENO.

            Su traslado
   en la cortedad he sido,
 pero no en adivinar.

DOÑA MAG.

 Acabad de declarar
 cómo el sueño habéis sabido.

MIRENO.

   Durmiendo vuestra excelencia,
 por palabras le ha explicado.

DOÑA MAG.

 ¡Válame Dios!

MIRENO.

               Y he sacado
 en mi favor la sentencia,
   que falta ser confirmada,
 para hacer mi dicha cierta,
 por vuexcelencia despierta.

DOÑA MAG.

 Yo no me acuerdo de nada.
   Decídmelo; podrá ser
 que me acuerde de algo agora.

MIRENO.

 No me atrevo, gran señora.

DOÑA MAG.

 Muy malo debe de ser,
 pues no me lo osáis decir.

MIRENO.

 No tiene cosa peor
 que haber sido en mi favor.

DOÑA MAG.

 Mucho lo deseo oír:
   acabad ya, por mi vida.

MIRENO.

 Es tan grande el juramento,
 que anima mi atrevimiento.
 Vuestra excelencia dormida...
   --Tengo vergüenza.--

DOÑA MAG.

                        Acabad;
 que estáis, don Dionís, pesado.

MIRENO.

 Abiertamente ha mostrado
 que me tiene voluntad.

DOÑA MAG.

   ¿Yo? ¿Cómo?

MIRENO.

               Alumbró mis celos,
 y en sueños me ha prometido...

DOÑA MAG.

 ¿Sí?

MIRENO.

      Que he de ser preferido
 al Conde de Vasconcelos.
   Mire si en esta ocasión
 son los favores pequeños.

DOÑA MAG.

 Don Dionís, no creáis en sueños,
 que los sueños, sueños son. (_Vase._)


ESCENA IX

MIRENO.

   ¿Ahora sales con eso?
 Cuando sube mi esperanza,
 ¡carga el desdén la balanza
 y se deja en fiel el peso!

 · · · · · · · · · · · · · · ·

   Calle el alma su pasión
 y sirva a mejores dueños,
 sin dar crédito a más sueños,
 que los sueños, sueños son.


ESCENAS X A XVI

[DON ANTONIO _declara su amor a_ DOÑA SERAFINA. _Esta le rechaza y
le afea su conducta por haberse fingido secretario del_ DUQUE. DON
ANTONIO, _al verse así despreciado, arroja a los pies de_ DOÑA SERAFINA
_el retrato que hizo pintar en el jardín, y se marcha indignado_.

DOÑA SERAFINA _examina el retrato y nota que aquel hombre tiene con
ella un extraordinario parecido. Deseando saber quién es el retratado,
llama nuevamente al_ CONDE DON ANTONIO _para que se lo confiese; y el_
CONDE _inventa un nuevo ardid para conseguir el amor de_ SERAFINA.
_Dice que él no está directamente interesado en aquel amor y que se
introdujo fraudulentamente en Palacio para servir de mediador entre_
DOÑA SERAFINA _y_ DON DIONÍS DE COÍMBRA, _el cual se enamoró de ella un
día que estuvo en Avero disfrazado de pastor.--Aquel retrato es de_ DON
DIONÍS. DOÑA SERAFINA _cree el embuste y accede a tener aquella noche
una entrevista con el_ DON DIONÍS _del retrato_.]


ESCENA XVII

_Habitación de doña Magdalena._

EL DUQUE, DOÑA MAGDALENA; _después_ MIRENO.

DUQUE.

   Quiero veros dar lición;
 que la carta que ayer vi
 para el Conde, en que leí
 del sobrescrito el renglón,
   me contentó. Ya escribís
 muy claro.

DOÑA MAG.

            Y aún no lo entiende
 con ser tan claro, y se ofende
 mi maestro don Dionís. (_Sale_ MIRENO.)

MIRENO.

   ¿Llámame vuestra excelencia?

DOÑA MAG.

 Sí; que el Duque, mi señor,
 quiere ver si algo mejor
 escribo. Vos experiencia
   tenéis de cuán escribana
 soy; ¿no es verdad?

MIRENO.

                     Sí, señora.

DOÑA MAG.

 Escribí, no ha un cuarto de hora,
 medio dormida, una plana
   tan clara, que la entendiera
 aun quien no sabe leer.
 ¿No me doy bien a entender,
 don Dionís?

MIRENO.

             Muy bien.

DOÑA MAG.

                       Pudiera
   serviros, según fué buena,
 de materia para hablar
 en su loor.

MIRENO.

            Con callar
 la alabo: sólo condena
   mi gusto el postrer renglón,
 por más que la pluma excuso,
 porque estaba muy confuso.

DOÑA MAG.

 Diréislo por el borrón
   que eché a la postre.

MIRENO.

                         ¿Pues no?

DOÑA MAG.

 Pues adrede le eché allí.

MIRENO.

 Sólo el borrón corregí,
 porque lo demás borró.

DOÑA MAG.

   Bien lo pudisteis quitar,
 que un borrón no es mucha mengua.

MIRENO.

 ¿Cómo?

DOÑA MAG.

 (_Aparte a_ MIRENO.)
        El borrón con la lengua
 se quita, y no con callar.--
   Ahora bien, cortá una pluma.

MIRENO.

 Ya, gran señora, la corto.

DOÑA MAG.

 (_Enojada._) Acabad, que sois muy corto.
 Vuestra excelencia presuma
   que de vergüenza no sabe
 hacer cosa de provecho.

DUQUE.

 Con todo, estoy satisfecho
 de su letra.

DOÑA MAG.

              Es cosa grave
   el dalle avisos por puntos,
 sin que aproveche. Acabad.

DUQUE.

 Magdalena, reportad.

MIRENO.

 ¿Han de ser cortos los puntos?

DOÑA MAG.

   ¡Qué amigo sois de lo corto!
 Largos los pido; cortaldos
 de aqueste modo, o dejaldos.

MIRENO.

 Ya, gran señora, los corto.

DUQUE.

   ¡Qué mal acondicionada
 sois!

DOÑA MAG.

       Un hombre vergonzoso
 y corto, es siempre enfadoso.

MIRENO.

 Ya está la pluma cortada.

DOÑA MAG.

   Mostrad. ¡Y qué mala! ¡Ay Dios!

(_Pruébala y arrójala._)

DUQUE.

 ¿Por qué la echáis en el suelo?

DOÑA MAG.

 ¡Siempre me la dais con pelo!
 Líbreme el cielo de vos.
   Quitalde con el cuchillo.
 No sé de vos qué presuma;
 siempre con pelo la pluma
 (_Ap._) y la lengua con frenillo.

MIRENO.

 (_Ap._)   Propicios me son los cielos;
 todo esto es en mi favor.


ESCENA XVIII

EL CONDE.--DICHOS.

CONDE.

 Dadme albricias, gran señor;
 el Conde de Vasconcelos
   está sólo una jornada
 de vuestra villa.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)           ¡Ay de mí!

CONDE.

 Mañana llegará aquí,
 porque trae tan limitada,
   dicen, del Rey la licencia,
 que no hará más de casarse
 mañana, y luego tornarse.
 Apreste vuestra excelencia
   lo necesario, que yo
 voy a recebirle luego.

DUQUE.

 ¿No me escribe?

CONDE.

                 Aqueste pliego.

DUQUE.

 Hija, la ocasión llegó
   que deseo.

DOÑA MAG.

 (_Ap._)      Saldrá vana.

MIRENO.

 (_Ap._) ¡Ay, cielo!

DOÑA MAG.

 (_Ap._)             Mi bien suspira.

DUQUE.

 Vamos, deja aqueso y mira
 que te has de casar mañana.

(_Vanse el_ DUQUE _y el_ CONDE.)

DOÑA MAG.

 (_Escribe._) Don Dionís, en acabando
 de escribir aquí, leed
 este billete, y haced
 luego lo que en él os mando.

MIRENO.

   Si ya la ocasión perdí,
 ¿qué he de hacer? ¡Ay, suerte dura!

DOÑA MAG.

 Amor todo es coyuntura. (_Vase._)


ESCENA XIX

MIRENO.

 Fuése. El papel dice ansí:
 (_Lee._) _No da el tiempo más espacio:_
 _esta noche en el jardín_
 _tendrán los temores fin_
 _del Vergonzoso en Palacio._
   ¡Cielos! ¿Qué escucho? ¿Qué veo?
 ¿Esta noche? ¡Hay más ventura!
 ¿Si lo sueño? ¿Si es locura?
 No es posible, no lo creo.
   _Esta noche en el jardín..._
 ¡Vive Dios, que está aquí escrito
 mi bien! A buscar a Brito
 voy. ¿Hay más dichoso fin?
   Presto en tu florido espacio
 dará envidia entre mis celos
 al Conde de Vasconcelos
 _el Vergonzoso en Palacio_. (_Vase._)


ESCENA XX

[LAURO _sabe que su hijo está en Avero y decide ir a verle_.]


ESCENA XXII

_Palacio del_ DUQUE, _con jardín. Es de noche._

DOÑA JUANA _y_ DOÑA SERAFINA, _a una ventana_.

DOÑA SER.

   ¡Ay, querida doña Juana!
 Nota de mi fama doy;
 mas si no me declaro hoy,
 me casa el Duque mañana.

DOÑA JUANA.

   Don Dionís, señora, es tal,
 que no llega don Duarte
 con la más mínima parte
 a su valor. Portugal
   por su padre llora hoy día;
 para en uno sois los dos;
 gozaos mil años.

DOÑA SER.

                  ¡Ay, Dios!

DOÑA JUANA.

 No temas, señora mía,
   que mi primo fué por él;
 presto le traerá consigo.

DOÑA SER.

 Él tiene un notable amigo.

DOÑA JUANA.

 Pocos se hallarán como él.


ESCENA XXIII

DON ANTONIO _y después_ TARSO, _como de noche_.--DICHAS.

DON ANT.

   Hoy, amor, vuestras quimeras
 de noche me han convertido
 en un don Dionís fingido
 y un don Antonio de veras.
   Por uno y otro he de hablar.
 Gente siento a la ventana.

DOÑA JUANA.

 Ruido suena; no fué vana
 mi esperanza.

TARSO.

               Este lugar
   mi dichoso don Dionís
 me manda que mire y ronde
 por si hay gente.

DOÑA JUANA.

                   Ce: ¿es el Conde?

DON ANT.

 Sí, mi señora.

DOÑA JUANA.

                ¿Venís
   con don Dionís?

TARSO.

 (_Ap._)           ¿Cómo es esto?
 ¿Don Dionís? La burla es buena.
 ¿Mas si es doña Magdalena?
 Reconocer este puesto
   me manda, porque le avise
 si anda gente, y me parece
 que otro en su lugar se ofrece;
 y que le ronde, ande y pise,
   vaya; mas que es don Dionís,
 eso no.

DON ANT.

         Conmigo viene
 un don Dionís, que os previene
 el alma, que ya adquirís,
   para ofrecerse a esas plantas.
 Hablad, don Dionís; ¿qué hacéis?

(_Finge la voz._)

 ¿Que estoy suspenso no veis,
 contemplando glorias tantas?
   Pagar lo mucho que os debo
 con palabras será mengua,
 y ansí refreno la lengua,
 porque en ella no me atrevo.
   Mas, señora, amor es dios,
 y por mí podrá pagar.

DOÑA JUANA.

 (_Ap._) ¡Bien sabe disimular
 el habla!

DOÑA SER.

           ¿No tenéis vos
   crédito para pagarme
 esta deuda?

DON ANT.

            No lo sé;
 mas buen fiador os daré:
 el Conde puede fiarme.--
   Yo os fío.

TARSO.

 (_Ap._)      ¡Válgate el diablo!
 sólo un hombre es, vive Dios,
 y parece que son dos.

DON ANT.

 Con mucho peligro os hablo
   aquí; haced mi dicha cierta,
 y tengan mis penas fin.

DOÑA SER.

 Pues ¿qué queréis?

DON ANT.

                    Del jardín
 tengo ya franca la puerta.

DOÑA JUANA.

   Mira que suele rondarte
 don Duarte, señora mía,
 y que si aguardas al día,
 has de ser de don Duarte;
   cualquier dilación es mala.

DOÑA SER.

 ¡Ay, Dios!

DOÑA JUANA.

            ¡Qué tímida eres!
 ¿Entrará?

DOÑA SER.

           Haz lo que quisieres.

DON ANT.

 Don Dionís, amor te iguala
   a la ventura mayor
 que pudo dar: corresponde
 a tu dicha. --Amigo Conde,
 por vuestra industria y favor
   he adquirido tanto bien:
 dadme esos brazos; yo soy
 tu amigo, Conde, desde hoy.--
 Yo vuestro esclavo. --Está bien:
   dará el tiempo testimonio
 desta deuda. --Aquí te aguardo,
 que así mis amigos guardo:
 entrad. --Adiós, don Antonio.

(_Éntrase._)

DOÑA SER.

   ¿Entró?

DOÑA JUANA.

           Sí.

DOÑA SER.

               ¡Que deste modo
 fuerce amor a una mujer!
 Mas por sólo no lo ser
 del de Estremoz, poco es todo.

(_Vanse de la ventana._)

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA XXIV

MIRENO, _de noche_.--TARSO.

MIRENO.

   Él se debió de quedar,
 como acostumbra, dormido.

TARSO.

 Ya queda sustituído
 por otro aquí tu lugar.

MIRENO.

   ¿Qué dices, necio? Responde:
 vienes aquí a ver si hay gente,
 ¡y estáste aquí, impertinente!

TARSO.

 Gente ha habido.

MIRENO.

                  ¿Quién?

TARSO.

                          Un Conde,
   y un don Dionís de tu nombre,
 que es uno y parecen dos.

MIRENO.

   ¿Estás sin seso?

TARSO.

                    Por Dios,
 que acaba de entrar un hombre
   con tu doña Magdalena,
 que, o es colegial trilingüe,
 o a sí propio se distingue,
 o es tu alma que anda en pena.
   Más sabe que veinte Ulises.
 Algún traidor te ha burlado,
 o yo este enredo he soñado,
 o aquí hay dos don Dionises.

MIRENO.

   Soñástelo.

TARSO.

              ¡Norabuena!


ESCENA XXV

DOÑA MAGDALENA, _a la ventana_.--MIRENO, TARSO.

DOÑA MAG.

 ¿Si habrá don Dionís venido?

TARSO.

 A la ventana ha salido
 un bulto.

DOÑA MAG.

           ¡Ay Dios! Gente suena.
   Ce: ¿es don Dionís?

MIRENO.

                  Mi señora,
 yo soy ese venturoso.

DOÑA MAG.

 Entrad, pues, mi vergonzoso.

(_Vase de la ventana._)

MIRENO.

 ¿Crês, que lo soñaste agora?

TARSO.

   No sé.

MIRENO.

          Si mi cortedad
 fué vergüenza, adiós vergüenza;
 que seréis, como no os venza,
 desde agora necedad. (_Vase._)

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENAS XXVI Y XXVII

[LAURO, RUY LORENZO _y algunos pastores llegan a Avero en el momento en
que un heraldo publica el siguiente bando_:]

“El rey nuestro señor, Alfonso el V, manda: Que en todos sus Estados
reales, con solemnes y públicos pregones, se publique el castigo que
en Lisboa se hizo del traidor Vasco Fernández, por las traiciones que
a su tío el duque don Pedro de Coímbra ha levantado, a quien por leal
vasallo y noble, y en todos sus Estados restituye; mandando que en
cualquier parte que asista, si es vivo, le respeten como a él mismo;
y si es muerto, su imagen hecha al vivo pongan sobre un caballo, y
una palma en la mano, le lleven a su corte, saliendo a recebirle
los lugares: y declara a los hijos que tuviere por herederos de su
patrimonio, dando a Vasco Fernández y a sus hijos por traidores,
sembrándoles sus casas de sal, como es costumbre en estos reinos, desde
el antiguo tiempo de los godos. Mándase pregonar para que venga a
noticia de todos.”

 · · · · · · · · · · · · · · ·

[Ilustración:

 “El rey, vuestro Señor,
Alfonso el V, manda...”]

LAURO.

 Gracias a vuestra piedad,
 recto Juez, clemente y sabio,
 que volvéis por mi justicia.

RUY.

 El parabién quiero daros
 con las lágrimas que vierto:
 gocéisle, Duque, mil años.

DUQUE.

 ¿Qué labradores son éstos,
 que hacen extremos tantos?

CONDE.

 ¡Ah, buena gente! Mirad
 que os llama el Duque.

LAURO.

                        Trabajos,
 si me habéis tenido mudo,
 ya es tiempo de hablar. ¿Qué aguardo?
 Dadme aquesos brazos nobles,
 Duque ilustre, primo caro.
 Don Pedro soy.

DUQUE.

                ¡Santos cielos,
 dos mil gracias quiero daros!

CONDE.

 ¡Gran Duque! ¡En aqueste traje!

LAURO.

 En éste me he conservado
 con vida y honra hasta agora.

 · · · · · · · · · · · · · · ·

DUQUE.

 Es el Conde de Estremoz,
 a quien la palabra he dado
 de casalle con mi hija
 la menor, y agora aguardo
 al Conde de Vasconcelos,
 sobrino vuestro.

LAURO.

                  Mi hermano
 estará ya arrepentido,
 si traidores le engañaron.

DUQUE.

 Doile a doña Magdalena,
 mi hija mayor.

LAURO.

                Sois sabio
 en escoger tales yernos.

DUQUE.

 Y venturoso otro tanto,
 en que seréis su padrino.

RUY.

 (_Ap._) Aunque el Conde me ha mirado,
 no me ha conocido. ¡Ay cielos!
 ¿Quién vengará mis agravios?

DUQUE.

 Hola, llamad a mis hijas,
 que de suceso tan raro,
 por la parte que les toca,
 es bien darles cuenta...


ESCENA XXVIII

DOÑA MAGDALENA, DOÑA SERAFINA. DOÑA JUANA.--DICHOS.

DOÑA MAG.

 ¿Qué manda vuestra excelencia?

DUQUE.

 Que beséis, hijas, las manos
 al gran Duque de Coímbra,
 vuestro tío.

DOÑA MAG.

              ¡Caso raro!

LAURO.

 Lloro de contento y gozo.

DOÑA SER.

 (_Ap._) Mi suerte y ventura alabo:
 ya segura gozaré
 mi don Dionís, pues ha dado
 fin el cielo a sus desdichas.

LAURO.

 Gocéis, sobrinas, mil años,
 los esposos que os esperan.

DOÑA SER.

 El cielo guarde otros tantos
 la vida de vuexcelencia.

DOÑA MAG.

 Si la mía estima en algo,
 le suplico, así propicios
 de aquí adelante los hados
 le dejen ver reyes nietos
 y venguen de sus contrarios,
 que este casamiento impida.

DUQUE.

 ¿Cómo es eso?

DOÑA MAG.

               Aunque el recato
 de la mujeril vergüenza
 cerrarme intente los labios,
 digo, señor, que ya estoy
 casada.

DUQUE.

         ¡Cómo! ¿Qué aguardo?
 ¿Estás sin seso, atrevida?

DOÑA MAG.

 El cielo y amor me han dado
 esposo, aunque humilde y pobre,
 discreto, mozo y gallardo.

DUQUE.

 ¿Qué dices, loca? ¿Pretendes
 que te mate?

DOÑA MAG.

              El secretario
 que me diste por maestro
 es mi esposo.

DUQUE.

               Cierra el labio.
 ¡Ay, desdichada vejez!
 Vil, ¿por un hombre tan bajo
 al Conde de Vasconcelos
 desprecias?

DOÑA MAG.

             Ya le ha igualado
 a mi calidad amor,
 que sabe humillar los altos
 y ensalzar a los humildes.

DUQUE.

 Daréte la muerte.

LAURO.

                   Paso,
 que es mi hijo vuestro yerno.

DUQUE.

 ¿Cómo es eso?

LAURO.

               El secretario
 de mi sobrina, vuestra hija,
 es Mireno, a quien ya llamo
 don Dionís, y mi heredero.

DUQUE.

 Ya vuelvo en mí: por bien dado
 doy mi agravio de ese modo.

DOÑA MAG.

 ¿Hijo es vuestro? ¡Ay, Dios! ¿Qué aguardo,
 que no beso vuestros pies?

DOÑA SER.

 Eso no, porque es engaño:
 don Dionís, hijo del Duque
 de Coímbra, es quien me ha dado
 mano y palabra de esposo.

DUQUE.

 ¡Hay hombre más desdichado!

DOÑA SER.

 Doña Juana es buen testigo.

DOÑA MAG.

 Don Dionís está en mi cuarto,
 y mi cámara.

DOÑA SER.

              ¡Qué bueno!
 En la mía está encerrado.

LAURO.

 Yo no tengo más que un hijo.

DUQUE.

 Tráiganlos luego. ¡En qué caos
 de confusión estoy puesto!

 · · · · · · · · · · · · · · ·


ESCENA XXIX

MIRENO.--DICHOS.

MIRENO.

 Confuso vengo a tus pies.

LAURO.

 Hijo mío, aquesos brazos
 den nueva vida a estas canas.
 Este es don Dionís.

DOÑA SER.

                     ¿Qué engaños
 son éstos, cielos crueles?

DUQUE.

 Abrazadme, que ya ha hallado
 el más gallardo heredero
 de Portugal, este Estado.

LAURO.

 ¿Qué miras, hijo, perplejo?
 El nombre tosco ha cesado
 que de Mireno tuviste;
 ni lo eres, ni soy Lauro,
 sino el Duque de Coímbra:
 el Rey está ya informado
 de mi inocencia.

MIRENO.

                  ¿Qué escucho?
 ¡Cielos! ¡Amor! ¡Bienes tantos!


ESCENA XXX

DON ANTONIO.--DICHOS.

DON ANT.

 Dame, señor, esos pies.

DUQUE.

 ¿A qué venís, secretario?

DOÑA SER.

 Conde, ¿qué es de don Dionís,
 mi esposo?

 · · · · · · · · · · · · · · ·

[_Se descubre que_ DON ANTONIO _es el Conde de Penela; el_ DUQUE _le
perdona y accede a que_ DOÑA SERAFINA _sea su esposa_. EL CONDE DE
ESTREMOZ _se casa con_ LEONELA, _hermana de_ RUY LORENZO, _y éste,
después de perdonado, vuelve a ocupar el cargo de secretario_.]

[Ilustración]




[Ilustración]




LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA


JORNADA 2.ª, ESCENA II.

FERNANDO PIZARRO

   Gonzalo, ¿cómo es posible
 que el ánimo os satisfaga
 si por el premio o la paga
 hacéis el valor vendible?
 Hasta ese punto invencible,
 ya os habéis afeminado,
 que quien hace interesado
 cuando de su esfuerzo fía
 las hazañas granjería,
 mercader es, no soldado.
   Hágase al plebeyo igual,
 pierda de noble la ley
 quien a su patria o su rey
 le sirve por el jornal;
 que el generoso, el leal,
 el premio que ha de adquirir
 es la fama hasta morir,
 y ésta estriba en pretender
 merecer por merecer,
 servir sólo por servir.
   Fuí a España, y a Carlos Quinto
 le presenté este occidente,
 y ya veis si del presente
 lo que se vende es distinto.
 Cuanto esta zona, este cinto
 ciñe y abraza este mar
 le di; no había de tomar
 corta paga, a no ser necio,
 que lo que no tiene precio
 mejor se está sin premiar.
   En Almagro el César doble
 gobiernos que ha menester;
 cobre él como mercader,
 sírvale yo como noble.
 De estéril laurel y roble
 coronó la antigüedad
 al valor y a la lealtad
 y de infructífera grama,
 en prueba de que la fama
 sólo busca eternidad.

[Ilustración]




ÍNDICE


 EL CONDENADO POR DESCONFIADO.      5

 LA PRUDENCIA EN LA MUJER.         69

 EL VERGONZOSO EN PALACIO.        139

 LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA.    213




ERRATAS


 _Página._  _Línea._     _Dice._         _Debe decir._

     8         6      vil y de barro    vil, de barro

    13        17      ¿Qué de hacer?    ¿Qué he de hacer?

    48        25         ALCALDE           ALCAIDE

   119        18      agravïado,        agraviado,

   121        21      daré a Trujillo   daré Trujillo






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